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literatura infantil y escuela: juntos, pero no revueltos

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LITERATURA INFANTIL Y LA ESCUELA: UNA PAREJA CONFLICTIVA
(Versión de la comunicación presentada en el Congreso de Lectura.[1]Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Abril 2003)


mi único, por el momento, libro de ensayos sobre literatura infantil





Joel Franz Rosell*

La literatura infantil no es una pastilla pedagógica envuelta en papel de letras sino literatura, es decir, mundo transformado en lenguaje.

Christine Nöstlinger [2]


El libro infantil ha estado siempre estrechamente vinculado con la educación de niños y adolescentes. De hecho, los primeros libros infantiles no fueron libros literarios, sino textos destinados a la enseñanza de los vástagos de la elite aristocrática. Esos primeros libros adicionaban a los principios morales, religiosos, sociales, filosóficos o prácticos de lo que hoy llamaríamos “el programa”, uno que otro recurso narrativo o imaginativo cuya función única era facilitar la asimilación de los contenidos por la mente infantil (el principio del prodesse delectare o enseñar deleitando). Así, los primeros libros que merecen la denominación de literatura infantil fueron compilaciones de fábulas (de Esopo, Fedro, La Fontaine) o vidas ejemplares (de santos y de personajes históricos o mitológicos).

La literatura infantil, sin embargo, es anterior al libro y de difusión mucho más democrática. Elementos de discurso literario infantil había dentro de los relatos, mitos, leyendas y épicas que constituyen la literatura –oral– de los pueblos primitivos y antiguos. En aquellos tiempos la literatura y el arte, lo mismo que otras actividades intelectuales, productivas o de servicio como la enseñanza, la medicina, la moda o la alimentación, raramente diferenciaban a infantes de adultos. La literatura oral se ponía a disposición de un destinatario heterogéneo pero indiferenciado, que se amontonaba en torno a una fogata, al pie de un árbol, en la plaza pública o en el salón de un castillo. Los niños, por su pequeña estatura, se encontraban en primera fila y bien podemos imaginar que su emotiva recepción estimulara al narrador o poeta a osar mayores vuelos imaginativos. Fue así que la existencia del receptor infantil confirió a la literatura general algunos de los rasgos que la caracterizarían durante siglos... hasta que la literatura infantil adquirió entidad propia y la fantasía se mudó a ella, abandonando durante mucho tiempo esa otra parte de la literatura que, acaso solo por ello, todavía  calificamos de “seria”.

Los primeros libros infantiles

Cuando la invención de la imprenta de tipos móviles, hacia 1450, permite la paulatina masificación del libro, la literatura infantil ya está formada –aunque todavía sin conciencia de su especificidad– dentro de la literatura popular e incluso dentro de la literatura “culta”.
Entre los siglos XVI al XVIII, cuando eran víctimas de textos de explícita intención pedagógica, los chicos de la elite también podían gozar de la riqueza imaginativa de los cuentos populares y la poesía oral. Las ayas, cocineras y otros empleados domésticos les narraban, a menudo a espaldas de sus padres y contra la opinión de los pedagogos, la secular literatura oral que los chicos de las clases bajas disfrutaban en ferias, mercados y pórticos de iglesia.

El nacimiento del libro infantil es imprecisos porque tuvo lugar en una época en que los libros podían desaparecer sin dejar ejemplar alguno a la posteridad ni huellas en la obra de otros escritores. Los historiadores coinciden en calificar como primer libro infantil al que probablemente no es sino el primer libro documental ilustrado : Orbis Pictus, del pedagogo checo Jan Amos Comenius, publicado en 1658 en Alemania. Sin embargo, la investigadora española Ana Garralón en su Historia portátil de la literatura infantil  destaca un título muy anterior, que si bien presenta un texto que no fue expresamente concebido para chicos, sí les habría estado destinado como producto editorial: una versión ilustrada de las fábulas de Esopo hecha en Inglaterra en 1484, solo tres décadas después de la invención de la imprenta.

Como la mayoría de los títulos que inauguran la bibliografía de la infancia, los dos citados son empeños donde lo educativo es lo primero y los recursos imaginativos y estéticos son meros aditivos. Las fábulas son educación moral modulada por una ficcionalización centrada en la idea de otorgar habla y actitudes humanas a los animales, así como una estetización del discurso aportada por la versificación refinada, los diálogos, la intensificación dramática y el humor. En el caso de Orbis Pictus, y de sus imitaciones y derivados, lo propiamente estético-lúdico es el uso de ilustraciones que no se limitan a representar objetiva y demostrativamente la realidad que el texto denota. En las ilustraciones de este libro hay una presencia de la subjetividad y del placer que anticipa lo inherente a los álbumes ilustrados de nuestros días.

Lo pedagógico y lo literario: relaciones conflictivas

Para encontrar un libro estrictamente literario, donde lo pedagógico no es hegemónico y cuyo autor no es un educador, habrá que esperar a 1697. Es en Francia, cuatro décadas después de la publicación de Orbis Pictus, que Charles Perrault publica sus Cuentos de Mamá Oca[3], volumen que reúne “La bella durmiente”, “Caperucita roja”, “Barba Azul”, “El gato con botas”, “Las hadas”, “Cenicienta”, “Riquete el del copete” y “Pulgarcito”. Estos cuentos, hoy clásicos universales, eran solo algunos de los que contaba la gente de pueblo y que el funcionario y poeta oficial de la corte de Luis XIV que fue Perrault volcó en una prosa exquisita y en moldes ético-filosóficos de tipo cortesano.

Aunque hoy su retórica nos parezca densa, aquellos cuentos se destinaban a los chicos y Perrault intentó incluso hacer creer que los había redactados su hijo Pierre d’Armancourt cuando tenía 10 años. El autor (o los autores, porque alguna colaboración parece haber existido) se amolda a la intención pedagógica y a la retórica que encadenaban al libro infantil de la época, cerrando cada cuento con una moraleja. Este recurso, tomado de la fábula, traiciona la fuente literaria original puesto que los cuentos populares, orales y anónimos, no llevan moraleja. En ellos la enseñanza está implícita y toca al receptor entenderla según su situación, valores y necesidades.

Durante el siglo XVIII e incluso buena parte del siglo XIX la literatura infantil permanece sometida a la misión formativa. Pese a la paulatina extensión y modernización de la enseñanza que tiene lugar en Francia, Inglaterra y otros países occidentales, solo es a fines del siglo XIX y sobre todo en el siglo XX que el avance  de las ideas democráticas, de la psicología y de las ciencias humanas permiten el descubrimiento del niño y del adolescente, la renovación pedagógica y  el nacimiento teórico de la literatura infantil.

Los últimos cincuenta años evidencian un enorme desarrollo cuantitativo y cualitativo en el campo de los libros para niños y adolescentes, pero la tensión entre lo pedagógico y lo literario sigue vigente en nuestros días, aunque revista nuevas formas. Si bien desde el punto de vista autoral y teórico la literatura infantil se ha independizado completamente de la escuela, desde el punto de vista editorial y comercial sigue existiendo una relación de dependencia, y esto influye indirectamente al menos en parte de los autores. La escuela es, incluso en países con gran tradición de lectura independiente y por placer, el mayor comprador de libros. Las mayores editoriales de libros literarios y recreativos son también editoras de manuales escolares y tratan de seducir a su poderoso cliente institucional no solo por vía de técnicas comerciales, sino subordinando el contenido y estilo de las obras a las tareas de la escuela. Los maestros y bibliotecarios (sean éstos últimos escolares o públicos) ejercen una influencia determinante en los lectores, sobre todo en el período de la infancia, y mucha de la actividad promocional de las editoriales se dirige a los primeros, antes que a los padres y a los propios niños y adolescentes.
Una paradoja de nuestro tiempo es la convivencia de obras literarias de alto nivel de exigencia estética y autonomía autoral con obras encargadas para llenar, sin ambigüedad alguna, una de las casillas de los llamados “valores transversales”.

De la lectura como técnica a la lectura como arte

No debemos olvidar que si bien la escuela tiene como primer objetivo la instrucción, que desarrolla esencialmente dentro de sus muros, también tiene la misión de colaborar con la familia, los medios masivos de comunicación y otras instituciones sociales en la formación de valores y en la construcción de sensibilidad y cultura estéticas.

Después del lenguaje, probablemente el mecanismo de aprendizaje más importante que debe adquirir todo individuo es la lectura. Desde el primer día, la escuela se da la tarea de alfabetizar y consolidar la técnica de la lectura en cada individuo. Sin embargo de la misma manera que en el jardín de infantes se le enseñan canciones a todos los niños sin aspirar a una  formación artística profesional, el aprendizaje de la lectura instrumental no debe ser confundido con el dominio de la lectura literaria. La diferencia con el ejemplo anterior es que, si bien no es imprescindible que todos los niños sean cantantes, sí tendríamos que lograr que todos los niños –y por ende los adultos- sean lectores (y un lector no es un individuo que sabe deletrear, sino alguien que comprende plenamente y disfruta lo que lee). La importancia de la lectura radica no solo la capacidad de informarse y comunicarse por medio de lo escrito –impreso o en pantalla-, sino el dominio del proceso de abstracción a base de palabras imprescindible para el desarrollo intelectual, la riqueza de sentimientos, conocimientos y experiencias (las estéticas incluidas, por supuesto) que caracterizan al ser humano pleno. La complejidad del mundo no nos permite adquirir todas nuestras competencias en la vida cotidiana (incluida la escuela); recordemos a Borges cuando dijo que la lectura nos permite tener recuerdos que no hemos vivido. Reciclando el viejo precepto popular de que “nadie escarmienta en cabeza ajena”, obtendremos que, si se trata de un buen personaje literario, el escarmiento ajeno sí nos será de provecho y nos hará crecer y madurar.

Si bien la lectura se adquiere en la escuela, sólo alcanzará su plenitud si se ejerce fuera de ella, convirtiéndose en un hábito ubicuo, en una necesidad permanente del individuo, que dispondrá así de puertos de acceso a universos cada vez más anchos y tendrá la capacidad comprender y actuar en situaciones nuevas y diferentes. La lectura es una de las llaves de la libertad.

Por otra parte es esencial no confundir libros y literatura; no todos los libros infantiles son literatura infantil y, por supuesto, los textos escolares no son literatura, aunque en algunos casos puedan contener fragmentos de ella. La literatura infantil es un género artístico y su lectura procura una experiencia estética, emocional y lúdica que puede complementar los contenidos escolares, pero que constituye, sobre todo, una alternativa y una forma de “descansar” de dichos contenidos. La literatura infantil no debe ser vista como instrumento, sino, y esto solo en algunos casos, como un aliado del trabajo escolar.

En realidad, a los docentes les conviene que no se asocie la literatura a la escuela, puesto que los libros no escolares han de continuar fuera de los espacios y horarios lectivos la gran misión formadora que corresponde a la institución. El solo hecho de que, durante el fin de semana o las vacaciones, los niños continúen ejercitando su cerebro, dándole alimento a su imaginación, enriqueciendo su lenguaje y poniendo en práctica la, nada evidente, capacidad de convertir los significados en significantes intelectuales y emocionales es suficiente contribución del libro literario al potenciamiento del trabajo docente, con lo que se le puede dispensar cualquier otra misión en el marco escolar.

tomado de El secreto del unicornio, de Hergè
La literatura infantil no es un dialecto de la literatura.















Según Alfredo Bryce Echenique: "Desde que se le pone al lado un adjetivo a la palabra literatura, ésta deja de serlo". No estoy de acuerdo, como no suelo estar de acuerdo con la formulación simple de problemas complejos; pero creo entender lo que preocupa al destacado el escritor peruano.  Los adjetivos que se le ponen a la literatura suelen ser limitaciones de su alcance o redundancias que solo pretenden poner de relieve uno de sus ingredientes. Cuando se dice literatura política, literatura de entretenimiento o literatura popular se obvia que toda literatura comporta un cierto posicionamiento político, que toda literatura supone placer y por tanto entretenimiento, y que los libros que gozan en determinado momento de masiva aprobación suelen caer en el olvido unos años después; de la misma manera que textos considerados elitistas se convierten fácilmente en populares, o a la inversa, con el paso del tiempo.

El problema con los adjetivos que denuncia a Bryce Echenique es que suelen encaramarse sobre el sustantivo, ahogando lo esencial, y no sirviendo en muchos casos sino para catalogar la obra literaria como producto de consumo en un mercado pletórico siempre necesitado de etiquetas sencillas e impactantes.

Es cierto que cuando se habla de literatura fantástica o de literatura policíaca se apunta a especializaciones temáticas o estilísticas que dan pertinencia a géneros que muchas veces descuidan la calidad de la expresión y la intensidad de la reflexión, y en esos casos la desconfianza de Bryce parece plenamente justificada. Pero ¿qué decir sobre la literatura infantil?

La literatura infantil (o infanto-juvenil, que sería una denominación más precisa) no es aquella que habla de los niños y adolescentes, y mucho menos aquello que escriben los chicos. Parece una perogrullada decir que literatura infantil es aquella que se destina a niños y adolescentes, pero en realidad esta última definición es insuficiente porque la buena literatura infantil no se restringe al único uso de los chicos e incluso la mejor literatura infantil es la que menos debe reservarse al exclusivo consumo de los menores de edad ya que aporta rasgos formales, perspectiva humana e historias que la hacen indispensable a la buena formación de los adultos y a su mejor relación con la parte más joven de la sociedad.
Díganme, sinceramente, qué sería de la civilización occidental si escritores que solo se encuentran hoy en colecciones para niños como Lewis Carroll, Hans Christian Andersen, Julio Verne, Robert Louis Stevenson y un larguísimo etcétera, no hubieran inventado mitos tales como Alicia, su conejo y su espejo, la Sirenita y el Emperador vestido de nada, el misterioso Capitán Nemo;  Jim Hawkins, el cojo Silver y cierta Isla del Tesoro. Eso sin mencionar invenciones sin las cuales los psicoanalistas andarían en taparrabos como La Bella Durmiente y su beso, Blancanieves y sus enanos, Scherezada y su cuento interminable o Cenicienta y su zapato de cristal.
No temo me argumenten que Perrault, hermanos Grimm y compañía sacaron algunas de estas maravillas simbólicas del acervo popular, porque me bastaría replicar que con su «plagio» le salvaron estos escritores la vida al tal Acervo...[4], dándole la forma literaria que lo ha hecho universal e impactante.

Por supuesto que todo adulto fue niño y que en principio habría leído durante su infancia literatura infantil. Pero, aún en el caso –en realidad poco frecuente– de que hubiésemos tenido la oportunidad de acceder cuando niños a lo mejor de la literatura infantil universal, cada día aparecen obras nuevas, de elevadísimo mérito.

Además, como dijo no sé quien, ningún libro que no merezca ser leído dos veces merecía la pena de haber sido leído la primera vez. Al margen del efecto momentáneo de la boutade es imprescindible subrayar que los chicos tienen capacidades, necesidades y competencias muy diferentes de las del adulto, de manera que hay muchas cosas que no captan al leer un libro a los siete, diez o catorce años; no tanto porque carezcan de capacidad para entenderlas, sino porque están “en otra cosa”, porque tienen que cumplir otras tareas en su formación como individuos y en la aventura de vivir, y también porque su apropiación de la invención estética les hace ver y entender cosas diferentes –no necesariamente inferiores– de las que verá y entenderá cuando tenga 20, 40 ó 70 años.

La mayoría de los niños no se da cuenta o no le concede importancia a la crítica social, económica y política presente en Los viajes de Gulliver, ni a las bases lógicas, matemáticas y filosóficas de Alicia en el País de las Maravillas, ni a la parábola de la decadencia del mundo moderno que encierra El señor de los anillos, ni percibirá plenamente las diversas intertextualidades que establece Historias a Fernández. Todo eso queda en segundo plano, opacado por el disfrute de la fascinante historia, el lenguaje liberador, los escenarios deslumbrantes, los personajes seductores y los sentimientos desatados. Pero lo que inadvertidamente se infiltró en el alma del chico, alimentando su curiosidad y cultura, se queda ahí, esperando ese reencuentro durante la edad adulta que, lamentablemente, pocas veces se da, para explicar algunas cosas que la primera lectura no hizo conscientes, pero sobre todo para explicarle al lector ya maduro algunas cosas sobre ese individuo que él fue (¡cuánto trabajo le ahorraríamos a los psicoanalistas con solo contarles lo que leímos... o no leímos... durante la infancia!).

Los niños no son adultos en miniatura ni esbozos de adultos; son seres distintos, con otra perspectiva de las cosas, con un carácter inevitablemente dialéctico debido a que están aprendiendo el lenguaje, construyendo su personalidad y estructurando su noción del universo según las leyes de la física, del devenir temporal y de la cultura de su grupo.

Los niños tienen una maleabilidad y un nivel de absorción de conocimientos y habilidades que ningún adulto consigue conservar. Piensen, sin ir muy lejos, lo que significa aprender a dominar los miles de músculos del cuerpo,  mantener el equilibro, comprender las proporciones y la perspectiva, ajustar los ritmos biológicos a los ritmos sociales o asimilar toda la arbitrariedad de las relaciones entre las palabras y los conceptos que implica la conquista del lenguaje. Todo eso lo hace un niño antes de los cuatro años y nada de eso puede aprenderlo, simultáneamente, un adulto.  Porque puede y está aprendiendo todo eso, el niño es capaz –y está necesitado– de una determinada forma de ficcionalización y representación por medio de las palabras del mundo en que vive, de los seres que lo rodean y de los procesos de su mente.

Por eso la literatura infantil no está «limitada» por la capacidad del niño, sino abierta gracias al hecho de tenerlo precisamente a él como destinatario.

Tampoco olvidemos que el público infantil está abierto horizontalmente, pues no existen dos niños idénticos, y verticalmente, porque los niños crecen y cuando los libros que les damos son realmente buenos van a acompañarlos toda la vida, incorporados, de manera más o menos inconsciente, a su experiencia estética, a su estructura de valores y a su reserva afectiva. Muy pocas personas consiguen recordar dónde, cuándo y cómo aprendieron la mayoría de sus convicciones más profundas e inamovibles. Algunos principios les fueron inculcados por la familia –con las palabras y con los actos– o por la escuela, pero muchas veces una y otra instituciones se apoyaron en un libro o en imágenes literarias para realizar esa transmisión de códigos.

La literatura infantil es literatura para todos


Lo específico de la literatura infantil no es alimentar al niño con una versión del mundo a su nivel. Lo que la caracteriza es haber convertido en rasgo estilístico la forma singularmente creativa que tienen los chicos de mirar, relacionarse con el mundo y expresarlo. Todo esto es interpretado, contado y organizado por un adulto especializado en estéticos trajines con el lenguaje. Un adulto que, si es un auténtico creador, no vacilará en singularizar su discurso volcando en él toda su vida de sus ilusiones a sus terrorespara configurar una obra única y personal, para nada inferior a la de quienes escriben para adultos, pero que, estilísticamente, será reconocible como parte del universo estético infantil.[5]

Si la literatura infanto-juvenil no es una zona de la literatura exclusivamente destinada a niños y adolescentes, eso significa que también puede ser leída por los adultos. Los buenos libros para chicos tienen elevada calidad estética, buenas historias, personajes seductores y aportan elementos para comprender mejor a los niños y adolescentes, por lo que pueden ser una excelente lectura para cualquier miembro adulto del núcleo familiar. Y si son adultos que han perdido o nunca tuvieron un contacto frecuente con la lectura literaria, les ayudará y estimulará el hecho de que los libros para niños y adolescentes sean generalmente breves y de lengua clara.

Las especialistas españolas Anna Gasol y Mercè Arànega nos recuerdan que:


Diversos fenómenos iniciados por la sociedad industrial –progresivo despoblamiento de las zonas rurales, incorporación de la mujer a la vida laboral, ritmo de vida acelerado, predominio de familias nucleares, etc.– han propiciado que los adultos pasen muchas horas fuera del hogar y, por consiguiente, que niños y niñas estén ocupados en múltiples actividades extra escolares disminuyendo así las interrelaciones de este tipo en el ámbito familiar.[6]

Si bien en la Argentina en sus diversas clases sociales y en la enorme diversidad de su realidad federal la situación no es idéntica a la de España, también aquí hay ese problema de disminución del tiempo que comparten adultos y chicos. En el caso de la población desempleada o sub empleada, que probablemente dispone de más tiempo que pasar junto con los menores, el acceso al libro –por razones económicas, prácticas o de formación culturales una dificultad que, sin embargo, podemos desviar en nuestro interés. Chicos y adultos comparten ya la televisión, la música, el fútbol... ¿Tan difícil nos resultará hacerlos compartir también los libros?

Los adultos suelen privarse de lo necesario para ofrecer a sus hijos los bienes y servicios indispensables, y aún para satisfacer necesidades de segundo orden. Muchos adultos que no compran libros para sí mismos, tratan de ofrecer libros a sus chicos. Más de una vez he observado que algunos padres se resisten a pagar un libro que no tenga suficiente texto, como si consideraran que la cantidad de palabras es lo que determina el valor de la obra. Si esos adultos supieran que ellos también pueden leer los libros que adquieren para sus hijos, estarían menos preocupados por la “rentabilidad de la inversión”.

Entre las muchas razones por las cuales vale la pena que los adultos lean libros para niños y adolescentes,está el hecho de que éstos dicen cosas que los adultos no saben o no entienden de los chicos a su cargo y que sería muy bueno que descubrieran o  recordaran: ser de pequeña estatura y cansarse más rápidamente, descubrir cosas nuevas todo el tiempo, verse obligado a obedecer a personas que ni siquiera son capaces de responder satisfactoriamente a los más elementales "porqués", no saber definir los lapsos de tiempo, confundir realidad y fantasía, encontrarles otros significados a las palabras, desmoronarse ante el menor contratiempo sentimental y recuperar la fe un instante después, dar más importancia a la pandilla de amigos a la que uno ha elegido pertenecer que a la tribu a la cual fatalmente uno pertenece por razones de sangre...

Además de lo beneficioso que es para el adulto que nada lee, leer al menos los libros de sus chicos, esta lectura compartida incrementa la cohesión y la comunicación dentro de la familia al aportarle referencias y placeres comunes. Y, además, está el siempre evocado asunto del ejemplo. Está probado que un niño que crece en una familia donde nadie lee, en una casa donde no hay libros, no tiene las mejores posibilidades de crecer como un buen lector, de ser un buen estudiante y incluso de formarse como un buen profesional.

La escritora brasileña Ana María Machado, con esa capacidad tan suya para hablar sencilla y gráficamente de problemas complejos ha dicho: “imaginar que alguien que no lee pueda hacer leer a otros es tan absurdo como pensar que alguien que no sabe nadar pueda convertirse en instructor de natación. Sin embargo es eso lo que estamos haciendo”[7].

Aclaro que Ana María Machado no hablaba solamente del ejemplo en casa, sino del problema de tanto maestro, e incluso bibliotecario, que no ama la lectura, que no tiene el hábito, la necesidad, de leer. Nadie que no esté convencido, que no esté enamorado de la lectura puede trasmitir esa pasión a los chicos. Las bibliotecas escolares deberían poseer no solo libros para niños y adolescentes de la mayor calidad y variedad, sino también buenos libros para adultos; libros que los maestros y bibliotecarios puedan y deban leer, además dar en calidad de préstamo para que los padres puedan leerlos en casa.

Moraleja
Aunque, como ya dije antes, desconfío de toda formulación simplificada de problemas complejos y sé que no hay decálogos, recetas ni fórmulas que puedan orientar la práctica de la literatura en el ámbito escolar y para escolar, voy a aprovechar el poco tiempo que me resta a exponer de manera sucinta algunos principios sobre cómo conseguir que la lectura literaria sea patrimonio de la humanidad... en fin: de ese pedacito de humanidad que tenemos a nuestro alcance.

·         Los libros literarios no son para enseñar, para eso están los textos escolares y los informativos. La literatura no enseña (lo que no significa que en ella no se aprenda muchísimo).

El niño aprende siempre, y no aprende menos y peor fuera de las instituciones creadas para enseñarle cosas. El niño aprende permanentemente; de la misma manera que crece día a día, con cada nutriente que ingresa en su cuerpo, aprende con cada palabra bien hilvanada que accede a su mente. Por eso lo de literatura educativa es una aberración, o por lo menos una redundancia. La literatura no debe preocuparse de enseñarle nada, porque el niño, por sí solo, va a aprender algo en la literatura (“conmover es moralizar”, escribió el pensador cubano José Martí). El niño aprende jugando y la lectura es, perdónenme otra cita: un juego serio como un trabajo y un trabajo divertido como un juego, según una definición tan brillante que he olvidado el nombre de su autor, un poeta ruso. La buena literatura infantil es aquella que hace al niño jugar a la vida (todo lo que ocurre y aquellos a quienes ocurre es ficción, simulación, rol, máscara que el niño protagoniza al leer). La buena literatura hace jugar nada menos que al lenguaje: los versos, las metáforas, las adivinanzas, el humor, los calambures... todo eso enseña al niño a servirse del lenguaje y comprender que el lenguaje no es algo muy serio, sino algo muy divertido y, por consiguiente, esencial... porque nada es tan importante en la vida de un niño que jugar.

·         La literatura no se interpreta, se disfruta.

Nadie sabe lo que intenta trasmitir el autor. No lo sabe el autor literario mismo (el autor no literario, sí que lo sabe y lo hace explícitamente, olvidando que la literatura es un discurso connotativo, es decir, una forma polisémica, “estereofónica”, de escribir). El texto literario es, entre otras cosas, un mensaje; pero no para el escritor, para quien su obra es un canto y está lleno de placer, de pulsión incontrolable, de resonancias íntimas y compartidas, de trabajo creador. El lector entrará en sintonía con los diversos elementos de la obra, su posición no es la del destinatario que recibe un mensaje dirigido, sino más bien la del receptor accidental que tropieza con un inesperado, no deseado e imprevisto mensaje que, además, carece de código pre-determinado. La obra literaria es un instrumento... musical, lleno de posibilidades que cada cual hará sonar según sus competencias, capacidad, experiencia, sentimientos y necesidades.

·         El lector lee. El escritor escribe.
No todo el mundo es escritor, no todos los textos son literarios, la calidad existe.
Una mala interpretación de la democracia y una forma demagógica de la igualdad han hecho que en la enseñanza contemporánea se exagere el papel activo del estudiante, del lector. La democracia no consiste en que todo el mundo deba tomar la palabra, sino en que todo el mundo sea escuchado. La literatura es un oficio duro y riguroso, que exige experiencia y talento. No todo el mundo es escritor, no todo texto es literario, no todo tiene la misma calidad. El mediador tiene el deber de escoger lo mejor, el lector renunciaría a su mayor derecho que es leer obras de calidad si aceptara cualquier cosa que se le ponga al alcance de la mano.

·         Leer es una actividad. El lector pasivo no existe cuando se lee buena literatura.
 La buena literatura exige atención, reactividad, cultura. Pero hipertrofiar el papel activo del lector es contraproducente pues en ese caso, el texto desaparece y el autor se esfuma, siendo suplantado por el lector. Todo individuo que lee busca la experiencia del otro, del escritor, de los personajes, busca conocer otros mundos –reales o imaginarios-, en una forma indirecta, pero profunda, de comprenderse mejor y comprender mejor su propio mundo. Un espejo no es una lupa, para conocer la realidad hay que aceptar el (los) discurso(s) del (los) otro(s).
La actividad primera del lector es convertir en imágenes las palabras leídas. Este proceso de transformación moviliza su experiencia, su cultura, sus gustos; pero las palabras no son suyas, no deben serlo. Desconfiemos del exceso egocéntrico, egocinéticoy en el fondo demagógico de la teoría del lector activo llevada a su extremo.

·         Las lecturas deben ser variadas por su género, su estilo, su época, su procedencia geográfico-cultural.

Muchos seleccionadores de lecturas infanto-juveniles tienden a desconfiar de la diferencia y a marginar -cuando no rechazar de plano- los libros infantiles de otras regiones del mundo, llegando a veces al extremo etnocentrista de poner en duda su calidad. Si los libros que proponemos a la lectura de los chicos tienen asuntos, escenarios y marcos históricos similares a los de las materias escolares, no conseguiremos que éstos tengan el atractivo que implica el cambio de actividad. Volver una y otra vez, aunque sea en otra forma sobre el mismo universo implica saturación y conduce inevitablemente al aburrimiento. El fulminante éxito de las novelas de Harry Potter en el mundo anglosajón, y en otros países, no solo occidentales, viene del hecho de que recrean un universo autónomo muy diferente del cotidiano (lo que no excluye puntos de contacto con la realidad –sobre todo en lo que concierne al mundo de la escuela– asegurando así la identificación entre lectores y personajes).
Si en ciertas regiones de Argentina que han sido escasamente reflejadas en la literatura, sería conveniente disponer de libros que conviertan en ficción estetizada el marco geográfico y humano en que viven los lectores, lo cierto es que los maestros y bibliotecarios argentinos harían bien en recomendar a los chicos a su cargo la lectura de novelas no argentinas, no urbanas, no realistas. Libros así pueden exigir una cierta preparación previa por parte del animador de la lectura, que deberá preparar a los inexpertos lectores a un tipo de relaciones sociales, de referencias culturales e históricas, de componentes del paisaje o de léxico que les resultan extraños. Pero este tipo de preparación a la lectura, si se hace de manera inteligente, puede incluso redoblar el interés de los chicos y será un aporte cultural indudable tanto para ellos como para los adultos que colaboren en la lectura.
Los resultados de una encuesta internacional sobre la calidad de la lectura en los niños muestran que entre los 35 países de todos los continentes que participaron en el estudio, la Argentina se vio relegada al lugar número 31, con un puntaje muy inferior al promedio. La directora de Información y Evaluación de la Calidad Educativa del Ministerio de Educación, Liria Toranzos concluyó en la necesidad de “desarrollar en las aulas mejores prácticas de comprensión lectora, como también emplear una mayor diversidad de textos” [8]
Por su parte, la destacada psicóloga y especialista en educación Emilia Ferreiro aconseja dejar de lado “la educación homogénea y uniforme del siglo XIX para dar espacio a una educación plurilingüe y pluricultural que aproveche las diferencias”, y añade: “Ya no basta con saber firmar, leer o escribir textos simples. Es necesario saber utilizar Internet, poder navegar y realizar procesos de búsqueda de información confiables y satisfactorios. Es preciso poder circular por distintos tipos de texto con facilidad”. [9]
La escuela y la biblioteca deben proponer textos diversos, tanto por género (narrativa, poesía, teatro, divulgación, periodismo) como por su estilo (realista o fantástico, barroco o romántico, irónico o humorístico, coloquial o grandilocuente) como por su época y procedencia (contemporáneos, del pasado reciente o remoto, de la cultura “federal” o de las minorías étnicas y regionales, del extranjero próximo o de las culturas que no tienen relaciones con la cultura nacional), del mundo de los niños y adolescentes y del mundo adulto o de la tercera edad.

·         Leer literatura es leer una lengua. Una lengua es una cultura. Toda cultura es universal.

La lengua castellana es una de las raras ventajas que tienen los países hispanoamericanos en la era de la globalización: poseemos una lengua internacional con más de 300 millones de hablantes y en permanente expansión. Ese castellano tiene que ser diverso y esa diversidad hay que dominarla. Algunos maestros y promotores de la lectura pretenden que los niños y adolescentes argentinos rechazan los libros escritos o traducidos a variantes del castellano de otros países de nuestro ámbito lingüístico (por cierto, que lo mismo hacen muchos docentes españoles con libros argentinos, o mexicanos frente a libros colombianos, etcétera, porque si algo no tiene frontera son los prejuicios). Estoy convencido de que son los propios docentes quienes recelan de textos que no confirman la norma lingüística que ellos deben enseñar. Y si los usos lingüísticos diferentes generan cierto extrañamiento, lo que hay que hacer es explicar la riqueza que los mismos aportan. Por otra parte, en el cine, en la televisión en la música, los mismos chicos argentinos consumen inmoderadamente productos mexicanos, españoles, colombianos. Mal puede defenderse el respeto al otro, difícilmente puede argumentarse la necesidad de aprender lenguas extranjeras (que no son solo el inglés, sino el francés, el hindi o el guaraní) si uno no es capaz, para empezar, de admitir y disfrutar de la otredad en el interior de su propia lengua materna.

·         La lectura no es ni mejor ni peor que otras actividades intelectuales o recreativas. Es otra cosa.
No tiene sentido alguno oponer la lectura a mirar televisión, el libro a la computadora. Son actividades diferentes, complementarias y que pueden coexistir pacíficamente. De la misma manera que la lectura no puede sustituir a la práctica de deportes en sus benéficos efectos sobre el cuerpo y a la relación con los amigos en su saludable contribución a la sociabilidad. Leer bien ayuda, sin dudas a mirar críticamente la televisión, a comprender mejor los mecanismos de funcionamiento y a seleccionar los contenidos que aporta la computadora, como puede ayudar a conocer deportes nuevos, a mejorar la salud y a enriquecer la relación con los amigos. No hay que leer todo el tiempo ni en todas partes, pero nunca hay un tiempo impropio para la lectura y en ningún lugar se encuentra un cartel que advierta “Prohibido leer”.

BIBLIOGRAFÍA

GARRALON, Ana: Historia portátil de la literatura infantil. Madrid. Anaya, 2001.
GASOL TRULLOS, Anna y ARNÀNEGA, Mercè: Descubrir el placer de la lectura. Lectura y motivación lectora. Barcelona. Edebé, 2000.
MACHADO, Ana Maria y MONTES, Graciela: Literatura infantil. Creación, censura y resistencia. Buenos Aires. Sudamericana, 2003.
MANGUEL, Alberto: Una historia de la lectura. Bogotá. Norma, 1999.
ROSELL, Joel Franz: Un oficio de centauros y sirenas. Buenos Aires. Lugar Editorial, 2001.






[1]“Literatura para niños y escuela”. Argentina. Ediciones del Sur, 2004.

Escritor cubano. Ha publicado, entre otros libros: Vuela, Ertico, vuela y El Pájaro Libro (Ediciones SM), La tremenda bruja de La Habana Vieja (Edebé),  La Nubey Mi tesoro te espera en Cuba(Sudamericana), Javi y los leones (Edelvives) y La literatura infantil: un oficio de centauros y sirenas (Lugar Editorial). Su obra ha sido traducida al francés y el portugués. Tras vivir en La Habana, Río de Janeiro, Copenhague y París, reside actualmente en la Argentina.

[2]Christine Nöstlinger, In Luisa Mora: "Una entrevista a Christine Nöstlinger". Urogallo, sept-oct 1993, pp. 10-15
[3] Originalmente titulado Histoires ou contes du temps passé y, en el reverso de la tapa Contes de ma mère l’Oye, lo que se puede traducir como: “Narraciones y cuentos de hadas del pasado. Cuentos de mama Oca”. Parrault escribió en total una treintena de cuentos en verso y en prosa, y fábulas, algunas todavía inéditas en castellano.
[4]Joel Franz Rosell: Un oficio de centauros y sirenas, pp. 11-12
[5]Idem, p. 13
[6]Anna Gasol Trullos y Mercè Arnànega: Descubrir el placer de la lectura, p. 31.
[7] Ana María Machado y Graciela Montes: Literatura infantil. Creación, censura y resistencia., p. 17

[8]“Alumnos argentinos entre los últimos”. La Nación, 9 de abril de 2003

[9]“La escuela no forma buenos lectores” ( Emilia Ferreiro entrevistada por Agustina Lanusse). La Nación, 14 de abril de 2003

Cómo cazar un cuento silvestre

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COMO CAZAR UN CUENTO SILVESTRE[1]
El pájaro libro cuenta la aventura de un libro que nadie lee
en la biblioteca donbde "vive". Aprende a moverse, a volar y,
tras mudarse a la plaza que se encuentra frente a la biblioteca,
aprende a hablar y se convierte en narrador oral para, al fin,
compartir su historia y las historias que lleva dentro
http://elpajarolibro.blogspot.fr/p/blog-page_29.html


Voy a serles sincero; hay muchas formas de hacerse con un cuento, pero solo una es de permanente eficacia en lo que se refiere a cuentos auténticamente silvestres: tener un cazacuentos.
No quiero irme por las ramas y acabar contándoles cómo se encuentra, alimenta y adiestra un cazacuentos. Para empezar, porque es un tema complejo que absorbería todo el espacio de que disponemos en esta ocasión, y para seguir, porque los cazacuentos son una especie prácticamente extinguida.
Existe un segundo método que permite, con gran margen de seguridad, la captura de un bello ejemplar de cuento silvestre: hacer sonar un cascabel recién abierto en el momento justo en que aterriza el primer rayo de sol dominical.
Pero ¿quién cultiva cascabeles hoy en día? Las matas de cascabel exigen tantos cuidados, tanta sensibilidad y tanto tiempo que... si acaso, poetas jubilados dotados de gran longevidad y de rigurosa vocación botánica.
De cualquier manera, un cascabel regalado ‑aun cuando conservase su fragancia y resonancia de recién nacido‑ no es lo mismo.
A los cuentos silvestres hay que seducirlos, conquistarlos, hay que darles algo de uno para que se dejen poseer. Ese algo tiene que ser siempre diferente, como nueva tiene que ser la forma de aproximación. Es por eso que, fuera del cazacuentoso el cascabel recién abierto, los demás métodos solo pueden utilizarse una vez.
Con tan estrictas condiciones, se preguntarán ustedes, cómo es posible que haya tantos libros de cuentos rodando por este mundo.
No tendré más remedio que confiarles que hay gentes, indignas del título de cuentistas, que lejos de cazar auténticos cuentos silvestres, los cultivan, simple y llanamente; valiéndose de mejunjes sintéticos, de recetas espurias o de estudios de remotos alquimistas sobre la sutil naturaleza de la piedra ficcional.
Es obvio que ningún cuento de cultivo puede igualar en vigor del vuelo y belleza del canto a un verdadero cuento silvestre; pero los advenedizos consiguen imitarles el peso del tema, la envergadura de la trama, el colorido de los personajes o la armonía de la prosa. Así, los falsos cuentos engañan a padres, a maestros y bibliotecarios, a editores y críticos... aunque raramente a los niños.
Los peores, sin embargo, son los que, dejando de lado todo escrúpulo, utilizan trampas para capturar cuentos. Estos últimos, aparte de malvados, son tontos.
¿Cómo pretender que un cuento silvestre pueda vivir en cautiverio? ¿Cómo creer que un cuento va a amarles después de haberlo atrapado no solo mediante engaño sino con la intensión de tenerlo enjaulado?... Y finalmente, ¿qué se puede hacer con un cuento encerrado, sometido; un cuento que no puede volar, cantar, oler y encantar a todos con sus transformaciones?
La captura de cuentos silvestres no tiene nada que ver con la cacería de animales salvajes. Cuando uno atrapa un cuento no lo despoja de la vida, ni siquiera de su libertad. Cuando uno adopta un cuento silvestre, lo hace feliz porque le quita su único defecto, su desgracia natal: lo arranca de la soledad, del anonimato, del silencio en que hasta entonces había vivido.
Cuando uno se hace con un cuento silvestre es para compartirlo, para volverlo visible, para darle una forma que todos puedan ver, una voz que todos puedan escuchar, y para marcarle un origen a partir del cual el cuento   ‑ya no más silvestre y solitario, sino literario y público‑ puede comenzar a vivir su propia aventura: una aventura siempre cambiante, una aventura que es otra con cada lectura, con cada lector.

edición francesa de "El pájaro libro"
FE DE (ER)RATA[2]


... No quiero terminar este capítulo con un tono de autosatisfacción que me desmienta. Quiero, al contrario, reconocer que si mi último artículo carece de serias erratas de imprenta (esos roedores del estilo), tiene no obstante una errata de autor imperdonable.
Reconozco haber introducido una frase cobarde e insincera en mi ensayo‑ficción «Cómo cazar un cuento silvestre». Una frase que por sí sola siembra la duda entre las restantes, que son veraces y sentidas.
El primer párrafo de la página segunda ostenta una cicatriz de matarife donde dice: «Así los falsos cuentistas engañan a padres, a maestros y bibliotecarios, a editores y críticos... aunque raramente a los niños».
¡Joel Judas Rosell que muerdes tus propios pensamientos! Cobardemente disimulaste ahí que sabes que los niños NO SON esos seres superiores de los que «desciende» el hombre (adulto), que no es cierto que ellos posean el mágico don de siempre distinguir la luz y la pureza, que es mentira que existe una capacidad estética natural, que solo destruye la domesticación que toda educación implica.
Lo cierto es que la espontaneidad infantil no es sinónimo de valor literario y que este último (sin matar a la primera) ha de cultivarse, contrariando la seducción de lo fácil (en otras palabras: principio del placer) que domina al joven individuo.
Uno de los roles (nótese que no escribo objetivos) de la literatura infantil es contribuir a la educación estética del niño, alimentando su gusto literario con buenos textos y su gusto plástico con buenas ilustraciones; educación sui generisque descuidan la familia y las instituciones (afortunadamente, visto lo alerta y responsables que una y otras suelen mostrarse en ese terreno).
Lo que llamé «cuentos de cultivo» y los que denuncié como falsificadores de cuentos son los que alientan personajes tales como Mickey Mauser y sus amiguetes, que sistemáticamente dan gato (pacato) por conejo (de espejo, como el de Alicia Carroll), y disparan sobre la creatividad y la fantasía silvestres para luego servir la suya (sintetizada en astutos laboratorios), en esas reservas de indi(gestad)os que son los parques temáticos cuyo nombre no es necesario publicitar incluso aquí. 
Pero no le echemos, hipócritas, toda la culpa al cine, a la televisión, a los juegos electrónicos y sus derivados de plástico y papel. Porque bien que hay dentro de las páginas de los siempre ponderados libros, con toda una digna apariencia de literatura, obras repetitivas, estereotipadas y tranquilizantes, que distribuyen el mundo entre buenos y malos, que lo explicitan todo sin explicar nada, que no se arriesgan a ninguna complejidad, ni ambigüedad alguna, y que practican la primera de las exclusiones (madre de todas las desgracias): la de la inteligencia.
Esos libros abundan y se venden bien, se venden hasta mejor, se leen incluso más; son elogiados por la prensa general e incluso por la especializada («por creencia o por miedo de comercio», como dijo José Martí en 1889, hablando de un filisteísmo parecido), y hasta se aprovechan de la complicidad involuntaria de quienes, en un momento de inadvertencia, caemos en la trampa de repetir ideas tantas veces oídas que nos parecen propias y escribimos, estólidamente, que a los niños no, que a los niños no se les engaña, que los niños son los críticos más rigurosos, que saben distinguir entre lo verdadero y lo falso y que detestan consecuente y espontáneamente todos esos productos de sustitución ‑visualizables, utilizables o leíbles‑ que consumen sin embargo, por miles de millones de ejemplares, los cinco continentes.
Cuando uno tapa el sol con el dedo, lo único que ocurre es que uno se quema el dedo. En consecuencia, escribo esta FÉ DE ERRATA, contrita, con los nueve dedos de mis manos.











[1] Originalmente publicado en la revista Peonzan° 38. Santander, octubre de 1996, esta versión es la que incluí en mi libro de ensayos "la literatura infantil un oficio de centauros y sierenas. Lugar Editorial. Buenos Aires, 2001.
La idea original sirvió de pórtico a una «conferencia‑cuento ilustrada» que celebré en 1992 en la Librería Hispánica de Copenhague. Antes de ponerme a contar, expliqué al público que la narración oral me había servido, en más de una ocasión para invocar con la palabra improvisada la forma literaria de textos que no había podido escribir todavía. La primera vez, en 1987, en La Habana, conseguí hacer pasar tres cuentos de la situación de «idea tentadora» en la que se encontraban desde hacía tres o cuatro años, a la de textos escritos. Paradójicamente, aquella otra tarde en Copenhague conté con éxito varios cuentos ya escritos, pero cuando improvisé la narración de lo que, tres años y medio más tarde, sería mi libro Vuela, Ertico, vuela no conseguí otra cosa que un rotundo fracaso. No solo debí tragarme los parcos aplausos condescendientes del público, sino que no conseguí escribir mi historia de regreso a casa. En el fondo me alegro porque jamás podré confiar en un recurso infalible para hacer anidar a cualquier historia, en cualquier momento, en el papel.
[2]Corrección enviada a la revista Peonza tras la publicación del artículo. Inédita hasta la publicación en libro.



Joel Franz Rosell: La vida en prosa

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JOEL FRANZ ROSELL 

la vida en prosa

 


Joel Franz Rosell (Cruces, Cuba, 1954)

Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas en 1979, trabajó como especialista literario, bibliotecario, profesor, escritor radial y periodista hasta dejar su país en 1989. Desde entonces ha residido en Brasil, Dinamarca, Argentina y Francia. Después de trabajar como profesor en la universidad francesa de Marne-la-Vallée, y como periodista en Radio Francia Internacional, se consagra a la escritura, la ilustración y las animaciones literarias.

Comenzó a publicar en 1974 y su primera novela (El secreto del colmillo colgante. La Habana, 1983) agotó sus 50 000 ejemplares en poco más de un año. Ha publicado una veintena de libros y cerca de 200 artículos y ensayos en diarios, revistas y publicaciones electrónicas de Alemania, Argentina, Brasil, China, Colombia, Costa Rica, Cuba, Dinamarca, España, Estados Unidos, Francia, México y Suecia. Ha participado en numerosos eventos internacionales, entre ellos cuatro congresos de la Organización Internacional del Libro Infantil (IBBY) y diversas ferias del libro de Europa y América Latina. Sus obras de ficción han sido adaptadas a la radio, la televisión el teatro, la historieta y la fotonovela. Ha sido traducido al francés, gallego, vasco, portugués, inglés, italiano y coreano, entre otras lenguas, y ha obtenido diversos premios nacionales e internacionales.

Reside actualmente en París.

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-------          BIBLIOGRAFIA   ---------------------------------------------------------------------------------



LA LECHUZA ME CONTÓ
Progreso. México, 2004 Ilustraciones: Fabiola Graullera © J.F.Rosell exepto español y vasco.
(DE LOS PRIMEROS LEJANOS TIEMPOS LA LECHUZA ME CONTO. Editorial Oriente. Santiago de Cuba, 1987)
Traducido al vasco con ilustraciones del autor: Desclée. Bilbao, 2006.
Cuentos, 53 p. [Desde 7 años]   La ecología en fábula  

Historias que cuentan con poesía, humor y mucha imaginación  un tiempo maravilloso en que animales, plantas, astros y fenómenos atmosféricos se pusieron de acuerdo sobre la mejor convivencia posible. Un libro ecológico diferente.

Las historias tienen ese algo que no necesita de ecuaciones ni de reglas para ser creído, eso que nace de la combinación del talento con la imaginación y la fantasía, completado con un toque de originalidad(Asela Suárez. Cartelera, La Habana, 1988). 









LOS CUENTOS DEL MAGO Y EL MAGO DEL CUENTO
Ediciones de la Torre. Madrid, 1995. © J.F.Rosell excepto lengua española
Ilustraciones: Francisco Meléndez y Justo Núñez
Cuentos, 94 p. [Para todas las edades] La realidad y la fantasía se dan la mano        

Son relatos escritos desde un sentido poético del lenguaje y en los que hay presencia de la tradición oral junto a otros elementos narrativos de gran modernidad: Es posible rastrear la huella de la estructura del cuento maravilloso de Propp en “Había una vez un mago”, la fantasía de lo extraordinario de Rodari en “¡Socorro, se hunde la casa!” o la fantasía de lo cotidiano de Cortázar en “Historia musical”. Cuentos para leer y releer (Diego Gutiérrez del Valle: Peonza. Santander, 1996).

Traducido al portugués por Laura Sandroni: Era uma vez um jovem mago.São Paulo.Editora Moderna, 1991. Ilustraciones: Rui de Oliveira.
PREMIO LA ROSA BLANCA. UNIÓN DE ESCRITORES DE CUBA



 


 AVENTURAS DE ROSA DE LOS VIENTOS Y JUAN PERICO DE LOS PALOTES
         Santa Clara, Cuba. Capiro, 1996; El Arca. Barcelona, 1996; Alfaguara. Buenos Aires, 2004 Descatalogado. © J.F.Rosell
         Novela, 115 p. [Desde 8 años] Viaje maravilloso por un mundo no tan imaginario como parece        

        Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes unen sus aptitudes mágicas para construir su hogar en una cometa y resolver         los diferentes problemas que surgen          en un viaje por lugares fantásticos y desopilantes como la Montaña Extraña, la Isla             Rectangular, el Gran Imperio Ote y hasta una nueva versión de su propio país de          origen.

       Rosell asume en este libro unos planteamientos arriesgados, ajeno a las fáciles concesiones tan presentes en cierta literatura para         niños. El juego de lenguaje y por tanto         el humor, recorre todo el curso de los acontecimientos (El Diario Montañés, 1996). Este        muy imaginativo relato continúa la tradición de los “voyages imaginaires” y aporta         nutrientes al pensamiento. Como en Los                viajes de Gulliver, los países visitados son reflejos satíricos del propio mundo de los protagonistas. Desde una perspectiva                         externa podemos distinguir una crítica de los poderosos y de la sociedad humana en su conjunto(Catálogo del premio The White           Ravens. Munich, 1997).

      Traducido al francés por Mireille Meissel: Les aventuriers du cerf-volant. París. Hachette, 1998, ilustraciones: Gabriel Lefebvre  

      PREMIO LA ROSA BLANCA, CUBA. DISTINCIÓN THE WHITE RAVENS. BIBLIOTECA INTERNACIONAL  DE LA JUVENTUD.                           ALEMANIA





VUELA, ERTICO, VUELA
Ediciones SM. Madrid,1997. Descatalogado. © J.F.Rosell
Ilustraciones: Ajubel
Novela, 61 p. [Desde 7 años] La magia está en saber quién eres 

Es un cuento con niño solitario, sombrío desván y abuela de largos brazos protectores, capaz, con sus agujas de punto, de tejer los mayores prodigios imaginables, como que su nieto vuele sobre una alfombra o que encuentre el reconfortante calor de la amistad (Equipo Peonza. El diario montañés. Santander, 1998).

La escritura de Rosell es rica en imágenes y entabla todo el tiempo un juego de comparación entre las emociones y los olores. Hay una exploración de la palabra en el texto, una escritura sutil que dice cosas más allá de lo escrito. Con guiños al lector en apelaciones continuas para involucrarlo, Rosell expone una lectura entre líneas y logra un mundo subjetivo y mágico con elementos de la realidad(Sandra Comino. La Mancha. Buenos Aires, 2000).

16 EDICIONES: 96 000 EJEMPLARES VENDIDOS. PREMIO LA ROSA BLANCA. UNIÓN DE ESCRITORES, CUBA.






UN OFICIO DE CENTAUROS Y SIRENAS
Lugar Editorial.Buenos Aires, 2001. Descatalogado. © J.F.Rosell
Ensayo, 156 p. [Adultos] Una poética de la literatura infantil

Catorce ensayos en torno a la definición y funciones de la literatura infantil, la posición del creador respecto a su obra, y sobre temas concretos como la narrativa detectivesca, la fantasía, los medios masivos de comunicación o el libro para chicos en América Latina.

Rosell es punzante en muchas ocasiones, crítico y con una mirada nada complaciente, lo que convierte sus escritos en estimulantes reflexiones que nos llevarán a afirmar o disentir de sus opiniones, pero nunca nos dejarán indiferentes porque incluso él ahonda a veces en sus propias contradicciones sin querer dejarlas cerradas. Un conjunto de lecturas muy recomendables que conforman, como el propio autor lo indica, una “poética de la literatura infantil” eso sí, para nuestra suerte, escrita con mucha amenidad (Ana Garralón. Educación y Biblioteca, 2002).






  
LA NUBE
©Sudamericana. Buenos Aires, 2001
Ilustraciones: Juan Deleau
Cuento, 32 p. [Desde 4 años] Una nube busca su destino  

Del mar a la montaña, del campo a la ciudad, las andanzas de una nubecita blanca y redonda como un sueño. Distintos escenarios para una bella metáfora que conjuga profundidad y sencillez.

Uno agradece al autor y al ilustrador por enseñarnos a mirar y remirar el mundo cotidiano que tanto interesa y conviene a los pequeños. La historia me ha invitado a poner los ojos en la cara del cielo y redescubrir junto a los niños que, detrás de una aparente mota de algodón celestial, existen otros matices. El contrapunto armónico que establecen el texto y las ilustraciones resulta aquí un juego particularmente divertido y seductor para los prelectores al aparecer dibujos entre las palabras del cuidado texto.El diccionario de imágenes incluye más de una definición y, detalle multicultural, regionalismos de las diferentes comarcas de la lengua castellana.(Sandra Avendaño. Chiapas. México).

PREMIO LA ROSA BLANCA. UNIÓN DE ESCRITORES DE CUBA.








MI TESORO TE ESPERA EN CUBA
Edelvives. Madrid, 2008. © J.F.Rosell excepto lengua española
Sudamericana. Buenos Aires, 2002(edición agotada)
Ilustraciones: Pier Brito
Novela, 173 p. [Desde 10 años] El mayor tesoro es la amistad               

Paloma viaja a Cuba con la misión de encontrar el tesoro que su tío-bisabuelo dejó al huir de la Revolución en 1959. Las cosas han cambiado mucho en medio siglo y la chica descubre un país lleno de contrastes y un secreto de familia.

... el autor consigue hábilmente sacar a la luz los problemas del subdesarrollo, los sentimientos que animan a los cubanos a propósito de extranjeros a quienes presumen ricos. Los amigos de Paloma son personajes variados, con los que ella establece relaciones auténticas. La historia del tesoro mantiene el interés hasta el final, sirviendo de pretexto a un descubrimiento más importante: las realidades de un país que conocemos mal. Una excelente novela, viva, interesante y bien escrita(Livres Jeunes d’aujourd’hui. París, 2001) / Tanto los aficionados a la aventura como los que prefieren las novelas de amistad y sentimientos fuertes quedarán encantados. El fondo político de la historia no dificulta en nada su comprensión, y constituye una hermosa lección de humanidad y tolerancia (Brigitte Lhiver Página web del Festival del Libro de Cherburgo. Francia, 2001).

Traducido al francés por Mireille Meissel: Cuba, destination trésor. París. Hachette, 2000.

PREMIO DE LA  VILLE DE CHERBOURG. FRANCIA









LA TREMENDA BRUJA DE LA HABANA VIEJA
Edebé. Barcelona,2001. Descatalogado. © J.F.Rosell
Ilustraciones: Ajubel
Novela, 158 p. [Desde 10 años] La peor de las brujas contra la mejor de las niñas    
      
La bruja de La Habana Vieja vivía consagrada a sus hechizos y a su amistad con otras brujas tan feas y malvadas como ella. Hasta que descubre que tiene una sobrina-tataranieta linda y buena. Temiendo por su reputación, intenta arrastrarla por el camino del mal, pero la niña posee poderes capaces de cambiar muchas cosas. (Boletín Red de Bibliotecas de Andalucía, 2002).

¡Otra historia de brujas, dirán algunos! Parecería que desde la aparición de Harry Potter los autores infantiles carecen de imaginación. Pues no: estamos ante una historia ingeniosa, que realmente merece la lectura. La galería de personajes (sobre todo las brujas) estalla de humor y originalidad, y la trama da muestras de buenos sentimientos (Comité X. Página web de Hachette. París, 2003).

Traducido al francés: Hachette. Paris, 2001




 


 EL PÁJARO LIBRO
© Ediciones SM. Madrid, 2003. Traducido al francés: Belin. París, 2009
Ilustraciones: Ajubel
Cuento, 64 p. [Desde 6 años] Un libro parte en busca de sus lectores    

En la biblioteca municipal, un libro se cansa de que nadie lo saque a pasear (es decir, a leer). Está dispuesto a todo: a volar, a hablar y hasta a mudarse al parque vecino, con tal de compartir lo que encierran sus páginas.

Rosell desarrolla la metáfora del libro como pájaro. El vuelo, el canto, la libertad, atributos esenciales del ave, son traspuestos al objeto de papel para compartir con los lectores un mensaje diáfano y expresado de forma atractiva: no importa cuán valioso pueda ser un libro, únicamente si llega a manos de los lectores (vuele) y comparte con ellos las palabras que lleva impresas en sus páginas (cante) su existencia tendrá sentido. El cuento es una celebración del libro como objeto vivo, capaz de insertarse en espacios múltiples y de transformar la vida de las gentes, pero, también, un canto a la voluntad y una invitación a descubrir las maravillas que pueden esconderse entre las tapas de un tomo cualquiera de la biblioteca, por más olvidado, amarillento y lleno de polvo que esté(Javier Gómez. Cuatrogatos. Miami, 2003).

PREMIO LA ROSA BLANCA. UNION DE ESCRITORES DE CUBA. PREMIO NACIONAL DE ILUSTRACION, ESPAÑA



JAVI Y LOS LEONES
© Edelvives. Zaragoza, 2003
Ilustraciones: María Rojas.
Cuento, 39 p. [Desde 5 años] La imaginación vence al miedo

Javi es amigo de uno de los leones de piedra del parque. Al león “sonriente” le cuenta sus cosas, pero al león “feroz” le tiene miedo. Hasta que un día lo amenazan en el colegio y Javi tiene que escoger entre sus dos temores.

El miedo a lo desconocido, la fantasía, la capacidad de superación, el sentirse respaldado, son temas que asoman en esta historia. Un cuento delicioso, que no esconde su mensaje, pero lo enmascara con un buen guión, aparentemente sencillo, pero que aborda distintos aspectos relativos a la infancia y, además, refleja muy bien su mundo, hecho de realidad y fantasía a partes iguales. Las imágenes de María Rojas, a base de collage, exageradas, caricaturescas, con juegos distorsionantes, nada realistas, convierten en una esas dos coordenadas –la real y la imaginaria- en la que se mueve Javi(CLIJ. Barcelona, 2004).


PREMIO LA ROSA BLANCA. UNION DE ESCRITORES DE CUBA




PÁJAROS EN LA CABEZA
© Kalandraka. Sevilla,2004, excepto francés
Ilustraciones: Marta Torrão (PREMIO NACIONAL DE ILUSTRACION, PORTUGAL, 2006)
Cuento, 48 p. [Desde 7 años] Si la ambición te quita el sueño, escucha a los pájaros                  

En un reino pequeño y no precisamente rico, el ministro de Todo lo Demás, el ministro de Defensa y el ministro de Economía piensan que sólo una guerra puede satisfacer sus deseos de grandeza. Pero su rey, siempre rodeado de pájaros, no tiene sino ideas lindas y pacíficas. Los ministros deciden sacarle esas ideas y, sobre todo, esos pájaros de encima. Con astucia lo consiguen... En fin, casi.

Un rey singular, un tanto miope y quijotesco se ocupa de la buena marcha de su país; un cachito de patria, no menos imperfecto u olvidado de las complicaciones que da el vivir. En una interacción un tanto juguetona, cada personaje asume el papel que le corresponde con marcada fidelidad a su esencia. Estamos ante una historia que permite una pausa sobre la convulsa actualidad, una pausa indudablemente aleccionadora tanto para los chicos como para los adultos(Sanda Avendaño. Chiapas. México).

Traducido al gallego, el portugués y el coreano. 

PREMIO LA ROSA BLANCA, CUBA. 
DISTINCION THE WHITE RAVENS. BIBLIOTECA INTERNACIONAL DE LA JUVENTUD, ALEMANIA.






LA LEYENDA DE TAITA OSONGO
© Fondo de Cultura Económica. México, 2005.
Ilustraciones: Ajubel
Novela, 80 p. [Desde 11 años] El amor y la magia contra la esclavitud y el racismo  

El traficante de esclavos Severo Blanco se convierte en rico hacendado tras vender hombres del mítico país africano Sóngoro Consongo. Sin embargo, su victoria sobre el rey y mago Taita Osongo es efímero. La hija de S. Blanco se enamora de un joven esclavo y juntos huyen a la montaña. Entonces tiene lugar el duelo final entre los dos irreconciliables enemigos.

“No abunda el realismo mágico en la narrativa infantil cubana (...) Después de abordar la realidad de la isla con el realismo y la aventura de Mi tesoro te espera en Cuba y con la fantasía y el humor de La tremenda bruja de La Habana Vieja, al fin me decidí a contar desde el realismo mágico una historia de amor en el contexto del tráfico de esclavos y el racismo que de manera tan intensa han marcado a mi país... y a mi propia familia. Pero no me propuse solamente mezclar historia y fantasía, sino también tradiciones afrocubanas y elementos del cuento tradicional europeo. Por eso este libro es leyenda, historia y cuento de hadas”(Joel Franz Rosell en una entrevista radial. Cuba, mayo de 2004).

Traduccido al francés (Cayena. Ibis Rouge, 2004) y al portugués (Edições SM do Brasil. Sao Paulo, 2007

PREMIO HEREDIA. CUBA





LA CANCION DEL CASTILLO DE ARENA
A Fortiori (castellano y vasco). Bilbao, 2007. © J. F. Rosell
Ilustraciones del autor
Cuento, 32 p. |Desde 5 años] Un niño y su padre construyen castillos de arena y una relación ejemplar         

Un niño y su padre construyen en la playa castillos de arena que, cada noche, desaparecen. El pequeño termina por entender que es necesario para que todos puedan aprender a levantar su propio castillo de arena. Más difícil le resulta aceptar la desaparición de la princesa que ha imaginado en cada castillo.

¿La princesa del castillo de arena, es el tercer personaje de una historia donde la madre nunca es mencionada? ¿Se trata de una familia monoparental? Rosell nos presenta unos personajes de piel oscura y un paisaje caribeño que el texto no especifica (…) su intención era contrariar la tendencia del álbum ilustrado europeo a confinar a los africanos, indios y otros pueblos “del Sur” en temáticas “propias” de su condición; ya se trate de estereotipos críticos como la pobreza, la discriminación y la destrucción del medio ambiente, o positivos como el vasto tejido familiar, la vivacidad del carácter y las tradiciones orales. (L. García Nemo: Otro Lunes. Berlín, 2007)

 Versión francesa del autor: Ibis Rouge. Cayena 2007.







DON AGAPITO EL APENADO
Kalandraka.Pontevedra, 2008. Descatalogado.© J.F. Rosell
 Ilustraciones: Federico Fernández
Cuento, 48 p. [Desde 7 ans] Un jubilado encuentra un nuevo trabajo: ocuparse de las penas ajenas     
               
"Don Agapito el apenado" aborda con mucha imaginación y bastante picardía un tema de mucha actualidad: qué hacer con todas esas cuestiones particularmente importantes para las que nunca tenemos tiempo: prejuicios, culpas, miedos, abandonos, compromisos y obligaciones morales. Para despertar nuestras conciencias dormidas, el autor ha escogido como héroe precisamente a un jubilado, una "persona de la tercera edad", uno de esos viejos que la sociedad de consumo considera inútiles porque improductivos desde el punto de vista del mercado (“Ele”. Blog Pizca de Papel)

La historia de Don Agapito tiene la cualidad del buen humor: se trata de un texto dinámico, contado con un lenguaje actual y con el que cualquier lector se puede sentir identificado. Por otra parte, es una obra no exenta de crítica social, que mueve a la reflexión ante los problemas de los demás y que llama la atención sobre la necesidad de llevar un ritmo de vida más reflexivo (Kalandraka).

Traducido al gallego








EXPLORADORES EN EL LAGO
Alfaguara. Madrid, 2009.© J.F.Rosell excepto lengua española
Novela, 159 p.  [Desde 10 años]  Pájaros en peligro: una aventura ecológica

Robin es tímido y no tiene amigos en su nueva escuela. Cuando parten once días a una reserva ecológica, se lleva a escondidas a su cotorra. El comportamiento misterioso de Robin llama la atención de los cuatro chicos que se convertirán en sus primeros amigos. Cuando desaparece la cotorra, investigan juntos y acaban por desenmascarar a los traficantes de especies protegidas que operan en la reserva.

Quizás lo mejor de la novela son las relaciones entre los personajes: chicos y adultos son tratados con realismo y humor, dando una divertida imagen de la vida escolar. La trama detectivesca está muy bien tejida, con sus indispensables datos ocultos, falsos sospechosos y momentos en que parece que los “malos” van a salirse con la suya. Pero al mismo tiempo hay una reflexión seria sobre las amenazas que pesan en nuestros días sobre el medio ambiente. Bien integrada a la trama detectivesca y al desarrollo del conflicto entre personajes, la información llega de manera amena a los lectores, quienes cerrarán el libro con la satisfacción de haber pasado un buen momento con amigos muy queridos y aprender muchas cosas (Pero Juárez. Esliteratura.com)



   

  
BESTE BAT NAHI DUT! (¡QUIERO OTRO!)
A Fortiori. Bilbao, 2008. Edición en euskera.© J.F.Rosell
Ilustraciones del autor
Cuento, 48 p. [Desde 4 años] ¿Qué hacer con un niño caprichoso?

Otto protesta por todo: No le gusta el pantalón que el que le pone su mamá, no le agrada el colegio al que su papá lo acompaña, rechaza el helado que su abuelo le ha comprado. Y la misma suerte corren el  cuento que le cuenta la abuela, sus juguetes, su mascota… 

Los niños necesitan que les pongamos límites a sus caprichos. Así les demostramos un amor… sin límites.









LA BRUJA PELANDRUJA ESTÁ MALUCHA
© Ediciones SM. Madrid, 2010.
Ilustraciones Irma Gruenholz
Cuento, 52 p. [Desde 7 años] El queque la hace (aunque sea bruja), la paga

Pelandruja es una bruja un poco chapucera y su último encantamiento le crea tremendos problemas. Para resolverlo tendrá que cambiar  muchas cosas en su vida y en la de sus desgraciados vecinos. Pero ¿será ella capaz? Una historia con mucho humor y sorpresas en la que nadie es lo que parece... ¿Ni si quiera el lector?

La bruja Pelandruja está dándole los últimos toques a una de sus pociones más malignas de todos los tiempos. Pero algo sale mal y el hechizo se vuelve contra ella. ¿A que no se imagina a quién tendrá que recurrir para recuperarse? Una divertida historia que muestra la necesidad de unirse (incluso a sus propias víctimas) para solucionar los problemas (www.librerialamancha.es).






 

PETIT CHAT NOIR A PEUR DU SOIR (inédito en español)
© Bayard.París, 2011
Ilustraciones: Beppe Giacobbe
Cuento, 22 p. [Desde 3 años] Gatito vence su miedo cuando ayuda a los demás

Gatito Negro es tan negro que teme perderse en la oscuridad. Por eso no sale a pasear por la noche, como sus hermanos. Pero una noche de luna llena al fin se decide. De pronto las nubes cubren la luna y en la oscuridad total un conejo, más asustado que él, le pide ayuda.

… Este texto abarca muchas más cosas : habla del miedo, de la noche, de la ternura del encuentro entre dos animalitos, de la toma de consciencia de una capacidad ignorada y del placer que sentimos al usarla... Una estructura narrativa simple para adaptarse a la percepción de los más pequeños, pero una historia de gran riqueza y un verdadero talento en la escritura (bauchette.canalblog.com).




















SOPA DE SOL
Tinta Fresca. Buenos Aires, 2011 © J.F.Rosell excepto lengua española
Ilustraciones: Carolina Farías
Cuentos, 62 p. [desde 9 años] Fantasía comprometida con la realidad

¿Puede una abuela prepararsopa con los rayos del sol; una cucharita llorar a fideo tendido; o un viejito convertirse en el abuelo de todos los niños de País Leído? ¿Es posible que un espantapájaros y una espantapájaras se enamoren; que una niña haga música con su pelo; o que un conejo habite y empuje la luna?

Los cuentos de Joel Franz Rosell son criaturas extrañas que hacen posible lo imposible a través de la pluma de la imaginación. Los catorce cuentos de Sopa de sol querían hacer nido (hacer libro) juntos, y aquí están en su casita de papel, construida con palabras. (Nota de contratapa)

  
 


 
EL PARAGUAS AMARILLO
Kalandraka. Pontevedra, 2012. Descatalogado: © J.F. Rosell excepto italiano
Ilustraciones Giulia Frances
Album, 48 p. [Desde 6 años] El problema de ser diferente. ¿Aceptarse o ser útil a los demás?

Cuando apareció aquel paraguas color de sol, nadie supo qué hacer con él: ni el dueño de la fábrica, ni el gerente de la tienda… Hasta que un día apareció un hombrecillo narizón que tenía un hermoso proyecto para aquel paraguas diferente. Pero… ¿y el sueño del paraguas? 

Joel Franz Rosell  nos cuenta la historia del paraguas con un lenguaje muy cuidado y lírico, nos invita a reflexionar sobre el valor para innovar, cambiar las cosas. Un libro sobre los anhelos personales, sobre el sentido del deber, sobre las frustraciones que cada uno tiene en la vida y sobre el miedo a las diferencias: estos son los sentimientos de un paraguas pero también son los desafíos que todos debemos afrontar cada día para ser felices. (Revista Peonza, junio 2012)

Traducido al gallego y al italiano



GATITO Y EL BALON
© Kalandraka. Pontevedra, 2012.
Ilustraciones Constanze Kitzing
Album, 32 p. [Desde 3 años] Gatito busca al dueño del balón… y encuentra cuatro amigos

Gatito se encuentra un balón en la calle pero no sabe si tendrá dueño, ¿qué hacer entonces? Antes de ponerse a jugar con él inicia una búsqueda que le traerá muchas sorpresas, y lo mejor es que en el camino conocerá a otros animalitos con los que sin duda se lo pasará muy bien. Una historia acumulativa que refleja muy bien la infancia, los sentimientos de los niños y la importancia de los amigos. Las ilustraciones casan muy bien con la narración, son expresivas, personales y con detalles para descubrir en sucesivas lecturas. (Canal Lector)

Traducciones: gallego, catalán, vasco, italiano, portugués e inglés




GATITO Y LA NIEVE

© Kalandraka. Pontevedra, 2012.
Ilustraciones Constanze Kitzing
Album32 p. [Desde 3 años] Soy negro, eres blanca y somos blanquinegros

Gatito y Conejita son buenos amigos. Como ese día ha nevado, juegan al escondite en la calle pero, Gatito no logra encontrar a Conejita blanca. Por eso deciden bajar al sótano oscuro y sucio, allí Conejita no descubre a Gatito negro. A partir de un juego cotidiano, se trata el tema de la diversidad, la amistad, el autoconocimiento; con humor. El final inesperado sorprende e invita a la reflexión. (Canal Lector)


Traducciones: gallego, catalán, vasco, portugués e inglés







EL SECRETO DEL COLMILLO DORADO.
Libros & Libros. Bogotá, 2013 © J.F. Rosell excepto Hispanoamérica.
Novela detectivesca, 191 p. [Desde 12 años] Un robo disimula un robo que disimula un robo

Robin se pasa la vida soñando con tesoros y piratas, pero la aventura en la que se mete por culpa del colmillo dorado es algo completamente diferente. ¿Quién iba a imaginar la tremenda conspiración y los millones de dólares que giran en torno a esa joya barata y en apariencia inocente? Sus enemigos no llevan un garfio en el brazo ni un parche en el ojo, pero son igual de astutos y peligrosos.
Por suerte, Robin no está solo: él y su genial cotorra pertenecen a la pandilla de Los Exploradores Incógnitos. Es verdad que cometen algunas imprudencias, pero reciben la muy oportuna ayuda de dos de los mejores policías del país. (Nota de contratapa)

La versión original, El secreto del colmillo colgante. La Habana. Gente Nueva, 1983 fue la tercera novela detectivesca juvenil cubana y agotó sus 50 000 ejemplares en poco más de un año.






CONCIERTO N°7 PARA VIOLIN Y BRUJAS
© Fondo de Cultura Económica, excepto francés y portugués © J.F. Rosell
México, 2013
Novela fantástica, 71 p. [Desde 11 años] La magia de un violín recorre cuatro siglos y dos continentes

El peligroso violín Stravagantius lleva años encerrado en una vitrina de cristal blindado, lejos de su arco. Muchos rumores existen sobre su ppoder, capaz de desencadenar los peores trastornos. Su destino está ligado al de los príncipes D'Antagno, dueños del inquietante instrumento, y al de las brujas, quienes por más de tres generaciones han deplegado todas sus mañas para vengarse de la principesca familia.(Nota de contratapa)  

El misterioso poder que se le atribuye al violín es el vehículo perfecto para que Joel Franz Rosell desarrolle una trama en la que imperan el suspenso, los enigmas y la expectativa. Una prosa amena y cautivadora en la que se fusionan brujas, genios musicales y arcos rebeldes impide la interrupción de la lectura una vez comenzada... Es una historia ilustrativa, imaginativa y cautivadora para jóvenes lectores, y también para mayores (Zeida Frade. Cuatrogatos.org) 


















HABIA UNA VEZ UN ESPANTAPAJAROS
Libros & Libros. Bogotá, 2014 © J.F. Rosell excepto Hispanoamérica
Ilustraciones del autor
Album (incluye pictogramas), 48 p. [Desde 4 años] Cuando los espantapájaros protegen a los
pájaros.

El granjero coloca un espantapájaros en su campo de maíz. Los pájaros se van, pero no las pájaras, y granjero coloca también una espantapájaras. Pronto hubo romance y cuando apareció el espantapajritos, el granjero se sintió feliz, pues ni pájaros, ni pájaras ni pichones le comerían la cosecha. El problema es que los originales espantapájaros pronto se hacen amigos de los volátiles…

Así comienza una aventura ecológica que llevará al espantapajaritos a fundar un partido ecológico y presentar al congreso una ley para proteger a los pájaros.


Joel Franz Rosell logra tramas originales y vivaces donde, tras un fascinante arsenal mágico puede leerse una visión penetrante de la realidad. Ha alcanzado un estilo muy personal en el cual la literatura infantil cubana ve satisfecha su vieja aspiración a la belleza del lenguaje, sin renunciar por ello a la más plena comunicación con el joven lector, puesto que en él las palabras tienen la singular capacidad de constituir por sí mismas situaciones, ambientes y personajes creativos y estimulantes.

                                                                                                                                                                  (Félix Luis Viera. El Búho. México, 1998)



Joel Franz Rosell está en Facebook y en Tweeter.

Sites:

http://elpajarolibro.blogspot.com
http://cuentosdelmagodelcuento.blogspot.com
http://auteurjeunessedecuba.blogspot.com




felices navidades y próspero año nuevo

Confesiones de un escritor cubano: cómo, qué, porqué, para quién...

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El portal de cultura cubana CUBAENCUENTRO acaba de publicar la entrevista que me hizo Juan Carlos Romero. Aborda temas comola realidad, la fantasía, las fuentes literarias, los motivos e influencias en mi creación, entre otros temas. Forma parte de una serie que está publicando esta excelente publicación y que será posteriormente publicada en un libro.

¿En qué momento decidiste que querías escribir? 

Con mi madre, mi hermana, mi hermano, mi abuena y un tío en Sancti Spiritus. Tendría unos 9 años y ya nada me interesaba tanto como leer
Joel Franz Rosell (JFR): No es algo que uno decida. La literatura lo decide a uno. Yo empecé a contar historias a los 10 años; primero las dibujé en forma de comic, luego las narré oralmente a mi hermana, en el camino de regreso de la escuela, y finalmente, a los 13 años, escribí mi primera novela. Por entonces, como cualquier muchacho, a la pregunta “¿Qué harás cuando seas grande?” yo respondía: “veterinario”, “geógrafo”, “cosmonauta”. Pero no tardé en descubrir que en Cuba un veterinario debía vivir en el fango y curar vacas, que la geografía no se descubría ni exploraba: se enseñaba en las aulas, y que para ser cosmonauta había que ser piloto de guerra y saber mucha matemática. Poco a poco no me quedó más opción que la literatura.
Cuando me llegó la hora de escoger carrera universitaria, al pre-universitario de Santa Clara no llegó ninguna plaza de Periodismo ni de Historia del Arte (que se estudiaban en La Habana, sueño dorado de todo joven cubano en tiempos en que “el extranjero” no existía), pero la carrera de Letras abrió matrícula, por primera vez en cuatro años, en la Universidad Central de Las Villas. El camino que me conducía hacia la literatura se tornó entonces rectilíneo y desyerbado.

I Coloquio Internacional de Literatura Cubana. La Habana, 1981.
Vivía por entonces en Santiago, pero me senté con mis coterráneos Amelia Roque, Carmen Sotolongo, Arnaldo Toledo y Félix Luis Viera

¿Qué te aporta la escritura y la literatura, piensas que vale todo en la literatura?


(JFR): La escritura y la literatura me lo han dado todo, o casi. Creo poder decir sin retórica que yo vivo para escribir, y desde hace un tiempo escribo para vivir (modestamente, porque Lettera non dat panem). No creo haber tomado vacaciones —salvo por acompañar a mis parejas— desde que terminé mis estudios. Para mí escribir es viajar, divertirme, reposar (y eso que nunca estoy satisfecho, y reviso y corrijo hasta sacarle sangre a la página). Ateo que soy, mi dios es la literatura… por lo que cosecho grandes y repetidas decepciones; pero también una que otra recompensa. Por lo menos la mitad de mis viajes (a lo largo y ancho de Francia, por Europa y América Latina) y muchas de mis mejores experiencias, me han sido procurados por la literatura y los libros.
En consecuencia, lejos de creer que todo vale en literatura, tiendo a pensar que nada vale tanto como ella… Y llego al extremo de perdonarle cualquier cosa a un individuo con tal de que escriba bien.
Durante mi primer viaje a extranjero en 1986. En Colón, provincia de Manabí, Ecuador, con Antonio Orlando Rodrígues, las brasileñas Laura Sandroni y Gloria Pondé, y nuestro anfitrión el poeta Horacio Huidovro.
¿Qué es necesario para que una novela interese a los lectores?
(JFR): Eso no lo sabe nadie. Cada lector es diferente y espera algo distinto de la literatura. Algunos buscan historias que los alejen de lo cotidiano, otros, al contrario, buscan respuestas para los problemas del día a día. Estos desean un espejo donde mirarse y aquellos, algo trascendente, con respuestas para las Grandes Preguntas en torno a la vida, la muerte, el amor, la guerra… Pero también hay gente que solo anima el deseo de frotarse con la palabra excelsa, la construcción ingeniosa, la idea prístina.
Supongo que uno como escritor se parece a sí mismo como lector… Aunque los que hacemos literatura infantil hemos de tomar suficiente distancia, practicar una forma de esquizofrenia; con dos cabezas como la del dios Janus: una vuelta hacia la infancia (la nuestra, que dejamos atrás, y la ajena, que tenemos por público) y la otra vuelta hacia el adulto que somos. En cualquier caso, los lectores con los cuales me entiendo bien gustan de historias intensas, sorprendentes, bien hilvanadas, y al mismo tiempo escritas con esmero y creatividad. Alguna vez me definí como “un traficante de aventuras y leyendas”. Pero trafico con guantes de seda, intensamente convencido de que la literatura debe, como dijera Martí de la poesía, “resistir como el bronce y vibrar como la porcelana”.
¿Cuáles son tus géneros favoritos en la lectura, tus autores y quiénes te han influido más?
(JFR): Lo que menos leo es poesía y teatro. Me gustan el ensayo (cuando está bien escrito y no exige la pertenencia a una secta intelectual) y la Historia (cuando reconstruye los movimientos de masas sin descuidar los destinos de hombres concretos), pero lo que más leo son cuentos (infantiles) y novelas (para chicos y para adultos). Citar “mis autores” me resulta bien difícil pues he leído muchos, prefiriéndolos o descuidándolos según el momento vital o creativo. La mayoría son autores para niños, lo que es lógico teniendo en cuenta mi especialización.
Para empezar, creo que le debo mucho a Martí (me gustaría poder negarlo, porque es el autor que más revindicamos y traicionamos los cubanos) y a ese famoso desconocido que es Hans Christian Andersen. Sin dudas me han marcado Julio Verne y Alejandro Dumas (aunque no he escrito ninguna auténtica novela de aventuras), Charles Perrault, Road Dahl y Pierre Gripari. Debo enormemente a Hergé (pese a no cultivar la historieta), a Enid Blyton (una escritora mediocre que, no obstante, marcó mi infancia y mis inicios como novelista). También debo, aunque no sea más que una comprometedora admiración, a los cubanos Dora Alonso, Onelio Jorge Cardoso y Guillermo Cabrera Infante.
Hay libros que en algún momento orientaron mi carrera (de lector o de escritor; suponiendo que sean cosas diferentes) o me dejaron una huella indeleble: Aventuras de Guille (D. Alonso), Emilio y los detectives(Erich Kaestner), Los tres gordinflones (Yuri Olesha), El viejo Jottábich (Lazar Laguin), Timur y su pandilla(Arkadi Gaidar), las series “Aventuras de Kásperle” (Josephine Siebe), “Teban Sventon” (Ake Holmberg), “Club del Pino Solitario” (Malcolm Saville) y “Aventura” (E. Blyton), así como diversas novelas juveniles escandinavas (Lindgren, Unnerstand, Tove Jansson). En algún momento admiraba tanto Las aventuras de Tom Sawyer La isla del tesoro que los releí regularmente, procurando empaparme de su estilo.

Tumba de mi admirado Erich Kaestner (Munich, 2005), escritorio de Dumas en el Castillo de Montecristo (Pont-Marly, 1996),monumento a Andersen (Copenhague, 1993)
¿A qué te dedicas cuando no escribes?
(JFR): Yo soy un escritor profesional (aunque, no temo repetirlo, no dé para vivir) y casi todas mis restantes actividades tienen que ver con la promoción de la literatura, la lectura y la escritura. Desde 2005, además, he ilustrado unos cuantos de mis libros. Así que leo, dibujo, visito museos (numerosos y excelentes en París, a veces hasta me salen gratis), escucho la excelente radio pública francesa, acudo (sin la menor disciplina) al gimnasio, escribo a tanto amigo lejano y, últimamente, pierdo mucho tiempo en Internet. Tengo la manía de ordenar y la mala maña de dejar para última hora, o para nunca, lo urgente.

he ilustrado algunos de mis libros... y en los salones dibujo dedicatorias

¿Cuál es tu método de escritura? ¿Anotas lo que se te ocurre? 
(JFR): Tengo decenas de cuadernos (con notas escritas y dibujos) donde amontono nombres y anécdotas de personajes, nombres o descripciones de lugares, esbozos de escenas, ideas, referencias, chistes. En su mayoría, esos apuntes no encuentran lugar en mis libros (algún día deberé reunirlos en volúmenes heterogéneos que nadie querrá publicar), pero otros permiten el lento y progresivo desarrollo de algunos libros, e incluso constituyen cuentos casi completos y hasta algún poema (malo). Conservo varias agendas, apuntes, recortes y manuscritos que remonta a fines de los años 60. A veces reescribo proyectos antiguos, o no tanto.
En general soy un escritor lento. Puedo demorar 20 años en escribir un cuento de solo 10 páginas. Y no hablo en sentido metafórico: la trama de El pájaro libro ya la tenía completa en 1982, pero solo conseguí darle su forma definitiva un par de años antes de publicarlo en 2002. Más grave es el caso de mi novela La leyenda de Taita Osongo; la escribí en 1983 para optar al premio Heredia en Santiago de Cuba, que efectivamente gané. Pero no aproveché el derecho a publicación. Necesité casi 20 años para concebir las páginas —escasas pero esenciales— que diferencian el primer manuscrito del libro publicado en 2004 (se estrenó en traducción francesa) y 2006 (fecha de la edición mexicana). Una trama puede estarme dando vueltas durante años, o lustros, antes de que me empiece a redactarla o consiga terminarla, pasando en algunos casos por versiones que otros quizás considerarían publicables.
No me faltan ni ganas ni ideas, pero me cuesta mucho dar con el tono adecuado, con esos detalles que hacen viva a una criatura de palabras. A veces puedo ser muy indeciso, y si puedo quedar desconcertado ante el menú de un modesto restaurante, que solo propone una docena de ítems como entrada, plato y postre, ¿cómo entonces decidir entre las infinitas posibilidades de tono, estilo, perspectiva o subgénero con los cuales se puede abordar una historia? Yo acabo un libro cuando no puedo más, cuando estoy tan preñado de él que se me sale por los poros. Ningún método ni truco me resulta infalible para acortar los plazos: o leo libros parecidos o acumulo documentación, o bien escribo trozos que luego he de armar e interconectar o dibujo las situaciones antes de narrarlas, y a veces me dejo marcar la pauta por los ukases del editor… Pero el libro solo sale cuando tiene que salir.
¿Sí pudieras ser un libro, cuál serías?
(JFR): ¡Pero es que yo soy un libro! No voy a decir cuál, pues en este mundo cruel no es bueno que nos lean los secretos. Solo puedo revelar que soy un libro muy parecido a La historia interminable de Michael Ende.
¿En qué proyectos te encuentras sumergido en estos momentos?
(JFR): De mis respuestas anteriores se deduce fácilmente que estoy metido en varios proyectos en estos momentos. En unos me sumerjo un tiempo, en otros doy breves zambullidas...
Todo escritor tiene dos oficios: escribir y publicar. Y aunque soy un escritor relativamente bien aceptado, tengo una decena de libros (cuentos y novelas) terminados e inéditos, o actualmente fuera de catálogo (no son “seis personajes en busca de un autor” sino seis —o más— obras en busca de un editor… adecuado). Mientras no está publicado, un libro está inconcluso (como dirían ciertas madres: “hasta que la hija no está casada, no está encaminada”) y sigue pesando sobre las espaldas de su autor… aunque menos que los libros inacabados, condenados a girar en un torbellino similar al que imaginó Dante para las almas no bautizadas, exiladas en el Limbo.
Por método, por carácter o por accidente, trabajo en varios cuentos, novelas, artículos y proyectos de ilustración al mismo tiempo; hasta que uno de ellos está tan maduro que se pone delante de los otros y me acapara. A veces el que consigue protagonismo es un proyecto completamente nuevo, salido “de la nada”, pero con tanto brío que no hay quien se le resista.


¿Se escribe por placer o también por dinero y reconocimiento?


(JFR): Se escribe por placer, pero no hay placer sin reconocimiento y, por tanto, sin dinero (que es la justa compensación por la explotación comercial de nuestro trabajo y única forma, en una civilización mercantil como la nuestra, de hacer circular productos y servicios). Sin esa remuneración, los que vivimos de nuestros libros tendríamos que dejar de escribir para asegurarnos el pan, el techo, el fuego, los calzones… o nos veríamos en tal medida apaleados por la necesidad, que mal podríamos consagrar a nuestras obras el tiempo y meollo que estas exigen.
El derecho de autor proporcional (X % por cada ejemplar vendido) es el mejor sistema de retribución literaria porque —a diferencia de las subvenciones y mecenazgos— garantizan la libertad de opinión y una cierta conexión del autor con la realidad. El problema es que el neoliberalismo y la financiarización de la economía también han contagiado a la industria editorial, y el aumento irracional de la oferta (de títulos “fusibles” que se clonan con pocos ambages) “pudre” el panorama y obliga al autor a cortar en dos cada idea que se le ocurre para hacer de uno, dos libros, y así intentar mantener su nivel de vida y su presencia en las librerías.
Escribir solo por dinero y reconocimiento (¿de quién?) es muy peligroso. No solo porque traicionaríamos a los lectores, sino porque nos traicionaríamos a nosotros mismos. A veces el escritor rico (o no tanto) y “reconocido” (y tampoco) es un cínico o un amargado que ya nunca volverá a escribir bien.

¿Dominas los recursos de estilo, las figuras literarias o escribes con estilo propio y sigues experimentando y aprendiendo?
(JFR): El estilo propio lo conforman menos los recursos que uno acaba por dominar que, lo dijo Carpentier, las estrategias que uno inventa para eludir los defectos que uno jamás llega a vencer. Pero entiendo que te refieres a aquellos recursos que uno mismo ha inventado (o reciclado, adaptado, integrado; porque a estas alturas es difícil crear algo enteramente nuevo). Creo que “mi estilo” se configuró entre 1986 y 1993, en libros como Los cuentos del mago y el mago del cuentoAventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes y Vuela, Ertico, vuela, gracias a la articulación de realidad y fantasía, a un discurso estereofónico que simultánea —pero diferenciadamente— se dirige a niños y adultos, a un lenguaje que busca ser juguetón, sin dejar de ser preciso e innovador. Procuro evitar la calcificación de esta estética con variaciones como Pájaros en la cabeza (2004) o Concierto n°7 para violín y brujas (2013), y con textos más despojados —a veces para niños muy pequeños— como la serie “Gatito” (iniciada en 2012) o novelas de aventura detectivesca como Exploradores en el lago (2009). Finalmente, mi debut como ilustrador de algunos de mis textos, desde 2006, me obliga a explorar nuevos yacimientos y técnicas.
Siempre aprendes, inventas, descubres… incluso dentro de tu viejo coto de caza. Es más, desde el momento mismo en que dejas de experimentar y aprender, estás acabado.
Con Félix Luis Viera y Luis Cabrera Delgado
en el Coloquio de la Praxis Literaria. Santa Clara, 1993
Se habla que los escritores deben cuidar y ofrecer obras depuradas utilizando recursos narrativos, ¿o encuentras bien que lo que se cuenta, se limite a contar como se cuenta en la sobremesa?
(JFR): Nunca se escribe como se cuenta en la sobremesa. Incluso los narradores de estilo coloquial deben elaborar un discurso, seleccionar y organizar los elementos de realidad que ponen en la página. Aunque solo sea porque en la vida real, lo que decimos viene apoyado por entonaciones, pausas, gestos, y que lo que sucede es visto y referido por alguien (el narrador) que, incluso cuando no participa de la trama, no deja de ser un personaje.
El caso es que el realismo a secas no me interesa. Me considero miope y “duro de oído”, y por tanto no me estimo apto para la reproducción directa de la realidad… cosa que, de todos modos, no me interesa.
Antes me dije miope, pero también presumo de présbita. La distancia que me permiten poner la fantasía, la parábola, la aventura o el humor entre la realidad y yo, crea el espacio necesario para deslizar mi concepción del mundo. También, por supuesto, es una cuestión de placer creativo. No me parece que un espejo (retrovisor, de baño o de escaparate) tenga una vida muy divertida.
¿Regalas libros en alguna ocasión?
(JFR): Todo el tiempo. Regalo libros a alguna biblioteca o escuela, a familiares, amigos y colegas, y a veces a uno que otro que no es tan amigo (por razones, digamos, diplomáticas). También regalo mucho de mi trabajo, ya sea en mis sitios (http://elpajarolibro.blogspot.com es el principal), en Facebook y en diversas publicaciones electrónicas o impresas que no pagan la colaboración (en el terreno de la literatura infantil se remunera todavía menos, y peor, que en literatura para adultos). Soy generoso y por tanto pobre.
Mucha gente ignora que a los escritores no nos dan más que una ínfima cantidad de ejemplares de nuestros libros. Los ejemplares pertenecen a sus editores (que pagan papel, tinta, imprenta, distribución y promoción) y no a los autores, que solo poseemos “la obra” (nadie nos paga el trabajo de creación; solo nos dan una lasquita del beneficio que produce su venta). Cuando publiqué mi primer libro, un conocido me preguntó con falsa sorpresa: “¿Y no les regalas tu libro a los amigos?”, a lo que debí responder: “Mis amigos son los (primeros) que compran mi libro”.
Viejos mitos como el “derecho del pueblo a la cultura” y el “libre acceso a la creación” han engendrado su avatar post posmoderno con la “descarga libre”. En algún sitio pirata he descubierto alguno de mis libros que un “generoso” Robin Hook (Sic.) pone gratuitamente a la disposición de quienes se abonan a su pequeña empresa filibustera. Todo el mundo paga la computadora, la corriente y la conexión telefónica, pero se esfuerza en no pagar la música, las películas y los libros sin los cuales los tres primeros ítems resultarían muy poco apetitosos… Pero esto es h@rin@ d€ otro co$t@l...
Con Leonardo Padura y Karla Suárez en el festival América (Vincennes, Francia, 2012)
¿Crees que la literatura cubana está de moda y que el escritor, en tanto figura pública tiene responsabilidad social?
(JFR): Menos que hace una década, pero sí: Cuba está de moda. Eso sí, más que la literatura cubana, están de moda la música (salsa, jazz latino), el mar, el sol, las mulatas y las especulaciones sobre el futuro político de la Isla. Reconozco que es bastante fácil llamar la atención y alimentar una conversación con el solo hecho de ser cubano, y que hay eventos consagrados a Cuba, cuando no los hay a propósito de Mongolia, Honduras o Liechtenstein. La cara fea de la moneda es que muchos esperan que hagas “el cubano” y que tus libros muestren La Habana en ruinas, las mulatas ardientes, el exilio y los tambores. Si tus libros tocan otros temas (como ocurre en casi todos los míos), te cuesta encontrar editor o promotor tanto como a un escritor de Mongolia, Honduras o Liechtenstein.
Lo de la responsabilidad social es difícil de evocar en la época ultra individual y posmodernamente desencantada que vivimos (por lo menos en “Occidente”). Hay una minoría que sí cree en la responsabilidad del intelectual frente a las “impurezas de la realidad”, pero es difícil conseguir el equilibrio entre el compromiso ideológico y esa autonomía estética sin la cual no se hace literatura sino panfleto o, en mejor de los casos, periodismo.
Los autores de libros para niños lo tenemos más fácil porque no se espera de nosotros que hablemos de política, pero en realidad lo tenemos más difícil porque también se espera que contribuyamos a la formación de los chicos, sin manipularlos... Y cuando nuestra consciencia o nuestras cicatrices nos piden hablar de política o ética, hemos de hacerlo sin que lo parezca y sin que se note demasiado de qué lado estamos. Yo intenté mostrar con el máximo de neutralidad algunos problemas de la Cuba reciente en Mi tesoro te espera en Cuba; pero creo hablar de política (de la apropiación y ejercicio del poder) con más eficacia en las parábolas que son el cuento Pájaros en la cabeza, la novela Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes, y textos que no encuentro quien me publique como “El plátano republicano”.
mis últimos meses en Cuba (primavera de 1989) los dediqué a escribir en esta máquina Olivetti (regalo de una amiga argentina). Ahí comencé el que sería mi tercer libro "Los cuentos del mago y el mago del cuento".
¿Cómo te ha cambiado el mundo de la tecnología y el e-book?
(JFR): El e-book todavía no me ha cambiado nada. Tengo algunos libros en formato electrónico, casi toda mi bibliografía activa está a la venta en la web y tengo hasta un primer libro en formato electrónico que no existe (pese a la promesa del editor) en papel. No conozco gran cosa en materia de informática y mal me veo adaptando mi manera de crear a las nuevas herramientas y formas de comunicación (cuya influencia en la vida moderna no alimenta tampoco mis tramas). Otra cosa es el uso de la tecnología para escribir más cómodamente y comunicar más rápida y eficientemente. Me compré mi primera computadora en 1992, abrí mi primera cuenta de correo electrónico antes de 1998, y mi primer blog a principios de 2006. Al teclear casi tan rápida y silenciosamente como pensaba, y al disponer de amplias posibilidades de documentación, corrección y exploración de variantes, mi escritura se liberó de cierto peso y redujo errores e imprecisiones. Esta nueva libertad me ha dado alas para volar aún más lejos y codiciar el horizonte.
Pero nunca he leído en tableta, y no siento su falta. Para leer nada se ha inventado mejor que los libros. Puedes escoger tipografía, tipo de papel y encuadernación, sin preocuparte de la batería, la temperatura, la humedad o el polvo. Para documentarse, los “leedores” electrónicos son más eficaces, pero para leer literatura… ¡No!
¿Sentías que habías nacido con vocación literaria, cuáles son tus verdaderos orígenes en ese sentido?
(JFR): Ya lo dije al principio, empecé a escribir siendo niño, pero me consta que SIEMPRE conté historias (a mí mismo y a los demás). La realidad no me satisfacía y pronto me empeñé en mejorarla, “editarla”, remasterizarla. Pienso que, al margen de mi deseo de literaturizar la realidad, la necesidad de leer y luego de escribir me la impuso una pérdida jamás consolada: cuando tenía unos 3 años, mi familia cambió de ciudad. La nueva casa era pequeña y en el cuarto de desahogo del pueblo natal se quedaron unos comicsque nunca pudimos recuperar y ni siquiera sustituir, puesto que la Revolución decretó que el género (como su origen estadounidense) eran perjudiciales para el pueblo cubano. Por supuesto, yo no sabía leer (creo recordar que algunos de aquellos comics estaban en inglés), pero imaginaba las historias. Esa primera pérdida bibliográfica me condenó a ser un bulímico lector (cuando estoy “en falta” —en la cola del supermercado, por ejemplo— leo las etiquetas de las conservas que llenan mi canasta).
En 1979 gané mi primer premio literario nacional y fui entrevistado en el periódico Vanguardia, de Santa Clara
La segunda pérdida irreparable la sufrí cuando me “deportaron” de la Sala Juvenil de la biblioteca provincial. En la sección de adultos no hallé las novelas de niños detectives, las historietas de Tintín y demás libros que me gustaban todavía a los 14 años (aunque ya empezaba a leer literatura para adultos, y no solo novelas policíacas y de ciencia-ficción, sino grandes autores como Thomas Mann o Dostoievski). No pude resistir aquella amputación y comencé a escribir desaforadamente lo que me habían quitado (completé 54 novelitas en 5 años).
Cuando ingresé en la facultad de Letras de la Universidad Central de las Villas, a los 19 años, ya era miembro de un taller literario, había participado en un par de concursos literarios y había publicado (un dibujo y un cuentecito) en el semanario humorístico regional. A los 24 años, con mi primer cuento no realista, gané un premio nacional, y a los 29 publiqué mi primer libro.
Todo lo ocurrido desde que empezara a contar historias a los 10 años era mi “destino manifiesto”.
¿Lamentas que tu vida literaria no se hubiera desarrollado en otro medio más propicio?
(JFR): Todo tiempo pasado, presente y futuro pudo ser mejor. En Cuba nunca ha habido bastantes libros. Ni siquiera en la época en que más títulos se publican, los últimos 15 años, porque no se importan libros y la industria editorial de un pequeño país no puede dar cuenta de la vasta producción mundial (en el supuesto de que se lo propusiera, que no es el caso). Durante mi infancia y adolescencia era difícil acceder a, siquiera, una correcta representación de la literatura universal (contemporáneos menos aún que clásicos y). Sé que algunos compatriotas de mi generación lograron tener una buena formación literaria, pero mi familia no era nada intelectual y en la provinciana realidad villaclareña las vías alternativas eran escasas. Si mis lecturas hubieran sido más variadas, si mis profesores de Español y Literatura hubieran sido mejores, si hubiera tenido un mejor acceso a revistas y tertulias literarias, y a otras expresiones artísticas… yo sería ciertamente un mejor escritor… Pero ¿no estoy especulando? Acabo de explicar que fue precisamente la falta de libros lo que me incitó a escribir…
Ningún individuo plenamente satisfecho con el mundo en que vive, intenta reformarlo. Y los escritores somos eso: reformadores, cuando no revolucionadores, de la realidad gracias a esa forma objetiva del ensueño que es escribir.
Al salir de Cuba en junio de 1989 se me abrieron las grandes alamedas de la literatura. Y no solo pude acceder a ella en castellano, sino en portugués, francés (la lengua en que más leo), inglés e incluso ocasionalmente en italiano. He podido reformatear y enriquecer mi cultura, y desarrollar mi oficio. Pero los huesos necesitan el calcio que aporta la leche en la infancia y no en la madurez, y debo concluir que ciertas carencias de mi formación las guardaré para siempre (como una escoliosis y huecos de la dentadura que me acompañarán hasta el “FIN”).
¿Crees que la literatura cubana a veces tiene serios altibajos?
(JFR): Todas las literaturas tienen altibajos. La cubana tal vez más que otras porque nuestra realidad económica y política ha vivido muchos sobresaltos. Hay países más pobres y con mayores porcentajes de analfabetismo (nuestra vecina Haití, sin ir más lejos), que sin duda afrontan problemas que Cuba desconoce. Pero el nuestro es uno de los pocos países del mundo en que la simple condición de emigrado te impide publicar y ser leído allí donde nació, creció y se reprodujo (aunque no necesariamente muera).
La literatura cubana se ha dividido en dos ramas que solo unos pocos conocen a ambos lados del Estrecho de la Florida, acentuando la desnaturalización de un conjunto que, no obstante, ofrece flores intensas y fecundas. Al no poder contar con el cubano integral como receptor, muchos autores condicionan su discurso, sus referencias y sus alcances al destinatario más inmediato, y eso se paga en términos de trascendencia espacial y temporal. Hay mucha narrativa de la Isla que es excesivamente localista y autorreferencial, y mucha narrativa de la emigración que responde a esquemas proporcionales, aunque de polaridad contraria. ¿Cuánta novela no sobra sobre la picaresca de la Cuba post Muro de Berlín, cada una con su cruz en alto, a ambos de esas aguas que ningún Cristo va a cruzar? Oportunismo, populismo, revancha y poca exigencia estética empercuden la literatura cubana, y eso en una medida difícilmente comparable con la de cualquier otra nación.
¿Qué libros han cambiado tu vida?
(JFR): Eso suena un poco grandilocuente… ¿Puede realmente un libro cambiarle la vida a alguien?
En realidad sí, pero no son necesariamente grandes obras literarias. De pequeño me impresionó tuve un librito titulado, creo, El león rojo (aunque impreso en azul y rojo sobre grueso papel blanco), escrito y editado en castellano en algún país del llamado Campo Socialista. Contaba cómo un niño superaba sus miedos y flaquezas gracias a un amigo imaginario. Algunos años más tarde, ya en plena adolescencia, otro libro —quizás un mero manual— de psicología, me hizo descubrir que un carácter se modifica, se fortalece. Yo no estaba nada conforme conmigo mismo, y creo que esos libros me dieron, si no fuerzas, por lo menos esperanzas de cambio. Fueron esenciales para mí y, sin embargo ni del uno ni del otro recuerdo exactamente título o autor. Todavía pasaron muchos años hasta que, en 2003, ya un poco más conforme conmigo mismo, publiqué Javi y los leones, la historia de un niño que, ante la amenaza de un peligro real, enfrenta un miedo imaginario y parte a la defensa de su derecho a ser respetado.
tapa del manuscrito de mi primera novela, terminada al cumplir 13 años


Para un escritor que casi no ha hecho otra cosa en la vida que leer, escribir y hablar de literatura, los libros son algo más que condimentos, algo más que ingredientes, son el caldero y el fuego mismo, y los libros que me han cambiado la vida son, sobre todo, libros que me cambiaron la escritura.
A los trece o catorce años descubrí un relato titulado algo así como El naufragio del “Continental”, en cuya primera página se precisaba que había sido escrito por un niño de 11 años. Sentí tanta envidia que me puse a falsificar las fechas que yo anotaba, escrupulosamente, en la primera y última página de cada una de mis novelitas. Fue una envidia estimulante porque si mi “competidor” se me había adelantado e incluso había publicado un libro, yo creía haber escrito más… y continuaría hasta completar 54 novelas (por supuesto impublicables) en seis años.
tapa del primer manuscrito que presenté a un concurso literario  (Premio Unión, 1977) 
Cuando me puse a trabajar seriamente en lo que sería mi primer libro publicado, El secreto del colmillo colgante, releí atenta y repetidamente Emilio y los detectives, Las aventuras de Tom Sawyer y Timur y su pandilla; tratando de encontrar en esos modelos la levedad y solidez de estilo que debían caracterizar la que pudo ser primera novela detectivesca juvenil cubana (se me adelantaron Benítez Rojo con la —inigualada aunque impura— El enigma de los Esterlines y Pérez Valero con El misterio de las Cuevas del Pirata).
Un lustro después, El hombrecito vestido de gris, de Fernando Alonso, El bolso amarillo, de Lygia Bojunga Nunes y Gramática de la fantasía, de Gianni Rodari, abonaron el surco donde surgió la forma de narrativa que acabaría por definirme, pero que aún requirió la tardía lectura de Cabrera Infante para romper las últimas cadenas que ataban mi prosa.
No obstante es muy probable que los libros que más hayan cambiado mi vida los tenga ocultos en el subconsciente porque, parafraseando de nuevo a Martí: “… hay cosas que para lograrlas, han de andar ocultas”, y un escritor demasiado consciente de sus sueños, angustias y carencias no es verdaderamente libre.
¿Qué pintores cubanos te han influenciado más?
(JFR): Aunque comencé a dibujar de manera más o menos sistemática en 2005, y lo hice siempre para mí mismo o por encargo, no creo que ningún pintor cubano haya tenido una influencia decisiva en ese nuevo rubro de mi actividad, ni en mi cultura general. Pero es indudable que La jungla de Wilfredo Lam me conmueve desde que pude tocarla con los ojos en el MOMA de Nueva York, que el mundo de Pedro Pablo Oliva lo siento próximo a mi sensibilidad, que me gustaría ilustrar como Eduardo Muñoz Bachs, y a veces como Vicente Rodríguez Bonachea (sus mejores ilustraciones no están entre las que concibió para mi segundo libro y primero suyo, De los primeros lejanos tiempos la lechuza me contó), y que me gustaría poder fugarme de tanto en tanto a las comarcas poéticamente hiperrealistas de Tomás Sánchez.
El regreso, la nostalgia, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. ¿Tienes la obsesión del regreso a tenor de los nuevos cambios?
(JFR): Nunca he padecido la nostalgia de realidades conocidas y no me costó demasiado poner tierra (cuando aún estaba en Cuba) o mar por medio entre ellas y yo. He podido regresar a Cuba (solo cuatro años me duró la cuarentena del maldito “permiso de viaje”) y quizá por eso mismo no sueño con regresar definitivamente. Tal vez estoy demasiado afrancesado para eso, y ciertamente no son los modestos “nuevos cambios” los que me persuadirán de incendiar mis naves. Mucho más que la corteza económica y política tendría que cambiar para que me atrapara la obsesión de volver definitivamente a una Cuba que prefiero inventar.
¿Has tenido que esquivar la censura en tus escritos?
(JFR): Todo escritor cubano ha debido esquivar censuras. Lo que pasa es que a menudo el mejor esquive es la elusión anticipada del tema o enfoque conflictivo; la “fuga hacia adelante”, como dicen los franceses. En mi primer libro, publicado en 1983 (todavía tiempo de ojerizas, rescoldos del “quinquenio gris” que ni fue gris ni duró solo cinco años) hay uno que otro “teque” (“verdad revolucionaria” que se le sirve al auditorio con cuchara de palo) y algunas palabras que, incluso si entonces yo era “creyente”, subrayé con prestado lápiz rojo.
Si todavía hoy retengo de vez en cuando la brida, no es solo pensando en Cuba. Los que escribimos para niños debemos tener en cuenta que hay cosas que a los cuatro años no se entienden, que a los nueve años no interesan en absoluto y que a los doce deben seguir siendo ignoradas, y que hay asuntos que importan al adulto que soy, pero no puedo compartir con mis jóvenes lectores, por mucho que yo considere mi obra como un “medio de expresión” personal y no solo como un medio de comunicación estética con un determinado destinatario.
Por otra parte, hay cubanismos que un españolito desconoce o entenderá mal; como hay porteñismos, caraquismos o galleguismos que despistarán a lectores de otras células del cuerpo de “la lengua común que nos separa”. Un lector adulto puede extraer del contexto, buscar en el diccionario o saltar el vacío que abre bajo sus pies una palabra exógena, pero el chico caerá en ese agujero y puede hasta salirse por ahí del libro. Un autor cubano para niños y adolescentes que publica en España, Argentina, México o Colombia (países donde efectivamente he sido editado) y circula por todo el mundo hispánico, tiene a veces que tomarse bastante en serio aquello de género “definido por su destinatario”. Son muchos los valores, sabores y tenores que no compartimos mis lectores y yo. A veces el editor me da tijera y a veces me doy tijera yo. Es otra forma de censura, menos dolorosa, pero no menos cierta.
manuscrito de "El secreto del colmillo colgante, sanamente "tijereteado"
No obstante, la libertad es un material más plástico y elástico, y más dotado de capacidad autorregenerativa, de lo que suele pensarse y decirse. Como los gatos, un escritor, siempre que quiere, cae parado.
Isaac B. Singer afirmaba que tenía más de 500 razones para escribir para los niños. ¿Cuáles son tus razones fundamentales?
(JFR): Las mías no suman 500, pero ciertamente son más de las que caben en esta página. La primera es que no he sentido hasta ahora —fuera de mis ensayos y artículos— la imperiosa necesidad de “ir a ver si me encuentro en otro sitio” (traduzco una popular boutade francesa). A medida que me pongo viejo, noto que acumulo cosas que solo con un coetáneo puedo compartir plenamente, y eso puede acabar por conducirme a la ficción para adultos. Pero hasta ahora mi satisfacción estética ha sido plena dentro del coto de la literatura infantil (seguramente porque escribo para adultos artículos y ensayos que no carecen de jugos creativos).
Ya lo dije en otro sitio: empecé a escribir siendo niño y como escribía en primer lugar (como todo el mundo) para mí mismo, empecé a escribir literatura infantil. Dentro de ese “género” (en propiedad, un abanico de géneros) se desarrolló mi estilo, que se define en el abordaje de lo que me preocupa, me gusta o me interpela, usando la percepción y discurso que son propios o afines a la infancia. Es una cuestión de poética, de tipología discursiva: un poeta escribe versos, un dramaturgo escribe diálogos, un escritor infantil escribe a la manera esencial (no a la manera elemental) del chico. Prefiero a los más jóvenes como destinatario porque me gusta crear universos fantásticos (con cimientos realistas); algo que los adultos, cuando lo aceptan, es solo como táctica o técnica de extrañamiento. Los chicos, en cambio, me creen a pie juntillas todas mis “mentiras”. Y esas “mentiras”, fervorosamente construidas, son mi verdad estética.

Escribir para chicos no supone simplificación alguna. Lo que no puedes hacer es abusar de las descripciones, introspecciones y digresiones (que también puede ser defecto en la literatura mal llamada “general”) o presentar un mundo excesivamente pesimista, desencantado, agrio. No porque no les puedas hablar de los hoscos traspiés del humano, sino porque no tienes derecho a fastidiarles la existencia (aunque hoy la literatura juvenil, e incluso la infantil, acampa bastante a menudo en esos terrenos insalubres).
El caso es que esas supuestas limitaciones no lo son para mí… y por tanto ¡prefiero a los chicos!
¿Hay algún género más eficaz para trascribir la realidad cubana?
(JFR): Cualquier género de ficción me parece válido para transcribir una realidad, y lo mismo opino de los subgéneros (picaresca moderna, negra o detectivesca, novela-testimonio, thriller sentimental, relato histórico, realismo mágico, novela de aventuras o de ciencia ficción y, por supuesto, literatura infantil. El éxito internacional cosechado por Leonardo Padura inclina a creer que la novela negra lo hace muy bien.
Podría contentarme con responder a la pregunta en tanto que lector, pero no me parece tan interesante. Como lector soy una persona privada; como escritor, soy una persona pública.
primera versión de "Mi tesoro te espera en Cuba"
(Hachette. Paris, 2000)

Ya dije que no soy un escritor realista y que el tema cubano es infrecuente en mi narrativa… por lo menos explícitamente, porque más de una de mis comarcas mágicas y personajes fantásticos caben en el mapa de la Isla.
En Mi tesoro te espera en Cuba me valgo de una trama detectivesca en torno a un tesoro escondido, para abordar esa época de descomposición del modelo castrista que fuera bautizada, de modo abstruso, “período especial”. Mi novela fue tan bien recibida en Francia que, por su capacidad para explicar la realidad cubana a jovencitos que nada saben de nuestro país, resultó finalista del Prix des Jeunes Lecteurs y ganadora del Premio de la Ville de Cherbourg-Octeville. En La tremenda bruja de La Habana Vieja también abordo algunos aspectos del ¿quinquenio negro? sin abandonar los predios de lo magicómico, mientras que en la gran parábola que es Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes hay, igualmente, mucho de Cuba.




¿Crees que la cultura cubana tiene déficit de monografías, memorias históricas que den profundidad a esta cultura?, ¿cómo se puede suplir este vacío?
(JFR): Aunque no estoy suficientemente informado de la producción editorial en la Isla o en la diáspora, tengo la impresión de que hay pocos estudios competentes, variados y complementarios de los diversos aspectos de la sociedad, la historia y la cultura cubanas de hoy, de ayer y de antes de ayer. Si Cuba no ha sido siquiera capaz de publicar un lexicón cubano, pese a poseer una Academia de la Lengua, ni de actualizar el Diccionario de Literatura Cubana, pese a la abundante plantilla del Instituto de Literatura y Lingüística, y tampoco los numerosos emprendimientos individuales e institucionales en Miami o Madrid han logrado coagular en verdaderas investigaciones multidisciplinarias y trascendentes… ¿cómo esperar una seria valoración del amplio espectro de nuestra cultura?
En los últimos diez o doce años, por ejemplo, se ha destapado la temática afrocubana, pero ni siquiera esta abundancia evita que se repitan abordajes demasiado subjetivos o, por el contrario, excesivamente pragmáticos. ¿Qué decir, entonces, de otros aspectos menos “sexy” como la vida colonial o las facetas no estrictamente político-económicas de la primera mitad del siglo xx? Probablemente hay una que otra obra que ha hecho lo que pido de manera honesta y rigurosa, pero su escasa visibilidad me daría, de todos modos, la razón.
Para disponer al fin de una abarcadora “Memoria Cubana”, haría falta que superásemos el recelo, el individualismo, el revanchismo; que aprendiéramos a trabajar en equipo, de manera científica, y a crear proyectos editoriales y universitarios sólidos, convincentes, dotados de los necesarios recursos para expurgar archivos que están en Cuba, España y Estados Unidos. Y que hubiera público para ello. No solo los cuatro gatos intelectuales de siempre, sino un amplio destinatario —apasionado, pero crítico— que prefiera saber a tener, leer a consumir, compartir a facebookear. En fin, deliro…
¿Sin memoria histórica no hay imaginación?
(JFR): Sin memoria histórica la imaginación es volátil, superficial, enfermiza; más juego de estilo e imitación de otros imaginarios que exploración de una selva que, pese a todas las apariencias, no ha sido talada. Muchos cuentos y algunas novelas juveniles cubanas (ocurre lo mismo en literatura para adultos, pero prefiero referirme a lo que mejor conozco) repiten los modelos y trucos de la literatura fantástica del norte de Europa, despreciando los tesoros enterrados de la mitología afrocubana, indocubana y hasta hispanocubana. ¿Cuándo tendremos fantasía heroica inspirada en el panteón yoruba?, ¿cuándo un güije cabalgará un manatí y desafiará a la Madre de Agua en la conquista del gran cemí de oro?, ¿cuándo la Madre de los Tomates y el Ñame con corbata bailarán el Son de la Ma’Teodora...?. Con una historia tan rica y movida como la nuestra, vinculada a la fabulosa conquista y colonización de los imperios azteca e inca; poblada de piratas formidables como Drake, Morgan y el cubano Diego Grillo; con páginas de fuego e intriga como la ocupación inglesa, la rebelión de La Escalera, las guerras de independencia (despojadas de epicidad retórica y manipulaciones ideológicas), la presencia nazi en nuestras aguas… ¿qué poca novela histórica y de aventuras hemos producido? Y si alguno de esos temas ha sido abordado, las candilejas politiqueras han ocultado los dramas humanos intensos y la acción puramente novelesca… que tanta lívida luz puede arrojar sobre nuestros drama, tragedia y comedia nacionales.
¿Qué significado tiene para ti la ciudad dónde has vivido la mayor parte del exilio?
(JFR): He vivido 25 años fuera de Cuba. Más de la mitad de ese tiempo (el resto se divide entre Río de Janeiro, Copenhague y Buenos Aires) lo he pasado en París, que es un fabuloso escenario literario. Pero como ya dije, mi literatura no es realista, y raramente aprovecha fuentes directas y menos aún autobiográficas. Hasta el momento no he escrito ni siquiera un cuento que transcurra en una de mis cuatro (¡interesantes!) capitales de Sudamérica y Europa. Tentado he estado, y algún vago proyecto mantengo calentito entre las cenizas del fogón, pero de momento, nada. Sin embargo ¿se puede imaginar mejor ciudad para un escritor que París? Aquí he escrito la mayor parte de mis libros y he estrenado algunos de ellos; he tenido importantes experiencias profesionales, vitales y culturales que sin dudas han aportado consistencia, singularidad y trascendencia a mi obra.
Sin haberme convertido en un escritor francés y ni siquiera en un escritor parisino, algo de la concepción y práctica de la literatura y la edición del país que me ha hecho un ciudadano pleno, han modulado mi personalidad creativa. La mejor prueba de que me estoy afrancesando es que me siento cada vez más tentado por Cuba como fuente de paisaje, conflictos y formas expresivas… porque si algo caracteriza a la literatura francesa es que, aparte de contemplarse con delectación el ombligo, adora dar cuenta del mundo exterior.
¿Qué objetivo persiguen tus libros?
(JFR): Esta es quizás la pregunta más difícil que se le puede hacer a un escritor. En la plena extensión del término, un escritor no tiene objetivos netamente delimitados y conscientes. Es al cabo de muchas leguas (recorridas con los pies y con la pluma) que vuelves la cabeza atrás y descubres a dónde ibas.
Yo escribo de manera irreprensible (no confundir con “incontinente”), arrastrado por la necesidad de dar vida a ciertos personajes y desarrollar determinada historia. Pero fuera de algún que otro divertimento en que, una vez concluida la reflexión retrospectiva, no descubro motivaciones consistentes, todos mis cuentos y novelas se apoyan en una concepción del mundo basada en “la utilidad de la virtud” (por tercera y última vez cito a Martí, pero nótese que lo hago sin tirar de las riendas ni pararme en los estribos). En mis textos suelo ridiculizar a los poderosos, burlarme de los burócratas y los imbéciles (¿redundancia?), defender la naturaleza, la generosidad y la imaginación, recompensar la inteligencia, la perseverancia y el coraje… Rápidamente se nota por qué no me preocupo por mis “objetivos”: todo lo anterior es tan tradicional y bien pensante que debía haberme conducido a tramas insípidas y polvorientas. Tengo, en cambio, la vanidad de creer que suelo andar a campo traviesa y hasta a veces con cierto aire insolente.
Seguramente, aspiro a que mis lectores salgan de mis libros más inteligentes, más prevenidos contra las ideas prefabricadas y los discursos politiqueros. Pero también tengo motivaciones muy íntimas, como se puede deducir de mi abundancia en personajes solitarios que buscan que los quieran, en pájaros y otros vuelos, en destinos insospechados, en victorias de la inteligencia sobre el egoísmo pedestre, en conflictos que no por escasamente tortuosos se resuelven en victorias menos brillantes… ¡Qué sé yo! Ya dije que un escritor que se conoce demasiado se seca. Porque si no te sorprendes a ti mismo… ¿qué gracia tiene escribir?
¿Qué mensaje deseas trasmitirle a los cubanos y a tus lectores en el próximo año?
(JFR): Me gustaría poder decirles: “¡Patria y Vida! ¡Al fin vencimos!”

http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/muchos-esperan-que-hagas-el-cubano-y-que-tus-libros-muestren-la-habana-en-ruinas-319861

¿Es posible traducir, exportar, la literatura cubana?

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Conferencia pronunciada el 25 de febrero de 2015 en la sede provincial de la Unión de Escritores y Artistas, en Santa Clara 


De la misma manera que el paisaje, los modos de vida o la Historia; las expresiones estéticas no presentan el mismo aspecto ni revelan iguales esencias vistas desde el interior que en la distancia, sea esta espacial o temporal.

Observada desde España, Argentina, Colombia o México, donde he publicado la mayoría de mis libros, o desde Francia, donde vivo, leo y desarrollo lo esencial de mi actividad creadora, la literatura cubana revela peculiaridades que le confieren sabor y esencia propios, al tiempo que la distinguen de otras praxis, incluso próximas como las de Hispanoamérica. Lo paradójico de la soberanía estética cubana radica en que lo que la define y hace interesante reduce sus posibilidades de resultar comprensible o disfrutable fuera de las fronteras de la nación (el archipiélago cubano más las “islas” de emigrantes que hemos dispersado por el mundo).

Es un hecho que la literatura infantil es menos traducible que la literatura para adultos. Antes de argumentar esta idea, quiero aclarar que cuando digo “traducción”, las más de las veces estoy hablando en términos culturales y no estrictamente lingüísticos. La literatura cubana ha de traducirse al francés para ser leída en Francia o al portugués para ser leída en Brasil; pero también ha de ser traducida en el vasto interior de la lengua castellana, para ser plenamente asimilada por niños de España, Argentina, Colombia o México… que se enfrentarán a la utilización de otras palabraspara trasmitir el mismo concepto, de otra sintaxis para interconectar vocablos que sin embargo son los mismos y, finalmente, de ciertos sobreentendidos (refranes, títulos o letras de canciones, referencias culturales, geográficas, históricas, gastronómicas, etc) que nos son exclusivos… sin que muchas veces nos demos por enterados.
Vuelvo pues al comienzo del  párrafo anterior para precisar que esta “traducción” en el interior de la lengua común que nos separa (como bromeó un escritor latinoamericano en tiempos del famoso boom) es prescindible cuando el receptor es un adulto, puesto que a partir de cierta edad y de cierto nivel de cultura no solo sabemos que el castellano es una lengua internacional que cubre realidades diversas, sino que estamos capacitados para saltar sobre un término desconocido o infrecuente; deduciendo su significado por el contexto, por otras experiencias lingüísticas y culturales o porque, de última, nos lo aclara el diccionario.

Pero los niños (y mientras más jóvenes e inexpertos, peor) se desconciertan, pierden el paso e incluso abandonan la lectura cuando los “sinsentidos” lingüísticos y culturales se acumulan… O por lo menos eso temen (pese a que Harry Potter, Narnia y otros best-sellers son leídos en edición española sin que ningún exotismo lexical parezca frenar su arrollador éxito) los editores, maestros y padres extranjeros, que son los primeros en tomar contacto con los libros de autor cubano y se dicen: “mis chicos no van a entender que “guagua” es “autobús” (o “camión”, si quien nos lee es mexicano), que “saya” es “falda” (o “pollera”, si quien nos lee es argentino), que “jeba” es “polola” (si quien nos lee es chileno), que “jaba” es “bolsa” (nos lea un español, un mexicano, un argentino, un chileno o casi cualquier otro hispanohablante). Eso sin hablar de las costumbres, ritos, historia, flora, fauna, etc.
En Cuba para todo sacamos a Martí; en Argentina ese papel correspondería a San Martín y Sarmiento, en Venezuela a Bolívar, en Uruguay supongo que a Artigas… Cuando un argentino escribe “había un olor a mate”, esa simple frase está cargada de sentidos que lejos del Río de la Plata nada significan. Cuando un cubano escribe, “el pitido de la olla anunciaba que pronto sería hora de servir los frijoles” cualquiera de nuestros compatriotas entiende tan bien que hasta se le hace la boca agua; pero un niño español ni siquiera sabe que frijoles y alubias son la misma cosa y uno mexicano no se enterará que se trata de chiles. Pero lo más importante es que saberlo no le evocaría al lector extranjero ese “pan nuestro” de cada día cubano, sino un plato más y “sin más”.
 Otras literaturas en lenguas internacionales como el inglés, el francés o el árabe conocen los mismos problemas que el castellano. Es una de las razones por las que, en materia de libros para niños, suelen ser más los títulos traducidos de otras lenguas, que los importados de otro país de igual idioma. Y lo mismo da que se trate de un libro de Québec en Francia, de uno de Portugal en Brasil o de uno de Nueva Zelanda en Estados Unidos.

Cuba: un caso aparte

Las peculiaridades de organización social y valores imperantes en Cuba levantan una barrera adicional entre el autor cubano y los lectores del mundo, incluidos nuestros vecinos hispanoamericanos.
A partir de 1959, nuestro país se apartó de la vía que, pese a sus respectivas particularidades, siguieron compartiendo nuestros hermanos de lengua a uno y otro lado del Atlántico. De todo Occidente, Cuba fue el único país socialista, la única sociedad que institucionalizó el igualitarismo, la única cultura que ha conocido la “libreta”, las guardias del comité, el apagón, el “todavía no ha venido el agua”, la atención médica gratuita, la inexistencia de desempleo y de huelgas, las “misiones internacionalistas”, la doble moneda, el “paquete” o -para centrarnos en el día a día de los infantes que tenemos algunos de los aquí reunidos por  destinatarios- la pañoleta, el matutino, la posibilidad de ir solo a la escuela o de jugar en la calle.
Un escritor se debe a su obra, como se debe a su destinatario. Los escritores creamos las pequeñas historias que completan, individualizan y dan vida, gracias a sus detalles nimios pero esenciales, a la Gran Historia. No tendría ningún sentido que un escritor cubano, ante la perspectiva de una eventual publicación en el extranjero, renuncie a las peculiaridades de su realidad (que podría así quedarse sin cronista, empobreciendo el patrimonio inmaterial de la humanidad). Por si no fuera poco, algún que otro título de autores cubanos para niños ha conseguido ingresar en catálogos españoles, mexicanos, colombianos… ya porque en aquellos lo “criollo” no determina la trama y los pequeños escollos restantes son salvados por el trabajo editorial, o porque quienes los publican asumen el riesgo de una lectura más difícil y la consecuente disminución en las ventas.
¿Por qué entonces un escritor residente en Cuba habría de renunciar a la substancia que lo hace no solo original sino indispensable a sus compatriotas?  Desde que surgió la literatura profesional, allá en la Grecia Antigua, los escritores hemos querido durar en el tiempo y llegar a ámbitos distantes. La mejor prueba de calidad (en literaria como en cualquier otro campo, incluidos la ciencia o el deporte) es la aprobación por el Otro (en el tiempo y en el espacio), y la aspiración a la universalidad es Estrella Polar de todo creador. Pero renunciar a lo local no es el precio inevitable a pagar por la universalidad. El talento es el catalizador que permite la transformación del carbón (precioso combustible y materia prima industrial) en diamante (la gema indestructible, rara y valiosa). Todo escritor cubano quiere ser universal… o por lo menos publicar en el extranjero. Por ambición estética o por necesidad de holgura económica.
El mercado cubano es pequeño y, además, ni siquiera parece un verdadero mercado. Un libro que vende 2 000 ejemplares no tiene más posibilidades de reedición que uno que ha vendido 20 000. En otros países, las tiradas iniciales son controladas, relativamente modestas; pero la reimpresión es automática si la primera edición se agota en un plazo satisfactorio. Algunos de mis libros han alcanzado la quinta o la décimo sexta reimpresión… aunque también he sufrido lo que ningún cubano: la retirada del mercado de un libro en solo dos años porque no se vendía con suficiente rapidez).
Por otra parte, los autores europeos o latinoamericanos tenemos numerosas ocasiones, en ferias del libros o visitas colegios (en el caso de la LIJ), de comprobar la aceptación o rechazo de nuestras obras y, a partir de ese “retorno”, adecuarnos mejor, en próximos títulos, a las expectativas y necesidades de nuestros lectores.
Un verdadero creador no debe ser esclavo del mercado, pero una sana relación con el público es muy conveniente a todo artista y escritor, y más en una literatura que tiene, entre sus más acertadas definiciones, la de “estar definida por su destinatario”.
En Cuba, desgraciadamente, los limitados recursos editoriales y financieros hacen que les obras raramente se reediten y las primeras ediciones, exitosas o no, suelen agotarse en pocas semanas; por las razones antes evocadas o por concepciones culturales, las visitas a colegios y otras formas de encuentro con los lectores reales es cosa rara. En tales condiciones, ¿cómo evaluar la adecuación entre las necesidades y expectativas del lector y las necesidades y ambiciones del creador, y para qué preocuparse demasiado por ello?
Lo cierto es que una parte importante de la literatura infantil cubana ha vivido en la autocomplacencia, más preocupada por la opinión de colegas y jurados que por las necesidades de los chicos. Y no es un fenómeno reciente, acentuado por la escasa influencia de la crítica y los aspectos negativos –que los tiene- la provincialización de la actividad editorial. Ya en los 70 era frecuente que poetas y otros autores para adultos incursionaran en la literatura infantil con el único propósito de ganar un premio (y los pesos que este procuraba) enriqueciendo su bibliografía con obras que todo el mundo elogiaba… excepto los niños y adolescentes a quienes estaban supuestamente destinadas. Al margen de la supervivencia del problema que acabo de evocar, hoy es frecuente notar que muchos autores utilizan el libro infantil para denunciar las impurezas de la realidad actual o para cauterizar sus propias frustraciones. Abunda una literatura amarga, desencantada, autorreferencial y a veces pedante que presume de la osadía con que estaría abordando los “temas tabúes”. El realismo crítico que ciertos autores metidos a pontífices han coronado desde finales de los 90 como parangón y Non Plus Ultra de la literatura infanto-juvenil no ser sino una entre las demás tendencias de la LIJ y, en cualquier caso, debería ser practicada sin olvidar que si el autor es un adulto que no puede enajenarse de sus problemas y sueños, trabaja para un niño o un adolescente que tampoco puede ser privado de sus derechos.

¿Es posible traducir la literatura cubana? 
Por haber pasado 25 años en seis países de América y Europa, y haber publicado en editoriales esos y/o otros países -que en buena medida difunden allende sus fronteras; he debido aprender a tomar la necesaria distancia para distinguir lo local substantivo de lo local adjetivo.
Es por eso que, cuando escribo sobre Cuba –que no siempre es el caso– puedo aspirar a preservar lo primero y prescindir de lo segundo, o tratar unos y otros rasgos de manera que resulten comprensibles, e incluso útiles, al joven lector extranjero. No siempre lo logro y a veces mis editores me proponen cambios, desisten de publicarme o incluso terminan, al cabo de algún tiempo, por retirar la obra de sus catálogos.
A veces me ha ocurrido que se me escape lo específico de un factor –instalado en la raíz misma de la trama o de la psicología de mis personajes– en historias que ni siquiera tienen un ambiente cubano y yo creía perfectamente universales.  
La edición es un oficio que hoy se realiza en condiciones financieras y económicas tensas, y los editores de cualquier país, atentos a la rentabilidad, raramente disponen del tiempo necesario para trabajar un manuscrito. Máxime cuando la producción nacional es variada y abundante y cuando las traducciones que vienen de mercados “probados”, avalados por altas ventas, críticas reconocidas o integrados en series… e incluso convoyadas con los títulos más codiciados. Hoy en Francia, España y muchos países latinoamericanos la oferta en títulos publicables es muy superior a la demanda en un espacio saturado y desestabilizado por la piratería y la competencia de otras formas de ocio (electrónicas, en su abrumadora mayoría).

El país que mejor conozco, Francia, es por razones históricas y filosóficas sumamente sensible a lo exótico, los viajes, las culturas tan diferentes y variadas del planeta. Los libros documentales, las compilaciones de cuentos populares, rondas leyendas y mitos, así como las obras narrativas de autores franceses inspiradas en otras realidades y culturas ocupan un lugar destacado en la edición francesa para niños y adolescentes, que –por otra parte- registra un satisfactorio porcentaje de traducciones. Sin embargo, la traducción de literatura escrita en América Latina es muy inferior a la de regiones con menos tradición y producción de literatura infantil como son África, el Medio Oriente o Asia, pero que tienen lazos históricos con Francia y le aportan numerosos inmigrantes. Tanto porque son un consumidor potencial de literatura que evoca sus orígenes como por el deseo de explicar a los “franceses de raíz” la cultura de sus nuevos compatriotas, la cultura francesa –literaria y no, para chicos y adultos- se abre a esta fuente que, por otro lado, renueva la creación gala en sus contenidos y formas.
Hay, sin embargo, otras explicaciones a la pérdida de interés por América Latina en Francia. En primer lugar, la idea que se hacen los editores galos de nuestra producción literaria y, en segundo, nuestra propia manera de crear y promover nuestras obras.
Me consta que los franceses conocen mal la literatura infantil iberoamericana. Pocos son los editores que en aquel país leen español y portugués, y no más numerosos los especialistas y traductores de literatura infantil que practican nuestras lenguas y se interesan en nuestro acontecer.
Pero no siempre el escritor expatriado se percata de lo específico de un objeto, suceso o costumbre, ni su trama y/o estructura soportan la digresión esclarecedora. Muchas veces el problema no es que el lector “no entienda” lo que le explicas sino que lo que le explicas le impedirá identificarse con tu personaje, vivir como propia la historia que cuentas, disfrutar de la referencia, de la alusión, del guiño cómplice.
Muchas veces lo que distingue una historia de otra no son sus rasgos centrales, el argumento, el conflicto, el plan general. Lo que da a la obra su sabor especial, su originalidad, su relieve es el estilo. Pensemos en narradores como Gumersindo Pacheco, Ivette Vian o Albertico Yáñez; en ellos no siempre nos encanta lo que nos cuentan sino su modo de hacerlo, un lenguaje personal que evoca una zona de Cuba, grupo socio-cultural o generación. Desde otra comarca del castellano y, más aún, desde otra lengua, ese sabor que nos deslumbra o evoca situaciones concretas se torna insípido y hasta desagradable, cuando no simplemente intraducible.
Con lo anterior no estoy diciendo que esos y otros muchos autores cubanos sean intraducibles o imposibles de “ajustar” a un lectorado extranjero. Si un buen traductor o un editor creativo se lo proponen, siempre encontrarán opciones que permitan, sin traicionar la esencia de la obra y el estilo del autor, llevarla hasta el destinatario más remoto. El problema es que ¿quién está dispuesto a invertir tanto tiempo, esfuerzo y… dinero, cuando por mucho menos se puede alimentar un exigente catálogo editorial?

El costo de la traducción
Por supuesto, traducir cuesta. Aunque no estoy demasiado actualizado sobre la “tabela de precios”, hay que contar con 30 ó 50 dólares por página de traducción literaria. La novela infantil promedio cubre de 100 a 200 cuartillas, y ello significa que un libro traducido le puede salir al editor de 1300 a 3000 dólares más caro que un libro de autor nacional. Es más de lo que suelen pagar en Francia como ese anticipo de derechos de autor (equivale a las ventas de una primera edición promedio) que muchas veces se convierte en lo único que reporta un libro a su autor, pues el 5 u 8% del precio de tapa que reporta la venta de cada ejemplar no lo cobran muchos autores. Téngase en cuenta que en Francia se publican más de 70 000 títulos nuevos cada año y que, con la “fraternal ayuda” de la crisis, si el número de títulos no ha bajado mucho, si ha bajado la cantidad de ejemplares vendidos. Un ejemplo concreto: la primera versión –francesa- de mi novela “Mi tesoro te espera en Cuba” no me reportó mucho más que el anticipo, de unos 2000 dólares, pese a tener una segunda edición, el premio de la Ville de Cherbourg y llegar a finalista del reputado Prix de Jeunes Lecteurs. 
En consecuencia, ¿Por qué van a complicarse con traducciones los editores franceses si en el país disponen de miles de escritores y que decenas de miles de manuscritos llegan cada año a las editoriales? ¿Quién va a arriesgar tanto por un escritor cubano desconocido, por mucho premio UNEAC, de la Crítica o hasta Nacional de Literatura que tenga? Mi experiencia francesa me dice que nadie.
Mis últimas palabras no parten de meras especulaciones, sino de experiencias vividas. Desde que me marché de Cuba en junio de 1989, he propuesto a mis editores, sobre todo de Francia y España, no solo manuscritos míos, sino obras ya publicadas por algunos autores bien conocidos de nuestro país (solo les revelaré los consensuados nombres de Dora Alonso y Onelio Jorge Cardoso; pero también “me moví” por varios de mis coetáneos y por algún representante de generaciones más recientes). Hasta ahora todas esas iniciativas han resultado estériles. Si bien lo más frecuente es que los editores se limiten a la consabida fórmula “a pesar del interés del proyecto, éste no se corresponde con nuestra actual línea de trabajo”... que a veces incorpora un placebo consolador tan cortés como aplanador: “Le invitamos a someternos en otra oportunidad alguna otra de sus obras”… alguna que otra vez me han precisado la razón del rechazo: “demasiado diferente” me dijeron en Dinamarca y en Francia, o “no veo qué hallas de extraordinario en ese libro”, me dijo una editora española que mucho me estima. 
Esta “excesiva diferencia” está presente no solo en los contenidos y lenguaje de muchos libros cubanos, sino en formas de organización narrativa y presentación editorial que nos son características. Si en Francia y en España se publica muy poca poesía, el cuento –tan abundante en nosotros- no se antóloga ni se reúne en volúmenes de cuatro a ocho piezas, sino que se presentan solos, ricamente ilustrados, en la perfectamente codificada forma del libro-álbum (género inexistente en Cuba todavía en la pasada década), la viñeta y el relato histórico-ideológico son otras tipologías inexistentes en Europa Occidental e incluso en América Latina. Esos libros no tienen ninguna posibilidad allende nuestras fronteras y, lo que es peor aún, perjudican a los títulos estrictamente literarios por la frecuencia con que los premiamos y encomiamos. Si un editor francés o español decidiera confiar en los premios La Rosa Blanca, Ismaelillo o de la Crítica para escoger qué traducir de Cuba, se encontraría con muchos títulos que lo dejarían totalmente anonadado y sin ganas de repetir nunca más la experiencia… aunque si navega con suerte sí encontraría las perlas de la mora.
…..
Si en América Latina más que en España y, sobre todo, que en Francia, las editoriales más poderosas viven sobre todo de las ventas directas a las escuelas (que abastecen en manuales de matemática, lengua, historia, geografía y demás), en casi todos los países occidentales, las visitas a colegios o la presencia en las ferias del libro garantizan cuando no disparan las ventas. Un escritor extranjero (un escritor ausente) vende menos. Es una de las razones, aunque no la única, de la inflación de títulos nuevos y del predominio de autores vivos en los catálogos de literatura infantil (si bien los clásicos compensan con su prestigio y su condición de “valor seguro”, su irremediable ausencia).         
Yo he fallado en el intento de publicar la mayoría de mis libros en Francia, pese al ya mencionado factor de mi probable presencia en escuelas y ferias del libro… y al hecho de que pueden confiar en que conozco las peculiaridades pedagógicas, la vida real y el consumo cultural de los chicos a los cuales mis obras serán propuestas. De mis 25 títulos publicados en castellano, solo 7 han sido editados en Francia; ya se trate de traducciones realizadas por otros, ya de textos que yo mismo he traducido e incluso, en un par de casos, de textos que escribí inicialmente  en francés y que siguen inéditos en dicha lengua pese a haber sido publicados ya en la versión castellana que acometí más tarde.
No se trata necesariamente de discrepancias en cuanto a la calidad ni de estricta falta de adecuación cultural, puesto que muchos de mis títulos inéditos en francés han sido publicados, elogiados y hasta abundantemente vendidos en un país como España, que comparte no pocos valores y referencias con su vecino transpirenaico.
En todo caso, tengo la pesada responsabilidad de ser el único escritor cubano para chicos traducido en Francia. También se ha traducido recientemente, en pequeña edición artesanal, “La Edad de Oro”. En algún momento se tradujo “Balada de los dos abuelos” de Guillén y estuvieron fugazmente en catálogo dos obras menores (y para menores) de Zoe Valdés. Es todo… y por supuesto extremadamente poco.
Si la literatura infantil brasileña, argentina o mexicana, por no hablar de la española, están un poco mejor representadas es porque han beneficiado de la excelente vitrina del Salón del Libro de París, que tuvo a los respectivos países como invitado de honor en uno u otro momento, pero incluso más aún porque esas naciones destinan fondos especiales a la promoción de su literatura que, al financiar la traducción, ponen al libro nacional en iguales condiciones económicas que un manuscrito francés.

Yo sigo siendo un autor cubano, pero… ¿soy SIEMPRE un autor cubano?
De mis 60 años recién cumplidos llevo 25 fuera de Cuba. O sea, la mitad de mi vida consciente y tres cuartas partes de mi existencia productiva. ¿Se pasa un tiempo tan largo y definitorio en el extranjero sin sufrir –aprovechar- las consecuencias? Aunque en broma, suelo decir a quien me lo pregunta allá en Francia que yo en realidad soy ahora un “francubano” (el orden de los factores responde a la comodidad fonética, por supuesto).
La cuestión es: ¿soy cubano cuando escribo de Cuba? ¿lo soy menos cuando el tema o ambiente de la obra no tiene que ver con mi tierra de origen? ¿Puedo no serlo nunca en ciertos libros?
Mis ábumes ilustrados Gatito y el balón y Gatito y la nieve se destinan a pequeñuelos de 4 ó 5 años quienes solo acceden a mi texto por el oído. Traducidos a siete lenguas, esos libros han llegado a niños de diversos países. La voz de un pariente, un maestro o un promotor de la lectura les han acercado esas historias simples, lineales y ubicadas en el universo simplificado del hogar o, cuando más, el barrio. Si mi texto está despojado de marcas culturales, las abundantes ilustraciones de la alemana Constanze von Kitzing, que llenan cada página no pueden evitar referirse a un mundo material que cualquier niño del norte industrializado confundirá con el propio.
Mientras tanto, si los niños de 7 u 8 años que leyeron las traducciones portuguesa o coreana de Pájaros en la cabeza ya pueden comprender que hay países extranjeros distintos del propio, no pueden llenar de contenido preciso la frase “el autor es cubano” que tal vez haya pronunciado su maestra. Pero eso carece de importancia puesto que nada en el texto –que habla de un rey, un castillo, unas decenas de pájaros, tres ministros y un murciélago- indica que la historia y ¿por ende? su autor pertenecen a un país determinado. Este cuento tiene esa estilización propia de los cuentos de hadas y su autor pudiera venir de cualquier sitio.
Bien diferente es el caso de los escolares franceses que descubrieron, primero que nadie, mi novela Mi tesoro te espera en Cuba, y no solo porque eran niños de por lo menos once años, sino porque desde el título, la obra se sitúa en nuestro país. Un lector extremadamente acucioso se daría cuenta, incluso sin detenerse en la mención “traducción de Mireille Meissel”, de que esa novela fue escrita por un cubano; si nada en la forma lo indica, estoy convencido de que en las ideas, la verosimilitud de los personajes y el enfoque, resulta claro que esta novela no fue escrita por un francés que se documentó o pasó una temporadita a la sombra de una yagruma. Incluso en francés, esta novela es substancialmente cubana… En cuanto al “sabor cubano” que habría de hallarse en el estilo, en el lenguaje, aparece aquí y allá, pese a que mis editores habrán procurado evitarlo siempre que pueda dificultar la comprensión.
Más de un crítico español, francés o argentino ha saludado mi cubanía incluso en libros que, para mí, nada tenían de criollos como Vuela, Ertico, vuela o El pájaro libro. Siempre que he podido editar alguno de mis textos en Cuba, he procurado, aunque no al precio de desfigurar mi estilo –que siempre se caracterizó por una estilización universalizadora- reflotar esas “impurezas” criollas que revelan el modo cubano de vivir y expresar.

Volviendo pues a la idea inicial de esta, digamos, digresión: un autor cubano no lo es siempre o por lo menos, no en la misma medida en todos sus textos. Esto es algo que se percibe incluso en autores que nunca han cruzado la frontera, en cuerpo o en página impresa. Martí dijo: “Así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración trae su lenguaje” y yo pienso lo mismo de cada libro, cuya forma y lenguaje se alimenta y sostiene una determinada historia. Por otra parte, un cubano con maracas no lo es necesariamente más que un cubano con audífonos japoneses.
Muchas gracias.

Joel Franz Rosell




CUBA Y COLOMBIA: mis novedades editoriales

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Cuba y Colombia son las patrias de mis tres últimos libros.
Del primero soy autor e ilustrador, y es una versión enteramente nueva, ampliada y muy cambiada, de un viejo cuento. Los otros dos libros ya fueron estrenados en México, coincidentemente por el Fondo de Cultura Económica, la mayor editorial de América Latina. 

"Había una vez un espantapájaros". Libros y Libros-Hillman. Bogotá, 2014
"La leyenda de Taita Osongo". Ediciones Matanzas (Matanzas, Cuba, 2014). Es la segunda edición cubana (la primera fue la de Ediciones Capiro en 2010; con mis propias ilustraciones). La primera versión de ese libro la publicó la editorial francesa Ibis Rouge (Cayena, 2004) seguida por la primera edición en castellano, de Fondo de Cultura Económica (México, 2006) 


"Concierto n°7 para violín y brujas". Editorial Cauce. Pinar del Río, Cuba, 2014 (puesto en circulación en marzo 2015). Ilustraciones de Valerio. Primera edición cubana y segunda en castellano (la primera versión es la de Fondo de Cultura Económica. México, 2013)

También desucbrí durante mi reciente visita a Cuba dos antologías que incluyen, la primera, mi cuento "Dopey desaparece" y la segunda, una entrevista sobre mi oficio y concepción de la literatura infantil.

"Mi juguete preferido", compilación de cuentos de 49 autores cubanos

Selección de entrevistas de 94 autores cubanos para niños y adolescentes

Todos los días, son Dia del Libro

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Mis agendas y cuadernos de notas están llenos de apuntes y reflexiones en torno al libro y la lectura. Desempolvo algunos con motivo del Día Internacional del Libro, que se celebra cada 23 de abril, en homenaje a Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega quienes murieron el mismo aciado 23 de abril de 1616.



Leer  no es caminar sobre los pasos del que escribe. El lector emprende a solas el mismo camino que el autor y alcanza inevitablemente el mismo punto de llegada. Pero no anda al mismo ritmo, no repara en similares detalles ni experimenta iguales percances. El lector no viaja con el mismo equipaje, ni lo hace en idénticos día y hora (a veces, autor y lector son personas extremadamente diferentes, enclavadas en épocas y bajo cielos distintos y distantes). Forzosamente, lector y autor cruzarán el camino de disímiles personas y no verán al mismo pájaro volar… o sí, pero en dirección opuesta (el lector jamás compartirá, al milímetro, la sensibilidad, convicciones e imposiciones estéticas del autor). Incluso las flores del camino parecerán otras aunque la especie no haya mutado un gen; la estación no será la misma, no soplará idéntica brisa y, lo que es más importante: incluso si una y otra se repitieran con atómica precisión, la nariz es la de otro.

El escritor hurta disimuladamente a la Historia y le roba descaradamente a Su Historia.

La literatura no es la más fiel de las mujeres. Pero es tan bella y tan invenciblemente joven, que uno acaba por perdonárselo todo.

Yo no escribo aforismos, sino afuerismos. Porque hablo desde el exterior de la realidad. Hablo –en silencio, por supuesto- para mí mismo y para mi hermano el lector que puede, pese al silencio, escucharme.



Toda novela es una biografía. En general narra una vida ajena que el escritor sueña, pero a veces lo que se cuenta es la vida propia soñada como si fuese ajena.




No es hacer filosofía el afirmar que no existe literatura hasta que existe el lector. Pero no digo lector en sí -puesto que todo escritor es un lector; de su propia obra en primer lugar- sino lector en tanto que publico determinado. Así, no hubo literatura infantil mientras los niños no fueron considerados como su público determinado… y determinante.  



La Historia demuestra que no basta con saber, hay que creer. Ocurre lo mismo en literatura, particularmente en literatura de infancia: no basta con que el niño sepa ciertas cosas (el manual escolar se contenta con esto); es imprescindible que esas cosas las crea, las sienta, las viva.




Es mentira que la lectura sea un acto solitario... a menos que leamos algo que existe en un solo ejemplar. Al leer un libro estamos haciendo lo mismo que otros hacen, han hecho o harán. Estamos compartiendo la misma experiencia que decenas, centenas, miles e incluso millones de personas tuvieron anteriormente. Sin hablar de que, al leer, estamos reviviendo, recreando o descubriendo lo que el autor sintió al escribir.

El no lector abre un libro y solo ve letras, palabras; frases en el mejor de los casos. El lector abre un libro y ve bosques inmensos, océanos, volcanes; reinas y brujas; la Luna y el Sol; el pasado, el presente y el futuro, la guerra y la muerte; la vida, el sueño y el amor.




El libro y la buena mesa no van juntos, pero la lectura alimenta y, en casos extremos, ayuda a olvidar el hambre.

Hay farsantes, descendientes directos de los pillos que embaucaron al Rey Desnudo contado por Andersen, que publican cuentos sin palabras, sin ideas, sin trama, sin personajes, sin imágenes, sin humor… en resumen, que se limitan a enviar a los editores páginas blancas advertidos de (y, eventualmente, advirtiéndoles) que los tontos no ven el texto. Esos pillos publican sus “libros” con la misma advertencia en la contratapa. Y allá van críticos, libreros, bibliotecarios, padres y abuelas a comprarlos y a ofrecerlos a los chicos. Solo algunos pequeños se atreven a gritar: “¡El libro está vacío!” como mismo aquel niño del cuento gritó: “¡El rey está desnudo!”. Pero contrariamente al cuento de Andersen, son pocos los que escuchan y se ríen de los embaucados.





Todo texto literario es una partitura. Las palabras están tendidas sobre un pentagrama invisible ; pero los lectores saben poner la melodía. Su melodía.






Nadie sabe lo que intenta trasmitir el autor. No lo sabe el autor literario mismo (el autor no literario, sí que lo sabe y lo hace bastante explícitamente). El texto es un mensaje; pero no para el escritor, para quien su obra es un canto lleno de placer, de pulsión, de resonancias íntimas y compartidas. El lector entrará en sintonía con unos u otros elementos de la obra. Su posición no es la del destinatario que espera o recibe un –inesperado, no deseado, imprevisto- mensaje, sino alguien que busca mensajes en los textos que recibe. Todo libro es un instrumento... musical, lleno de posibilidades que cada cual hará sonar según sus competencias, capacidad, experiencia, sentimientos, necesidades.

me gusta decir que mis libros mezclan literatura para adultos y literatura infantil, lo que es una tautología parcial puesto que todo libro infantil es en parte un libro para adultos, porque la literatura es una sola y todo adulto fue, inevitablemente, un niño. Lo digo no solamente porque hay siempre adultos que leen libros de niños, sino porque todo niño contiene trozos del adulto que será (junto a otros trozos que, lamentablemente se hundirán en su subconsciente y aún se perderán completamente).


Me asombra la candidez -o el desparpajo- con que algunos autores de libros para niños confiesan que la motivación de un libro, y hasta de toda una Obra fue la de satisfacer la petición de un hijo o un nieto (frecuentemente enfermito o majadero). ¿Cómo es posible pretender que de una contingencia tan accidental y unívoca pueda salir una obra trascendente y universal? Para mí hacer literatura infantil es una necesidad expresiva, una disciplina dominada tras años de entrenamiento, de lecturas y tanteos, de sueños frustrados y de tentaciones avizoradas. Es posible que Proust haya tenido más talento que yo, pero no por eso se dedicó él a escribir para adultos y yo para chicos... ¿Imagina Ud. al egregio novelista francés confesando que escribió En busca del tiempo perdido el día en que su madre, sexagenaria y eventualmente resfriada, le pidió una novela?

Algunas grandes obras han nacido, no obstante, de la relación entre el autor y un lector individual (o no) concreto y cercano. Quizá el caso más famoso sea el de Lewis Carroll y Alice Liddel, pero también se puede citar el de Stevenson y el hijo de cierta señora de su afección o el de Astrid Lindgren y su hija; de esas contingencias privilegiadas, nutridas empero de una necesidad pre existente, nacieron “Alicia en el País de las Maravillas”, “La Isla del Tesoro” y “Pippa Mediaslargas”. Pero son mucho más frecuentes los libros de corto alcance resultantes del hecho de que sus autores sólo pensaban en una persona en particular (a veces, ellos mismos) cuando los escribían.



Yo solo sé boxear con guantes de papel.


No hay que confundir los meritorios libros infantiles para adultos,
 con los pueriles libros para adultos infantiles.


Tengo libros viajeros: algunos que estaban conmigo ya en Cuba, y me siguieron a Brasil, Dinamarca, Argentina y France; pero también otros que me encontraron en el camino y no me han dejado después, o que solo encontré después y gracias a un largo viaje. Hay libros que viajan conmigo en el avión; ya sea en la maleta confinada en la bodega o en el equipaje de mano… a mano por ser demasiado preciosos. Pero incluso aquellos que me siguieron por barco, en el contenedor con la mudanza internacional, acaban por reunírseme y celebramos con champaña el re encuentro. Para terminar, hay libros que emprenden conmigo viajes cortos, e incluso algunos que paseo simplemente, que saco a tomar el aire, y llevo conmigo como talismanes.

con mi libro "Javi y los leones" en San Juan, Puerto Rico

Ya está a la venta "Gatito y las vacaciones"

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GATITO Y LAS VACACIONES






32 Pág. 23 x 16 cm.

ISBN: 978-84-8464-946-5

Precio: 11,00 € 

Distintos modelos de familia y circunstancias sociales diversas están representados en este

álbum con sabor a verano, playa, montaña, pueblo, viajes... o a otra manera de disfrutar 

del tiempo de ocio y descanso.



http://www.kalandraka.com/colecciones/nombre-coleccion/detalle-libro/ver/gatito-y-las-vacaciones/

firmando Gatitos en la Feria de Madrid 2013

La caseta de Kalandraka siempre brilla por su presencia (y la del publico)



Multicultural escritor que soy

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La versión original de esta entrevista fue publicada en 2011 por la revista vasca de literatura infantil Behinola


1. ¿Cómo entiendes la interculturalidad? ¿Qué influencia tiene en la literatura?

No hay culturas puras. Toda cultura es precisamente el resultado de un intercambio de experiencias, símbolos y valores; de una selección (“cojo esto y esto otro lo rechazo”), de asimilación (fui yo quien inventé tal cosa y no mi vecino) y sedimentación (esto me lo he apropiado sin siquiera darme cuenta). En completa autarcía vivieron, si acaso, comunidades extremadamente aisladas como los inuits, en medio de helados desiertos, o algunas tribus amerindias e indonesias, en intrincadas selvas.
Con todo, la interculturalidad es más que la “simple” yuxtaposición de dos o más culturas; es cohabitación consciente en proceso de mutuo reconocimiento y fecundación.
Que los actores de esas culturas sean capaces de reconocer los valores de otra(s), y tomen elementos de ella(s) sin perder los rasgos esenciales de la propia es la base de la interculturalidad. No es un proceso fácil y solo se completa en condiciones de cierta equidad económica, social y política. Al mismo tiempo, solo un pueblo consciente y sanamente orgulloso de su cultura puede abrirse a otras, que ya no verá percibida como amenaza o desafío.
La literatura, por supuesto, participa del proceso intercultural aunque no tan visible y rápidamente como la música popular o la gastronomía, por ejemplo. La literatura es lengua, y la lengua es, primero que todo, instrumento de comunicación y luego soporte de la mayoría de las instituciones sociales (para solo después ser expresión estética); de modo que los mecanismos de conservación lingüística son más tenaces de lo que suele pensarse. Por su capacidad de presentar no solo las experiencias y principios, sino los sentimientos del Otro, los efectos de toda expresión lingüística resultan los más penetrantes y convincentes.



en la sala juvenil de la Biblioteca Martí de Santa Clara, febrero 2015

2. El vivir fuera de tu país de nacimiento, ¿cómo ha influido en tu creación literaria? Todavía mana la fuente de tu lugar de origen, es decir, todavía al crear partes de esa tradición.

Yo diría que, precisamente, es el hecho de haber abandonado mi país natal lo que me condujo profundizar en sus esencias.
Ocurre a muchos intelectuales emigrados, pero el hecho de no haberme fijado inmediata y definitivamente en un segundo país, acentuó los efectos del distanciamiento crítico.
En Brasil estuve 2 años, 3 en Dinamarca, casi 6 en Francia, más de 4 en Argentina y, de nuevo en Francia, ya llevo unos 4 años… Sacudido y empapado por tan variadas y fuertes corrientes culturales, fijé el eje de mi identidad en la lengua castellana y en la “obsesión por Cuba” que me ha llevado a ahondar en el pasado y el presente de mi país más de lo que hubiera hecho de haber vivido en él todos estos años.
Sin embargo, yo no escribo en “cubano” ni utilizo formas estilísticas y genéricas inherentes a la literatura cubana. Mis referencias culturales se han diversificado enormemente, y buena parte de mis inquietudes políticas, sociales y económicas son bien diferentes de las que agitan a mis coterráneos inmóviles.
En realidad, desde mi primera novela, escrita apenas cumplir 13 años (y que conservo), se hace evidente mi incapacidad o desinterés por la reproducción fiel de la realidad. Dieciséis años después, publiqué mi primer libro (en La Habana, seis años antes de emigrar). Se trata de una novela detectivesca infantil que pretendía reflejar la Cuba de la época. La falta de verismo que algún crítico me reprochó fue en parte deliberada y en parte resultado de mi impericia. Mi segundo libro, terminado un año después, pero publicado solo cuatro años más tarde, es un conjunto de fábulas sobre un mundo previo a la aparición del Hombre, donde lo cubano reposaba en pocos de los animales y plantas protagonistas, pero que reflejaba plenamente la concepción del mundo que regía nuestra sociedad por entonces.
Tampoco mi tercer libro, escrito entre Cuba y Brasil, me acercó explícitamente a la realidad cubana, pero incluye una alegoría a la reciente historia de Cuba que, paradójicamente, utilicé como primer cuento en la edición brasileña de 1991, y como último en la versión española, publicada cuatro años más tarde.

ediciones francesa, argentina y española de "Mi tesoro te espera en Cuba" (nótense las diferencias de interpretación gráfica de las tapas)
Llevaba yo poco más de un año lejos de Cuba, cuando ‑para exorcizar la improbabilidad del regreso‑ escribí por primera vez una novela de intención verdaderamente realista. Necesité 10 años de reescrituras sucesivas hasta sintetizar la Cuba posterior a la caída del muro de Berlín en Mi tesoro te espera en Cuba. Esa novela narra el descubrimiento de la realidad cubana por una niña española que rastrea el pasado de un tío-bisabuelo. Paloma, la protagonista, y sus amigos cubanos, deberán superar no pocas incomprensiones y suspicacias antes de alcanzar el respeto mutuo y el afecto que hacen posible la cohabitación entre personas con intereses y concepciones del mundo diferentes y a veces, en apariencia al menos, recíprocamente excluyentes.
Sin habérmelo propuesto, en ese libro invertí la situación intercultural más frecuente en la narrativa juvenil española reciente, que presenta la experiencia de emigrantes venidos a España o reconstruye, en la pluma de escritores españoles con escasa experiencia internacional, conflictos humanos de África, Medio Oriente, Europa del Este…

Entre la edición francesa (2000) y la primera versión en castellano (2002) de Mi tesoro te espera en Cuba, publiqué en Edebé La tremenda bruja de La Habana Vieja. Esta novela recrea la Habana decadente de los últimos años a través de la caricatura y la fantasía. El tema, la relación entre una malvada bruja y su adorable sobrina-tataranieta, es una metáfora de la interculturalidad: la niña es una estudiante modelo; una más entre esos “pioneritos” de rojo uniforme que son todo un emblema de la Cuba “del hombre nuevo”. Por su parte, la bruja es una “lacra del pasado” que odia a los Comités de Defensa de la Revolución y que tiene en un rincón los atributos de la “brujería palera”, una de las tres religiones afrocubanas… aunque por lo demás presente todos los estereotipos de la bruja occidental, incluidas la escoba voladora y la bola de cristal.

en plena selva amazónica (Maripasoula, Guayana Francesa) con los lectores de "La leyenda de Taita Osongo"
Pero donde más evidentemente mi pluma moja en manantial cubano es en La leyenda de taita Osongo (estrenado en la versión francesa de 2004 y editado en castellano en 2006). Para novelar páginas de la trata negrera y la esclavización de africanos en América me basé en la Historia de Cuba, en tradiciones afrocubanas y hasta en un dramático secreto de familia. Los personajes principales: el negrero y su esclavo rebelde taita Osongo, representan el choque entre blancos y negros, entre explotación racional de mano de obra esclava y pensamiento mágico como arma de resistencia; elementos que intervienen en la construcción de la nacionalidad cubana.
El esclavo es un emigrante forzado al que se priva de toda su identidad: desde el nombre y sus creencias profundas, a la lengua, costumbres, estructura social, paisaje y referencias materiales. En tales condiciones, este deportado económico aprende a desarrollar formas muy sutiles de preservación de su cultura. Esta corta novela (que necesitó 18 años de maceración) me permitió incorporar, por primera vez en mi obra, lo afrocubano; pero es una obra intercultural y también incluye referencias a la mayor tradición literaria cubana (Nicolás Guillén, Lino Novás Calvo, Onelio Jorge Cardoso) sino incluso elementos estructurales del cuento tradicional ruso, tan difundido en la Cuba pro soviética mi infancia.

ediciones mexicana, cubana, argentina, brasileña y francesa de "La leyenda de Taita Osongo"

3. Entre los autores que trabajan la interculturalidad, ¿quienes te gustan? ¿Citarías alguna obra en concreto?

No tengo un repertorio de autores interculturales. He vivido en varios países, bajo el imperio de cuatro idiomas, y leo en cinco lenguas. En París, vivo en un barrio visiblemente multicultural. Escribo para publicar ‑incluso cuando se trata del castellano- en países diversos y lo he de tener en cuenta.
Todas las culturas y las épocas me interesan, pero no son los libros interculturales sino los “de origen” los que me interesan más. Leo o he leído autores franceses, brasileños, daneses, argentinos, árabes, africanos, asiáticos… Yo soy multicultural por mis raíces y por mi experiencia vital de cubano trashumante y universalista.
Cuando pienso en libros interculturales que me gustan me vienen a la mente dos tebeos:
Persépolis, de la irania Marjane Satrapi y El gato del rabino, del francés Joann Sfar. Su interculturalidad me parece más nutritiva precisamente por darse en el marco de un género híbrido -de literatura, dibujo y cine- y porque no solo en su mensaje y plano referencial, sino en sus formas, se superponen varias culturas (francesa, mediterránea, judía, musulmana, persa).

4. En la LIJ hay algunos temas que se trabajan según la moda, por poner un ejemplo, anorexia y de repente puedes encontrar 40 libros que trabajan ese tema en las librerías. En tu opinión, la interculturalidad es algo de moda o algo más.

La interculturalidad, como cualquier otro “tema” puede ser tratada como una moda y resuelta con la consiguiente superficialidad. Pero como es un componente fundamental de la sociedad contemporánea, la interculturalidad es algo que ha llegado para quedarse… hasta que se produzca la transculturación: es decir el mestizaje que dará por resultado una cultura nueva: heterogénea, más rica, positivamente contradictoria y universal.
Los libros que abordan la interculturalidad porque está de moda pasarán rápidamente al olvido, como pasan todos los libros hechos de prisa, por apuntarse a lo que “se lleva” o por participar en un debate ideológico circunstancial. Los libros verdaderamente interculturales, los que llevan la interculturalidad en su esencia misma, en su “carne y hueso”, sí se sumarán al patrimonio literario, lo enriquecerán y modificarán.

Mi libro más traducido (exise en ocho lenguas y pronto se publicará en chino) es el menos multicultural de todos. No es tan paradójico como parece

5. Según los expertos, en el ámbito de la interculturalidad se necesita tener un espíritu abierto para superar lo que se conoce como “espíritu del muro”. ¿La literatura puede influir en ello? En los esfuerzos que se hace no se percibe claramente un poso de lo “políticamente correcto”?

Para mi la interculturalidad está en el encuentro entre modos distintos de vivir, imaginar y representar el mundo, y no en el argumento de una novela ‑perfectamente occidental- que cuenta a lectores occidentales la aventura de un emigrante del Sur o del Este (cercano o lejano).
Puede ser que un chico que descubre en una novela cómo llegaron a España los hombres de piel negra que venden discos compactos en las aceras, llegue a sentir conmiseración y tolerancia. Pero para que comprenda, respete y estime realmente a esas personas, nuestro chico tiene que saber no solo los riesgos que han corrido para venir a Europa y en qué difíciles condiciones se instalan entre nosotros; también tiene que saber qué cultura hay detrás de esos emigrantes, qué riqueza espiritual enjoya su pobreza material, qué los hace reír y llorar, qué sueñan y a quien le rezan, qué músicas cantan y bailan, qué comen y beben, o no…
Para acceder a todo ese universo que se oculta tras “la diferencia”, es imprescindible que nuestros chicos escuchen la voz de los más elocuentes representantes de esos pueblos cuyos jirones desesperados llegan a nuestras ciudades o a los “mares de plástico” del soleado sur ibérico.
En lugar de estar tan preocupados por dar a conocer la aventura (y sobre todo la desventura) de los emigrantes, los editores deberían dar a conocer toda la diversidad y riqueza de culturas del mundo a través de libros documentales, de cuentos tradicionales y, sobre todo, de literatura contemporánea ‑juvenil, pero también infantil- de los países que nos enriquecen con parte de su población activa.
Tengo la impresión de que los autores magrebinos están de moda en España: en literatura para adultos y en literatura juvenil, más que en literatura infantil. Sin embargo, la muy importante emigración hispanoamericana ¿está equitativamente representada en la edición infanto-juvenil? ¿Cuántos escritores ecuatorianos, dominicanos o peruanos han sido publicados en España en los últimos años? Si acaso, se trata de autores radicados en España hace tiempo y que no siempre escriben desde y sobre la interculturalidad (lo que no les reprocho: un autor debe ser libre en la elección de sus temas y formas).

¿Quién sabe siquiera que hay literatura infantil en Ecuador, República Dominicana o Perú?

En España no solo se publica poquísima literaturaiberoamericana, sino que tampoco se importan títulos editados en Hispanoamérica. Me consta que empresas transnacionales como Alfaguara o SM tienen por política no traer a España la producción de sus respectivas sucursales latinoamericanas. Más grave aún: no pocos libros de autor latinoamericano otrora publicados en España han sido trasladados a los catálogos ultramarinos de la editorial en cuestión; sin que nada justifique que un escritor colombiano pueda resultar más interesante o comprensible para un joven mexicano que para un chico español. El principal argumento es que los castellanos de Ultramar no resultarían comprensibles para los chicos españoles, o que las referencias culturales que contienen tales libros no serían “reconocidas” o comprendidas por los jóvenes lectores ibéricos.
Pero entonces, ¿qué pasó con el interés por la interculturalidad? Si empezamos por considerar incomprensibles y ajenos algunos vocablos, modos de vida, elementos de cultura material y algunas fechas y nombres históricos, probablemente suficientemente integrados a la trama, ¿cómo aspirar a educar a nuestros retoños en la tolerancia y la sensibilidad hacia la diferencia?

6. ¿En qué medida se debe utilizar la literatura para abrir ideas? Algunas veces esta subordinación nos puede llevar al panfleto.

Personalmente, me interesa menos contarles la vida de los emigrantes a los chicos con que me codeo -en Francia o en España- que explicarles que esas personas de piel negra o amarilla, de culto musulmán o budista, de acentos o costumbres desconocidos… en el fondo son iguales a ellos, a nosotros.
Sospecho que si, por primera vez, decidí hacer las ilustraciones de uno de mis álbumes ilustrados es porque quería introducir un mensaje subliminar de interculturalidad. La trama de La canción del castillo de arena es “universal”: un niño y su padre construyen castillos de arena que el mar deshace cada noche, poniendo a prueba la tenacidad y la imaginación del chico. El mensaje más perceptible es filosófico y ecológico; pero mis personajes son “exóticos”: el padre es negro y el chico mestizo, lo que supone una madre ‑no evocada por el texto ni presente en las ilustraciones‑ de piel tan blanca como la de la Princesa Caracola que habita los castillos del niño protagonista. Lo que insinúo es que la “gente de color” no protagoniza solo las temáticas que le son habitualmente asociadas en la edición occidental: emigración, discriminación racial, pobreza, compenetración con la naturaleza, familia extensa o tradiciones orales específicas. Mi cuento sugiere que los niños “étnicos” viven experiencias comunes a cualquierniño: tienen celos, miedo a la oscuridad, “mojan” la cama, descubren las normas sociales y las reglas básicas de higiene, quieren una mascota… Y si mis jovencísimos lectores no son conscientes de este mensaje, tanto mejor, porque la banalización es la mejor forma de asimilación.
En mi opinión, la única forma legítima de trasmitir ideas en literatura es despojando aquéllas de toda obviedad. En cuanto se intenta instrumentalizar un texto literario éste deja de serlo y se convierte en otra cosa, infinitamente más simple y menos eficaz y duradero.
La rosa es sin porqué”, nos recuerda Borges que dijoAngelus Silesius, y nada explica mejor lo que es una rosa que una rosa.

"La canción del castillo de arena" en sus versiones castellana, vasca y francesa (originalmente, este cuento formó parte del libro que estrené como "Era uma vez um jovem mago" (Sao Paulo, 1991) antes de su versión ampliada y corregida "Los cuentos del mago y el mago del cuento (Madrid, 1995)

7. En Europa son muchos los escritores de diferentes procedencias que escriben en lenguas europeas -Rafick Schami, Tahar Ben-Jelloun...-; en el País Vasco o en Cataluña toda vía no existen, excepto algún contador de cuentos. ¿Lo ves como un síntoma de algo? ¿Crees que los hijos de los emigrantes traerán un aire nuevo? ¿Queremos recibir ese aire nuevo?

En un sucinto estudio sobre la literatura beur (descendientes de emigrantes arábigo-magrebinos en Francia), Alec Hargreaves subraya: “la primera generación de emigrantes se preocupaba sobre todo por los problemas de la vida activa. En las obras de sus hijos tienden a sobresalir los problemas de escolarización y de vida familiar. La crisis de identidad experimentada hoy por numerosos adolescentes franceses se acompaña, en el caso de los beurs, de una crisis cultural. Atraídos simultáneamente por su cultura de origen y por la cultura francesa, los jóvenes descendientes de inmigrantes tienen experiencias a veces tan dolorosas como interesantes en tanto que materia narrativa”[1].
Este sector de la población francesa comienza a expresarse literariamente a principios de los años 1980 y hoy constituye una parcela importante e indisociable de la literatura francesa, incluida la infanto-juvenil. En sus inicios se trató mayoritariamente de relatos de aprendizaje o autoaprendizaje (bildungsroman); y aunque pronto comenzaron a independizarse de lo autobiográfico, el vínculo con la verdad da a esos textos un valor que no encuentro en tanta novela que narra -por sumarse a la moda o por responder a un deber social- las problemáticas interculturales.
En la medida en que los emigrantes se integren a la realidad del País Vasco, de Cataluña o de cualquier otra comunidad autónoma, en la medida en que hayan superado las urgencias de la supervivencia, se revelarán como escritores perfectamente biculturales. Y como los numerosísimos autores e ilustradores franceses que también son magrebinos, libaneses, turcos, subsaharianos, vietnamitas o chinos, también los habrá españoles con orígenes al otro lado del Mediterráneo. Será una segunda o tercera generación que se habrá integrado a la realidad española sin renunciar a la identidad de sus padres, tíos o abuelos inmigrantes, y que producirán una literatura primero intercultural y, a continuación, multicultural.
En Francia existen hoy incluso formas reconociblemente mestizas, tanto por las particularidades del lenguaje como por sus formas genéricas ‑la poesía rítmica conocida como slam, es el más visible ejemplo-  que evidencia no solo experiencias sino formas expresivas peculiares.
Por otra parte, incluso sin poseer raíces en otros países, los escritores españoles pueden enriquecerse con elementos externos, de la misma manera que la música popular española emplea materiales procedentes del rock, el reggae, el bolero o la salsa.

8. Según dicen, en la Rioja alavesa los gitanos españoles que van a recoger la uva quieren someter a los gitanos portugueses. ¿Es acaso destino del hombre el querer dominar al otro?

Nadie está a salvo de cometer injusticias. Verse sometido al racismo, la marginación o cualquier forma de privación de derechos es la peor manera de aprender la tolerancia, la fraternidad y la democracia. Si la letra no entra con sangre, la justicia menos todavía. Tampoco basta con proporcionar lecturas ejemplares para inducir comportamientos ejemplares. Solo la permanente vigilancia, la autocrítica y el acceso pleno a la cultura ‑propia y ajena- pueden educarnos en el respeto a los demás y conducirnos al reino de los Derechos Humanos.

en una clase hispánica de la escuela internacional de Saint-Germain en Laye, 1998
9. Recientemente han traducido la novela “La armada salvadora” del joven marroquí Abdela Taia. Está situada en Suiza, y el protagonista se da cuenta de que los emigrantes son tomados-utilizados-tirados como amantes, trabajadores o sirvientes.  ¿Qué te parece, en ese sentido, la actitud y comportamiento de Occidente? (Se podrían citar los casos particulares de Suiza y más en concreto de Austria: realidad, el día a día)

No conozco la novela citada, pero lo que su autor denuncia ha ocurrido siempre y en todas partes. A principios de siglo, los suizos de las clases altas o de los cantones hegemónicos usaban y tiraban a otros suizos, o a italianos, españoles y portugueses. Y Austria hizo lo mismo con los diversos pueblos, al sur y al este, de su otrora Imperio.
Pero ¿cuántos marroquíes no se comportan de la misma irrespetuosa manera con los saharauis?, ¿cuanto mauritano de piel clara no discrimina y explota a los negro-mauritanos?, ¿cuál es la terrible situación de la mano de obra indo-paquistaní en los ricos emiratos árabes?, ¿en qué espantoso genocidio acabó el conflicto entre hutus y tutsis; comunidades menos diferenciadas étnicamente que por su especialización como pastores y agricultores?
La lucha por la igualdad y el respeto del otro, del más débil, del más pobre, del menos educado es La Misión de la especie humana, el verdadero objetivo de su evolución a partir de una especie particularmente habilidosa de primates.

10. El plurilingüismo de países como Suiza es suficiente para garantizar la interculturalidad? En ese sentido, ¿la traducción tiene algún sentido en países de esas condiciones?

Tengo entendido que en Suiza la mayoritaria comunidad germano parlante no habla generalmente las otras lenguas oficiales: el francés, el italiano y el romanche. Si todos los suizos fuesen plurilingües serían la sociedad ideal que no son, y quizás respetarían más a los emigrantes no europeos. Pero ‑permítanme la boutade- gente tan virtuosa no podría ser una potencia bancaria mundial y el neutral país desaparecería.
Tampoco los belgas son todos trilingües francés-flamenco-alemán, ni todos los canadienses hablan francés e inglés.
Hay muchos países africanos donde la mayoría de la gente habla más de una lengua: el francés o el inglés de la antigua metrópoli, que sigue siendo lengua de cultura y de pasaporte, y más de una de las lenguas de las diversas comunidades étnicas que comparten nacionalidad. Desde ese punto de vista, tales países serían más ejemplares en términos de democracia que Suiza; pero tienen todavía pendiente la integración nacional y carecen aún de estructuras democráticas genuinas, eficaces y estables, así como de acceso generalizado a la cultura, empezando por la cultura escrita.
No menos triste es constatar que los peruanos, los paraguayos o los guatemaltecos prefieran estudiar el inglés al quechua, el aymará o el maya que habla la importantísima minoría indígena de sus respectivos países.
O sea, que el multilingüismo no resuelve todos los problemas socio-económicos y la traducción es y será siempre necesaria.

en la Feria Internacional del Libro de Salónica, Grecia, 2008 

11. Hay quien dice que en las editoriales y en las escuelas les interesa más el qué se dice, que el cómo; es decir, más el mensaje que el cómo esté expresado, y que eso empobrecería la literatura. ¿Estás de acuerdo?

Es abrumadoramente cierto. Tema y mensaje monopolizan la atención de quienes valoran y recomiendan las lecturas de los niños y adolescentes. La coherencia y densidad de la trama, la calidad de los personajes o el brillo del estilo son menospreciados no solo por las editoriales, los maestros y los bibliotecarios, sino incluso por la mayoría de los críticos y promotores. Y no solo en lo relativo a la interculturalidad y otros “temas transversales”. Muchos libros que se han publicado ‑incluso con gran éxito de venta y crítica‑, han sido valorados solo porque abordan una temática socialmente necesaria o ‑más cínicamente‑ porque “vende”.
Victorias pírricas…
Cuanto más importante es una temática, con más rigor ha de ser tratada. La cantidad no puede suplantar a la calidad, como la actualidad o el compromiso no pueden sustituir a la profundización y la autenticidad. O sea, parafraseando una famosa aporía: una buena palabra vale más que mil palabras… vanas.
Necesitamos buenos libros, con cerebro y corazón, como prometiera Nicolás Guillén en el título de su primer poemario. Buenos libros interculturales, buenos libros monoculturales, buenos libros.

visto el liceo francés de Munich, durante la beca que me ofreció
en 2005 la Biblioteca Internacional de la Juventud
12. Para terminar, ¿Has leído algún libro que te haya “abierto los ojos” y te haya dado la opción de sumergirte en otras realidades? ¿Qué libro ha sido?

Es una pregunta extremadamente difícil de responder. ¿Cuántos libros no me han abierto las puertas a mundos poco o nada conocidos? Y a la inversa, ¿cuántas situaciones de la vida o experiencias estéticas (cine, museo, música) no me han llevado a buscar más en los libros sobre una cultura que consideraba mía y que en realidad no conocía suficientemente?
Tengo la costumbre de acudir a mis diccionarios ‑que son numerosos- o a los de la excelente red de bibliotecas de París en busca de más información sobre creaciones y personalidades político-sociales, artísticas, científicas, sobre ciudades y países ignotos, animales y plantas desconocidos… que la actualidad me revela o recuerda.
Si leí los fascinantes Edda escandinavos fue porque viví en Dinamarca, si me asomé a La epopeya de Gilgamesh fue porque escuché cantar fragmentos del antiquísimo poema a Ahmed Azrié, si me pasé meses leyendo sobre los antiguos egipcios fue después de la exposición Los tesoros sumergidos de Alejandría en el Grand Palais de París (y para responder a las preguntas de un colega que escribía en Cuba una novela ambientada en el Antiguo Egipto). La incomparable novela anónima Aventuras de Simbad el Terreno me llevó a interrogarme sobre el mundo arábigo-pérsico y la fascinación que generó en la Francia del Siglo de las Luces, y si me hice algunas preguntas sobre la China decimonónima fue tras comparar “El ruiseñor” de Andersen con su adaptación por el cubano José Martí… Todo conduce a todo. Esas lecturas, que me remiten a épocas remotas, arrojan luz sobre la problemática actual entre el mundo musulmán y Occidente (mi Dictionnaire de l’Islamtiene hoy las páginas muy usadas), y me permiten tener otra mirada sobre mis vecinos de origen argelino, senegalés, israelí o palestino…
Siempre hay una laguna que colmar, un malentendido que esclarecer. Y es en esos huecos y falsas certidumbres donde se alojan los estereotipos y prejuicios que conducen al hombre a tanto acto estúpido, odioso o criminal.
Pero he leído relativamente pocos libros de los que suelen calificar como “interculturales” en las bibliografías usuales. Yo soy intercultural y vivo en un mundo intercultural; lo que necesito y prefiero son libros de las más variadas y diferentes culturas.
la entrevista original fue realizada a tres voces, la compartí con Inongo Vi Makomé y Javi Cillero

Joel Franz Rosell
Escritor e ilustrador cubano residente en París




[1]« A la rencontré de deux cultures, les romanciers beurs », par Alec G : Hargreaves. La revue des livres pour enfants. Paris, otoño 1990.






Luto por un libro

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Hoy me visto de luto por un libro 
(un libro mío, perdonen mi egoísmo de padre herido en su carne). 

Mi álbum “Pájaros en la cabeza” acaba de ser descatalogado por Kalandraka tras casi 11 años de fieles y aparentemente insuficientes servicios. En realidad, la noticia no debía sorprenderme, pues hace mucho tiempo que el libro estaba agotado sin que la editorial decidiera reeditarlo… pero tampoco sacarlo de catálogo. ¿Qué pasa entonces? ¿Por qué después de descatalogarme “Don Agapito el apenado” al cabo de seis años y “El paraguas amarillo” al cabo de apenas dos, ahora me “truenan” a “Pájaros en la cabeza”? ¿Es que mi escritura no responde a los gustos actuales? ¿Estoy pasado de moda? ¿No doy bola con el destinatario?

Tengo cierta tendencia a la autoflagelación, a hurgar en mi conducta las causas de cuanto me sucede. No es malo como método de crecimiento personal y profesional; pero tampoco hay que olvidar los factores externos, y como cada uno de mis títulos descatalogados, o casi, coincide con la salida de uno nuevo a las librerías (bajo el mismo u otro sello, en ese u otro país, en la misma u otra lengua) no puedo contentarme con la explicación de mi “pecado original”.
primera edición en gallego (2004)

Me gustaría poder condenar la tiranía del departamento de marketing de los grandes grupos editoriales por imponer una vertiginosa rotación de novedades (muchas de ellas puro fulminante, cuya función es estallar como fuegos artificiales durante las fiestas navideñas y Día de Reyes). Pero Kalandraka no es una de esas empresas sin alma; al contrario, mima sus libros, sus autores y sus lectores… y precisamente acaba de publicar el tercer volumen de mi serie Gatito.


¿Es culpa de la famosa y maldita crisis? Sin dudas influye, pues todos los escritores estamos sometidos a este proceso, a menudo irracional, de destrucción de obras que merecían una vida mejor; pero la cada vez más rápida saturación del mercado ya ocurría antes de 2008 y se daba y se da en países menos económicamente deprimidos. La tal saturación del mercado es algo que siempre me ha parecido improbable en el campo del libro infantil, puesto que el niño que hoy tiene alrededor ocho años –la edad óptima para leer “Pájaros en la cabeza”- ni siquiera había nacido cuando salió la última edición (en formato y papel idóneos para disfrutar las bellas ilustraciones de Marta Torrão). Si prácticamente cada tres años se renueva el lectorado, ¿basta entonces con los niños que heredan títulos de sus hermanos mayores para justificar las escasas ventas de álbumes ilustrados? La coyuntura (que dura y es dura) no me parece bastante para explicar lo que yo veo como una limitación estructural del concepto editorial y comercial de las editoriales españolas especializadas en álbumes ilustrados (o del mercado editorial general y el espacio que ocupan esas editoriales especializadas). Si el 16% de los 46 millones de españoles son menores de 16 años (sin contar las exportaciones al vasto mundo hispánico), la tirada media del libro infantil (3200 ejemplares) justifica la desaparición de tantos libros de calidad, limitados a una o acaso dos ediciones, en 10 años o menos? 

segunda edición en castellano (2006)

Yo soy muy malo en matemáticas y por tanto peor en estadísticas, pero las cuentas no me salen… o no me entran en la cabeza (para qué hablar del corazón). Y ya sé que el actual gobierno español ha “dejado en cueros” a las escuelas y bibliotecas públicas, los primeros clientes del libro de bolsillo, mientras que las familias, empobrecidas o atemorizadas por la crisis financiera y la precariedad del empleo, han reducido sus gastos no esenciales. Y en España, la cultura literaria no tiene nada de esencial, y el álbum no es para nada un artículo de primera ni segunda necesidad (para algunos es un artículo “de tercera”, o “de cuarta”). Con “tantos euros por tan poca letra” como dice el buen ciudadano medio, que no acaba de entender que también las imágenes se leen, aunque no discuta el precio de los vaqueros de su retoño, aunque éste tampoco resista a la regla de tantos centímetros cuadrados de tela por céntimo. Es un error tan extendido como creer que los libros ilustrados son solo para pequeños o que no hay que leerles cuentos a los niños que ya “saben leer” (normalmente al terminar segundo grado), olvidando que la adquisición de la técnica no equivale al domino del arte, y que mientras el niño no sabe realmente leer de corrido y mentalmente (transformando eficazmente no solo las palabras, sino las frases e incluso los párrafos, en sentidos) sigue necesitando alternar la práctica de la lectura individual y silenciosa con la lectura facilitada por alguien más ducho. Esto, que muchas familias ignoran, lo saben los maestros. Pero no pocos de ellos suelen caer en el extremo contrario, abusando de la lectura en voz alta, en clase, sin permitir lo bastante la elección por cada chico del libro que le gusta y su apropiación, a ritmo personal y con los ojos, no con el oído; única forma verdadera de adquirir esa especie de mágico don que es el amor de la lectura. Todo esto influye en las dificultades que tienen colecciones exigentes, para chicos de más de siete años, como Sieteleguas, de Kalandraka.

Yo soy muy malo en matemáticas y por tanto peor en estadísticas, pero las cuentas no me salen… o no me entran en la cabeza (para qué hablar del corazón). Y ya sé que el actual gobierno español ha “dejado en cueros” a las escuelas y bibliotecas públicas, los primeros clientes del libro de bolsillo, mientras que las familias, empobrecidas o atemorizadas por la crisis financiera y la precariedad del empleo, han reducido sus gastos no esenciales (en España, la cultura literaria no tiene nada de esencial, y el álbum (con “tantos euros por tan poca letra” como dice el buen ciudadano medio, que no acaba de entender que también las imágenes se leen, aunque no discuta el precio de los vaqueros de su retoño, aunque éste tampoco resista a la regla de tantos centímetros cuadrados de tela por céntimo) no es para nada un artículo de primera ni segunda necesidad (para algunos es un artículo “de tercera”, o “de cuarta”). 


Yo creí a “Pájaros en la cabeza” protegido por su inclusión entre los “White Ravens”, los mejores libros publicados en el mundo según el muy respetable criterio de la Biblioteca Internacional de la Juventud, con sede en Munich, Alemania, en cuyo catálogo se puede leer:

Escrita como un cuento de hadas, esta historia es algo más que una práctica parábola sobre el arte de gobernar sagazmente. Aunque es tan viejo “que no distingue un dragón a tres pasos”, el rey gobierna con clarividencia, sentido común y respeto por la naturaleza y por los intereses del país en su conjunto. No ocurre lo mismo con los ministros de Defensa, Economía y “Todo lo Demás”. Movidos por la ambición, no piensan sino en conseguir sus fines respectivos, tales como una guerra, elevación de impuestos y un faraónico proyecto de construcción. Como en un auténtico cuento de hadas –y no como en nuestra realidad–  el cuento termina felizmente. El ingenioso texto del cubano Joel Franz Rosell está repleto de imágenes poéticas y satíricas consideraciones a propósito del ejercicio del poder. Las expresivas ilustraciones en colores abstractos invitan a los lectores a reflexionar y mirar más de cerca.

No se trataba, como ven, solo de mi texto, sino de las ilustraciones de Marta Torrão, tan logradas que contribuyeron decisivamente a que se le concediera el Premio Nacional de Ilustración de Portugal.



También confié en los elogios de críticos como Angel Arias, quien en Nuevas Hojas de Lectura (Colombia) afirmó: “esta obra nos conduce de una forma mágica a reflexionar sobre la convivencia del Estado moderno con su más importante patrimonio: los hombres y las mujeres, y en su interacción con el medio ambiente, una problemática muy actual, pertinente a todas las naciones del mundo, ahí radica lo grandioso de esta obra (…) pensada para deconstruir lecturas: su historia, su ilustración y su diseño llevan al lector a confrontarse con el texto y a crear nuevas historias.

edición en coreano (2007)

edición en portugés (2006)

¿Y qué decir de muestras de aprobación y confianza en lugares tan distantes Argentina (tirada especial de unos 20 000 ejemplares para los alumnos de las escuelas públicas de Buenos Aires), Corea (fue no solo mi primer libro publicado en una lengua asiática, sino también el primero en gallego y el primero que me fuera publicado en Portugal) o Cuba, que le concedió el premio La Rosa Blanca, que distingue los mejores títulos de autor cubano publicados cada año?

Casi nada, ¿ven?

Que los libros tienen muchos retos en este mundo ultramoderno nuestro, que les impone algo tan atroz como una fecha de caducidad.

La nube, 14 años después

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A 14 años de la publicación del que fuera mi primer libro para "pre-lectores", reproduzco una reciente nota de la bloguera argentina Dayana Barrionuevo... y añado un par de comentarios.

Título: LA NUBE
Autor: ROSELL, JOEL FRANZ
Ilustrador: DELEAU, JUAN
Precio:  $  42,00
Editorial: SUDAMERICANA
Páginas: 28
Medidas: 19.5 X 18.7 mm
ISBN: 9500719886
Edad sugerida: A PARTIR DE 4 AÑOS
Colección: CUENTOS DE 4 COLORES
Primera edición: 2001


 Este libro dedicado a los más chiquitos de la casa cuenta la historia del viaje que hace una nube desde el mar hasta el campo, cómo va cambiando su morfología a medida que pasa el tiempo y cuáles son las reacciones de las personas al ver la nube.
Aunque el texto y la ilustración utilizan como recurso retórico la personificación (algo muy común en los textos para chicos) otorgándole sentimientos a la nube que ver que la gente de la ciudad huye a su paso o “llorando” de alegría al ver que en el campo seco la reciben con los brazos abiertos; lo que en realidad relata el subtexto es ni más ni menos que el ciclo del agua y su importancia.
Que una historia atractiva pueda introducir aunque sea de manera inconsciente un concepto vital de las ciencias naturales y del funcionamiento de nuestro planeta, me parece excelente y desde ya lo convierte en un motivo más que suficiente para recomendar el libro. Sin embargo, debo marcar un pequeño error que se ha deslizado en la secuencia del relato.
La nube viaja desde el mar y en su trayecto cruza una montaña. Apenas la atraviesa llega a una zona seca donde hace llover. Esto es un cuento para chicos y en la ficción del papel todo es posible, pero en la realidad físicamente las masas de humedad no pueden cruzar una montaña y precipitar del otro lado. O lo hacen antes o lo hacen en la misma montaña donde será en forma de vapor, lluvia o nieve según la altitud, la época del año, etc.
Otra observación que haría es sobre la frase “Llovió tanto que la llanura se puso verde, se llenó el río y engordaron las vacas”.
La enumeración tiene un orden inexacto: cuando llega una lluvia torrencial primero crecen los ríos, con el paso de los días las plantas secas reverdecen y crecen nuevos ejemplares y de ahí el ganado flaco puede tener alimento para engordar.
No porque se trate de un libro de ficción para chicos de cuatro años hay que descuidar estos paqueños-grandes detalles.
Creo que mostrarle al chico que el ciclo del agua es un motor de la vida también implica hacerle saber que no es un proceso sencillo ni rápido en sí mismo ni en los procesos que genera en los ecosistemas.
Más allá de estas observaciones, creo que también vale la pena destacar los recursos didácticos y de diseño que se han utilizado en el libro:

  • Reemplazo de palabras con dibujos como una manera de implicar al chico en el relato y que vaya “leyendo” la historia desde sus posibilidades.
  • Texto grande en letra de imprenta para que sea más fácil de leer para los que están aprendiendo.
  • Al final del libro hay un diccionario de dibujos para los padres sin imaginación que no pudieron adivinar a qué palabra correspondía cada ilustración :D
  • Ilustraciones muy coloridas con una técnica singular (algo así como arte digital).
  • Tapas duras a prueba de chicos.



La lectura ecológica que hace la autora  de esta nota es acertada, pero en mi opinión toma demasiado al pie de la letra las “informaciones” científicas que se pueden deducir de la trama y que tuve en cuenta al concebir la historia. 
Un cuento para niños que aún no saben leer, da pie a una conversación con el adulto que se lo acerca al pequeño, y puede permitir la ampliación y explicación de detalles científicos. A cuatro años no creo que el niño entienda eso de que una nube no puede llover al otro lado de una montaña, lo que es inexacto sin definir qué entendemos por montaña y de qué clase de lluvia se trata y en qué región del mundo ocurre el fenómeno. 
Mi cuento no es un texto informativo para pequeños y creo que es admisible la licencia temporal y el enfoque afectivo que permiten acortar los plazos entre causa y efecto. Por otra parte, en ciertas regiones del mundo (en ciertas zonas del “cerrado” brasileño, por ejempl) basta una lluvia para que las plantas reacciones con una explosión de colores y vitalidad, y solo muchas lluvias después el río consigue llenarse.


Por otra parte, el Pequeño diccionario de imágenes no se dirige a "padres sin imaginación" como dice irónicamente la autora de la reseña;sino tanto al intermediario adulto como al niño que ya empieza a leer y que podrá ejercer su nueva competencia en estas tres páginas de iconos con su equivalente en palabras escritas. Una observación atenta del vocabulario permitirá advertir que en algunos casos se proponen más de un vocablo. Es que en los países de habla hispánica y a veces en diversas regiones del mismo país, solemos usar palabras diferentes para la misma cosa. 
Random House distribuye sus libros no solo en el país editor (en este caso Argentina) sino en otros del entorno linguístico, y este pequeño añadido multicultural no carece de utilidad.

Para terminar, me parece oportuno precisar que si bien yo pensé en el ciclo del agua cuando escribí este cuento, la idea inicial fue la de que cuando llueve, las nubes lloran... pero no necesariamente de tristeza sino de emoción. Yo vivía entonces en Dinamarca, un país bastante húmedo y probablemente luchaba contra la depresión que un cielo demasiado frecuentemente gris podía causar en mi espíritu tropical. También, al escribir el cuento, concebí a mi protagonista, una nube que crece y aprende de la vida (su vida de nube) como una metáfora del niño pequeño, que también avanza por la vida, descubriendo cosas y procurando (como los adultos en fin de cuentas) saber cuánto nos aman y dónde podemos ser más útiles y, por tanto, más felices.

Mi guerra de los botones

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He tardado 25 años, pero al fin he terminado la lectura de “La guerra de los botones”, un clásico francés de 1912 que, en un estilo entre naturalista y costumbrista, describe la vida de un pueblito de la Francia profunda a fines del siglo xix.  La novela de Louis Pergaud (1882-1915) quizás hubiera pasado al olvido de no ser por la genial adaptación cinematográfica realizada por Yves Robert en 1962. Esta película me fascinó al punto de hacerme salir del modesto cine Villaclara y correr a casa para empezar, poco antes de cumplir los 13 años, la primera novela de una serie de 54 ((para siempre inéditas, aunque conservo una docena de manuscritos, entre ellos el de esa inaugural “Acción en el arenal”) que sentaría las bases de mis inicios en la creación literaria y que ha dejado su huella en mis novelas realistas “El secreto del colmillo colgante” (1983) y su nueva versión, “El secreto del colmillo dorado” (2013), “Mi tesoro te espera en Cuba” (2000-2002) y “Exploradores en el lago” (2009).



Tapa y portadilla de mi primera novela "Acción en el arenal" (1967)




                  

             "El secreto del colmillo colgante (1983) y "El secreto del colmillo dorado (2013),
                               herederas de mi pasión fecunda por "La guerra de los botones"

Yves Robert supo captar lo mejor de la novela de Louis Pergaud: el humor y la fuerza vital de los preadolescentes, suavizando con su ironía y ternura el realismo a veces amargo, y el estilo un poco denso y anticuado del autor. Robert también supo actualizar las costumbres, el lenguaje e incluso algunos elementos de la trama… que trasladó a la época de filmación. Yo hice lo mismo: copié bastante de la película, pero adaptando historia y personajes a mi época y realidad de estudiante de octavo grado en la Cuba de fines de los 60.


                                       

 Esta es una de las situaciones de la novela que la película supo recrear de manera más eficaz: los chicos deciden combatir desnudos para evitar que los estragos causados a sus ropas los denuncien ante sus padres. Con el pudor que me caracterizaba por entonces, en mis dibujos vestí a mis héroes de simples andrajos.


Si “La guerra de los botones” ocupa, pese a todo, un lugar en la historia de la literatura francesa es por dos razones: porque se trata de un libro pacifista publicado por uno de los movilizados franceses caídos en los primeros meses de la Primera Guerra Mundial y porque Pergaud fue probablemente el primer escritor francés en presentar personajes pre-adolecentes sin idealización ni autocensura.
Pero como dije, el estilo de Louis Pergaud está muy lejos de ajustarse a los gustos juveniles (no solo hoy, sino ya en su época, pues él no se dirigía a los chicos, sino que los tenía por objeto). Por vocación naturalista, utiliza un lenguaje no solo marcado por una época lejana sino por cierta manera de captar las especificidades e incorrecciones lingüísticas que solo puede interesar hoy a historiadores o lingüistas. Hoy, ni siquiera en Francia, son muchos los que leen o conocen directamente la principal (que no única) novela de Pergaud.



Cuando conocí, en diciembre de 1988, a la que sería mi esposa francesa, no tardé en contarle mi experiencia con “La guerra de los botones”. Pienso que fue ella quien me reveló la existencia de la novela que inspiró a Yves Robert. Que yo sepa, la película no volvió a ser proyectarse en Cuba, pero en su país de origen es obra de culto, y durante mi primer viaje a Francia, a fines de 1989, no me resultó difícil hallarla en un cine del Barrio Latino. El mal francés que yo hablaba en la época no me impidió revivir las impresiones de mi primer encuentro con el excelente filme de Robert, pero cuando compré la novela debí rendirme ante mi incapacidad para sortear los escollos de un lenguaje plagado de regionalismos, expresiones obsoletas o mal escritas según la calamitosa ortografía de niños campesinos del Franco Condado casi un siglo antes). No me resultó más fácil la lectura en el ejemplar de 1984 de la traducción de Anaya, que conseguí en la librería hispánica de Río de Janeiro, pues aunque el traductor se ufana de haber encontrado “el equivalente más adecuado… en nuestro idioma”, lo que hizo fue volcar la prosa de Pergaud en un molde peninsular que me supo todavía más rancio.     

Es por eso que tardé tantos años en terminar de leer “La guerra de los botones”. Solo cuando mi dominio del francés me permitió afrontar el texto original, pude disfrutar los indudables valores del estilo de Pergaud: la sutileza con que analiza el pasional mundo de los niños y el de sus adultos (padres, maestro, vecinos), conformista y prejuicioso, así como la inteligente parábola que hace el sensible autor de la guerra y del poder en su escala más cotidiana, doméstica, escolar y pueblerina. Fue en junio de 2015 (¡un siglo tras la muerte del autor) que leí, casi de un tirón, el tercio final de la novela, la cual gana en ritmo y eficacia hasta concluir con una frase a la que, pese a todas sus cualidades, la película de Yves Robert no supo consagrar: la lúcida y melancólica reflexión de La Crique, el más inteligente de la pandilla, quien anticipa el fin próximo de su propia infancia: “¡Y pensar que cuando crezcamos vamos a ser tan tontos como ellos!”


 


El tormento de Lebrac (foto del filme) lo convertí en la tortura de Telémaco, sin grandes cambios, como se ve



Mi colega y amigo mexicano Alejandro Sandoval me ha confesado que él también es un gran admirador de “La guerra de los botones” y se ha empeñado en conseguir que algún editor publique su propia traducción. Persuadido de que ni siquiera una traducción actualizada puede hacer que los jóvenes actuales amen la vieja novela de Pergaud, yo acaricio otro proyecto, escribir “Mi guerra de los botones”, una novela en que combinaría la historia original, la película de 1962 y mis propias inquietudes literarias en los tiempos en que los ardores de la adolescencia comenzaban a quemar la leña verde de mi infancia.

Pero… ¿saldré victorioso de tal batalla… si alguna vez la emprendo? 


Ven conmigo a Cuba

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VEN CONMIGO A CUBA

Hace seis meses regresé a Cuba por octava vez desde mi salida definitiva en junio de 1989. Viajé, como de costumbre a principios de año, a fin de escapar a lo peor del invierno europeo y, al mismo tiempo, para aprovechar la Feria Internacional del Libro de La Habana donde, por primera vez en mi ya larga carrera literaria, presenté dos libros publicados simultáneamente en mi país de origen.

Puede parecer banal, pero lo cierto es que los escritores emigrados no solemos ser invitados a presentar nuestras obras en la feria, y que tampoco abundamos en las editoriales de la Isla. Mi invitación oficial a un evento literario de tanta importancia como la FILH se inscribe en los cambios que vienen ocurriendo en Cuba, y que concitan la atención internacional desde que, el 17 de diciembre pasado, los presidentes de Cuba y Estados Unidos anunciaron el restablecimiento de relaciones diplomáticas tras más de medio siglo de guerra fría. 


Presentación de La leyenda de Taita Osongo en la Feria Internacional del Libro de La Habana y tótem que anuncia, entre otras novedades editoriales, Concierto n°7 para violín y brujas

Cuando me marché de Cuba hace 26 años, no lo hice por razones políticas y ni siquiera económicas. En enero de 1989 me había casado con una francesa y solicité el Permiso de Residencia en el Extranjero que me permitiría, seis meses después, establecerme en Brasil, el país donde residía mi esposa. Fui lo que me gustaba calificar de “emigrado sentimental” y dejé atrás un país que, varios meses antes de la caída del muro, estaba lejos de imaginar la catástrofe económica que se avecinaba y que, al contrario, esperaba con interés los efectos de la perestroika con que Mijaíl Gorbachov intentaba reformar el socialismo real.

En realidad había señales de que aquello iba a terminar en terremoto. Por primera vez en Cuba estaba teniendo lugar un auténtico “proceso de Moscú”, el Caso Ochoa, que condujo al pelotón de fusilamiento o a largas penas de prisión al general Arnaldo Ochoa y a otras primeras figuras de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior. Pero el 20 de junio de 1989, mientras el entonces ministro de las FAR y actual presidente Raúl Castro desgranaba por televisión los cargos contra aquellas ovejas descarriadas, yo me hallaba en casa de mi tía Noelia, ajustando con mi esposa, en una esperada llamada de distancia, los detalles de mi viaje al día siguiente, en un IL-62 de Cubana de Aviación, hasta Lima, y de allí a Río de Janeiro.

 “Voy a perderme la democratización del socialismo en Cuba”, pensaba yo, quizás más preocupado por la incertidumbre en torno a mi carrera literaria. Intuía que tendría que  recomenzar casi desde cero, cuando en mi país contaba ya con una elogiada labor como crítico y estaba a punto de ver consolidado mi prestigio de autor para chicos con un tercer libro.


Como disponía de un pasaje de avión válido para regresar en el plazo de un año, yo esperaba amortiguar de alguna manera las consecuencias de mi alejamiento.

Sin embargo, “Nadie es profeta en su tierra” y mucho menos puede uno profetizar su propia vida…

Lejos de perestroikarse, el sistema cubano entraba un año después en el devastador Período Especial y yo solo podía felicitarme de no tener que sufrirlo en carne propia. Por otra parte, mi tercer libro no fue la novela detectivesca “El enigma de Costa Rara”, que la Editorial Oriente no llegó a publicar pese a haberme adelantado el 60% de los derechos de autor,  sino el volumen de cuentos Era uma vez um jovem mago, primero de mis libros en salir en traducción (São Paulo, 1991) antes que en su versión original en castellano. En resumen: fue desde Brasil que vi precipitarse la economía cubana en el abismo de la depresión (el PIB descendió en cerca de un 40%), desde Dinamarca que emprendí mi primer regreso a Cuba en el annus terribilis de 1993, y desde Francia que vi aparecer mi verdadero tercer libro, Los cuentos del mago y el mago del cuento (Ediciones de la Torre, Madrid, 1995); versión ampliada, corregida y definitiva del volumen brasileño ya mencionado.

Si demoré cuatro años en volver a Cuba, fue porque el famoso Permiso de Residencia en el Extranjero no había sido estampado en mi pasaporte; extraño error burocrático que tantas angustias nos generó a mí y a mi familia. Aprovecho para aclarar que la validez del pasaporte cubano es de solo dos años, a renovar dos veces, por un costo total seis veces superior al del pasaporte francés (válido 10 años) y que es el único que me autoriza, como a todo cubano emigrante, posea o no doble nacionalidad, a entrar en mi país de origen. Junto con la normalizaciónde mi situación migratoria (aunque sin relación directa) comenzó a clarificarse mi situación de escritor expatriado, pues tres años después publiqué mi tercer libro cubano, y a ese seguirían otros. No obstante, solo seis de mis veintinueve libros han sido publicados por editoriales cubanas. De todos ellos, solo el primero (1983) apareció en una editorial nacional, beneficiando de la mejor distribución y promoción. En 2016 debo volver a figurar en un catálogo nacional (la misma editorial Gente Nueva donde me estrené hace más de tres décadas), pero ya este año mi normalizaciónquedó marcada por el hecho de presentar en la Feria Internacional del Libro dos libros publicados simultáneamente en Cuba: La leyenda de Taita Osongo (Ediciones Matanzas) y Concierto n°7 para violín y brujas (Editorial Cauce), lo que es cosa rara en el panorama editorial criollo.

Los seis libros que he publicado en Cuba (en 1983, 1996, 1999, 2010 y 2015, respectivamente)
                                                         
Fue tras llegar a La Habana el 19 de enero pasado, que descubrí que para intervenir en los eventos culturales nacionales, los cubanos expatriado debemos disponer de una autorización comparable a la “visa cultural” que se exige a los extranjeros. No es que yo no haya realizado actividades literarias en Cuba durante los últimos 26 años; pero éstas habían tenido lugar en provincias, en eventos organizados por personas que me conocen bien y que habían pasado por alto el trámite. Finalmente, cuando a sugerencia de uno de mis editores me presenté en la Cámara del Libro, uno de sus encargados de Relaciones Internacionales me dijo, simplemente, sin mediar discusión ni firmar papel alguno: “Ya está”. No obstante, salí de allí preguntándome si la manera oblicua en que algunos responsables culturales evitaron concederme protagonismo alguno en eventos capitalinos anteriores pudiera tener menos razones personales que burocráticas. Probablemente me quedaré sin saberlo. Por algo una de las tácticas más eficaces en béisbol, el deporte nacional, consiste en “esconder la bola”, es decir, en la habilidad del pitcher (el jugador que encabeza uno de los equipos) en despistar al bateador (el jugador sobre el que, en una especie de duelo, reposa la ofensiva del team contrario).

Pero hablar de pelota es otro recurso típicamente cubano para evitar asuntos serios. Vamos, pues, al grano.


Empecemos por el principio


El 19 de enero, pasadas las 19 horas, aterrizaba en La Habana el Airbus 320 de Air Europa que me traía de Madrid… donde la habitual escala de apenas dos horas se vio aún más reducida por el retraso de 40 minutos que tuvo el despegue en París. No pude ni siquiera detenerme en el puesto de periódicos y revistas del área de tránsito para comprar algo para mi hermano, siempre hambriento de lecturas, y ni siquiera alcancé uno de los pocos ejemplares de prensa española puestos a disposición de los viajeros, pues fui de los últimos en subir al aparato.

Air Europa no tiene vuelo directo París-La Habana. Otros cubanos venían a bordo (la señora enteramente vestida de blanco es sin dudas una seguidora de la principal religión afrocubana, la Santería o Regla de Ocha.
  
En el Aeropuerto Internacional “José Martí”, la cola de control de pasaportes no fue esa vez tan larga y lenta como de costumbre, y como yo no viajaba más que con maleta y media, no fui sometido a control de equipajes ni tuve que pagar multa de sobrepeso. Aclaro que quien viaja a Cuba puede no solo verse obligado a pagar multa de sobrepeso a su compañía de aviación, como al inicio de cualquier vuelo, sino también al llegar; a la Aduana de la República de Cuba, que fija el tipo y cantidad de bienes que se pueden introducir en el país. A razón de 10 dólares por kilogramo, o de 100% del costo de los objetos no autorizados (por lo general equipos electrodomésticos), en 2013 sufrí una “sangría” de 130 US$ que había decidido evitar esta vez. Tan contento quedé de no pagar multa alguna que cedí al sablazo que me dio la enfermera sin vergüenza que supuestamente estaba allí para prevenir la entrada al país de enfermedades contagiosas. Pero fue el único incidente. En el siempre atestado hall de la terminal 2 me esperaba la amiga europea en cuya casa iba a alojarme durante mi estancia habanera, y el chófer que ella había contratado cubrió sin percance el largo trayecto hasta el reparto Miramar.

Como siempre, me sorprendió la oscuridad que domina gran parte de la extensa capital cubana. Ya eran cerca de las 10, pero pudimos cenar en uno de los flamantes y a veces lujosos restaurantes privados que han venido surgiendo en todo el territorio y que empiezan a relegar el apelativo de paladaresa aquellos cuyo menú es poco refinado, el servicio dudoso y los precios razonables.

La mejoría en la actividad gastronómica (para todos: cubanos y extranjeros; solo es cuestión de presupuesto) es lo primero que salta a la vista de quien regresa a Cuba. Y no hablo solo de la multiplicación de bares, timbiriches, paladares y restaurantes estatales y privados (vi uno de construcción enteramente nueva y ostentosa en la calle 17 del Vedado), sino de calidad y variedad. Incluso en zonas populares hay establecimientos, a veces muy modestos, que ofrecen una excelente comida casera, a precios relativamente moderados, a una clientela indudablemente compuesta por gente “normal” que trabaja cerca.

Sorprende igualmente la cantidad de cubanos que llenan bares y restaurantes finos y caros (incluso para un europeo), que lucen ropa de marca, celulares de última generación o tablets, y que gastan con una liberalidad que apesta a dinero fácil; obtenido no con el sudor de la frente o la chispa del ingenio, sino de los centenares de millones de dólares que mandan los emigrados a sus familias o producto de la prosperidad repentina (¿durable?) de esos mismos bares, restaurantes, convertibles norteamericanos de los 50 que pasean gordos turistas y de la febril actividad de toda clase de intermediarios entre pescadores, agricultores e importadores no declarados… Para no evocar actividades menos confesables como el contrabando (de todo lo que escasea, lo mismo artículos de lujo que los de primera necesidad que acaparan hábiles especuladores), el desvío de recursos estatales o incluso la prostitución y el tráfico de drogas.


 La afición de los turistas por los autos norteamericanos de los 40 y 50 ha sacado del polvo una asombrosa cantidad de viejos descapotables que, restaurados y pintados con los tonos pastel de moda en su época, recorren las más amplias avenidas

El embargo comercial norteamericano (impasible pese a la apertura próxima de la embajada de Washington en La Habana y viceversa), la balanza de pagos desfavorable, la falta de inversiones, el alza de precios internacionales y el dinero fácil se combinan para poner por las nubes los precios de los productos de primera necesidad (jabón, detergente, dentífrico, aceite…) que solo se pueden comprar en las tiendas estatales que operan en CUC; ese peso convertible que le cuesta a un empleado también estatal, 25 de los pesos m.n. (moneda nacional) con que se paga la mayoría de los salarios. Pero ciertos cubanos no parecen impresionados por precios a menudo superiores a los de los supermercados de mi barrio parisino.

En el « lujoso » centro comercial La Puntilla (Miramar), las más rústicas mercancías se apoyan contra una pared decorada con reproducciones de los mejores pintores contemporáneos cubanos.

Pasé la mitad de mi estancia cubana en provincias (Santa Clara, Topes de Collantes, Pinar del Río y Sancti Spiritus) donde la situación económica actual, ritmada por la famosa « actualización del modelo (socialista) », está lejos de la relativa prosperidad de ciertos barrios capitalinos. En el interior hay menos turistas, menos coches modernos (o antiguos remozados), menos dinero rápido. Todo es más modesto y los cuentapropistas proponen servicios menos refinados, y productos agrícolas, alimentos, herramientas y objetos artesanales más utilitarios que decorativos, visiblemente toscos y hasta de mal gusto.

El « Mercado Agropecuario e Industrial » (MAI) de Pinar del Río carece de toda pretensión y yuxtapone artículos religiosos, zapatos, cacerolas, herramientas y jarrones; todo de factura artesanal (léase “tosco”).  Impresión similar en una “tienda” improvisada en el portal de una casa de Sancti Spiritus

Mi familia y amigos en el interior son todos funcionarios o jubilados del sector estatal, y aunque hay diversos niveles económicos entre ellos, ninguno pertenece al mundillo de los nuevos ricos o de los privilegiados tradicionales. En La Habana fui alojado por una amiga extranjera que vive en Miramar, barrio donde se halla la mayoría de las embajadas, residencias de extranjeros -diplomáticos o no-, de altos funcionarios estatales y privados; aunque también hay cubanos de a pie, pobres incluidos. Creado en las primeras décadas del siglo xx para sustituir al otrora bucólico Cerro, la mayoría de sus mansiones datan de los 40 y 50. Junto a las construcciones que evidencian recursos para conservarlas en (aparente) perfecto estado se ven algunas caries. La falta de mantenimiento, agravada desde los años 90, es excepcional en Miramar pero frecuente en algunas partes de La Habana Vieja y en todo Centro Habana, Cerro y otros barrios alejados de la costa

En diverso estado de deterioro se pueden ver el hotel Isla de Cuba, en el límite entre Centro Habana y La Habana Vieja, el conjunto de apartamentos de La Puntilla, en Miramar, una iglesia del Vedado, y la que fuera mansión de los condes de Fernandina, precariamente apuntalado pese a alojar el ayuntamiento del Cerro.
  
Vivir en casa de una funcionaria europea me dio la ocasión de comprobar cuán falsas pueden ser las ideas que se hacen la mayoría de los cubanos acerca de los extranjeros residentes en la Isla. En realidad, éstos no consiguen escapar a la mala calidad de los productos (a menos que los traigan de sus países de origen o que puedan aprovisionarse en Panamá, México o Miami) pues ya no existe el Diplomercado que les aseguraba, aún a principios de los 90, mercancías importadas de gran calidad y variedad. Aunque disponga de un presupuesto muy superior al del cubano medio, un extranjero solo puede conseguir pescado fresco o queso si domina los arcanos del mercado negro, y para escapar a las frutas y vegetales maltratados por el abuso de aceleradores de maduración, ha de disponer de tiempo, un auto y/o buenos contactos. Mi amiga espera hace meses que le instalen el teléfono o que le llegue una pieza de repuesto para su automóvil, y las reparaciones que debe –por contrato- realizar en su casa la empresa estatal acreditada- tardan igualmente en ser realizadas.

Tras medio siglo de carencias de toda clase, el cubano ha aprendido a prescindir, sustituir o seguirle la pista a los productos faltantes. Pero los extranjeros no suelen disponer del tiempo ni de la red de amigos, parientes y revendedores que les permitan resolver (verbo de infinitas connotaciones en Cuba). Un ejemplo simple son los huevos, que asegura en pequeña cantidad y a bajo precio la “libreta” (carné de racionamiento reservado a los cubanos, sea cual sea su nivel económico… lo que actualmente genera polémica). Como son la única fuente barata de proteína, la presencia de huevos en el mercado “liberado” es siempre de escasa duración y no es raro ver gente con una especie de bandeja de cartón llena de huevos circulando a pie, en bicicleta, en transportes públicos. Mi amiga extranjera, que tiene horarios de trabajo rígidos, a veces pasa semanas privada de tan elemental como útil producto.

Esta inmensa heladera, en principio destinada a yogures, helados y otros productos lácteos se ve regularmente invadida por simples botellas de agua o gaseosa (solo dos sabores)

  
Acontecimiento papal

A mi llegada a Cuba, hacía meses que la papa había desaparecido. La gente hablaba del sencillo alimento con la boca hecha agua y los humoristas lo evocaban en la prensa y en la televisión. A fines de febrero, el ansiado tubérculo reapareció; primero en forma de rumor y después en las manos de especuladores que mostraban algunos ejemplares, al borde la autopista nacional, con ademanes de narcotraficante. Finalmente, los camiones de papa estacionaron frente a los agromercados y se formaron las colas. Cada persona tenía derecho a comprar 25 libras, pero no faltó quien repitiera la cola o llegara acompañado de varios familiares. Salía yo una tarde de la Unión de Escritores cuando vi que todo el mundo se apresuraba hacia el mercado de 17 y K. Hice cola durante cerca de una hora a fin de aprovisionar a la amiga que tan generosamente me hospedaba. Ella no podía decirle a su embajador: “Excelencia, déjeme ir a hacer la cola de papa, y de paso le compro a usted también un par de kilitos”.

Selfie en la cola de la papa
  
Tan absurdo me parecía perder mi tiempo en una cola para comprar papas que decidí tomar testimonio fotográfico. Una mujer que estaba detrás de mí en la cola me advirtió, con aire belicoso: « Yo trabajo en la dirección provincial del Partido y quiero saber para qué usted hace esas fotos ». Mi primera impresión fue que no estaba bien de la cabeza, pero una mirada más atenta me permitió identificar la falda oscura y la blusa de encajes que suelen vestir las recepcionistas de oficinas gubernamentales. Igual le respondí, bastante molesto: “Soy un ciudadano libre y uso mi cámara como me da la gana”. Creo que lo que más la sorprendió fue comprender que yo era cubano, pues después de tildarme de grosero se puso a lanzar pullas: “Miren la pinta de extranjero que se da… Este no está claramente definido…”  y luego, como me puse a leer para pasar el rato, bufó: “¡Lo que faltaba, un intelectual!”

Aparentemente mi expediente estaba completo pues al ver pasar un grupo de militares (que tienen oficinas en la zona), llamó aparte al de más alta graduación, un coronel, creo, y le cuchicheó algo. Yo sentí un ramalazo de inquietud y aclaré: « Esta señora se está haciendo no sé qué ideas sobre mí… », Pero el uniformado me interrumpió con un gesto tranquilizador y siguió su camino rumbo al sitio donde, aparentemente, a los militares les despachaban sin necesidad de hacer cola.

Todavía tardé un buen rato antes de poder comprar mis laboriosas papas. Durante todo ese tiempo la pasionaria de pacotilla se aseguró de que yo supiera que no me perdía de vista. Los demás coleros no intervinieron en el duelo, pero tomaron posición discretamente: unos me susurraron “No hagas caso” y otros hicieron mudos gestos de aprobación a la actitud combativa de la camarada. Era el muy cubano “saber bañarse y guardar la ropa”. Al marcharme (con mucho menos de los 10 kilos permitidos) dije con mi mejor sonrisa socarrona: “Usted ve, compañera, las papas no corren ningún peligro. ¡Buen provecho!”.
 


En realidad, en otro contexto la situación hubiera podido avinagrarse. El gobierno cubano sabe que su decisión de restablecer relaciones diplomáticas con los Estados Unidos puede ser interpretada por los descontentos y por la oposición declarada como una muestra de debilidad. Por eso la defensa de « la Revolución » (en Cuba siempre se escribe con mayúscula) y las críticas al enemigo, trátese del “imperialismo”, de los “terroristas de Miami” o de la oposición interna (siempre aludida en términos poco lisonjeros) me pareció más intensa que en mi anterior viaje, hace apenas dos años, cuando las negociaciones con Estados Unidos eran todavía secretas.

 

Mi impresión es que la gente no presta mucha atención a la campaña ideológica, demasiado ocupada en defenderse del aumento del costo de la vida, de las carencias y demás problemas cotidianos; pero es difícil escapar a las continuas referencias al « Líder histórico de la Revolución », ese mismo Fidel Castro que no aparece ya en la televisión y ni siquiera publica tan seguido sus pequeños editoriales en Granma, el órgano oficial del Partido Comunista (el único permitido). A menos que se renuncie a la radio, la televisión y los periódicos, es totalmente imposible no estar al corriente de las actividades de los « cinco héroes anti-terroristas », los agentes del contraespionaje cubano capturados y condenados en Estados Unidos a largas penas de prisión cuya liberación, al mismo tiempo que el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países casi opaca la trascendencia de este último acontecimiento. No hay día en que no se hable de « Los Cinco », no hay ciudad que no se adorne con sus fotos, ni semana en que una nueva condecoración u homenaje no les sea rendido por sindicatos, organizaciones de masas y profesionales… incluida la Orquesta Sinfónica Nacional ¡y hasta el premio “a la Humildad” de literatura infantil!
El 24 de febrero, aniversario 120 del inicio de la segunda guerra de independencia, el quinteto recibió, en ceremonia solemne, la más elevada distinción del país, la orden Héroe de la República de Cuba.

Primera estancia habanera

 

En mi primera jornada cubana no fui más allá de algunas cuadras en torno a la casa de mi amiga en Miramar. Bastó, no obstante, para notar la proliferación de restaurantes y bares (algunos en construcción) y de hostales, que en este barrio aprovechan la elegancia de los “chalets” de los años cincuenta para atraer turistas de mayor presupuesto, entre otros emprendimientos privados (peluquerías, fotógrafos-impresores, vendedores ambulantes de frutas, vegetales y golosinas) o estatales (confortables residencias para estudiantes extranjeros, comercios de diverso tamaño en moneda convertible, oficinas de “corporaciones”), todo ello reflejo de la nueva coyuntura económica y de sectores de población que consumen sin complejos. Al mismo tiempo, me sorprendió ver los atildados negocios bastante vacíos. No tardé en comprender que es algo inherente a Miramar, uno de los barrios menos densamente poblados de la capital cubana. Más incluso que los negocios, están desiertas las calles del barrio.

Miramar es un barrio privilegiado donde no es raro ver lo que falta en zonas más modestas; como este mojón que identifica las calles 3ra y 10 tras ser, visiblemente, recuperado en un barrio lejano cuyos habitantes quizás necesiten menos saber dónde viven.
  
Solo el miércoles emprendí mi primer “viaje” a La Habana (Miramar está en pero no es La Habana). En la estratégica esquina de 3ra y 10 me monté en uno de los taxis colectivos (nadie sabe por qué se les llama almendrones) que suben hasta la avenida 31, situada en realidad a solo tres cuadras, dada la configuración triangular que la desembocadura del río Almendares impone a esta parte de la urbe capitalina. Tras cruzar el estuario por uno de los túneles gemelos (el otro, el de 5ª avenida, está reservado a los autos particulares... muchos de ellos diplomáticos u oficiales) se entra al Vedado. Resistí la tentación de bajarme en el que fuera mi barrio y seguí hasta el final del recorrido: el siempre bello Paseo del Prado y el inmenso Capitolio, que marcan el límite entre La Habana Vieja (la antigua ciudad intramuros) y Centro Habana (el sector más populoso de la capital y, por tanto, de toda Cuba).

Entrando al Prado, la avenida monumental que confirmó, en la segunda mitad del siglo xix, la prolongación de la Habana al oeste de sus murallas. Mi almendrón (un Chevrolet 1952) era precedido por un Lada de los 80 que sobrevive con menos gallardía que los viejos autos norteamericanos, treinta y hasta cuarenta años más viejos. A la izquierda se aprecia uno de tantos maravillosos edificios coloniales en ruinas y, al fondo, el Capitolio Nacional que, una vez restaurado, recuperará su función original de sede del parlamento.

El trayecto cuesta 10 pesos de Mirarmar a los límites del Vedado con Centro Habana, y 20 hasta las puertas de La Habana Vieja. Para un extranjero es una bicoca (menos de un dólar), pero muchos son los cubanos que no pueden permitírselos, pues el salario medio apenas rebasa los 400 pesos. Por apenas 40 centavos se puede hacer el mismo trayecto en ómnibus urbano; pero hay que esperar un lapso impredecible antes ver llegar un vehículo ruidoso, vetusto y probablemente repleto. Las monedas de 20 centavos escasean y las de 40 son prácticamente piezas de museo (como la imagen que portan: la de Camilo, el bello comandante que la revolución perdió antes de cumplir un año); por eso casi todo el mundo entrega sin discutir una moneda de a peso (un “peso amarillo”) a cobradores que no son empleados de la empresa de ómnibus (estatal) sino una especie de mafia que se reparte con los choferes los 60 centavos de más. Este es uno de los tantos negocitos que las autoridades toleran a fin de compensar el despido de cientos de miles de trabajadores que fue la primera medida, de choque, de la reforma económica conocida como “actualización del modelo”.
 

Mi intención inicial era permanecer solo tres días en La Habana y luego seguir hacia Santa Clara donde mi hermano, su esposa e hijos habitan la que fuera casa familiar (yo fui el primero en romper el “núcleo” al casarme por primera vez en 1981 e instalarme en Santiago de Cuba, a 687 km de distancia). Pero la intensa actividad literaria me retuvo en la capital durante 10 días. Aún la Feria Internacional del Libro no había comenzado, pero el premio Casa de las Américas anunciaba mesas redondas de sus jurados y un acto de premiación que tendría lugar entre la tertulia consagrada a mi amigo Luis Cabrera Delgado en la más bella librería de La Habana (la “Fayad Jamís” en la muy turística calle Obispo) y un encuentro con Leonardo Padura en la Unión de Escritores.

Hace 26 años, la última vez en que mi presencia en Cuba coincidió con el premio Casa, éste era el evento literario más importante de Cuba y de buena parte de América. Las cosas han cambiado, pero en el jurado de literatura infantil figuraba mi admirada Ema Wolf, a quien no veía desde que dejé la Argentina en 2004, junto al ecuatoriano Edgar García y al dramaturgo y director teatral cubano Rubén Darío Salazar. Este último se declaró feliz de ver en la sala «a uno de nuestros grandes autores » y grande fue mi sorpresa al saber que se refería a mí. No sabía yo que me había leído en su infancia y mucho menos que me tuviera en tan gran estima. En realidad, siempre me asombra recibir tales muestras de reconocimiento en un país donde la mayoría de mis libros no se consigue.

Al día siguiente me enteraría de que el Premio Casa de literatura infantil había sido concedido a una novela de mi paisana Mildre Hernández. Pese a haber otro cubano premiado, ella resultó la única autora presente en el muy deslucido acto de premiación. Si Mildre se alegró de ver en la sala a un amigo venido de tan lejos, más me alegré yo de ver su joven carrera reconocida a ese nivel. Es la segunda autora villaclareña en ganar el codiciado premio, y la primera en lograrlo en la categoría de libros para niños y jóvenes, que es una de las más difíciles porque pueden competir  cuatro géneros bien diferentes: poesía, novela, cuento y teatro. Situación similar solo se presenta en las categorías de Literatura Brasileña y Literaturas del Caribe.

Mildre Hernández recibe los aplausos del jurado y del presidente de la Casa de las Américas, el poeta Roberto Fernández Retamar
  
Quien me adelantó la identidad de la ganadora del premio Casa fue Luis Cabrera Delgado, durante la tertulia « Libros a la carta » que su creador, el avezado promotor Fernando Rodríguez Sosa, le dedicó con motivo de sus 70 años. Cabrera es uno de los más prolíficos y reconocidos autores cubanos de literatura infantil, aunque su obra incluye también novelas para adultos, teatro y otros géneros. La tertulia está concebida como un recorrido al conjunto de una obra, pero arrojó particular luz sobre el volumen-homenaje Seis caras de una infancia que reúne seis de las mejores novelas del autor, quien dedicó los minutos finales a presentar el lujoso volumen Te regalo el mar donde él mismo acaba de compilar cuentos de tema marino, de autores de todo el continente, para los niños de Bolivia; único país del hemisferio occidental que, como Paraguay, carece de acceso al mar. El volumen incluye uno de mis raros textos marítimos (Cuba es una isla, pero yo soy de “tierra adentro”), pero mi ejemplar solo llegaría a Cuba meses más tarde y aún no lo tengo en mi archivo. Bellamente ilustrado y sólidamente encuadernado, el libro será distribuido gratuitamente a los escolares de toda Bolivia. 

 

Cada actividad literaria en la que participé, fue la ocasión de reencontrarme con viejos amigos y colegas. En la librería Fayad Jamís, con Fernando Rodríguez Sosa, el bibliotecario Adrián Guerra Pensado, el poeta Alberto Peraza y la narradora Magaly Sánchez, por un lado, y con los jóvenes Eudris Planche (narrador) y Denise Ocampo (investigadora literaria). Días más tarde, en el Pabellón Cuba con el novelista cubano residente en Londres, Pedro Pérez Sarduy, y en las inmediaciones de la UNEAC con el narrador y músico Felipe Oliva y el escritor de Curazao Leo Regal.



El encuentro con Leonardo Padura forma parte de un programa de promoción que lleva a cabo la sección de la literatura policial de la Asociación de Escritores. En este caso, un grupo de investigadores resumieron sus respectivas contribuciones a un futuro libro sobre el más internacional de los actuales escritores cubanos. Abriéndome paso entre los muchos admiradores de Padura, conseguí me dedicara el ejemplar de su última novela,Herejes, que había comprado en la sección de libros en español de la FNAC en París. La edición cubana aparecería, tras los habituales rumores e incertidumbres en torno a sus libros, durante la feria del libro. Mucho menos segura era la presentación pública del filme franco-hispano-cubano “Regreso a Ítaca”, basado en la parte más actual de otro de sus excelentes libros, La novela de mi vida.



Durante esa primera estancia en la capital, y en las dos que la siguieron, tras sendos regresos al centro del país y mi breve estancia en Pinar del Río, siempre encontré la ocasión de, parafraseando el programa de televisión de Eusebio Leal, el Historiador de la Ciudad, “andar La Habana”. Allá viví entre 1971 y 1974, cuando cursaba el pre-universitarios en el internado “Carlos Marx”, y entre 1985 y 1989, época en que me desempeñé como especialista literario del Cerro y guionista en Radio Progreso. Pero además visité la capital incontables veces, siendo niño y ya adulto. Hoy probablemente conozco mejor París que La Habana (una ciudad más grande y diversa que la capital de Francia); entre otras cosas porque las guaguas han cambiado de denominación y recorridos. Camino mucho, demasiado, por sus aceras destrozadas (por las filtraciones y reparaciones ineficientes en La Habana Vieja y Centro Habana, y por las raíces de los añosos árboles del Vedado, Miramar y Marianao), cuando no se trata de las calles, a menudo despobladas de vehículos o declaradamente peatonales.

    
  
No solo deambulé por el mero placer de recorrer de nuevo las calles que tan bien conozco (o descubriendo lo que ha cambiado, lo que he podido olvidar o lo que nunca vi; que lo hay), también corrí de un lado a otro en busca de libros (mi principal ocupación) en las diversas librerías cercanas a la Plaza de la Catedral, tras una oferta cultural (el Teatro Martí, reabierto hace un año tras 40 años de olvido), a una cita con amigos (en la escalinata de la Colina Universitaria) etc. Pero siempre con los ojos bien abiertos y casi siempre con la cámara presta. Ya me quedaban pocos días en Cuba cuando acudí, por ejemplo, a los estudios de Radio Habana, en el magníficamente restaurado edificio que fuera la Lonja del Comercio, a fin de ser entrevistado por Fernando Rodríguez Sosa en su hermoso programa Invitación a la Lectura.

 

¿Cuba es La Habana y lo demás, áreas verdes?

Esta es una vieja boutade cubana, reflejo de la altanería habanera y de la real distancia que existe entre la capital y el interior (que los capitalinos suelen llamar despectivamente “el campo”, incluso cuando hablan de una ciudad como Santiago de Cuba, con medio millón de habitantes, o Camagüey y Holguín, que superan los 300 000). Para viajar a Santa Clara me trasladé con mi enorme maleta, en un taxi llamado por teléfono, hasta un costado de la Terminal de Ómnibus Nacionales, junto a la Plaza de la Revolución, donde estacionan los taxis colectivos que comunican La Habana con las grandes ciudades más próximas: Pinar del Río, Matanzas, Cienfuegos… El precio es superior a los autocares para cubanos, pero las salidas son más frecuentes, no requieren reservación anticipada y el pasajeros puede descender en la puerta de su domicilio. En mi caso, el recurso es casi obligatorio puesto que los expatriados y extranjeros no podemos utilizar los vehículos de la empresa Astor (en moneda nacional) sino que hemos de utilizar los de la compañía Vía Azul, que estacionan en Nuevo Vedado. Ciertamente se viaja más cómodo, pero las salidas son menos abundantes y en fin de cuentas sale más caro. 

Tras solo dos años de ausencia encontré a mi ciudad casi natal bastante demacrada. Sin los recursos que aporta el turismo a ciudades como La Habana o Trinidad, sin esa mezcla de amor local y dinamismo propio de Sancti Spiritus y sin la actividad industrial de Cienfuegos, la villa más poblada del centro de la Isla no ha podido consolidar muros o poner una capa de pintura en los últimos 24 meses.

 
Sí Santa Clara no está en las mejores condiciones, tampoco se rinde. También allí se ven nuevos bares y restaurantes, algunos muy agradables; conozco dos librerías independientes (de amigos escritores) y se pueden tener sorpresas como hallar en lo que resta del clausurado cine Villaclara un grupo de jóvenes que ensayan, entre el polvo, las ruinas y el calor, una endiablada coreografía a ritmo de mambo, o visitar el atípico centro cultural El Mejunje que, entre otras muchas cosas, fue el primero en presentar espectáculos de trasvestis y aceptar a la comunidad LGBT.

 

Es que el dinamismo de Santa Clara no es material sino intelectual. Además de poseer la tercera universidad del país, la vida literaria local cuenta con una nómina de escritores y una agenda de actividades literarias con pocos equivalentes en el resto del país. La tarde misma de mi llegada, tenía lugar una presentación de un ensayo, con músicos y poetas invitados, en el Parque de las Arcadas (muy vinculado a las actividades literarias desde 1979, época en que yo mismo, siendo especialista literario municipal, inauguré allí los sábados del libro). Dos semanas más tarde un torrencial aguacero obligó a trasladar el homenaje a Mildre Hernández que acaba de comenzar, a la galería de arte contigua a la librería de la peatonal calle Independencia (otras tantas razones que hacen tan cultural el mentado parquecito). Mildre y sus amigas Leidi Hernández y Maylén Domínguez, también jóvenes autoras, leyeron sus textos. Fue un encuentro concurrido y cariñoso que compensó largamente la frialdad de la entrega del diploma de la Casa de las Américas. Como para que nada faltara, asistió el único miembro del jurado que no se hallaba aquella noche en la institución habanera. El matancero Rubén Darío Salazar se hallaba en Santa Clara con su grupo de Las Estaciones, que llenó el viejo teatro La Caridad con toda la modernidad, la imaginación desbordante y la música de su espectáculo “Cuento de amor en un barrio barroco”. 
 

Durante los escasos 21 días que sumaron mis dos estancias en Santa Clara asistí a un intenso debate entre miembros de la Asociación “Hermanos Saíz” de Escritores Artistas Jóvenes y el investigador Jorge Fornet a propósito de su libro sobre el llamado Quinquenio Gris (la época maoísta de la cultura cubana, que duró más de la mitad de los años 70); los términos “censura” y “libertad de expresión” fueron pronunciados allí con absoluta claridad. También estuve en la presentación de Dos cuentos de Hans Christian Andersen, volumen bilingüe editado por Álvaro Castillo Granada, propietario de la editorial independiente San Librario y mejor amigo colombiano de Santa Clara. La librería “alternativa” que el escritor policíaco Lorenzo Lunar tiene abierta hace varios años con el bien escogido nombre de “La Piedra Lunar” estaba tan llena que, por primera vez en mi vida, asistí a un encuentro literario a través de una ventana. Es cierto que la librería es muy pequeña, pero eso no le impide tener una gran convocatoria y reservar un rincón para exponer algo del trabajo del ilustrador  Ricardo Reyes.

En todo caso, había más gente en La Piedra Lunar que en la sede provincial de la UNEAC el día en que impartí mi conferencia “¿Es posible traducir la literatura cubana?”. En parte por un título que pudo hacer creer que el tema solo podía interesar a traductores y en parte por una tardía y deficiente difusión, nos reunimos en “petit comité” varios escritores e investigadores, buenos y fieles amigos. Uno de los que, no obstante, conocí esa tarde, me dijo: “¡Como van a lamentar todos los que no vinieron!” Es que mi intervención trataba esencialmente sobre de las posibilidades y dificultades de publicación de literatura cubana en el extranjero, algo que le quita el sueño a cuanto escritor conozco en la Isla. 

 
La Biblioteca Provincial “Martí” celebró sus 90 años con una bonita ceremonia. Como ya es tradición, unos días después sostuve un encuentro con los niños del taller literario de la biblioteca… del cual fui coordinador entre 1976 y 1981 y que he seguido visitando regularmente, tanto cuando vivía en otras ciudades cubanas como cuando regreso desde el extranjero. Esta vez dialogué con un grupo de alumnos de sexto grado que habían leído mi novela La leyenda de Taita Osongo (en la edición de 2010, pues la nueva edición aún no había aparecido) y tuvieron las primicias de Concierto n°7 para violín y brujas, y de Había una vez un espantapájaros, un libro publicado a fines del año pasado en Bogotá, pero cuyos tres primeros ejemplares me los acababa de traer una amiga desde Colombia. La Biblioteca “Martí” no posee quizás tantos libros míos como la colección de autores cubanos que atesora Adrián Guerra Pensado en la biblioteca “Rubén Martínez Villena” de La Habana, pero en cambio posee una colección exclusiva de manuscritos, folletos y recortes de prensa de y sobre mi trabajo.

 

Esta vez extendí mis “larguezas” a la biblioteca del arzobispado, que posee en la actualidad no solo el local más apropiado a las funciones de una biblioteca, sino la colección más actualizada y rica de Santa Clara. Gracias a las donaciones internacionales sus medios son infinitamente superiores a los de las bibliotecas públicas cubanas que, pese a una magnífica trayectoria, tienen sus fondos en peligro no solo por la falta de recursos para protegerlos de las agresiones del clima tropical, y para actualizarlos y numerizarlos, sino por el comportamiento egoísta e irrespetuoso de sus usuarios, que no dudan en robar o mutilar ediciones que a menudo son insustituibles. En la biblioteca diocesana me atendió mi estimada Charín, ex bibliotecaria de la Biblioteca “Martí” que dirigiera su madre, la también tardía autora de libros infantiles, Rogelia Cárdenas.

 

Pese a sus casi 250 000 habitantes, Santa Clara no es una ciudad muy extensa. Si no fuera por la existencia de algunos barrios alejados (sin motivo alguno, pues abundan las áreas urbanas baldías) sería fácil recorrerla a pie. En cada uno de mis viajes veo pocos ómnibus de las 14 rutas que (¿existirán todavía aunque sea nominalmente?) poseía a fines de los 80. Los principales medios de transporte son las bicicletas, los carretones de caballos y los ciclomotores. Pero, como en toda ciudad cubana, de vez en cuando se ve pasar un vehículo exótico. En estas fotos se puede identificar varios automóviles sudcoreanos (flamantes) y soviéticos (curtidos), una tosca guaguaGirón V (carrocería criolla sobre chasis de camión soviético), un autocar General Motors de los 50 que comparte calle con un carretón de caballos, y hasta un veterano y aristocrático Jaguar… entre vehículos de dos, tres y cuatro ruedas a tracción humana… y caprina.

 

En todo caso, yo me muevo casi exclusivamente en bicicleta. Hace dos años le compré a mi sobrino una montañesa… que tengo el derecho de usar como propia cuando estoy en Santa Clara.

 

Circunvoluciones centrales

En realidad, esa vez solo permanecí tres días en Santa Clara. Mi hermana bajó el sábado de Topes de Collantes, pueblito de montaña donde vive hace unos 20 años, y la acompañé en su viaje de regreso, a fin de conocer a mi sobrino-nieto, de apenas año y medio, y visitar a la madre y el padre del benjamín. No voy a extenderme sobre los encantos de mi bello e inteligente sobrino-nieto (aunque soy tan poco dado a este tipo de explaye que el amable lector puede creerme). Tras unos escasos minutos de timidez, Samuelito decidió apropiarse de mi persona y mis bienes. Al día siguiente ya le había agotado la batería al autito que le llevé, pero seguía considerándolo más interesante que Míster Reno, el peluche que me había costado el doble (los niños cubanos no saben lo que es un objeto transicional).

 
Topes (oí decir que le han quitado “el apellido”) está a 800 metros de altura, en la zona del macizo del Escambray cercana a la turística ciudad de Trinidad. El presidente golpista Fulgencio Batista fundó allí, en el año de mi nacimiento, un inmenso sanatorio (al que le puso su nombre) para enfermos de tuberculosis, y a sus pies se construyó una veintena de coquetos chalets y dos edificios de apartamentos para un turismo de montaña que a los cubanos nunca ha interesado. Siempre me pareció raro escoger uno de los lugares más fríos de Cuba para personas con problemas respiratorios. Fidel Castro habrá pensado lo mismo pues decidió instalar allí, en 1962, la segunda de sus inmensas escuelas de formación de maestros. Mis padres formaron parte del primer claustro de formadores y se trasladaron allí con bienes y familia. Supongo que el peligro constante de los ataques de la guerrilla anticastrista, que infectaba el Escambray, convenció a mis padres de que era mejor volver al llano, y en septiembre los niños comenzamos el nuevo curso escolar en Santa Clara. Lo que nadie imaginó fue que mi hermana se volvería topense casi treinta años después, cuando la recién creada Unidad Universitaria de Montaña le ofreció el techo que ella y su flamante esposo anhelaban. Allí nació mi sobrina y, aunque divorciada, permaneció mi hermana hasta ahora, cuando su facultad está a punto desaparecer por falta de alumnos. 

En el “museo de la alfabetización” está la lista de los profesores del primer año de la escuela de formación de maestros de Topes de Collantes. Allí encontré los nombres de mis padres y los apellidos de algunos de mis condiscípulos y amigos de los lejanos meses pasados en aquella montaña.

Si el antiguo edificio del sanatorio ha encontrado un destino que une pasado y presente (es un “curhotel” destinado al turismo médico) y los chalets se conservan en buen estado (aunque nunca he visto turista alguno, ni sano ni enfermo, en casas como la que habitó mi familia en 1962), los edificios de apartamentos que albergaran a los estudiantes de magisterio en la misma época están en ruinas hace años. El futuro de Topes parece indisociable del turismo ecológico. Las cascadas y los senderos de montaña son sus principales atractivos; aunque el microclima ya no es tan templado ni el bosque tan tupido como antes. De momento, no parece haber una alta tasa de ocupación en los dos hoteles y la mayoría de los turistas se hospedan en Trinidad, subiendo en camiones militares reconvertidos al treking, para excursiones de unas pocas horas.

En cada una de mis visitas, me he interesado en cuanto hay de visitable: la colección de pintores contemporáneos que casi nadie visita, la librería que jamás he encontrado abierta, el antiguo anfiteatro construido en el declive natural de una ladera que la vegetación reconquista, la semi-abandonada represa (en otros tiempos custodiadas por nogales y avellanos), las casas del café y de las infusiones (en Topes se da el cacao pero, inexplicablemente, no se explota) y, sobre todo, las cascadas. La última que me faltaba conocer, la Batata, la visité este año en compañía del joven esposo de mi adolescente sobrina. Pero el placer del recorrido fue amargado por la penosa situación de mi mediatizada cubanidad.

En Topes está establecido que sus habitantes tienen derecho a visitar libremente las cascadas. Los turistas nacionales deben pagar cinco pesos m.n. y los extranjeros dos CUC. Mi concuñado andaba, como es su costumbre, sin documento alguno de identidad, pero su aspecto, acento y ropas identifican como topense. Yo esgrimí mi carné de la UNEAC y, como no bastaba para equiparar la ausencia del sagrado Carné de Identidad, saqué el que me acreditaba hace 26 años como empleado de Radio Progreso. Pero nada, el custodio de la cascada insistía: “usted no es de aquí” y que tenía que pagar en moneda convertible. La discusión fue subiendo de tono, pues mi concuñado es joven y fogoso, y yo, por principio, estaba tan poco dispuesto a ceder como el custodio. Al fin, exclamé: “¡Compadre, ¿usted me va a decir a mí, con su experiencia, no sabe distinguir a un tipo de aquí de uno de afuera?!” Mi tono campechano y la “guataquería” (adulonería en cubano) fueron más convincentes que mis precedentes argumentos. El custodio no solo nos dejó pasar sino que a la vuelta ya nos trataba como si fuésemos sus compadres.

 

La visita valía el esfuerzo físico, pero no la discusión. La sequía tenía muy disminuido el caudal de la cascada, pero incluso así llegar hasta la poceta que se disimula tras la gruta se reveló peligroso, pues no teníamos un calzado capaz de no resbalar en el estrechísimo y húmedo friso, y el calor ambiente no conseguía compensar lo frío de una zambullida para alcanzar a nado el agujero del fondo.

Para subir a Topes mi hermana y yo habíamos utilizamos la vía más cómoda: una guarandinga (camión adaptado al transporte de personas) apodada La Comandancia que las fuerzas armadas, administradoras de esa zona estratégica que parece ser (nadie sabe por qué) Topes de Collantes, ponen gratuitamente a disposición de sus empleados, de los residentes y de los turistas del curhotel. Tanto que me fastidian en todas partes para que pague como extranjero, y cuando recorro medio centenar de kilómetros loma arriba ni siquiera me cobran un centavo. Bajar no es tan fácil y nunca sé cómo lo haré. Esta vez me acompañó mi hermana, que debía hacer unas gestiones en Trinidad. Después de desesperar un poco en la única carretera que atraviesa el pueblito, un camión de pasajeros nos condujo hasta el centro de la perla colonial de Cuba.

Trinidad es un milagro. A principios del siglo XIX era la villa más rica del país, gracias a sus fértiles tierras, masivamente dedicadas al cultivo de la caña de azúcar. Los centenes de oro entraban a raudales y la “sacarocracia” local se construyó palacios y casonas de estilo pseudo mudéjar o neoclásico que se conservaron casi sin reformas cuando la crisis de los años 1850 y las guerras de independencia (1868-1898, con una tregua 17 años) les redujeron drásticamente el nivel de vida. Cuando empezó el boom turístico de los 90, Trinidad ya era un polo turístico. Hoy entristece ver que los artesanos se copian unos a otros y que falta autenticidad en su manera de trabajar e incluso dirigirse a los turistas. En ciertos sectores del arte y en casi la totalidad de la artesanía cubana, el patrón de medida es un turista cuyo paternalismo y falta de exigencia y cultura, rebajan el nivel de una producción que los cubanos desprecian, pero que les da de comer. Malsana ambigüedad de la que unos pocos se dan cuenta. Como aquel joven pintor que en 2011 advirtió mi desinterés por lo que exponía en el umbral de su casa-taller y me invitó a ver en el interior su verdadero trabajo… mil veces más sustancioso.



Contrariamente a lo que esperaba, dejar Trinidad fue más fácil que partir de Sancti Spiritus. En el primer caso casi me salió al paso el moderno automóvil que me trasladó por apenas 2 dólares. En el segundo tuve que pagar 6 por el derecho a perder tres horas en la terminal de ómnibus. Yo no había tenido en cuenta que Sancti Spiritus es la capital de la provincia donde se halla Trinidad y que si la distancia hasta Santa Clara, solo excede en 20 kilómetros a la que separa las localidades antes mencionadas, las relaciones comerciales, administrativas y otras no justifican el vals de almendrones interprovinciales que yo había previsto. De hecho, no había ningún auto. “Si acaso, en el hospital”, me dijeron, y enseguida me me propusieron uno para mi uso exclusivo por 25 o 30 CUC, cosa que decliné inmediatamente, y no solo porque no tenía encima semejante suma. Era poco menos de una de la tarde, y media hora después partía un ómnibus de Astro, pero aunque se fue con asientos vacíos y propuse pagar una plaza al precio, siete veces más elevado, de la compañía reservada a extranjeros, me dijeron que no, que tenía que esperar al carro de Vía Azul que pasaría tres horas más tarde.

Cuando al fin, con media hora de retraso, el flamante autobús Yutong (la misma marca china que usa Astro, pero en modelo más moderno y provisto de climatización) me abrió las puertas, descubrí que éramos solo cinco o seis viajeros. Por supuesto, a nadie le pasó por la cabeza preguntar si había algún cubano ordinario condenado a esperar X horas por una salida de Astro hacia Santa Clara. Lo verdaderamente kafkiano es que si una persona sin pasaporte alguno está dispuesta a pagar en CUC, puede subirse a un Vía Azul. Somos los que carecemos de Carné de Identidad quienes nos vemos impedidos de trepar a un Astro.

En el turbión editorial

Hasta 1989, la edición cubana estuvo estrictamente centralizada. Fuera de la capital solo existía la editorial Oriente, que consiguieron los pujantes intelectuales de Santiago de Cuba en 1971 gracias a la intervención de Juan Almeida Bosque, el más santiaguero de los comandantes de la Revolución (título reservado a los líderes históricos, que alcanzaron el prestigioso grado militar durante la lucha armada contra la tiranía de Batista). Uno de los pocos aspectos positivos del llamado Período Especial fue la creación de editoriales en todas las provincias, lo que ha incrementado la diversidad literaria en el país. Por esas cosas raras que ocurren en Cuba, a veces un libro de provincias cuenta con mejor papel, mejores tintas y mejor impresión que un libro “nacional”, pero no de buena distribución.

En Cuba la única temporada literaria digna de ese nombre comienza con la FILH, en febrero, y sigue con las ferias provinciales y municipales, que se extendieron esta última edición hasta mayo. La mayoría, o por lo menos los más importantes, de los libros cubanos se imprime entre fines de cada año y principios del siguiente. Esto provoca atoros en las imprentas y no pocos problemas de distribución. Me contó un autor que fue invitado a presentar su libro en cuatro ferias sucesivas y solo en la última, dos meses después, consiguió ver los ejemplares de su obra en manos de los lectores. También me contaron de alguna obra cuyo segundo tomo se puso a la venta antes que el primero.

Pese a la creciente exigencia de realismo económico y de búsqueda de la rentabilidad, en Cuba todavía no existe un verdadero mercado del libro. No se publican más ejemplares de los libros de alta demanda, y se abusa en la edición de obras “de interés político-social” que luego se mueren de tristeza en las estanterías. Las fábricas e importadoras de papel, las imprentas, las editoriales, las librerías y las bibliotecas han pertenecido tradicionalmente al estado, que es quien también ha pagado actividades de promoción, derechos de autor (a través de sus editoriales) y hasta salarios (muchos escritores son funcionarios culturales). Solo recientemente, la descentralización entreabre ligeramente ese círculo cerrado donde la realidad económica no tenía sentido. Los derechos de autor se pagaron, hasta principios de los 90, sobre la base de la extensión del original. Así, mi cuarto libro cubano me reportó apenas 400 pesos (15 dólares en 1999) puesto que el manuscrito contaba solo 15 folios. Que la tirada fuera de ochenta mil ejemplares (recaudando 250 000 pesos) no tuvo ninguna influencia en mis ingresos. Unos años después se instauró un nuevo sistema de remuneración cuya lógica me escapa, pero parece tener en cuenta la notoriedad del autor, pero sin relación alguna con la tirada puesto que no se trata de ceder al autor un determinado porcentaje sobre las ventas. La primera edición de “La leyenda de Taita Osongo” (Ediciones Capiro, 2010) que solo contó 800 ejemplares, me reportó lo mismo que la segunda (Ediciones Matanzas, 2014) que, sin embargo, es de 4 000 ejemplares. Es que una editorial cubana no decide la tirada en función de la demanda estimada, sino en función del papel disponible. El muy loable Fondo para la Cultura, que permite financiar ediciones poco rentables como las de poesía o ensayo, y compensar las pérdidas que genera la subvención de los libros infantiles, conduce a veces a paradojas como la que acabo de referir. Sobre todo porque el Fondo es en pesos m.n. y que papel, tintas, etc., son importados o producidos con moneda convertible.

Descubrí la segunda versión cubana de La leyenda de Taita Osongo en el Pabellón Cuba, la librería efímera más grande del Caribe

Fuera de alguna rara librería en CUC y de las mesas de saldos de la Feria Internacional del Libro, el lector cubano solo tiene acceso a las ediciones cubanas. La razón principal es menos la barrera de protección ideológica que la limitación financiera. Las editoriales cubanas no disponen de fondos en moneda convertible y solo pueden pagar derechos en pesos m.n. (ni siquiera en CUC, el peso parcialmente convertible) al autor o su representante, que deberá presentar personalmente el cheque en un banco de la Isla. Los raros autores extranjeros y cubanos residentes en el exterior que llegan a publicar en Cuba son amablemente invitados a ceder sus derechos y aceptar por toda retribución 50 ejemplares de la obra (que mal veo le manden por correo internacional). Quizás por un descuido en la redacción de su reglamento, los bancos exigen la presentación del “carné de identidad” y no de un “documento de identidad”. Puesto que los residentes solo tenemos pasaporte cubano, mucha gente cree que es simplemente imposible pagarnos los derechos de autor.

Lo cierto es que mis compatriotas (incluso muchos de los que han viajado al extranjero) están convencidos de que fuera de Cuba es fácil ganarse la vida… lo que alimenta tanto malentendido entre los locales y los visitantes de quienes todo se espera casi a cambio de nada. Por eso no me sorprendió que uno de mis editores me dijera en un e-mail: “… no podemos pagarte los derechos, pero creo que no te importa…”. Debí aclararle que sí me importaba, y no solo por una cuestión de principios, sino porque los 200 o 400 dólares en juego eran tan “dinero” para mí como para él mismo. Sin entrar en detalles sobre mi economía personal, le recordé que en Cuba me esperaban mis dos hermanos y sus respectivas familias, víctimas de las mismas necesidades que cuanto cubano vive de su salario estatal; pero que además, muchos de los precios que se practican en la Isla son más elevados que en Francia (en particular los artículos de primera necesidad de las tiendas en CUC) y que, lejos de “perdonarnos” una que otra cosa, los expatriados nos vemos obligados a pagarlo todo (entradas a museos y espectáculos, transportes interprovinciales, hospedaje…) como cualquiera de esos turistas que regresan escandalizados porque Cuba les sale globalmente más cara que cualquiera de las islas vecinas. El caso es que gasté bastante tiempo en Cuba (innúmeras llamadas y correos) en convencer, con el apoyo del mismísimo Instituto Cubano del Libro y el antecedente de todos mis libros cubanos recientes, que mis dos nuevos editores podían lograr lo mismo que la editorial Capiro, de mi casi natal Santa Clara, no tuvo dificultad alguna en hacer en 1996, 1999 y 2011.

Mis actividades profesionales comenzaron oficialmente con las Jornadas Internacionales de Literatura Infantil y Juvenil que tuvieron lugar en el hotel Habana Libre. Medio centenar de personas asistieron cada día a un evento que, en plena Feria Internacional del Libro, competía con otras citas  en torno el libro, la literatura y la lectura.

Algunos ponentes del segundo día de las Jornadas de LIJ: Amparo Andrade, Julio Llanes, Diego Lebro, Luis Cabrera Delgado, Joel Franz Rosell y Esteban Llorach

Entre los participantes estaban varios especialistas extranjeros: el chileno Manuel Peña Muñoz, los colombianos Amparo Andrade y Diego Lebro, los argentinos Rosana Cesaroni, Silvia Pallone y Claudio Ledesma, y varias personalidades de literatura infantil y juvenil cubana: Ivette Vian, Nersys Felipe, Luis Cabrera Delgado, Julia Calzadilla, Esteban Llorach, Enrique Pérez Díaz, Teresa Cárdenas, Julio Llanes, Sergio Andricaín…

Una parte de los invitados a las Jornadas Internacionales de Literatura Infantil. Entre otros (de izquierda a derecha, comenzando por el primer plano):  Diego Lebro (Colombia), Nersys Felipe (Cuba), Sergio Andricaín (Cuba-Estados Unidos), Joel Franz Rosell (Cuba-Francia), Manuel Peña Muñoz (Chile), Amparo Andrade (Colombia), Gerardo Fulleda (Cuba), Ramón Luis Herrera (Cuba), Denise Ocampo (Cuba), Esteban Llorach (Cuba), Claudio Ledesma (Argentina), Julio Llanes (Cuba).
  
Alguien me informó que mi novela La leyenda de Taita Osongo estaba a la venta en el Pabellón Cuba, la segunda sede en importancia de la Feria Internacional del Libro y que tiene la ventaja de hallarse a cien metros del hotel Habana Libre. Aproveché la exposición de un ponente aburrido para ir a comprar una docena de ejemplares que repartí entre colegas cubanos y extranjeros. Es una de las indudables ventajas que tenemos los expatriados y extranjeros en Cuba: los libros infantiles cuestan centavos de euro y la mayoría de los libros para adultos, un euro o dos. Mis colegas en la Isla raramente pueden corresponder de la misma manera, por lo que en cada viaje me gasto cientos de pesos m.n. (el equivalente a tres libros franceses) en los libros con los que intento mantenerme actualizado. Mi maleta prácticamente no contiene otra cosa al regreso... fuera de las tres botellas de ron reglamentarias y unas pocas artesanías para mis amigos franceses.

En las Jornadas hubo de todo, incluido un breve apagón, que no logró interrumpir a Luis Cabrera Delgado. A la luz de un par de celulares prosiguió con su comunicación, sin dudas la más brillante del programa académico. Sin incidentes técnicos, pero con muchas risas y aplausos, fue el diálogo entre Sergio Andricaín e Ivette Vian, una de las pioneras de la literatura infantil cubana, quien cuenta con una actualidad siempre inventiva y exitosa.

  
Las Jornadas Internacionales de Literatura Infantil, que el cuentacuentos argentino Claudio Ledesma organiza y financia en varios países (esta es solo la primera edición cubana) incorporan otros campos de la literatura infantil, muy particularmente la narración oral. La oralituraestuvo presente a través figuras como Elvia Pérez y la veterana Enriqueta Almanza. Pero el “broche de oro” fue el muy literario espectáculo que nos ofreció un grupo de niños.


Los eventos literarios sirven, entre otras cosas, para encontrarse con viejos colegas, para tejer nuevas relaciones o consolidar lazos que, en el caso de los escritores, suelen tejerse a través de la lectura de libros venidos de lejos. Al Encuentro de Literatura Infantil que se sigue llamando “Una merienda de locos” (en referencia al famoso capítulo de Alicia en el País de las Maravillas) pese a haberse vuelto una racional presentación de las novedades de Gente Nueva, la principal editorial de libros para chicos y más antigua casa editora del país. En el patio de la Sociedad Cultural José Martí que cada año acoge el encuentro, conocí personalmente al ilustrador y al editor de la versión cubana de Concierto n°7 para violín y brujas, los pinareños Valerio (Yunier Serrano) y Carlos Fuentes. A falta del primer ejemplar de mi tan esperado libro, me confirmaron su invitación a protagonizar el próximo número de La Chinchila, la única revista literaria cubana esencialmente dirigida al público infantil y no exclusivamente a adultos interesados en la LIJ (caso de En julio como en enero, que publica Gente Nueva desde 1984… sin que hasta ahora me haya privado del privilegio de ser el más antiguo especialista cubano del género sin asomarse a sus páginas).

  

También conocí a Gretel Ávila, la responsable de la colección Tesoro-Ballet, que publica cuentos inspirados en los libretos del repertorio del Ballet Nacional de Cuba (donde debutaré narrando el ballet “El corsario”) y me encontré de nuevo o por primera vez con colegas que he tenido el placer de leer como Eldys Baratute, Reinaldo Álvarez Lemus, Yoss o José Raúl Fraguela, quienes compartieron mesa, entre otros, con Enrique Pérez Díaz, quien recientemente cambió su puesto de director de Gente Nueva por el de asesor del Instituto Cubano del Libro.

Otra de las actividades que se inscriben en la órbita de la feria del libro es la entrega de los premios La Rosa Blanca que la Sección de Literatura Infantil de la UNEAC concede a los mejores libros para niños y adolescentes publicados en los últimos 12 meses. La cosecha 2015 unió creadores tan  jóvenes como Manuel José Rodríguez, Yancarlos Perugorría y Norelys Correa con las dos veteranas que recibieron los premios especiales: Mirta Yáñez (cuyo primer libro infantil saludé en una reseña publicada en 1978) y la nonagenaria promotora Haydée Arteaga.

 

A propósito de la Feria Internacional del Libro de La Habana

La Feria tuvo su primera edición en 1982, con un ciclo bianual primero y, a partir del año 2000, anual. Tuvo varias sedes hasta asentarse en el inmenso espacio que ofrece la antigua fortaleza militar de La Cabaña. El obstáculo de la bahía lo salva rápidamente la línea especial de ómnibus que, por un peso y sin paradas intermedias, permite llegar en cinco minutos del céntrico punto de confluencia entre La Habana Vieja y Centro Habana a la explanada contigua a la fortaleza. Lo primero que uno ve al llegar son las numerosas casetas que ofrecen alimentos y el parque de juegos, pero el flujo de personas indica claramente la dirección de las casamatas sillería que hospedan los expositores institucionales y comerciales, nacionales y extranjeros, y las salas de actos. La vigésimo-cuarta edición de la FILH estuvo dedicada a Leonardo Acosta, Premio Nacional de Literatura, a Olga Portuondo, Premio Nacional de Ciencias Sociales, y a la India, como País Invitado de Honor.

La Cámara del Libro informa que 195 expositores acompañaron 850 novedades y un total de más de dos millones de ejemplares. Entre las mayores demandas estuvieron, como de costumbre, los libros infantiles y juveniles, y el volumen Los Orishas en Cuba, de Natalia Bolívar. No se contabilizan las ventas de publicaciones baratas que traen cada año unos traficantes, en su mayoría mexicanos, de invendidos(diccionarios escolares, libritos infantiles, cuadernos para colorear, revistas faranduleras, best sellers o novelas que pretendieron serlo, manuales utilitarios sobre cocina, modas, autoayuda, curiosidades, deportes)… aunque es quizás lo que más gente lleva a La Cabaña.


Muchedumbre entusiasmada con la pacotilla propuesta por los mercaderes deinvendidos



Los auténticos lectores no faltan, por supuesto, y conozco algunos que ahorran todo el año para poder comprar los libros que les interesan. Cada año hay varias obras que todo el mundo persigue: novelas y ensayos, sobre todo. La feria es sin dudas el mayor evento cultural del país, y la televisión, la radio y la prensa escrita le dedican un amplio espacio… aunque es también por el enfoque ideológico que la reviste. En Cuba se publican demasiados libros sobre la historia reciente y Fidel Castro es sin dudas el nombre que más páginas acumula; sean escritas por él mismo (a sus numerosísimos discursos se unen, desde hace pocos años, unas copiosas memorias) o a propósito de su vida, obra y opiniones sobre casi todos los temas. Incluso cuando se entrevista a un autor de literatura, de las declaraciones que éste pueda hacer se preferirá destacar sus elogios a la revolución y condena del imperialismo. Es algo que constaté este año, y que a menudo me ponía de mal humor. Esto no quiere decir que se haga la menor presión sobre los escritores para que hablen de esto o lo otro. En las actividades en que participé, oí hablar a cada autor de las cosas que le interesaban y se relacionaban con su obra. De la misma absoluta libertad de expresión gocé yo en mis diversas intervenciones.


Uno de los encargados de suministrar ejemplares a los puntos de venta aprovecha sus minutos de descanso para, él también, leer lo que le gusta
  
Si la edición cubana carece de mayor diversidad, de más belleza gráfica, de más originalidad de enfoques y formas, la causa no es siempre la falta de recursos ni la política editorial. Muchas veces se trata de problemas de organización, de falta de imaginación y audacia, de pereza a la hora de documentarse y corregir, de ineficacia de las redes (el amiguismo es una plaga traída por Cristóbal Colón, si no la practicaban ya los taínos). Un buen ejemplo es la oferta de libros del país invitado este año: casi nada fuera de los clásicos Ramayana, Maharabata, Rabindranath Tagore y compañía. Cada año se reedita en Cuba un puñado de clásicos, mientras que otros libros del mismo autor o de sus contemporáneos permanecen obstinadamente inéditos. Si la carencia de moneda convertible impide importar ediciones extranjeras y negociar derechos de autores recientes, el obstáculo no es invencible. Así lo ha demostrado con su tozudez Enrique Pérez Díaz, al introducir en el catálogo de Gente Nueva, la editorial que dirigió durante ocho años, decenas de autores actuales, de Europa y América Latina. No me parece que, fuera de la literatura infantil, se pueda apreciar el mismo dinamismo.

Las brujas no existen, pero…

El 18 de febrero iba a ser mi día en la Feria Internacional del Libro de La Habana. A las tres de la tarde, en la sala auspiciosamente bautizada con el nombre de Alejo Carpentier, estaba previsto el lanzamiento de La leyenda de Taita Osongojunto a otros cuatro libros de Ediciones Matanzas, y una hora después, en el espacio infantil “Tesoro de Papel”, la presentación de Concierto n°7 para violín y brujas”. El primer acto se desarrolló impecablemente. Cada uno de mis compañeros de mesa había venido acompañado de un colega que introdujo su obra. Como nadie me había avisado el procedimiento, fui invitado a asumir mi propia presentación. Cosa fácil teniendo en cuenta que esa novela había sido estrenada once años antes (en traducción francesa) y que a su ya amplia trayectoria editorial (ediciones en castellano en México, Argentina y la propia Cuba, y traducción al portugués en Brasil) suma una gestación en sí misma accidentada, puesto que la primera versión fue premio Heredia en Santiago de Cuba en 1983, pero tardé 19 años en considerar publicable la más comprometida de mis novelas.

Las primeras nubes aparecieron cuando, una hora después, ya ante los chicos venidos a la anunciada presentación de mi segunda novela cubana del año, supe que debería hablarles de un libro invisible. La empleada de la editorial encargada de acompañarme esa tarde, había esperado en el Instituto del Libro hasta que le confesaron que en ninguno de los camiones recién llegados, se hallaba mi Concierto…

En realidad, acababa de empezar una serie negra que me tendría en vilo hasta el día mismo de mi regreso a París.

Durante las dos siguientes semanas estuvieron diciéndome que “la semana que viene”, “pasado mañana”, “pronto” recibirían mi libro. Cuando me subí al transporte del primer grupo invitados a la feria provincial del libro de Pinar del Río, todavía creía yo encontrarlo al llegar. Fue un viaje agradable pese a la lentitud con que el viejo autobús italiano emprendió los calurosos 166 kilómetros hasta la cabecera de provincia más occidental de Cuba. Hicimos una escala turística en la que fue vasta finca de un extravagante abogado que quiso la cohabitación entre hermosas plantas del país y exóticas construcciones, estatuas y decorados neogóticos, neoclásicos y pseudo orientales.

En compañía de Alberto Marrero, Luis Cabrera, José Raúl Fraguela, Elaine Villar, Roberto Manzano y Yalima Marzán visité la finca Cortina, a mitad de camino entre La Habana y Pinar del Río. Antes nos detuvimos en una guarapera, a tomar el dulcísimo zumo de caña.

“Pinar del Río es una ciudad sin centro” me explicaron cuando intentaba dar con una tienda en CUC donde comprar una botella de agua (en Cuba el agua ya no es potable). Es indiscutible que su urbanismo carece de orden alguno, pero por lo mismo es quizás la capital provincial que mejor conserva la estructura urbana y la atmósfera pueblerina de la Cuba pre-revolucionaria. Situada en el último tercio de la única provincia que se sitúa al oeste de La Habana, su aislamiento y su marginación (real o exagerada) le ha merecido el poco glorioso epíteto de “la Cenicienta de Cuba”. Hasta ahora yo solo había estado un par de veces, brevemente, en la –geológicamente hablando- región más antigua del país, y la conocía mal. Resulté, sin embargo, impresionado por su rica escena musical y por su indiscutible personalidad. Su patrimonio arquitectónico es relativamente modesto, pero con sectores muy coherentes y evocadores que resalta el delirio gótico-mudéjar del “palacio” Guash.



Esa primera noche fuimos formalmente recibidos en la casa Hermanos Loynaz, un museo algo polvoriento a base de recuerdos de un trío de intelectuales habaneros que fueron adoptados por Pinar del Río, pero que realiza una actividad de promoción cultural decididamente moderna. Fue al día siguiente que me encontré con el personal de la editorial y que supe que mi libro estaba encerrado en el contenedor que debía traer diversas publicaciones de las editoriales provinciales Cauce y Hermanos Loynaz desde el otro extremo del país. Es que, como otros libros con ilustraciones en color, habían sido impresos en la mayor imprenta de Cuba, creada a mediados de los 80 en Guantánamo, a mil kilómetros de La Habana, donde se hallaban entonces todas -menos una- las editoriales del país, y a casi 1200 km de la más occidental capital provincial cubana, donde yo desesperaba ahora con la idea de regresar a Francia, una semana después, sin haber visto mi séptima edición cubana.

Por la tarde fue la inauguración de la feria. Toda la ciudad parecía querer entrar en el pequeño y coqueto Teatro Milanés (fundado en 1837). El espectáculo inaugural fue un curioso cóctel que comenzó con el (aparentemente ritual) homenaje a una gran figura local que resultó ser mi vieja amiga Aurora Martínez (maestra, escritora, actriz), y siguió con una danza absolutamente kistch que pretendía rendir homenaje a la India, momentos musicales y danzarios más insertos en el patrimonio nacional… y terminó con una interminable conversación con el hijo mimado de Pinar del Río, la estrella del béisbol Alfonso Urquiola, cuya vida narraba un libro predestinado a ser el best seller de la feria.




No conozco muchas ferias provinciales del libro, pero dudo que alguna sea tan animada como la de Pinar del Río. No porque el interés por los libros sea allí mayor que en los otros territorios, sino porque las actividades gastronómicas, comerciales y recreativas que la completan son de una dimensión particular… A menos que las iniciativas privadas, que tratan de comercializar la diversión y vender la peor subliteratura infantil, aprovechando que la oferta editorial no cubre nunca la demanda, sean un signo de la época.

amplio programa de lecturas, debates, recitales y actividades artísticas quizás acudan siempre los mismos, pero no me parecieron ni escasos ni poco motivados. Los músicos, secundados por varias poetisas carismáticas, ocupan un lugar importante en las noches de la feria.

Los pinareños tienen un peculiar sentido del humor

Mi agenda pinareña se componía de la conferencia “El largo camino del emigrante en el libro infantil y juvenil” y dos presentaciones de mi novela invisible: el miércoles en la sede local de la Unión de Escritores y Artistas, y el viernes en la Asociación “Hermanos Saíz” de Escritores y Artistas Jóvenes. Por segunda vez protagonicé la surrealista performance de presentar un libro que nadie había visto ni vería hasta una fecha imposible de determinar. Huyendo de la humillación de una tercera presentación fantasmal, emprendí regreso el viernes por la mañana. Influyó el ¿azar? de que durante ese fin de semana la persona que me hospedaba en La Habana se iba al extranjero, lo que me obligaba a tomar ciertas medidas, pero también la zozobra que me habían inculcado de tanto insistir en que jamás expatriado alguno había cobrado un cheque en Pinar del Río. El cheque me lo habían dado el jueves, pero como yo había olvidado el pasaporte en La Habana, resolví que lo mejor era personarme a primera hora en el mismo banco del Vedado donde, dos semanas antes, me habían pagado sin percance La leyenda de Taita Osongo. Fue en el ómnibus de regreso que me percaté de que mi editor pinareño había extendido el cheque a mi nombre de autor y no al nombre que figura en mis documentos de identidad.

Poco más de dos horas después llegábamos al Centro Cultural Hermanos Loynaz, que viene a ser la embajada de Pinar del Río en la capital, y desde allí llamé a la editorial. Me dijeron que para extenderme un segundo debía devolverles el primero. Nada más fácil, puesto que el viejo autobús italiano regresaba a Pinar con el segundo grupo de invitados a la feria. La persona a quien encargué llevar el cheque era un representante del Instituto Cubano del Libro… ¡que tenía el ejemplar de muestra de Concierto n°7 para violín y brujas en su portafolios! O sea que durante una hora mi libro fantasma y yo estuvimos bajo el mismo techo sin ser presentados.

Teléfonos sin cable o sin tonalidad: un clásico habanero

El lema de la compañía cubana (la única, por supuesto estatal) es “en línea con el mundo”, pero solo se puede hablar con el extranjero desde oficinas especialmente habilitadas (las mismas que permiten conectarse a Internet por un precio, entonces, de $4,50 la hora). Muchos son los teléfonos averiados y los saboteados, y además el mal estado de las teclas incita a equivocarse al marcar las 16 cifras de las tarjetas prepagas (baratísimas) + código de ciudad + número deseado. Depender de los teléfonos públicos cubanos es una locura. Pero mi amiga europea aún no tenía línea instalada, yo había olvidado el cargador del móvil que había llevado para usar en Cuba y ponerle tarjeta cubana mi móvil habitual no me convenía. Por otra parte, los cubanos hacen un uso defectivo del móvil (celular, como allá dicen): nadie te llama y a veces ni te responden. Si acaso un SMS, pero generalmente se limitan a identificar el número de quien llama y se ponen en contacto por vía de teléfonos fijos. Cuento todo esto para dar una idea del infierno que fueron la mayoría de las gestiones telefónicas que tuve que hacer en La Habana, en particular a Pinar del Río, antes y después de la feria.

No he llegado a saber cuándo llegaron a Pinar los ejemplares de Concierto n°7 para violín y brujas, ni si se presentó y puso a la venta. En todo caso, no lo vi en librería alguna puesto que, otra peculiaridad del mercado cubano del libro, es que apenas termina una feria, se procede a un inventario que dura semanas. El caso es que el lunes supe que solo el miércoles estaría mi nuevo cheque listo para cobrar. Estresado por la idea de coger carretera la víspera de mi vuelo de regreso a Europa, y por la escasez esa mañana de taxis colectivos, llegué a Pinar del Río, por segunda vez, el 11 de marzo a las 11 a.m.

Por las dudas, el director de la editorial me acompañó al banco donde solo la inexperta cajera que me tocó puso algunos peros. De regreso a la sede pinareña de la Unión de Escritores (con el bolsillo abultado por una enorme cantidad de billetes, pues en provincias no se animan a manipular las nuevas denominaciones 1000 pesos), me fueron entregados mis 10 ejemplares gratuitos y compré otros 50 (por solo 300 pesos cubanos, es decir, unos 12 dólares). Siempre estresado, corrí a la terminal. Fue entonces que las brujas “a mi servicio” volvieron a sacar las uñas. En lugar de viajar en el auto con patente en que ya me había montado, me trasladaron a otro (sin licencia) que iba a salir antes. Tuve que poner el maletín con más de 50 ejemplares de mi libro en el maletero… Y al bajarme frente a la Terminal de Ómnibus de La Habana, dos horas después, lo había olvidado por completo.

Solo cuando ya el auto se había perdido por la avenida, me di cuenta de que solo tenía mi mochila en las manos.

Como dije, el chofer no era uno de los autorizados a ejercer el transporte de pasajeros entre La Habana y Pinar del Río. Por lo tanto, todas mis tentativas por hacerlo identificar en el paradero de almendroneso mis esperanzas de verlo reaparecer en busca de nuevos clientes fueron infructuosas. Fue esa triste tarde cuando ¿en un intento por disculpar mis muchos errores? reparé en las marcas exteriores de mi serie negra: Concierto n°7para violín y brujas era mi séptimolibro cubano, con tres 7(uno de ellos implícito) en el ISBN de la edición cubana fechada en 2015 (“Año 57 de la Revolución”, como precisa el colofón) y copyright 2014 –obvio múltiplo de 7. Si bien la original edición mexicana no generó el menor disturbio, es el número 71 de la colección “A la orilla del viento” del Fondo de Cultura Económica. La fatídica sietería continúa en el pasaporte que tan inoportunamente olvidé (número B871317), pues de haberlo llevado en mi primer viaje, yo probablemente hubiera permanecido en Pinar hasta la llegada de mi libro y regresado en autobús, por lo que no hubiera perdido mis cincuenta y tantos ejemplares. Por si no bastara, fueron sietelos ejemplares que quedaron en mi poder luego de olvidar el bolso en el maletero de un auto que ¿cómo dudarlo? seguramente tenía por lo menos un siete en la matrícula… que bien me cuidé de mirar.

Es así que yo, que nunca fui supersticioso, dejé un ejemplar de Concierto n°7… en Miramar y volé a París con solo seis ejemplares del libro maldito.



este papelito nos lo hacían llegar a los ponentes de las Jornadas cuando nos pasábamos del tiempo reglamentario.
Creo que es hora de que me lo pase a mí mismo

Vuela, Ertico, vuela

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Vuela, Ertico, vuela


primera edición. Mayo de 1997
Joel Franz Rosell
Ilustraciones de Ajubel
SM, Col. El Barco de Vapor, nº 75
Madrid, 1997
El primer capítulo de esta pequeña novela podría hacer pensar que nos hallamos ante un libro más, que aborda con plano realismo el socorrido tema de la amistad. Sin embargo, desde ese mismo primer capítulo, la prosa precisa, ingeniosamente coloquial y no carente de ironía quiebra esa impresión de déjà vu y nos sugiere que algo novedoso contienen estas páginas.
Tampoco a primera vista la trama cuenta nada relevante: Ertico no tiene amigos y su abuela lo ayuda a conseguirlos tejiéndole objetos mágicos que lo convierten sucesivamente en gran cantante, futbolista de talento, primero de la clase, modelo de elegancia, etc. Fuera de un éxito transitorio, al final de cada uno de estos episodios, nuestro héroe se encuentra nuevamente sin los ansiados amigos.
La singularidad de la historia se revela cuando, en el capítulo 7, el chico devuelve a su abuela los objetos mágicos y ésta reteje la alfombra (mágica como sabremos en el capítulo siguiente) de la que había estado sacando el hilo. Las nuevas aventuras de Ertico le van a permitir aceptarse a sí mismo y empezar a tener los amigos que busca. El mensaje es sugerido con elegancia y no es un objetivo que pese sobre la trama y los recursos expresivos. Bien al contrario, el aspecto más singular de este libro está en el trabajo del lenguaje, en la creación de la atmósfera mágica de la casa de la abuela y en los personajes, enigmáticos y atractivos, de la abuela y la alfombra mágica.
La alfombra se llama Complexus y habla en “lenguaje alfombrio”: combinación de colores, olores y texturas que se “traduce” en el texto en palabras colocadas entre paréntesis. Al llegar a esta explicación, el lector perspicaz se da cuenta de que la alfombra ha estado ayudando al narrador a contar la historia desde el principio, y que incluso es ella quien dedica el libro a Edgar Morin.
Rosell ha declarado que fue la lectura de un artículo de este prestigioso pensador francés lo que le reveló la estructura del libro y le sugirió la personalidad de la alfombra. En ese artículo, Morin explica que la palabra latina “complexus” significa “que está tejido junto” y que la superioridad del pensamiento complejo frente a la tendencia a la fragmentación y a la especialización del pensamiento postmoderno significa un empobrecimiento en la comprensibilidad del mundo (lo que se refleja en ciertas situaciones de la historia, en que el autor ridiculiza ciertas actitudes, superficiales o burocráticas, de los adultos).
Evidentemente, los niños de 8 ó 10 años a quienes se destina Vuela, Ertico, vuela no van a enterarse de este juego de sutiles alusiones a la obra de Edgar Morin, pero tampoco les hace ninguna falta para comprender y disfrutar el libro, que seducirá al joven lector con su misterio, su humor, sus neologismos y sinestesias (olores y sonidos imposibles):
…ni siquiera podía preguntarle a la abuela. Ella estaba muy concentrada en su tejido y por nada del mundo debía perder ni una de las puntadas que, por cierto, contaba al revés:
-…nonentaytresmilseiscuantaspecientas… nonentaydosmilcerocincoytalquecientas… nonentayunmilcuatrocontrarequetecientas…
Ertico se sentía muy raro. A cada rato se quedaba como dormido y enseguida lo despertaba un coro de crujidos idéntico a una risotada de muebles viejos. Una o dos veces tuvo la impresión de que su reloj giraba hacia atrás; pero cada vez que lo miraba fijo, las manecillas, que llevaban guantecitos blancos, se veían quietecitas e inocentes.
Y entonces la abuela acababa una puntada y un versito, decía uno de aquellos números extrañilargos, y saltaban un chispazo y un olor a corto circuito. 
(p.35)
Además de sus elementos lúdicos, la obra fascina a los chicos por la relación entre Ertico y su abuela, y por el abordaje del problema que enfrenta todo niño al tener que definir su identidad individual al tiempo que procura la aceptación de su grupo.
Los recursos formales y la atmósfera están inmejorablemente servidos por las ilustraciones de Ajubel, de poético caricaturismo, atrevidas perspectivas y colores osados. Lamentablemente, estas excelentes ilustraciones, hechas con pasteles, sufren mucho con la reproducción sobre el papel reciclado en que se imprime la colección Barco de Vapor.
Este mismo artista ha ilustrado otros dos libros españoles del cubano Joel Franz Rosell: La tremenda bruja de la Habana Vieja (Edebé, 2001) y El pájaro libro(Ediciones SM, 2002).

Vuela, Ertico, vuela

Décimo-sexta edición (última por Ediciones SM, febrero de 2008)
Joel Franz RosellIlustraciones de Ajubel.
Madrid, Ediciones SM, 1997.
Colección El Barco de vapor. Serie azul.


Joel Franz Rosell entrega en esta novela corta el encanto de su Cuba plasmado en una mezcla de colores, perfumes, sonidos y texturas que forman el entorno de la vida de Ertico, el niño protagonista.
"Ertico era callado, feíllo y bajito. Se sentaba en medio del aula, permanecía tranquilo en un rincón durante el recreo, y al terminar las clases se iba a casa derechito y solo."
Pasaba desapercibido para todos. Pero en su interior, "Ertico soñaba con ser el primero de la clase, hacer las bromas más divertidas, estar en el centro de todo y marcharse a casa rodeado de amigos." Quería, por sobre todas las cosas, tener amigos.
Lo que sí tenía Ertico era una abuela; una abuela en apariencia corriente —"como las otras viejecitas, con su chal y su carro de la compra, quejándose de la calidad de las lechugas y de que la pensión no daba para nada"—, que a través de la magia de las prendas que tejerá a su nieto con los hilos de una alfombra encantada, le ayudará a encontrar la felicidad que busca. Una bufanda, un par de medias, unos guantes, un chaleco y un sombrerito saldrán, gracias a las manos tejedoras de la abuela, de las hebras de la alfombra destejida. Con cada una, el niño atraerá la atención de los demás pero (siempre hay un pero) la gloria será pasajera. El milagro se concretará cuando la abuela reteja la alfombra y ésta ofrezca la posibilidad de volar, como en Las mil y una noches.
Ertico por fin tendrá amigos y él mismo descubrirá que los ha conseguido por propio mérito y por la confianza en sí mismo que supo incentivarle su abuela.
Como bien señala la crítica Sandra Comino, en su comentario a la novela, "la escritura de Rosell es rica en imágenes y entabla todo el tiempo un juego de comparación con las emociones y los olores. Hay una exploración de la palabra en el texto, una escritura sutil que dice cosas más allá de lo escrito. Con guiños al lector en apelaciones continuas para involucrarlo, Rosell expone una lectura entre líneas y logra un mundo subjetivo y mágico con elementos de la realidad." (En "Bibliográficas", revista La Mancha N° 12, pag. 43; Buenos Aires, julio de 2000.)
Quedan por destacar las ilustraciones del también cubano Ajubel que, con fuerte estilo expresionista y predominio de los tonos fríos, retratan adecuadamente la atmósfera en que Ertico y los otros personajes se desenvuelven.
Recomendado a partir de los 8 años.
Roberto Sotelo
Imaginaria. N° 30 - Buenos Aires, 26 de julio de 2000



Ertico tiene una abuela “formidable y fuera de toda comparación” que está dispuesta a hacer cualquier cosa para que él pueda ser feliz. Es una abuela especial aunque “en el mercado era como las otras viejecitas, con su chal y su carro de la compra, quejándose de la calidad de las lechugas y de que la pensión no daba para nada”.
La abuela teje y desteje, casi como Penélope, pero por otros motivos. Las prendas tejidas son: una bufanda, un gorro, un par de medias…, y el hilo pertenece a una vieja alfombra. El secreto poder de estos objetos se revela cuando, al cabo de un tiempo, hay que retejer la alfombra que es, por supuesto, una mágica alfombra voladora, y se expresa con “…su olor, sus colores, el dibujo formado por su tejido y ciertos movimientos especiales”.
La escritura de Rosell es rica en imágenes y entabla todo el tiempo un juego de comparación con las emociones y los olores. Hay una exploración de la palabra en el texto, una escritura sutil que dice cosas más allá de lo escrito. Con guiños al lector en apelaciones continuas para involucrarlo, Rosell expone una lectura entre líneas y logra un mundo subjetivo y mágico con elementos de la realidad.

La Mancha nº 12. Buenos Aires, julio 2000
Sección “Bibliográficas”


http://www.ajubel.com/illustration.html
VUELA, ERTICO, VUELA, de Joel Franz Rosell

DATOS BIBLIOGRAFICOS

Título: "Vuela, Ertico, vuela"
editorial: SM. Colección El Barco de Vapor, serie azul n° 75
ediciones: 1ª: mayo 1997 / 7ª: enero 2001 
género: narrativa (novela corta)
estilo: realismo mágico urbano
tema: búsqueda de la autoaceptación
ilustraciones: color (pasteles). Ilustrador: Ajubel
páginas: 68
nivel de edad: a partir de 7 años

Autor: Joel Franz Rosell
nacionalidad: cubano (1954), vive actualmente en Argentina.
Otras obras: Los cuentos del mago y el mago del cuento. Madrid. Ediciones de la Torre, 1995 (cuentos para todas las edades), Las aventuras de Rosa de los Vientos y Perico el de los PalotesBarcelona. Grijalbo Mondadori, 1996 (novela infantil)Cuba, destination trésor. París, Hachette (sin edición en español). En preparación: "La tremenda bruja de la Habana Vieja" (Edebé, 2001).

SINTESIS ARGUMENTAL

Ertico es un niño acomplejado y que no tiene amigos. Su abuela intenta ayudarlo tejiéndole objetos mágicos que hacen de él un gran cantante, el mejor futbolista, el primero de la clase, el niño más elegante, el más fuerte... Todo eso lo hace popular por un tiempo, pero siempre vuelve a ser el mismo acomplejado y solitario. La magia entra decididamente en la historia cuando la abuela reteje la alfombra de la que había estado sacando el hilo para los objetos mágicos, devolviendo la vida a una alfombra voladora y hablante, que dirá a Ertico: "tú me haces volar porque eres como eres. Y los que verdaderamente quieran ser amigos tuyos, será porque te aprecian así como eres...". La relación con la alfombra da a Ertico confianza en sí mismo y lo ayuda a relacionarse con otros niños que, como él, entienden el enrevesado "idioma" de la alfombra.

VALORACION CRITICA

Tras su sencillez aparente, la obra encierra una reflexión sobre la la relación entre identidad individual y necesidad que tiene todo niño de ser aceptado por su colectivo. Hay un planteo filosófico: las partes son más que el todo porque poseen cualidades independientes; pero el todo supera a las partes, porque incluye la relación entre ellas. Es una aplicación de la teoría del pensamiento complejo del sociólogo francés Edgar Morin (a quien está dedicado el libro y de quien ha sido tomado el nombre de la alfombra: Complexus).

En lo formal hay que destacar los originales y divertidos neologismos, el lenguaje metafórico (sobre todo sinestesias), la estructura en forma de doble embudo, las imágenes muy fuertes y visuales, los personajes llenos de misterio que son la abuela y la alfombra, y el enfoque novedoso del tema de la autoaceptación.

Hay que destacar la calidad de las ilustraciones, de osado cromatismo, inhabituales perspectivas y estudiada composición.

PROPUESTAS DIDACTICAS

- invitar a los chicos a inventar palabras y metáforas siguiendo el modelo de los olores imposibles y los números "extrañilargos" utilizados por el autor, e incluso crear todo un idioma, como el "alfombrio" que habla Complexus.

- construir juntos alfombras con materiales diversos: papeles coloreados pegados, retazos cosidos, bloques de lego, plastilina... o aprendiendo a tejer.

- construir un artefacto mágico a partir de objetos de la vida cotidiana (reciclaje) e inventar su forma de lenguaje a partir de sus características, uso, sustancia(s) que lo compone(n) u otros objetos asociados.

- descubrir y compartir alfombras (literarias, cinematográficas, de la publicidad o verdaderas)

- dialogar sobre abuelas y abuelos a partir de las diversas situaciones explícitas o implícitas en el libro y de los mayores que los chicos frecuentan: los dulces de la abuela, su soledad, las cosas que calla y las cosas que sabe, su actitud ante los problemas de su nieto...

-juego de permutaciones según el modelo:

Ertico quiso ser el niño más inteligente /su abuela le tejió
                                          un sombrero
   "    "    "   "    "   "   elegante   /su abuela le tejió
                                          un chaleco
   "    "    "   "    "   "   rápido     /su abuela le tejió
                                          unas medias...

- imaginar variantes de la historia: ¿qué otros problemas y necesidades podría resolver la abuela de Ertico con el hilo de Complexus? ¿Qué poderes mágicos te gustaría que tuviera tu abuela o te gustaría tener tú mismo?

- profundizar en los elementos culturales evocados en el texto: historias de piratas, Las mil y una noches, Don Quijote, el Cid Campeador, el Ave María de Brahms, el Lazarillo de Tormes...

ficha elaborada por Félix Luis Viera
para
CD-ROM “LECTURAS PARA FECUNDAR EL FUTURO”. CUADERNOS DE PEDAGOGÍA (Epaña, 2001). Coordinación Kepa Osoro.


Actualmente fuera de catálogo, este libro volverá a las librerías. Para empezar en Cuba, en 2016, dentro de un volumen titulado "Tito y su misteriosa abuela" que reúne "Vuela, Ertico, vuela" con su nuevo título de "Tito, aprende a volar" y la todavía inédita novela "Tito y el amigo misterioso"
Tito es el nuevo nombre de Ertico. Rebauticé a mi héroe porque noté que muchos lectores no se lo comprendían bien (muchos pronunciaban "értico"), pero sobre todo porque quise volver a mi primer personaje de ficción, Tito, protagoniota de las novelas que escribí entre mis 12 y 19 años.


Dora Alonso, una escritora que admiré, me dio su amistad y honro en mis páginas

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presentación de las obras completas de Dora Alonso en Santa Clara, en 1981
(foto del archivo de José Luis Rodríguez de Armas, a quien firma un ejemplar)
 Conocí a Dora Alonso en 1972, cuando visitó el taller literario del Instituto Pre-universitario « Carlos Marx » en La Habana. Pero ella no me conoció entonces a mí, pues yo era aún demasiado tímido para dirigirle la palabra.

¿Cómo confesarle que el único libro suyo que había leído era Aventuras de Guille? La literatura infantil carecía del menor prestigio (esto ocurrió antes del Forum sobre literatura infantil y juvenil, que a fines del mismo año iniciaría la transformación de la literatura infanto-juvenil en una de las mayores invenciones de la cultura cubana contemporánea). Así que no me atreví a mostrarle uno de aquellos cuadernos escolares donde escribía, a lápiz y con torpes dibujos, mis primeras novelas infantiles.

Dora Alonso tampoco hizo en aquella ocasión la menor alusión a sus obra para niños (ya copiosa en teatro, radio y televisión) y se centró en Once caballos, libro reciente y que podía juzgar apropiado para los los jóvenes de 16-18 años que integrábamos el taller. De hecho, todos mis camaradas presentaban a las sesiones de debates (donde jamás osé mostrar mis novelitas) poemas y cuentos que ya reflejaban sus lecturas de Neruda, Guillén, Roque Dalton, Onelio Jorge Cardoso, Hemingway o, en el caso de los más informados, de Cortázar, García Márquez o Salinger.

Fue en 1978, apenas seis años después pero en un contexto literario y personal totalmente diferente, que conversé por primera vez con Dora Alonso... a propósito de una novela que yo acababa de presentar al premio « Ismaelillo » de narrativa infantil, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Dora Alonso, junto con Alga Marina Elizagaray y Denia García Ronda, integraban el jurado, y una vez concedidos los premios (el de narrativa infantil fue declarado desierto), les escribí pidiendo consejos para mejorar mi novela y avanzar en la carrera literaria (mi tímidez había desaparecido en el fogueo de los talleres literarios de Santa Clara y de la Universidad Central, y con mi reciente ingreso en la Brigada “Hermanos Saíz” de Escritores y Artistas Jóvenes). Denia García Ronda no consideró necesario contestarme y Alga Marina (a quien había sido presentado un par de años antes por la directora de la biblioteca donde yo trabajaba) se limitó a hacerme algunas observaciones insustanciales. Pero Dora Alonso me dio cita en su bonito apartamento del reparto Sierra y me dijo, sin el menor preámbulo: « Tú tienes madera de escritor, y por lo tanto te puedo y te debo hablar francamente: tu novela es lo mejor que se presentó al concurso. Pero no podíamos darle el premio y ni siquiera una mención. Así como está, no es siquiera publicable, y te voy a explicar por qué... ». Todo cuanto me dijo era acertado, y tanto sus críticas como sus elogios me sirvieron para desechar aquella novela y escribir otra que se convertiría en mi primer libro publicado. No es que yo llevase a la práctica todos los consejos de Dora; algunos no se avenían a mi estilo y objetivos. Por otra parte, nunca establecimos una relación mentor-aprendiz y ni siquiera recuerdo haber sometido otros manuscritos a su consideración. Dudo que Dora Alonso pudiera plantearse la posibilidad de amadrinar de ese modo a un joven escritor o escritora, pero en todo caso, jamás lo hubiera hecho conmigo. Siempre me dijo, incluso en presencia de terceros, “Tú no necesitas ayuda”. Yo no estaba de acuerdo, puesto que mi carrera literaria no fue nunca un lecho de laureles; pero finalmente comprendí que ella tenía razón. Todo escritor verdadero ha de construir su propio camino: a su ritmo y talento, aprendiendo de sus propios errores.

Con todo, de aquella primera novela y de las observaciones de la experimentada autora conservé una idea que vine a explotar ¡30 años después! En mi novela ecológico-detectivesca Exploradores en el lago (Alfaguara, Madrid, 2009). Dora Alonso ya no estaba aquí para leerla y, a modo de compensación, la incluí como personaje. Ningún buen conocedor de la literatura infantil cubana pasará por alto que mi directora de colegio, la doctora Doralina Pérez Corcho, es una invocación de Dora Alonso, ni que el joven y simpático ecologista Guille es otra cosa que una reencarnación del protagonista de la primera novela ecológica infantil cubana.

Lo cierto es que ya en La tremenda bruja de La Habana Vieja (Edebé, Barcelona, 2001) aparece Dora, representándose a sí misma en la escena en que dos brujas canallas transforman en sapos y culebras el ramo de flores que el Ministro de Cultura ofrece “a la famosa escritora Dora Alonso”. Dotada de un gran sentido del humor, que sabía aplicarse a sí misma, e iniciada en recursos postmodernos como la intertextualidad y lo metaliterario, la gran dama de la literatura infantil cubana hubiera sonreído al leerse en esa página de mi novela.

Sin embargo, mi verdadera “colaboración” con Dora Alonso comenzó un año y medio después de nuestra primera entrevista. Pese a dos o tres “teques” (didactismo ideológico frecuente en la literatura infantil publicada en Cuba), siempre aprecié Aventuras de Guille en busca de la gaviota negra. Y no solo por ser la primera novela cubana para chicos, sino por inaugurar el tema ecológico (no es hasta 1979 que aparece en Cuba una segunda obra con ambas características: Tafie y la caoba gigante, de Efigenio Ameijeiras). Para celebrar puntualmente el décimoquinto aniversario de aquella primera novela publiqué un artículo donde insistía en que el título con que se conoce la obra desde su segunda edición en libro (La Habana, Gente Nueva, 1969) corresponde en realidad a la serie que su autora se proponía iniciar con esa ...busca de la gaviota negra. El segundo libro, que al fin nunca fue escrito, debía tener los intrincados bosques de Baracoa por escenario y a un Guille ya adolescente por protagonista.

Cada vez que yo viajaba a La Habana (desde Santa Clara o desde Santiago de Cuba, a donde me mudé en 1981), y con mayor frecuencia tras establecerme en la capital (¡en el mismo reparto Sierra; solo tres cuadras nos separaban!) en 1985, Dora me obsequiaba su conversación y un nuevo libro. Así tuve el privilegio de ser de los primeros en escribir sobre una obra tan singular como El libro de Camilín; sobre Palomar (su primer poemario publicado, pero no el primero, pues anteriores son El grillo caminante y La flauta de chocolate), sobre su novela El Valle de la Pájara Pinta (premio Casa de las Américas en 1980, que leí en el manuscrito) y sobre Los payasos (el que prefiero entre sus poemarios). La mayoría de esos artículos los publiqué en dos versiones: la primera en el diario Vanguardia de Santa Clara y la segunda, siempre corregida pero a menudo amputada, en publicaciones nacionales como Bohemia, El Caimán Barbudo, Granma o Revolución y Cultura.

Cuando leí la última novela de Dora Alonso, Juan Ligero y el gallo encantado, ya no  estaba en Cuba pero sobre todo, y esto es irremediable, ya ella no estaba en este mundo. Piropeé esta obra, sorprendentemente juvenil (me refiero a la alerta pluma de la autora, no al destinatario de la obra), en la revista española Encuentro de la Cultura Cubana... que de todos modos no tenía demasiadas posibilidades de caer en manos de Dora.
Sin embargo, mi último recuerdo de “la divina matancera” (Dora Alonso nació hace un siglo en una finca aledaña al pueblito de Máximo Gómez) data de 1998. Yo trabajaba en en Radio Francia Internacional, y había viajado a Cuba con una grabadora profesional y el encargo de dos reportajes: uno sobre la religión (la reciente visita del Papa había puesto el tema de actualidad) y otra sobre las empresas francesas en la Isla. Al margen, yo me proponía entrevistar a Dora Alonso, para incluirla en una serie de programas sobre literatura infantil que estaba haciendo para RFI. Sin embargo, ya la salud de Dora declinaba y no accedió a recibirme. “Hagamos la entrevista por teléfono”, propuso. “De acuerdo”, respondí, “pero como aquí no tengo el equipo apropiado, la llamo desde París y hacemos la entrevista con las mejores condiciones técnicas, el día que usted se sienta más en forma”. “En forma estoy”, respondió Dora con picardía, “y revolucionaria hasta la chochez”.

Dora Alonso, todo el mundo lo sabe, siempre fue una entusiasta del “modelo cubano”. La prueba de que, pese a su desgaste físico, conservaba una absoluta claridad de espíritu fue aquella frase. De alguna manera me estaba diciendo: tú vives y trabajas en un país capitalista; hace nueve años que te fuiste de Cuba y no conozco muy bien tu actual manera de pensar. Yo sigo aquí, con las mismas ideas... pero suavizaba la acotación con su viejo truco de burlarse de sí misma.  En fin de cuentas, atrapado por otros proyectos, no llegué a llamar a Dora a mi regreso a Francia, y luego fue demasiado tarde.
Pero quiero concluir con una anécdota que habrá de modular la imagen estereotipada que algunos conservan de Dora Alonso.

En 1979 hice una visita más a Dora. Apenas entrar, visiblemente preocupada, me preguntó: “¿Qué piensas tú de lo que está pasando?”. Lo que estaba pasando, y yo acababa de verlo en las calles del vecino barrio de Miramar, eran los actos de repudio; una de las páginas más lamentables de la historia reciente de Cuba, cuando cualquier candidato a la emigración podía ver su casa sitiada y su persona humillada, injuriada, golpeada incluso. “Es espantoso, le contesté, esto no es la Revolución”. Dora pareció recuperar un poco de su empaque habitual y suspiró: “¡Menos que tú, que eres Joven Comunista, piensas como yo! ¡Creí que me estaba volviendo vieja y gusana!”
Y me confió que dos viejos amigos suyos, destacados teatristas, habían tenido que buscar refugio en su casa, tras ser hostigados por una chusma extremista e ignorante.

Esta es la Dora Alonso que yo prefiero: la enamorada de la revolución de 1959, pero no de sus errores; la humanista, la mujer dotada de humor e ironía, la escritora imaginativa y  la personalidad generosa que supo compartir algunos de sus secretos literarios con un joven colega al que estimuló con su confianza y afecto.

Joel Franz Rosell



Algunos de mis artículos sobre Dora Alonso

"Guille cumple quince años". Vanguardia. Santa Clara, 16/9/1979. Versión: “Un cumpleaños para Guille”. Bohemia, año 71, nº 29. La Habana, 28 de septiembre de 1979.

"Un palomar para los niños". El Caimán Barbudo. La Habana , junio 1980.

"El libro de Camilín: la maestría de Dora Alonso". Vanguardia. Santa Clara, 7 de noviembre 1980. Versión: "La maestría de Dora Alonso". Revolución y Cultura. La Habana, marzo/1981.

"De la vida a las letras de Dora Alonso". Vanguardia, 25 de febrero de 1981

“El reto de la pájara pinta", Revolución y Cultura. La Habana, agosto/1985.

"Dora y Bachs juegan a los payasos" Revolución y Cultura. La Habana, septiembre/1986.

 “Una dimensión mágica”. Encuentro de la Cultura Cubana. no 21/22. Madrid, diciembre 2001 (a propósito de Juan Ligero y el gallo encantado).

Bibliografía citada

Aventuras de Guille. En busca de la gaviota negra. Editora Juvenil. La Habana, 1966; una primera versión fue publicada como folletín del suplemento infantil del periódico Revolución,  en el último trimestr de 1964.

Once caballos. Ediciones Unión. La Habana, 1970. Cuentos para adultos.

El libro de Camilín. Gente Nueva. La Habana, 1979. Cuentos y dibujos infantiles.

Palomar. Ediciones Unión. La Habana, 1979; poemas infantiles.

El grillo caminante. Gente Nueva. La Habana, 1985; versos infantiles.

La flauta de chocolate. Gente Nueva. La Habana, 1985; poemas infantiles.

El Valle de la Pájara Pinta. Casa de las Américas. La Habana, 1984;  novela infantil.

Juan Ligero y el gallo encantado. Gente Nueva. La Habana, 1999;  novela infantil.


Homenajes en páginas de ficción

En dos de mis obras narrativas hay homenajes a Dora Alonso. 




El primero está en  La tremenda bruja de La Habana Vieja
 (Edebé. Barcelona, 2001), cuando dos de las brujas que protagonizan esta novela salen a hacer maldades por las calles de La Habana: 






ilustración de este episodio en la versión francesa
Malicia Horribla Pouah, la pire des sorcières. París, 2001

"Pezuña y PCM se divirtieron muchísimo. Primero hicieron bromas clásicas como reventarles los globos a los niños, cambiar los nombres de las calles y comerse los helados que la gente compraba en los puestos callejeros.

Pero una vez que entraron en calor se les ocurrió convertir en alacranes, sapos y culebras las flores que el ministro de cultura estaba entregándole a la famosa escritora Dora Alonso." 


Lamentablemente, Dora no llegó a leer este libro mío. Estoy seguro de que le hubiera   
divertido mucho verse como personaje de ficción y en una situación irreverente.



El otro homenaje es un poco menos explícito, pero más amplio y comprometido. Se trata de mi novela Exploradores en el Lago"(Alfaguara. Madrid, 2009) donde el personaje de la directora está inspirado en nuestra gran escritora.

 Donde escribo "La doctora Doralina Pérez Corcho era directora de colegio desde hacía muchos años y opinaba que los mejores resultados se obtienen con una mirada franca y una sonrisa" (p. ) ¿quién que la conoció bien no reconocerá a Dora Alonso? Otros  rasgos de su personalidad son evocados en distintos momentos de la novela y hasta hago eco a la caricatura de sí misma que hizo Dora Alonso en su personaje de la Tía Lola en Aventuras de Guille... novela de la que también me inspiré para mi personaje del ecologista, que  es una especie de Guille adulto.



El último viaje de Dora Alonso... y Muñoz Bachs 


 Juan Ligero y el Gallo Encantado
Autor: Dora Alonso
La Habana. Editorial Gente Nueva, 2000. 
Ilustraciones : Eduardo Muñoz Bachs. 
83 páginas. ISBN 959-08-0267-2

Dora Alonso festejó sus noventa años con la publicación de su cuarta novela infantil. Culmina así el universo narrativo iniciado en 1964 con la primera versión de Aventuras de Guille. En busca de la gaviota negra, obra realista donde se combinan motivos ecológicos y de propaganda revolucionaria. Una década después, tras varias decenas de cuentos imaginativos y relatos realistas, ambas líneas se fundieron, aportando algo completamente nuevo a la literatura infantil cubana: el realismo mágico criollo de El cochero azul  (1975), que pronto consolida  El Valle de la Pájara Pinta (Premio Casa de las Américas 1980).

Juan Ligero y el Gallo Encantadotrae a la obra de Dora Alonso un cambio mayor que el que separa las dos noveletas precedentes. Lo primero que salta a la vista es que todo el escenario es ahora imaginario y que lo cubano se diluye en elementos culturales que podría reconocer cualquier lector caribeño. Ambas cosas confieren mayor dimensión a lo mágico y evitan anteriores interferencias -en algún momento molestas- de la realidad social cubana en la "realidad" del relato.

Lo último no significa que la noveleta carezca de mensajes explícitos. Dora Alonso considera que la literatura infantil, sin ser didáctica, debe contribuir a la formación del carácter y a la socialización del niño.

 El viaje es, como siempre, el motor de la historia, y los personajes son los componentes más pintorescos del libro (esta capacidad para crear personajes de un solo pincelazo maestro no la limita la autora a su narrativa; recordemos al entrañable Hiloverde, del poemario Los payasos o a Pelusín del Monte, el personaje teatral que la introdujo en la literatura infantil en 1956, cuando ya llevaba 30 años publicando). Otro recurso lleno de significancias en la narrativa de Dora Alonso, el lenguaje, se presta en su último libro a invenciones de fuerte sabor criollo; trátese de topónimos -San Ciprián de los Remolinos, Jorobitas, Cocotazo o Pulgar del Zurdo-, de nombres de personajes -Pancho Poco, alias Doblepé, la gallina Suprema Nocturna Clase A, el gato Sucu-sucu, la iguana Lola Galindo, y el alcatraz Bolsilibro-,o de simples términos reyoyos o aplatanados como zipizape, camisola, chuculún...

Dora hace alarde de imaginación con estos términos, nutritivos y endémicos como un ajiaco, pero sobre todo con situaciones como la reaparición del duende Chilín, que ha abandonado los sueños (“gente loca e informal”; p. 65) para vivir su propia vida en el mundo de Juan Ligero, que ya no lo sueña. En la misma línea está la carabela La Pinta que, en risueña versión de los míticos barcos fantasmas, llega con un sombrero de mago por bandera y tripulación diminuta que jinetea peces voladores y caballitos de mar. Toda la trama del libro gira en torno a uno de los personajes más curiosos de la veterana narradora: el Gallo Encantado, un animalote que vive en la Luna y viene a imponerle al niño protagonista un viaje iniciático que lo hace desafiar sus miedos, viajar por aire y mar, atravesar un arcoiris formado por mariposas guerreras y conocer a la famosa gallina de los huevos de oro.

En esta noveleta, Dora moderniza su arte narrativo con recursos postmodernos. Si la intertextualidad que acabo de citar remite a la tradición occidental, otra, cuando el gallo Kundasor llama “Juan Candela” al protagonista, le permite hacer un guiño a su compatriota, colega y amigo  Onelio Jorge Cardoso. También se permite toda una página a base de metalenguaje (la 26), y recicla un recurso retórico de los dibujos animados, tan caros a sus lectores, cuando Juan Ligero invoca los poderes de un talismán para aniquilar las huestes enemigas (p. 73). La nota irónica la aporta el hecho de que esos enemigos no sean otra cosa que inocuas mariposas.

Como en sus otras dos noveletas, Dora hilvana los acontecimientos con cierto desaliño, yuxtaponiendo esos escenarios pintorescos y personajes extravangantes que aprendió a manejar en sus largos años como escritora radial. Pero esta composición “artesanal” es  deliberada y da un sabor especial, calculadamente naif, a la peculiar saga gallinácea con que la popular autora cubana culmina su bibliografía.

Las ilustraciones de Eduardo Muñoz Bachs no son un ingrediente menor del libro. Su habitual combinación de caricatura y poesía, de ternura e ironía, que ya sirvieran inmejorablemente al poemario Los payasos(1985), adquiere en este caso un trazo más ingenuo y un color más brillante para ajustarse al tono escogido por la narradora. La edición, bastante cuidada, con diseño agradable, abundantes ilustraciones y tipografía grande y redonda, sufre de un entintado irregular en un papel que, pese a su buen gramaje, absorbe y opaca los colores. Igualmente deplorable es la encuadernación, que al cabo de tres lecturas empieza a desmembrarse.

El fallecimiento de Dora Alonso solo unos meses después de la aparición de Juan Ligero y el Gallo Encantado  hace que a ésta noveleta –fechada en el verano de 1997- corresponda cerrar la carrera más larga, rica y aplaudida de la literatura infantil cubana. Entrada en la especialidad por la puerta del teatro (las dos obras de Pelusín del Monte, en 1956-57;  “Espantajo y los pájaros”, 1966), y con importantes aportes en el cuento (El libro de Camilín, 1979; Tres lechuzas en un cuento, 1994) y la poesía  (Palomar, 1979; La flauta de chocolate, 1980), también incursionó en la narrativa afrocubana (Ponolani, 1966) y el testimonio (Gente de mar, 1977); por no mencionar su relevante producción para adultos, en prosa y verso, sus novelas radiofónicas y su periodismo. 

 Con la partida de la Alonso se despide toda una generación: la de los fundadores de la literatura infantil llamada “revolucionaria” que ya traían un sólido bagaje desde los años 40 y 50, y que integraron, con un aporte más o menos abundante, pero con similar reconocimiento de la crítica, Renée Méndez Capote, Félix Pita Rodríguez y Onelio Jorge Cardoso.

Eduardo Muñoz Bachs también nos ha dejado, y apenas unos meses después que la escritora. Su ausencia enlutece la edición infantil cubana, cuyos colores ya habían palidecido bastante debido a que la mayoría de sus grandes talentos emigró en esos años de crisis económica que han sido los 90 y sus ilustraciones las encontramos ahora solo en libros extranjeros. Ignoro si del taller del inimitable ilustrador y laureado diseñador de carteles cinematográficos salió algún libro posterior a Juan Ligero y el gallo encantado. En cualquier caso, éste tiene la calidad necesaria para poner broche de oro a una carrera tan brillante y prolífica como la de la popular narradora.


poster de Dora Alonso en uno de los baluartes de La Cabaña,
sede de la XXIV Feria Internacional del Libro de La Habana, febrero 2015








¿Racista Tintín?… Miremos el asunto de cerca

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El 11 de junio de 1931 aparecen en el suplemento infantil del diario belga Le XX Siêcle, las últimas tiras de Tintín en el Congo, la segunda historieta consagrada por Hergé a su universalmente conocido reportero del copete. Es una obra inmadura, de dibujos torpes y trama improvisada que ha sido justamente denostada por los resabios colonialistas y los prejuicios racistas que contiene. Sin embargo, pese a las tormentas que amenazaron más de una vez hacerlo naufragar en el olvido, el álbum sigue contando entre los millones de ejemplares que, en más de 70 lenguas y dialectos, venden cada año los 24 títulos de la serie[1].

El belga Georges Rémy (1907-1983) demostró desde muy temprano una vocación artística resuelta. En 1924, cuando no era más que un inexperto colaborador de la revista de los Boy-scouts, invierte sus iniciales y las escribe como suenan en francés, añadiéndole una H para  hacer más verosímil o estético el nombre así inventado. Hergé nace cinco años antes que Tintín, pero es su trabajo en torno a este personaje que lo convierte en el artista visionario que funda, paso a paso y con mucha autocrítica, la llamada escuela franco-belga de historieta y su estilo dominante: la « línea clara ».

Lo de franco-belga merece aclaración: en principio se trata de la parte de Bélgica donde se habla francés (la mitad sur, Valonia, y la región capital, bilingüe como el propio Hergé). Pero  también debe entenderse como el tipo de historieta popularizada en Francia y Bélgica, países cuyas prácticas culturales suelen confundirse.

Igualmente es oportuno precisar que “la línea clara” no es solo un concepto gráfico (no se dibujan sombras, volúmenes ni juegos de luz, y todos los elementos están delineados por el mismo trazo grueso, ignorando las leyes de la perspectiva) sino también un concepto narrativo (la historia debe ser clara y coherente, despojada de florilegios inútiles y soluciones arbitrarias, y preferentemente sin asperidades: violencia, sexo, etc).

Cuando el río Congo suena...

Todo lector percibe una obra desde su perspectiva personal, social e histórica (para eso el arte es universal: para confrontarse a tiempos y modos de pensar y de ver diferentes). Pero al crítico no corresponde condenar libros encadenados a un momento histórico-ideológico cuestionable, sino interpretarlos y contextualizarlos, permitiendo así comprender cómo humor, costumbrismo, exotismo y aventura pueden acabar en prejuicio, burla, superioridad y mala propaganda.

Que Tintín en el Congo contiene situaciones y lenguaje maculados del  racismo y colonialismo comunes a su época es innegable. Y ello se aprecia, de mayor a menor grado, en sus tres versiones: las viñetas aparecidas en 1930-31 en las escasas páginas del “Petit Vingtième”, suplemento infantil del diario Le XX Siècle; el libro en blanco y negro impreso por el propio diario en 1937, y la versión corregida, reformateada y redibujada en color de 1946, que es la que se publica hasta nuestros días.

Tintín en el Congo se inicia el 5 de junio de 1930, año en que el término “racismo”, inventado en 1894 por el panfletista Gaston Méry, ingresa oficialmente en la lengua francesa. Téngase igualmente en cuenta que estamos a 15 años de que la Segunda Guerra Mundial termine con la victoria de los valores democráticos que desencadenarán, otros 15 años más tarde, el fin del coloniaje europeo en África; pero también a casi cuarenta años del reconocimiento de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos.

Hergé comienza su segunda obra con 23 años, sin haber salido de su pequeño y conservador país más que para excursionar por algunos países europeos, y hallándose bajo la influencia del autoritario director del periódico católico y nacionalista donde trabaja como ilustrador, diseñador, fotógrafo, etc. El abate Wallez impuso el escenario de esta aventura (como había impuesto el de la primera: la Rusia Soviética) contrariando los deseos del joven historietista, que deberá esperar a septiembre de 1931 para comenzar Tintín en América, un álbum donde la autonomía al fin alcanzada por Hergé se refleja no solo en mejores trama y dibujo, sino en una clara simpatía por los « pieles rojas » y una evidente crítica del capitalismo expoliador anglosajón.

Tintín en el Congo se integró en la estrategia del periódico y el hombre que empleaban a Hergé, embarcados en la campaña del Estado belga por conseguir la implicación de sus “fuerzas vivas” en la explotación de la colonia heredada en 1908 de su rey Leopoldo II (quien la obtuviera como propiedad personal en 1885): el Congo Belga, luego Congo-Kinshasa, Congo-Leopolville, República Democrática del Congo y Zaire, antes de recuperar su precedente denominación (R.D.C.) en 1997. De la agitada historia congoleña nos interesa aquí el período en que ese territorio pluriétnico e inmensamente rico comienza a ser capitalísticamente explotado por una lejana nación europea, 80 veces menos extensa y bastante menos poblada.

La mejor prueba del compromiso ideológico de Tintín en el Congo con el colonialismo belga es la clase de geografía en que el protagonista lanza: “Voy a hablaros de vuestra patria, Bélgica” a los niños congoleños que llenan la escuelita de la misión de los Padres Blancos (congregación así llamada por el color de las sotanas y no de la piel de los sacerdotes que la integran). Criticadísima, la situación solo aparece en las versiones de 1930-31 y 1937, y se ve substituida por una banal lección de aritmética en la versión definitiva.




No hay dudas de que la modificación se imponía en 1947, cuando la difusión de “Las Aventuras de Tintín” se internacionaliza, y en esta versión lo que Tintín imparte es simple  aritmética pero... ¿cuál era el verdadero sentido de la frase de Tintín en la versión original? Teniendo un destinatario ideal belga y un destinatario real belga y acaso francés, a quien Hergé/Tintín habla es a los niños y adultos a quienes su gobierno incita a participar en la colonización. “Vuestra patria es Bélgica” dice Tintín en la historieta, pero los lectores de Hergé son niños belgas y para éstos es mensaje es “El Congo es vuestra patria”. Es lo que el abad Wallez, su jefe de redacción, quiere trasmitir. Puesto que se dirige a jóvenes súbditos de un estado colonial, su mensaje no tiene la función de “lavar cerebros” africanos que tanto se le ha atribuido. La frase es culpable de proselitismo, cierto, pero no asesina de una identidad. Otro argumento en descargo de Hergé es que Tintín no pasa de esta frase: su lección de geopolítica es ridiculizada por el historietista, que la interrumpe dos veces mediante el episodio, totalmente bufonesco, del leopardo.

Tintín en el Congo es ciertamente un álbum propagandista; pero no promueve solo la colonización del inmenso país africano (encargo del editor), sino al propio héroe de la historieta  (designio del autor). Una lectura atenta del álbum, y su comparación con los que le siguen, permite advertir que Tintín es inexplicadamente célebre entre todos los que se cruzan con él -negros y blancos, amigos o enemigos- y que todas las anécdotas -las mejores y las peores, las que menoscaban a los congoleños y las que no- tienen la misión de mostrar (con exagerada comicidad, reconozcámoslo) cuán genial es Tintín.


Primera viñeta de “Tintín en el Congo”. Hernández y Fernández (que debutan como simples transeúntes en este álbum de la serie) comentan: “Parece que es un joven reportero que parte rumbo al África. La viñeta incluye varias bromas: entre los personajes que rodean a Tintín se encuentran Quick y Plupke, héroes de otra popular serie de Hergé, así como él mismo (con chaqueta marrón y pantalón gris) en compañía de dos integrantes de los Studios Hergé.

La explicación del ingenuo comportamiento de Hergé respecto a su personaje, está fuera del texto: los lectores actuales tendrían que estar predispuestos, como los de 1930, por el fulminante éxito de la primera aventura de Tintín. Su “regreso” del País de los Soviets fue celebrado, un mes antes de comenzar la aventura congoleña, con la aparición, en una estación ferroviaria de Bruselas, de un jovencito disfrazado de Tintín y acompañado de un perrito blanco. Fue una hábil operación propagandística que se convirtió en apoteósica performancecuando cientos de lectores, chicos y grandes, acudieron a la cita dada por el periódico.

El joven Hergé estaba obnubilado por su inesperado éxito y no supo establecer la distancia necesaria entre realidad y ficción, y mucho menos la distancia irónica que, paulatinamente, irá tomando respecto a sus personajes y su creación en general.

De hecho, en la viñeta siguiente, la vanidad de Milú, que por entonces es el único compañero de aventuras del héroe, y funge como su Alter Ego, revela que Hergé desconfía de su propia tentación de “inflar” a Tintín.
"Pues sí, me cansé de llevar una vida monótona y decidí irme a cazar leones"

Un humanista conservador, pero justiciero

Que Hergé está más a la derecha que Tintín es un hecho. Fue siempre un conservador convencido y un hombre bastante introvertido, pero con inflamada alma de Boy-scout. Humanista cristiano (practicante, pero no militante; su obra será consecuentemente laica), en sus momentos de flaqueza demuestra más inclinación al monarquismo nacionalista belga, a cierto antisemitismo y al colonialismo paternalista -con una mirada superficial sobre otras culturas- que a lo que algunos prefieren ver, con extrema severidad descontextualizada, como racismo patán.

El reportero trotamundos creado por Hergé en 1929 no tiene nada de Superman, invencible extraterrestre cuyo primer cómic data de 1938, o de Indiana Jones, aventurero sensual y ambicioso inventado en 1980 por Steven Spielberg (que actualmente produce la primera adaptación al cine Tintín con visos de acierto).

Tintín  no es el típico super-héroe blanco, musculoso e individualista. Con total desprendimiento, pone su inteligencia y buen corazón (más que sus puños) invariablemente del lado del que sufre: los aborígenes norteamericanos expoliados por las compañías petroleras (Tintín en América), los indígenas peruanos que se habrían sustraído a la Conquista (El templo del sol),  los chinos apabullados por el imperialismo japonés (El loto azul), los musulmanes negros a quienes se pretende esclavizar durante una peregrinación a la Meca (Stock de coke) o los gitanos forzados a acampar en un vertedero (Las joyas de la Castafiore).

Entretanto, sus enemigos no son solo criminales por cuenta propia (generalmente occidentales): falsificadores de dinero, traficantes de armas o drogas, que suelen aparecer en más de una aventura. Tintín también se enfrenta a regímenes dictatoriales como el de la balcánica Borduria (El asunto Tornasol) o el latinoamericano San Theodoros (La oreja rota y Tintín y los Pícaros) o al inescrupuloso poder financiero de Sao Rico, que en la primera versión de La estrella misteriosa enarbola sin ambages la bandera de los Estados Unidos.












Tintín es un legalista: defiende diáfanamente a un rey constitucional víctima del proyecto de Anschluss de ese Mussolini-Hitler que es el Müstler de El cetro de Ottokar; pero testimonia fidelidad semejante a un déspota lamentable como el jeque Ben Kalish Ezab (Tintín en el País del Oro Negro) o al ambiguo populista Alkázar (revolucionario triunfante en La oreja rota y víctima de un golpe de estado en Tintín y los Pícaros).

Los personajes ambiguos y contradictorios son raros en las primeras aventuras, pero van volviéndose más frecuentes a medida que la serie madura. Un caso revelador es el millonario Laszlo Carreidas, que pertenece al bando de “los buenos”, pero rivaliza desde su vileza legal con la ilegal villanía de Rastapapoulos en Vuelo 714 para Sydney. Pero el claroscuro también se observa en un miembro de la “familia” Tintín tan importante como el capitán Haddock, quien cede fácilmente al alcoholismo, la cólera, los prejuicios y la codicia. Lógicamente, los estereotipos y la simplificación son mucho más tenaces en los personajes secundarios y “figurantes”. Ello explica la justamente criticada escasez de personajes femeninos (prácticamente reducidos a las tiranas que son la Castafiore y la esposa del general Alkázar) y, por supuesto, la representación estereotipada de negros, árabes, amerindios y asiáticos.

Tercer mundo a primera vista

A primera vista, los representantes del Tercer Mundo solo asoman en las páginas de Hergé para ser salvados, defendidos e incluso instruidos por Tintín. Los casos en que el reportero del copete y sus compañeros habituales reciben una ayuda efectiva de los habitantes de los países a que se desplazan son raros... pero existen. Los mejores ejemplos los aportan El loto azul, que ensalza la resistencia china al invasor japonés; Tintín en el Tíbet, donde el sherpa Tarkey se eleva al rango de héroe, prácticamente al mismo nivel que Tintín y Haddock, y El templo del sol, donde el indito Zorrino da sobradas pruebas de abnegación, astucia y coraje.

Si los representantes del Tercer Mundo no tienen un papel más brillante en “Las Aventuras de Tintín”, el problema es sobre todo de concepción “dramatúrgica”. Los héroes de Hergé son Tintín, Milú (al principio la serie se llamaba “Las Aventuras de Tintín y Milú”) y la “familia afectiva” que van conformando, por orden de aparición, Hernández y Fernández, Haddock, Tornasol, la Castafiore, Néstor... Todos son europeos como Tintín, pero eso no tiene nada de excepcional para la época (hoy, en la Europa multiétnica, multirracial y multinacional, y en el marco de la globalización de los productos culturales, los historietistas y escritores desarrollan otros modelos, y Hergé no hubiera escapado a la regla). Aunque con menor recurrencia, también forman parte de la “familia” el chino Tchang (más virtuoso que el propio Tintín), el extravagante portugués Oliveira, el latinoamericano Alkázar y el majaderísimo niño árabe Abdalá. No son exactamente héroes, pero tampoco lo son europeos como Néstor, Bianca Castafiore o un sujeto tan risiblemente deleznable como Serafín Lampión, el “ciudadano medio”.

Como en cualquier serie, los personajes secundarios se subordinan al “star system”. Por razones de “economía literaria” es lógico que protagonistas y otros personajes recurrentes ocupen la mayor parte de la esfera afectiva y el tiempo de acción; del mismo modo que los gags, situaciones dramáticas y episodios en general se articulan, en una bien aceitada interacción, con el rol que cada figura ha adquirido en los álbumes precedentes: Abdalá y Lampión están ahí para enfurecer al capitán Haddock, y no para representar a un árabe y un europeo, respectivamente. Lo que no significa que Alkázar y el jeque Ben Kalish Ezab no representen una manera corrupta e ilegítima de ejercicio del poder que Hergé ciertamente asocia a los países del “Sur”.

Una de las cosas más reprochadas a Tintín en el Congo es que los negros tienen los ojos saltones, los labios abultados y la piel negra retinta. En los años 30 todo el mundo dibujaba a los negros de esa manera; no hay más que ver los dibujos animados norteamericanos o la ilustración de prensa latinoamericana de la época. Pero también la Vanguardia pictórica europea (Hergé se revelará un apasionado coleccionista de arte moderno) y sus inspiradoras, las artes tradicionales de África y el Pacífico, explotan la exageración.

En álbumes posteriores Hergé trazará africanos más sutiles y expresivos, y renunciará al negro de tinta (muy eficaz en los tiempos en que dibujaba e imprimía sus historietas en blanco y negro). No olvidemos, sin embargo, que la caricatura y el estereotipo son recursos típicos del humor gráfico y son aplicados por Hergé a todos sus personajes. ¿Acaso el capitán Haddock no tiene los ojos vacíos? ¿Acaso la Castafiore no tiene nariz de cacatúa? ¿Acaso Tornasol no carece de cuello? ¿Acaso Hernández y Fernández no son otra cosa que un bigote y una narizota...? En cuanto a los cuerpos, las manos o las expresiones, no hay diferencia alguna entre los negros, los árabes, los chinos, los amerindios o los blancos dibujados por Hergé.

De los acentos exóticos al prejuicio cultural

Un aspecto mucho más polémico es la presencia de errores lingüísticos en el habla de los  extranjeros en la saga tintinesca. Desde hace más de 20 años leo “Las Aventuras de Tintín” en francés y no recuerdo si la versión castellana de Tintín en el Congo conserva este aspecto; pero como aquí se trata de la obra de Hergé y no de su traducción al castellano (bastante decepcionante, dicho sea de paso) es pertinente señalar que en la versión original todos los negros cometen los mismos errores de construcción y pronunciación: sean marineros o aldeanos, negros de ciudad o pigmeos de selva adentro, y hasta un norteamericano negro -desaparecido en la versión de 1946- comete en uno de sus diálogos un error característico del francés que supuestamente hablaban los congoleños.

Sin embargo, todo indica que a Hergé le interesa más caracterizar lingüísticamente a sus personajes y obtener efectos de exotismo cómico que mostrar la inferioridad cultural de los negros; lo demuestra el hecho de que el léxico que éstos utilizan no es necesariamente pobre ni esencialmente incorrecto. En todo caso, la caricatura costumbrista que se busca en Tintín en el Congo aparece menos en álbumes posteriores. A lo largo de toda la obra de Hergé, los extranjeros blancos “marcan” su exotismo con palabras en su propia lengua (italiano, castellano, inglés) o con peculiaridades de pronunciación, sin que ello implique juicios de valor. Pero Hergé puede divertirse, y divertirnos, inventando una lengua (a base de argot de Bruselas y de la segunda lengua de Bélgica, el flamenco, o con materiales totalmente fantásticos) o una escritura; así aparecen caracteres arábigos en Tintín en el país del oro negro, ycaracteres cirílicos en los episodios de Objetivo la Luna y El asunto Tornasol que tienen lugar en el imaginario país balcánico de Syldavia. Sin embargo, cuando los árabes, syldavos o bordurios hablan, lo hacen casi siempre en la misma lengua y estilo que Tintín, Tornasol o el capitán Haddock.

A fin de no complicar la historia, frecuentemente Hergé omite la cuestión de la diferencia de lengua. En la versión original (en francés) de La oreja rota,lo convencional del procedimiento queda en evidencia.  En los episodios iniciales, que transcurren en Europa y en el trasatlántico, el acento del lanzador de puñales Alonso Pérez está marcado por la fonética característica de los hispanohablantes cuando usan la lengua de Molière. Pero desde que desembarcan en la hispanoamericana república de San Theodoros, tanto Alonso Pérez como los demás  nativos hablan en perfecto francés. A lo largo de la serie, Tintín parece capaz de expresarse “naturalmente” en cualquier idioma (como se revela capaz de tripular cualquier clase de vehículo), pero no es imposible verle a él o al capitán Haddock impedido de comunicarse en un país extranjero. La fluidez de la historia, la comicidad de la situación o la creación de una atmósfera exótica parecen ser los criterios determinantes de la condimentación lingüística o no de los diálogos.

El capitán intenta infructuosamente hacerse comprender por quien él cree un indio peruano

De los estereotipos culturales se burla el propio Hergé, en particular a través de los prejuicios del Capitán Haddock, a través de esa vitriólica caricatura del belga ordinario que es Serafín Lampión o, con mayor frecuencia, a costa de Hernández y Fernández, quienes se empeñan en adquirir “color local” vistiendo trajes tradicionales... del país equivocado. Pero a veces Hergé no se limita a la burla; en El loto azul, transparenta la crítica de la prepotencia occidental en  la zona internacional de Shanghái.

Aprovecho la ocasión para precisar que si aludo frecuentemente a este último álbum no es porque sea uno de mis preferidos, sino porque el propio Hergé le concedía una particular importancia; en primer lugar porque marca una reorientación radical de su carrera, tanto en materia de procedimiento creador como de respeto a la realidad que recrea. Mientras escribe/dibuja El loto azul, nuestro autor sostiene instructivos encuentros con un pintor chino becado en Bruselas, que no solo se ofreció a asesorarlo sino que trazó, en auténtico mandarín y con perfecta caligrafía, todos los textos chinos que aparecen en la obra.
Es de notar que cuando Hergé se toma el trabajo de documentarse y, mejor aún, de frecuentar a un nativo del país que recrea, los estereotipos (negativos) y las simplificaciones (que pueden ser bien intencionadas) disminuyen e incluso desaparecen. Es lo que ocurre en Tintín en América, Tintín en el Tibet y, sobre todo, en El loto azul.
Un caso curioso es el de  El templo del sol. Hergé se documentó tan cuidadosamente que cuando salud anímica le impidió entregar a la flamante revista “Tintín” las esperadas viñetas, el espacio fue completado con una serie de notas informativas tituladas “¿Quiénes eran los Incas?” y que firma el propio Tintín (son las únicas muestras directas que tenemos del trabajo de Tintín, reportero de oficio). Estos documentos pueden verse en la versión facsimilar de la edición en revista, un interesante álbum en formato a la italiana.

Una de las páginas de la versión original de "El templo del sol" publicada en la revista Tintín... y completada por la serie de comentarios informativos "¿Quiénes eran los Incas?"

Sin embargo, los lectores latinoamericanos de El templo... nos ofuscamos ante el pretendido desconocimiento de los eclipses de sol por parte de los Incas. Todos sabemos que la astronomía es una de las ciencias en que más se destacaron las civilizaciones precolombinas. Creo haber leído en alguna parte que Hergé reconoció su error; pero ya era tarde para buscar un eje dramático diferente a la impactante escena en que Tintín ordena al sol ocultarse, impidiendo que se lo utilice para encender la hoguera en la cual deberían perecer Tornasol, el capitán Haddock y él mismo. El principio, por demás utilizado otros autores, es una licencia poética y no una prueba más de menosprecio por las culturas del “Sur”.

Limitaciones del héroe, la obra y del hombre

Hergé es un hombre de su época, formado en la Europa de comienzos del siglo XX: etnocéntrica, imbuida de superioridad económica, militar, tecnológica y cultural, y, digámoslo francamente, más o menos abiertamente racista y xenófoba. Como la mayoría de los hombres y mujeres de su generación, Hergé fue realizando el aprendizaje y respeto del Otro. Prueba de ello son las modificaciones introducidas en varios álbumes y el lenguaje “políticamente correcto” (antes de que esta actitud y su denominación se pusieran de moda) perceptible en los últimos títulos de la serie.

En los años 40 Hergé reforma todos los álbumes publicados hasta entonces (excepto Tintín en el País de los Soviets, demasiado extenso, primitivo y desactualizado). El objetivo primero era adaptarlos al formato que terminará caracterizando el libro-historieta franco-belga: 64 páginas a todo color, en formato 23x30.5 cm. Cuando el dibujo era demasiado alejado del dominio alcanzado en más de una década de gradual perfeccionamiento, Hergé y los colaboradores con que cuenta a esa altura, redibujan totalmente el álbum aunque sin apartarse mucho del esquema original. Fue el caso de Tintín en el Congo (nueve años después de la primera versión en libro). Lamentablemente, en 1946 la historieta no era aún objeto de las violentas críticas ideológicas que sufrirá desde la década siguiente, y Hergé se limitó a suprimir las muestras más extremas de colonialismo paternalista y prejuicio racista sin casi tocar -por ejemplo- las situaciones antiecológicas. Cabe, sin embargo, preguntarse si hubiera valido la pena una reescritura a fondo. La superficialidad, el esquematismo y la improvisación dominan todos los planos del álbum, y no solo lo que atañe a la representación de los congoleños. También los animales, los hombres blancos y las situaciones “neutras” revelan la misma impericia e improvisación. La corrección de una parte de los defectos del libro no hubiera servido sino para acentuar los otros. En realidad, Hergé tendría que haber tomado respecto a Tintín en el Congo la misma decisión que respecto a Tintín en el País de los Soviets: la exclusión pura y simple de la serie, por incompetencia artística. Pero pocos autores son tan autocríticos (y sus admiradores incondicionales no les facilitan el ejercicio: fue por presión de éstos y por la aparición de ediciones piratas que Tintín en el País de los Sovietsterminó por aparecer en álbum).

A fines de su vida, Hergé terminó por reconocer que sus dos primeros libros estaban alimentados por los prejuicios del medio burgués conservador al que pertenecía. “En 1930 yo no sabía de ese país (el Congo) más que lo que la gente decía por entonces: Los negros son niños grandes, afortunadamente nosotros estamos allí. Y dibujé a esos africanos a partir de tales criterios, en el puro espíritu paternalista que imperaba entonces en Bélgica”.

Las polémicas en torno a Tintín en el Congo comienzan a fines de los años cincuenta. La ideología de la descolonización lo hizo tan impopular que no era fácil encontrar ejemplares en el mercado. Sin embargo, tras varios años sin reeditarse, la revista congoleña Zaire relanzó lo que veían como testimonio de la estupidez etnocéntrica. Fue como si las propias “víctimas” levantasen la cuarentena... hasta que en en 2007 un ciudadano congoleño intente una acción judicial por racismo y xenofobia, y que una cadena de librerías británica decida relegar el álbum al sector adultos, donde un público suficientemente informado no lo tomaría al pie de la letra.

En obra tan caricatural y poco realista como la que nos ocupa, es bien probable que los niños del Congo y de otros países del África no vean hoy otra cosa que un espacio convencional. Cuando remonto a mi propia experiencia de lector infantil, lo que recuerdo es mi perfecta identificación con Tintín. Aunque mi piel fuera bronceada como la de Zorrino (El templo del sol), aunque mi país fuera hostilizado por una potencia extranjera como el de Chang (El loto azul) y aunque mis orígenes sociales me acercaran más a Maika (la jitanilla de Las joyas de la Castafiore), el rol que yo asumía era el del protagonista. Y eso que yo era un cubanito politizado, al igual que mis hermanos y otros amiguitos con quienes compartí la lectura de aquellos libros, deliciosamente dibujados, que solo se encontraban en las principales bibliotecas... hasta que la Ofensiva Revolucionaria de 1968 y el Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971 cerraron las puertas a los últimos álbumes de la serie, y permitieron un rápido deterioro o pérdida de los títulos existentes.

Alguien dirá que el problema radica precisamente en que yo, cubano de extracción popular, me identificara con un héroe europeo, que jamás tiene problemas de dinero, que le da alegremente la vuelta al mundo y vive en un castillo, y que siempre luce superior, aunque generoso y cordial, a los hombres, mujeres y niños del Tercer Mundo. Esto supondría olvidar que todo lector asume el punto de vista del autor, sobre todo si éste coincide totalmente con el del héroe; que en este caso es un personaje tan liso y fácil de incorporar como Tintín, y todo ello dentro de una fascinante serie infantil.

No hay verdadero perjuicio en que un chico lea algunas obras con puntos de vistas opuestos, más o menos radicalmente, a los intereses de su propia comunidad. Lo grave es que los chicos, del país o minoría que sean, no tengan libros escritos por sus iguales, que  les muestren, esclarezcan y hagan querible su realidad, su historia e identidad; proponiendo soluciones a sus problemas, y héroes en los cuales reconocerse de veras. Esta carencia de libros autóctonos viene resolviéndose paulatinamente. En América Latina, en China y hasta en algunos países de África ya hay literatura infantil nacional; aunque siguen escaseando libros en lenguas regionales, héroes, temas, ambientes y valores -no solo tradicionales, sino contemporáneos- que reflejen la diversidad de culturas, sensibilidades y clases sociales. Falta cantidad y variedad en la oferta editorial de los países menos ricos, y falta acceso a la lectura por parte de los más humildes, que son los más necesitados de construcción identitaria. Pero nada de esto es culpa de Hergé o de sus obras más criticables.

Por su parte, los niños de Bélgica, Francia y demás rincones afortunados del planeta, tienen hoy muchas más posibilidades de acceder a libros -de autoría local o importados de otras lenguas y culturas- en los que no hay la más mínima sospecha de prejuicio racial o cultural respecto a las culturas no occidentales. En la misma estantería que Tintín en el Congo puede encontrarse Aya de Yupugon (Costa de Marfil), Persépolis (Irán) o Mafalda (Argentina).

Cuando existe esta diversidad de lecturas, un libro como Tintín en el Congo no es peligro para nadie. Sus restos de paternalismo colonialista y de caricatura racial quedarán diluidos dentro de una bibliografía consistente y variada. Prohibir el segundo libro de Hergé equivaldría a darle más importancia de la que merece dentro de una obra donde sobran títulos de elevada calidad y singularidad.






[1]    A los 22 títulos tradicionalmente difundidos ha de añadirse un prólogo -Tintín en el País de los Sovietsinacabado primer álbum- y un epílogo -Tintín y el arte alfa, álbum inconcluso. Pero un verdadero tintinólogo conocerá y coleccionará las versiones en folletín y/o en blanco y negro, antes de la normalización en volúmenes de 64 páginas a todo color, entre otras variantes.

libros al borde del mediterráneo

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mi mesa de decicatorias en el bucólico jardín del "castillo"

El Salón del libro infantil de Mèze es un evento modesto, de tamaño correspondiente a la población de esta pequeña ciudad del sur de Francia, situada junto a un lago salado que casi toca el Mediterrráneo, entre Montpellier y Perpiñán. Quizás por estar situada en una zona de mucha actividad turística, Mèze tiene una intensa agenda cultural, y mi salón del libro coincidía con la inauguración de una Semana Cultural Cubana… lo que explica que me invitasen este año precisamente.

Junto al ayuntamiento y el cartel del Salón del libro

No tuve tiempo de recorrer la ciudad (que cuenta con una iglesia del siglo XV) y ni siquiera de zambullirme en la piscina del excelente Hotel de la Pirámide (nadie supo explicarnos nombre tan curioso para el lugar). 

unos instantes de reposo, al sol y en la calma matinal que caracteriza el lago
Todo el domingo estuvimos los autores e ilustradores ocupados en el Salón del libro y el lunes lo consagramos a conversar con nuestros lectores, en mi caso alumnos de tres escuelas primarias que habían leído las traducciones de “La leyenda de Taita Osongo”, “El pájaro libro” y “La canción del castillo de arena”, tres de los siete libros que he publicado en Francia.


El salón fue el domingo, en los jardines del “castillo” (mansión de unos burgueses vinícolas cuyas viñas se extendían por la ladera que hoy ocupan el estacionamiento y varias manzanas de casas). Parcialmente restaurado, el edificio ha sido transformado en centro cultural y en la planta baja se hallan las oficinas del servicio cultural municipal y una sala donde exponía la artista cubana (“primitiva contemporánea”) Aconcha. El castillo es uno de los edificios que cierra la mayor plaza de Mèze y, como cada domingo, allí tenía lugar un animado mercado. 

Algunos de los clientes pasaban ante las mesas de firmas de los autores invitados al Salón (media docena) y examinaban nuestras obras. El veterano ilustrador Zaü, con un libro sobre Mandela circunstancialmente muy exitoso, y la franco-rumana Ramona Badescu, autora de la exitosa serie Pomelo, fueron los autores más solicitados.  

vista del lago (Etang de Thau), cerca de mi hotel

Volvimos al hotel a eso de las 7 p.m. y media hora después pasaban a recogernos para ir a un restaurante junto al pintoresco puerto. La especialidad eran ostiones y ostras (cosas que no como) y tuve que conformarme con una mala paella. 


La sorpresa es que la camarera que nos atendió es cubana… y de Cruces, la pequeña ciudad donde nací (no recuerdo haberme encontrado con otro crucense desde que salí de Cuba en 1989). La otra sorpresa de esa noche fue descubrir en el menú “friture de joëls”: yo ignoraba que el pejerrey (pescadito  tan pequeño como las sardinas al que le queda grande este nombre) o peje plata fuese conocido en Francia con mi propio nombre. Me negué a hincarles el diente: no solo por evitar una forma de canibalismo patronímico, sino porque no me gusta la comida frita. La crucense salió de Cuba hace 15 años, con 18, y por supuesto no tenemos ningún recuerdo común, pero no dejaba de ser curioso.


para mi sorpresa, existe en Francia un pescado que lleva mi nombre. No es otro que el pejerrey o peje plata, que se consume frito.


El lunes estuve hasta las 4 p.m. recibiendo alumnos de tres escuelas… en la misma sala donde mi compatriota Aconcha exponía sus cuadros en torno al mundo de los orichas. 

Comencé cada conversación hablando de aquellos de mis libros que los chicos conocían para luego extenderme sobre otros de mis libros y manuscritos, explicando así el camino –a veces largo y tortuoso- entre una simple idea y un libro publicado en decenas de miles de ejemplares y en varias lenguas y países. También respondí las preguntas habituales: ¿a qué edad comencé a escribir? ¿por qué decidí ser escritor? ¿cuánto tiempo lleva escribir un libro? y otras menos predecibles, como la de una niña que quiso saber lo que significaban los símbolos que se repetían en algunas de las pinturas. Sabiendo que la artista y yo éramos cubanos, me supuso capaz de explicar aquel detalle. Se trataba de “firmas” de la secta Abakuá (una especie de masonería afrocubana). Curiosamente, el libro que yo había escogido para leer durante mi estancia en Mèze era Ekue yamba-o, la primera novela de Alejo Carpentier, en una edición cubana ilustrada con esos mismos enigmáticos signos.
una de las pinturas de la artista cubana Aconcha

En lugar de volver a Sète para coger el tren de regreso a París, me trasladé al vecino departamento de Gard, en el auto de un amigo que tuvo la gentileza de recogerme, alojarme esa noche y acompañarme al día siguiente a Nimes, ciudad fundada por los romanos y que conserva algunas reliquias tan notables como la Casa Cuadrada (un templo consagrado a una deidad que no ha sido posible identificar) y la Arena, viejo circo de venerable piedra blanca donde ya no tienen lugar combates entre gladiadores y leones, sino entre toros y diestros; Nimes es la capital de la tauromaquia francesa.

el antiguo circo romano de Nimes
 Si regresar desde Nimes me privó de un eventual paseo por el puerto de Sète (uno de los más famosos balnearios del Mediterráneo francés), fue un placer hacer una segunda visita –un cuarto de siglo después- a tan encantadora ciudad.


en Nimes, frente a su famoso templo romano, "la casa cuadrada"


Cerca de la Maison Carrée (la “Casa Cuadrada”) se halla la librería Peter Pan, especializada (pese a su nombre) en historieta gráfica. No pude resistir la tentación de fotografiarme junto al cohete que diseñó Hergé para mandar a su héroe, mi admirado 
Tintín, a la Luna.

EL JUEGO LITERARIO DE BARCELONA: LA LECTURA EN SERIO

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El Juego Literario es un proyecto de promoción de la lectura inventado en Medellín hace 22 años. Siendo uno de los escritores invitados al evento, el prolífico escritor catalán Jordi Sierra i Fabra se enamoró del evento, de la pasión y el rigor de sus organizadores y de la propia ciudad colombiana, y decidió ayudar a financiarlo. Para ello creó la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra i Fabra y el evento prosiguió su marcha cada vez más vigorosa.

                         

En 2013 fui uno de los numerosos escritores invitados a Medellín y este año, he tenido el honor de ser uno de los dos escritores escogidos para el I Juego Literario de Barcelona. Patrocinado  por la Casa de América de Cataluña, la Fundación Jordi Sierra i Fabra, el Fondo de Cultura Económica y Bibliotecas de Barcelona, con el apoyo de instituciones colombianas que hoy sostienen el Juego Literario de Medellín, la invitación a dos autores latinoamericanos era perfectamente natural. La colombiana Irene Vasco y yo, representando a Cuba, tenemos en común el haber publicado con el Fondo de Cultura Económica obras asequibles a los chicos de 8 a 11 años escogidos para esta primera edición en Cataluña, en la cual participaron las escuelas Patronat Domènech y Lluís Vives.


Pero nuestra presencia en Barcelona también incluyó la participación en el décimo festival del libro infantil Món Llibre, con un programa de más de 50 actividades gratuitas, entre ellas la jornada profesional en la que Irene y yo, en compañía de Cristina Osorno, de la Casa de América de Cataluña hicimos una aplaudida presentación de la literatura infantil latinoamericana y una firma de nuestros libros.

mi llegada a Barcelona, según Salik

El vuelo entre París y Barcelona dura apenas dos horas. Un vuelo apacible en alas de un Airbus de Air Europa desde cuyas ventanillas pude contrastar los paisajes rurales cercanos a París (bastante al norte de Europa Occidental) con las inmediaciones de la “ciudad condal”, entre abruptas colinas mediterráneas y urbanización galopante.


En el aeropuerto de Barcelona todo está escrito en catalán y castellano. Es un aeropuerto internacional acostumbrado a recibir millones de viajeros de todo el planeta y la señalética (perdónenme esta horrible palabra) me orientó fácilmente hasta el autocar que permite alcanzar el centro por un precio bastante módico. 

                            


Mapa y libreta de direcciones en mano, descendí en la segunda parada, “Universidad”, donde tomé un taxi que, en diez minutos, me dejó en la puerta de mi hotel, el excelente Gran Catalonia Diagonal Centro, en la calle Balmes, paralela al Passeig de Gràcia y la Rambla de Catalunya que son las principales arterias del Eixample (Ensanche), elegante barrio del centro de Barcelona.

la bandera independentista catalana, flota en el edificio que hace frente a mi hotel.

A solo media cuadra, doblando la esquina, está la Casa de América de Cataluña, principal organizador de mi estancia, y a similar distancia, dos estaciones de metro. El Eixample es el distrito más densamente poblado de Cataluña y España, pero sigue siendo un sector elegante, moderno, que aloja muchas de las joyas de la arquitectura modernista. Creado en en el siglo XIX a fin de expandir una ciudad que rebasaba apenas su perímetro feudal, se diferencia claramente del laberíntico casco antiguo, el famoso Barrio Gótico que todo el mundo conoce por las aventuras de los detectives Carvalho (para adultos) y Flanagan (para adolescentes). Las calles del Eixample son anchas, rectas y con amplias aceras, a veces arboladas. Siempre hay un edificio que hace fachada en la esquina, de manera que se forma una especie de plazoleta  triangular cuyo objetivo inicial era permitir al transeúnte doblar la esquina con la tranquilidad de saber que al otro lado no se agazapaba un delincuente. Es un concepto trasladado a Buenos Aires.


Cuentan que un viajero llegó a Barcelona, y después de asegurarse lugar donde dormir y comer entróen una librería… que me salió al paso mientras bajaba la Rambla de Cataluña rumbo a la plaza del mismo nombre, donde se halla el buró de información turística en que adquirí un pase que me permitiría disponer de reducciones interesantes en los numerosos museos y atracciones turísticas. En fin de cuentas, no llegué a usar el pase, pues nunca dispuse de dos días enteros para consagrarlos al turismo, y terminé por regalarlo a una amiga, estudiante francesa en Barcelona.  Lo cierto es que los servicios turísticos de la Ciudad Condal (no averigüé porqué la llaman así) son extremadamente caros. La ciudad vive del turista y no hace el menor esfuerzo por disimularlo. Pero cuando uno ve las oleadas de extranjeros que desfilan el casco histórico o invaden las joyas de la arquitectura modernista, ha de admitir que “la defensa es permitida”.


La Casa del Libro de la Rambla de Catalunya impresiona: se extiende hasta el centro de la manzana, donde asoma un jardincillo precedido  por una sala de actos con capacidad para unas 40 personas y la sección infantil. El único de mis títulos que figuraba en el catálogo era “En gatet i la pilota”, la traducción catalana del segundo libro de mi serie Gatito (y mi último libro español, publicado a fines de 2012). Pero ni el librero ni yo conseguimos localizarlo entre los libros de Kalandraka o entre los álbumes para los más pequeños.

De hecho, fuera de los títulos puestos a la venta en el festival Món Llibre, solo vi uno de mis títulos a la venta: “Gatito y el balón” (mi antepenúltimo título español, publicado a fines de 2011) en La Central, librería que me habían encomiado y que me salió al paso el domingo, mientras deambulaba por el barrio Gótico.

   
"Gatito y el balón" en la oferta de álbumes de La Central

Lo cierto es que las librerías catalanas me dejaron bastante frustrado pues su oferta se ve limitada por el hecho de que por lo menos la mitad de la oferta está en catalán (hasta los 12 años la lectura se practica cada vez más en la lengua regional que en castellano, mientras que entre jóvenes y adultos la edición se reparte aproximadamente en mitades iguales). Puedo leer, con un algún esfuerzo, en esa lengua; pero finalmente solo compré dos tristes libritos, y eso que me había ilusionado con la posibilidad de ponerme al día respecto a la edición española. Con decir que ni siquiera quedé deslumbrado por la oferta en cinco lenguas de la librería Abracadabra, donde, por recomendación de la Casa de América, éramos esperados Irene y yo el jueves por la mañana. Pura visita de cortesía. Ni siquiera había el menor libro nuestro a la venta, pero la conversación con el propietario fue agradable y nos conocer algunos datos sobre el comercio del libro infantil en Barcelona.

Con Irene Vasco y Ricardo, propietario de la librería Abracadabra

Será porque varias me fueron recomendadas por la Casa de América y el Fondo de Cultura Económica, pero el hecho es que tres de las seis librerías donde entré en Cataluña, tres tenían propietario latinoamericano (dos colombianos y una uruguaya).

Primera visita al Barrio Gótico


En algunos sitios se perciben las tres épocas (romana, mozárabe y medieval) y funciones (militar, política y religiosa) de lo que hoy es la catedral.

Esa primera tarde, y en otros momentos de mi visita, tuve ocasión de hacer escapadas al famoso Barrio Gótico, el Raval y las Ramblas (escenarios privilegiado por la novela negra catalana), que constituye la zona más antigua y turística de Barcelona: la Ciutad Vella. Los restos de la pequeña ciudad romana de Barcino, algún resto del período Mozárabe y bastante del período medieval del reino de Barcelona, dominado por la inmensa catedral y el antiguo palacio real.
Inmensa y lujosa catedral

Al bajar del metro en la estación Liceu, me llamó la atención una curiosa escultura que presenta a un dragón (San Jordi, el que mató al dragón, es el patrono de la ciudad)  en compañía de un paraguas (¿llueve tanto en Barcelona? Bajo el sol que reinaba en esos primeros días de abril cuesta imaginarlo).


 Visité el hermoso, pero abarrotado Mercado de la Boquería y la pequeña iglesia, con su encantador claustro, de Santa Ana.

Y más tarde pasé ante el abigarrado Palau de la Música, mi primer contacto –superficial- con el modernismo arquitectónico catalán.



El Juego Literario


El primer elemento de mi agenda oficial era el encuentro con los niños de las escuelas Lluís Vives (barrio de Sants) y Patronat Domènech (barrio de Gracia) en el espacio cultural de la Fundación Jordi Sierra i Fabra, en el popular barrio de Sants. El local posee excelentes condiciones para la labor de promoción de la lectura al tiempo que rinde homenaje a su fundador, el escritor vivo con más amplia bibliografía. Toda una pared del entresuelo está ornada por los más de 400 títulos del apasionado polígrafo catalán mientras varias vitrinas muestran manuscritos y tebeos que remontan a su infancia de creador, testimonios de su amplia trayectoria de escritor, periodista y promotor. Tres de sus máquinas de escribir completan la muestra. De una de ellas, me contó el propio Jordi esa tarde, llegó a poseer dos ejemplares idénticos: tecleaba a tal velocidad que la máquina se le bloqueaba; mientras esperaba por el mecánico continuaba escribiendo en la otra.

Cristina Osorno me presenta (en el entresuelo se advierte un viejo escritorio de Jordi con máquinas similares a las utilizadas por Jodi Sierra i Fabra y una vitrina con sus trofeos literarios

La muy simpática y eficaz dinamizadora Zulma Sierra había organizado el encuentro dentro del mismo espíritu lúdico que caracteriza el Juego Literario. Antes de la llegada de los chicos, me enviaron a la oficina del entresuelo. Cuando los chicos terminaban de armar el puzzle (en Cuba decimos “rompecabezas”) del cartel del evento, irrumpí con la última pieza. Aunque no soy muy buen actor y los chicos sabían que ese día iban a conocerme, mi aparición arrancó aplausos.

Ayudándome con las imágenes presentadas por un video-pantalla y con ejemplares de mis libros y manuscritos, comencé a resumir mi trayectoria literaria desde que a los 10 años dibujé una historieta protagonizada por Super Pecho, mi primer héroe de ficción o a los 11, cuando contaba a mi hermana las aventuras que supuestamente vivían cuatro de sus muñecos mientras la familia se marchaba al trabajo y la escuela, o a los 13 años, cuando escribí mis primeras novelas, inspiradas por la película francesa "La guerra de los botones", en las novelas detectivescas de Enid Blyton y en las historietas protagonizadas por Tintín, entre otras influencias. 

 

Si en encuentros de este tipo es frecuente que los autores recibamos dibujos y comentarios sobre nuestras obras, en esta ocasión también los chicos me trasmitieron diversos testimonios de su vida e intereses. Retroalimentación muy útil para un escritor como yo, que no se dirije a sus coetáneos y conciudadanos, sino a un público que puede ser hasta 50 años más joven y que reside en los países más diversos (estoy traducido en siete lenguas; desde el cercano catalán al muy remoto coreano y tengo tres libros estrenados en México, donde no he estado ni de paso).

En el ambiente de agitación política actual, los chicos de la escuela Patronat Domènech sintieron la necesidad de hablarme de Cataluña, y no solo de sus paisajes o de elementos culturales como el famoso “pan con tomate”, la más sencilla y admirable invención de su gastronomía, sino incluso abordando el complicado asunto de la autodeterminación de esta histórica región de España. Me reglaron una bandera independentista (que ya había visto flotar en numerosos balcones y que asociaba a un equipo de fútbol) y un “burro catalán” vestido con los mismos colores (aunque los chicos que me lo ofrecieron, me aclararon que hubieran preferido un burro tradicional, pero no lo consiguieron) y un CD con canciones que incluían desde el gran Lluis Llach hasta el “himno nacional de Catalunya”.



Oriundo de un país donde se politiza a los niños desde muy temprano, desconfío de los efectos de la movilización en torno a ideas demasiado complejas para una mente todavía insuficientemente crítica e independiente. La asociación con Cuba me resultó inevitable puesto que se me explicó que si la bandera independentista une a las tradicionales franjas rojas y amarillas de Cataluña un escudo con bandera solitaria es por Cuba y su tradición revolucionaria. Lo cierto es que el escudo cubano es rojo. Azul, en cambio, es el de Puerto Rico, que no es un país independiente, sino una semi-colonia de Estados Unidos.

Los niños de la escuela Lluís Vives me reglaron poemas, dibujos, una caja de deliciosos chocolates… ¡y un baile! Zulma me comentó que al principio solo las chicas bailaban bien, pero finalmente los chicos se soltaron y el resultado era muy… simpático. La música era de un conocido rapero portorriqueño (olvidé el nombre, Daddy algo) y la coreografía estaba inspirada en salsa y reguetón.


foto pendiente de autorización parental


Es que si lo catalán pesa mucho en muchos de los chicos de la escuela Patronat Domènech (del barrio Gracia, más acomodado), entre los de Lluís Vives, de un barrio popular que acoge muchos emigrantes como Sants, había niños nacidos en Ucrania, República Dominicana, China, Paquistán, Salvador, Perú, Rumania, Bolivia, etc, los cuales mantienen vivas sus raíces. Cuando llegó la hora de las dedicatorias tuve que pedir me deletrearan no pocos nombres.


Debo aclarar que no dediqué ejemplares de mis libros sino la fotocopia de la tapa de aquel que cada chico prefirió: “Concierto n°7 para violín y brujas” (Fondo de Cultura Económica), “Pájaros en la cabeza” y “Don Agapito el apenado” (Kalandraka), “El pájaro libro” y “La bruja Pelandruja está malucha” (SM) fueron los más apreciados.

maestras encantadas con la colección de libros de los dos autores participantes en el Juego Literario que les fueron ofrecidos por la organización del evento.

En el actual contexto de crisis económica, no cabe esperar  que cada chico pudiese adquirir un ejemplar de su libro preferido. De ahí que la Fundación Jordi Sierra i Fabra y la Casa de América obsequiaran a la escuela una colección de esos libros que tanto gustaron a los chicos, de manera que el Juego Literario siga funcionando ya en modo de lectura libre e independiente… durante el tiempo que los ejemplares sobrevivan a numerosas manos infantiles.

El verdadero objetivo de todo programa de promoción de la lectura no es procurar horas, días o semanas de actividad literaria placentera, sino instalar de manera durable el “sano vicio” de la lectura entre niños que frecuentemente carecen de una biblioteca personal o de frecuentación habitual de los libros allí donde éstos viven: bibliotecas públicas o escolares y librerías. Es imprescindible que los chicos que tanto disfrutaron de un proyecto como el Juego Literario puedan seguir disfrutando (releyendo el mismo libro o descubriendo otros del mismo autor, o de género, temática o estilo semejantes). Si no es posible asegurarse de que cada niño posea un libro del autor con quien tuvo tan estimulante contacto, por lo menos hay que conseguir que la escuela y/o la biblioteca más cercana, permitan la prolongación de la experiencia por cada chico interesado o gracias a la iniciativa de los maestros, bibliotecarios o padres, una vez que los especialistas de promoción se han marchado a proseguir su labor en otro sitio.

El taller


Volví a la Fundación Jordi Sierra i Fabra la misma tarde. Veinticinco adultos, en su mayoría maestros y bibliotecarios, se habían apuntado a mi taller sobre la narración oral en la promoción de la lectura. Pero en la sala había muchos más, que habíamos autorizado a asistir, aunque la metodología y los materiales previstos no les permitieran participar en la parte activa del taller. En fin de cuentas la parte teórica y autobiográfica de mi relación con la narración oral como forma de promoción de la lectura es probablemente la parte más “nutritiva”.


















Siete meses antes, en el XXI Juego Literario de Medellín había hecho una intervención semejante, ahora enriquecida con experiencias nuevas. Entre otras cosas, pude utilizar mi propio “butai” (retablillo portátil) para presentar uno de mis cuentos según los principios del “kamishibai” (sucedáneo japonés de la narración oral que consiste en leer cuentos parapetado tras las ilustraciones que llevan en su dorso el texto).

 
Jordi Sierra i Fabra asistió al encuentro. Es un escritor compulsivo, que acompaña la actualidad con obras a menudo comprometidas y palpitantes de suspenso. Ha dedicado parte de las jugosas ganancias que produce su vasta obra a proyectos de estímulo a los jóvenes escritores y de promoción de la lectura. El Juego Literario de Barcelona es iniciativa suya, pero han ayudado a pagarlo las instituciones colombianas que convocan el Juego Literario de Medellín… que en otra época Jordi financiara. O sea que en estos tiempos de crisis, América Latina ayuda a la Madre Patria.


El taller no se prolongó mucho porque esa noche había un partido de la final de una de las múltiples copas europeas de fútbol y en España el deporte de las patadas es sagrado. En fin de cuentas, el Futbol Club de Barcelona perdió frente al Real Madrid (¿o era el Atlético…?). Me di cuenta por el silencio que reinaba en la calle mientras yo cenaba en un restaurante al lado del hotel, un enorme biftec que, pese a pedirlo bien cocido, me sirvieron medio crudo, que es como consumen los buenos gastrónomos europeos.

Món Llibre

 

El viernes 11 de abril tuvo lugar lajornada profesional (inaugural) del festival del libro infantil Món Llibre(Mundo Libro en catalán) que se desarrollaría ese fin de semana en el fastuoso Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona  (CCCB).


El evento ya tiene 10 años y está vinculado a la tradicional fiesta literaria de Saint Jordi (San Jorge, el que mató el dragón, es el santo patrón de Barcelona) que se celebra el 23 de abril (fecha del facimiento, en 1616, de William Shakespeare, Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega, por lo que la UNESCO lo adoptó como Día Mundial del Libro y los Derechos de Autor). En Cataluña, y cada vez en más países, se celebra en tal fecha el Día del libro y la rosa (a los hombres se les regalaba un libro y a las mujeres una flor; machismo hoy caduco pues las mujeres son más asiduas lectoras que los hombres). El Sant Jordi concentra las mayores ventas de libros en Cataluña, pero este año Pascuas y sus respectivas vacaciones cayeron en la segunda quincena de abril, por lo que el Juego Literario y el Món Llibre se adelantaron.


Cristina Osorno (Casa de América de Cataluña) y Francisco Arbós (Fondo de Cultura Económica en Cataluña) nos acompañaban. Empezamos por una visita guiada de las instalaciones que el CCCB puso a disposición del festival del libro infantil: una gran sala de lectura, con abundantes libros, ordenadores, decorado alusivo y animadores; un corredor donde se exponían obras de varios ilustradores, espacios diversos adaptados al encuentro entre niños de diversas edades y los libros...

espacio para los pequeñitos
  
por algo mi libro más reciente se titula "Concierto n°7 para violín y brujas"
La visita al CCCB terminó con el recorrido de la magnífica exposición “Metamorfosis”, consagrada al artista gráfico y cinematográfico checo Jan Šmankmajer. La muestra contiene, entre otras cosas, los muñecos, decorados, maquetas y otros objetos con que Švankmajer realizó notables filmes de animación (inventó el stop-motion en los años 1930), inspirados en las fábulas de La Fontaine, el Fausto de Goethe o la Alicia de Lewis Carrol.

Poso antes el decorado y personajes de Švankmajer para la película “Fausto”
Se trata de un artista original, talentoso y muy completo, y la muestra incluía obras de otros artistas contemporáneos con los que está relacionado (más bien sus continuadores) y objetos de procedencia diversa (arte africano, animales disecados, caracoles, etc) pertenecientes al “gabinete de curiosidades” que Šmankmajer reunió en su castillo en Bohemia y que han servido de inspiración a su trabajo intensamente surrealista.

con el director de la editorial Juventud, Luis Zendrera

Irene Vasco, mi colega colombiana, me presentó al director de la Editorial Juventud. De esa editorial catalana procedía uno de los primeros ejemplares de mi biblioteca (regalo por mis 10 años) y sin dudas el primer libro español que poseí: A orillas del Yang-tsé, de una autora inglesa cuyo nombre no retuve; entre otros que marcaron mis inicios como lector y precoz escritor: novelas detectivescas de Enid Blyton, divertidas aventuras de Teban Sventon, disparatadas andanzas de Kásperle o historietas de Tintín. Juventud entró en perigeo en los 80, pero su actual director (hijo o nieto del que la dirigía en “mis tiempos”) la ha sabido renovar. Juventud S.A. no solo mantiene en catálogo los Tintín y muchas de las novelas de otrora, sino que se ha convertido en uno de los más principales editores españoles de álbumes ilustrados. Irene Vasco será la primera latinoamericana en el catálogo de Juventud y, bromeé con el señor Zendrera, no me molestaría nada ser el segundo.

Tanto nos demoramos Irene, Zendrera y yo en la exposición de Šmankmajer, que cuando salimos ya los demás estaban en la sala de conferencias y habían comenzado los debates. Tras una mesa de jóvenes ilustradores, nos tocó a mi colega colombiana y a mí. Fuimos presentados por Cristina Osorno, de la Casa de América, quien introdujo la temática con apoyo de un power point convincente. A continuación tracé un panorama de la LIJ latinoamericana, empezando por Martí, Pombo, Quiroga y otros clásicos, y terminando con autores y tendencias recientes de una producción que, pese a “la lengua común que nos separa” es mal conocida y peor distribuida en España. Por su parte, Irene “ilustró” mi apasionada defensa de la LIJ latinoamericana leyendo fragmentos de dos escritoras que dieron un vuelco al género en los 60-70: la poeta, narradora y cantautora argentina María Elena Walsh  y la novelista brasileña Lygia Bojunga Nunes (primera latinoamericana en obtener los más importantes premios internacionales de la literatura infantil: el Andersen (1982) y el Astrid Lindgren (2004).

en la mesa de ponentes, con Irene y Cristina

La jornada profesional concluyó con un original “almuerzo de trabajo”. Cada participante tenía puesto asignado en una mesa (redonda y con capacidad para una decena de personas) y a cada una de estas correspondía un tema de conversación profesional. Tras los postres, un representante de cada mesa, previamente designado presentó, micrófono en mano, un resumen de lo tratado por cada grupo. Una forma original y “digestiva” de prolongar el debate.

Al salir del CCCB dejé a Irene en compañía de unos amigos, y caminé por la vieja ciudad, que ya había recorrido en parte la víspera. Esta vez me dirigí hacia la zona costera y llegué hasta el antiguo barrio de marineros La Barceloneta. La avenida costera ha sido modernizada y no hay planta baja que no acoja un restaurante, bar o tienda de suvenires. Probablemente los edificios de esa avenida han sido remozados y los apartamentos sean caros, pero el resto del barrio sigue siendo eminentemente popular (con bares sencillos y vecinos jugando al fútbol en las plazuelas). Al llegar a la playa, ya caía la noche, pero me quité los zapatos y avancé por el borde del mar.

Es la primera vez que me mojo los pies en el Mediterráneo; aunque ya en mi primer viaje a Europa, en diciembre de 1989, metí la mano en las aguas que bañan las inmediaciones de la localidad francesa de Saintes-Maries de la Mer (no creo que sea por casualidad que la iglesia que fundaron hace varios siglos los pescadores de la Barceloneta también se llama Santa María del Mar: esa virgen debe ser protectora de marineros). A fines de los 90 estuve en Niza, pero con tan mala suerte de que, por primera vez en 25 años, había nevado en la famosa ciudad de la Riviera francesa. Así que ni entonces ni ahora, cuando acabo de volver del salón del libro de Mèze, a solo un par de kilómetros del Mediterráneo he podido disfrutar de sus aguas: mi estancia en Mèze fue de solo 48 y ni siquiera probé las aguas salobre del lago que separa esta localidad del mítico mar. Sufro probablemente de la maldición lanzada por Neptuno, Polifemo, la hechicera Circe u otra de las deidades homéricas del Mesogeios Thalassa.

El caso es que encontré el agua de La Barceloneta menos fría de lo que hacía suponer la temperatura ambiente. No era como para bañarse, pero aguanté perfectamente diez minutos con el agua en los tobillos. La arena es dorada, pero gruesa y me arañó las plantas de los pies cuando caminé hasta una acera donde secármelos y volver a calzarlos. Comí en un restaurante frente al mar, especializado en tapas (comidas ligeras), y cogí el metro hasta la Sagrada Familia. Lloviznaba y no había nadie, pero de todos modos la basílica estaba cerrada. De noche es bastante fea, pues sus nada convencionales formas necesitan los colores que solo la luz diurna permite apreciar bien.

Promoviendo nuestros libros

El sábado por la mañana, en compañía de Irene Vasco, Cristina Osorno y Francisco Arbós (el representante del Fondo de Cultura Económica en Barcelona) tomamos un “tren de cercanías” en la estación Diagonal, situada bajo la misma calle de mi hotel. Los transportes públicos son muy eficientes en Barcelona: una decena de líneas de metro, varias de trenes de cercanías, numerosos ómnibus y taxis (mucho más baratos que en París), por no hablar de las bicicletas municipales que se pueden alquilar en muchas esquinas y para las que abundan unas agradables pistas reservadas en las principales avenidas. Nada de eso evita los embotellamientos, pues la gente sigue usando el automóvil, sobre todo quienes viven o trabajan en los numerosos suburbios que, aunque a veces no están muy lejos, obligan a largos trayectos debido a la accidentada geografía de esta parte de Cataluña.

con Irene Vasco y Francisco Arbós en la librería latinoamericana de Sabadell
Atravesamos varios pueblitos y hermosos bosques en nuestro camino hasta Sabadell, población donde se halla Librerío de la Plata, la librería latinoamericana (la propietaria es uruguaya) donde teníamos pendiente una actividad de promoción  coordinada por el Fondo de Cultura Económica, editor de mis libros “La leyenda de Taita Osongo” y “Concierto n°7 para violín y brujas”, y de sendas obras de mi colega colombiana. La librera debió recibir 20 ejemplares de cada uno de mis libros, pero al comenzar la firma de ejemplares, descubrimos que había 36 de “La leyenda…” y solo 4 de “Concierto…” que es precisamente el libro que yo defendí más esa mañana puesto que era el más apropiado para la mayoría de los niños presentes, menores de 12 años.

Cecilia, la librera, fue la primera en solicitarme una dedicatoria: toda buena librera es una apasionada lectora:
eso no tiene vuelta de hoja
Lamentablemente no había ninguno otro de mis libros para pequeños. No creo que el FCE se hubiese opuesto expresamente, pero seguramente la librera consideró descortés “invitar” a “la competencia”. En realidad no sería tal, puesto que de todos modos un niño de 4 ó 7 años no iba a comprar ninguno de los libros que tanto Irene como yo hemos publicado en el Fondo, pues todos se destinan a chicos de 11 años en adelante.  



En todo caso, la actividad se desarrolló en un clima de plena atención y buen humor. Yo leí un capítulo de “La leyenda de Taita Osongo” y otro de “Concierto n°7 para violín y brujas”. Fue la primera ocasión en que pude asistir en directo a la reacción del público a éste, mi más reciente libro. Pero tanto Irene como yo, enmarcamos nuestras lecturas con anécdotas y “secretos de cocina” de esos escritores que somos.

De regreso a Barcelona, almorzamos en uno de los restaurantes próximos al hotel, y nos dirigimos al CCCB donde se había anunciado una firma de nuestros libros.


En el patio del centro cultural había una gran carpa con numerosos libros de varias editoriales –en catalán y castellano- entre los cuales se hallaban los libros que Irene y yo tenemos en el Fondo de Cultura Económica.



Al salir, caminamos hasta el Ensanche, buscando una papelería donde Irene, que es tan fanática de Tintín como yo, esperaba encontrar objetos derivados de la saga. En realidad lo que hallamos no era mucho ni muy interesante.
este "Capitán Haddock" no está nada logrado, pero cómo resisitir la invitación  

Irene siguió con sus compras y yo me fui a visitar la Casa Batlló, edificio de apartamentos construido por Antoni Gaudi principios del siglo XX para una pudiente familia que todavía habita uno de los apartamentos y han convertido el resto en museo.

Deben vivir del prestigioso inmueble porque cobran carísimo la entrada, además alquilar de vez en cuando el piso principal a personas, instituciones y empresas que desean celebrar allí eventos de prestigio (lo que me impidió visitarla el día antes).

 Es innegable que la Casa Batlló es una absoluta maravilla. No solo por el buen gusto de Gaudí, capaz de convertir una escalera, un “patio de luz”, una chimenea y hasta el inodoro en obra de arte. Gaudi inventaba soluciones para problemas prácticos como aprovechar la luz natural, evitar la humedad y las temperaturas extremadamente frías o calurosas, crear impresión de amplitud en espacios exiguos, etc. La arquitectura modernista catalana (muy próxima del Art Déco y el Art Nouveau) se caracteriza por las  líneas curvas, la abundancia de decorado y los colores, pero Gaudi llevó estos rasgos a su expresión más acabada… cuando no los introdujo.

El domingo fue el único día que pude destinar totalmente al turismo. Comencé por el Palacio Güell, que fue una de las primeras obras de Gaudí. Será por eso o porque es lo que esperaba la pudiente familia que se lo encargó, que es un palacio señorial y algo severo, todo en mármoles pardos, pero no por ello menos ingenioso y pasmosamente lujoso.






De allí fui a la Plaza Reial, la clásica “plaza mayor” que posee toda ciudad española. Decidí almorzar en uno de sus numerosos restaurantes y como pedí cangrejo, la laboriosa tarea de sacarle la carnita a animal tan enrevesado me dejó tiempo de sobra para descansar las extremidades inferiores y disfrutar de la hermosa plaza. Si la mayoría de los comensales eran turistas extranjeros, el mercadillo de antigüedades era frecuentado por españoles.














Deambulé un poco por la parte del casco histórico que aún no conocía, por ejemplo el Call (antiguo barrio judío) y la parte occidental de la actual catedral. Atravesé una avenida que merecía el apelativo de rambla sin tenerlo y renunciar a visitar una reputada iglesia (la entrada, fuera de las horas de servicio religioso, costaba demasiado cara).


Considerando que, por esta vez, ya había explorado lo suficiente el Barrio Gótico, cogí el metro hasta la estación donde un funicular permite subir hasta las primeras atracciones del Montjuic. Ya era tarde para entrar en alguno de los muchos museos de la zona y seguí en teleférico hasta la cumbre, a fin de visitar el castillo que corona la colina.




Esta vieja fortaleza fue muy odiada por los barceloneses pues sirvió en diversas épocas para reprimir a revolucionarios, republicanos, obreros y nacionalistas catalanes. Allí también fue sumariamente juzgado y fusilado por el franquismo el primer presidente de la Generalitat (gobierno autónomo regional). Pero ya a principios del siglo xx, esa bien situada elevación acogió las espectaculares construcciones de una Exposición Universal y actualmente es un pulmón verde y conjunto recreativo muy cercano al centro (hay un segundo teleférico que comunica con la súper turística zona portuaria, pero cuesta una barbaridad). La vista sobre la ciudad, a un lado, y sobre el puerto y el mar, por otro, es impresionante.




Terminé mi tarde dominical de turismo en la Sagrada Familia, que esta vez pude apreciar en toda su insensata belleza exterior.



Este monumento que Gaudí dejó inconcluso al morir en 1926, hubiese exigido, en opinión de su creador, dos siglos de obras. Las técnicas modernas permiten esperar su conclusión en 2026 (un siglo después de la muerte del genial arquitecto, como quiera que sea). Hay mucha polémica por la continuación de las obras usando esas técnicas modernas y basándose solo en la maqueta (los planos originales se quemaron durante la Guerra Civil). Pero tanto eso, como la inaudita audacia, originalidad y belleza del proyecto, explican su inmensa popularidad. La cosa de entrada era tan prolongada que se recomienda reservar un acceso. Finalmente, no pude entrar.


De regreso


Imposible pasar por España sin tener algún tipo de contacto con el deporte de las patadas. Cuando me disponía a entrar a la zona de embarque me crucé con los integrantes de un equipo juvenil de fútbol. ¿Fue casualidad que el encuentro tuviera lugar delante de la tienda oficial del Futbol Club Barcelona?


Al llegar al aeropuerto el lunes a mediodía, mi maleta tenía 4 kilos de más. Se trataba básicamente de libros, pues  además de los 8 ejemplares de mi álbum más voluminoso, que su editor me había hecho llegar desde Bilbao, y los libros de segunda mano que compré para mi insaciable lector de hermano (siempre frustrado con la escasa y poco atractiva oferta cubana) estaba mi flamante retablillo de Kamishibai. Afortunadamente no me atendió en el mostrador de Air Europa ni un estricto catalán ni un cubano atravesado, sino un polaco flexible que me propuso trasladar parte del peso a mi mochila. Su experiencia profesional debía advertirle que ésta última ya estaba cargadita, pero hice un rápido trasvase de libros.  Tan rápido que olvidé ponerle de nuevo el candado a mi maleta, que viajó cerrada con un simple zipper. Sin embargo, nada me hurtaron.

Mi ángel de la guardia estaba haciendo horas extras, pero no me echó una mano cuando debí afrontar las numerosas y obsoletas escaleras del metro parisino: el enemigo número uno del viajero en “clase económica”.


También me esperaba el triste cielo parisino: el bello sol de Cataluña quedó atrás.




"Super Pecho" fue el primero de mis personajes

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creo recordar que mi primer Súper Pecho era más o menos así

  
Súper Pecho fue mi primer personaje de ficción.
Lo inventé cuando tenía 10 años, en las páginas de mi cuaderno de matemáticas… que era entonces un simple bloc de hojas de papel liso, fabricado con bagazo de caña. Un papel barato y una forma que me permitía fácilmente hacer desaparecer aquellas hojas donde, en lugar cifras y problemas de quebrados (y otros quebraderos de cabeza que intentaban enseñarnos en sexo grado por entonces), lo que había eran aventuras de este súper-héroe que yo dibujaba con un lápiz bicolor.



No creo que hubiera mucho texto en aquellas aventuras. Eran una especie de tira cómica o historieta gráfica muy elemental, cuya acción se reducía a las batallas de Súper Pecho contra bandidos, científicos locos, monstruos, robots asesinos y otros enemigos… que siempre acababan fulminantemente derrotados.

















Pero la vida de Súper Pecho fue breve. Al terminar sexto grado, había en Cuba un pavoroso examen llamado “Prueba de Nivel”, que servía de puerta de acceso a la enseñanza secundaria. Se hacía en dos días: uno consagrado a la prueba de letras (Español, Historia, Geografía) y otro destinado a la prueba de ciencias (Matemáticas, Ciencias Naturales…). Yo pasé muy bien mi examen el primer día, pero en el segundo me salieron algunos terribles problemas de quebrados: los mismos que convertían cada una de mis noches en pesadillas, cuando mi padre (brillante profesor de matemáticas) fracasaba estrepitosamente ante mi biológica incapacidad ante aquellos problemas de cálculo más que elemental.



Cuando sonó la campana del recreo (era para el resto de la escuela, que no se examinaba ese día) yo salí ingenuamente a comer mi merienda antes de continuar. Cuando volví me habían recogido el examen incompleto (¡por supuesto!) y mi nota fue tan baja que debí repetir el 6° grado.


La culpa de aquel fracaso la pagó Súper Pecho, pues atribuí a tiempo que yo pasaba dibujando sus aventuras mi falta de atención en las clases de matemáticas. Por eso decidí no dibujarle más aventuras.








Él era un súper-héroe, él ganaba todas sus batallas, pero yo ni siquiera era un súper niño y perdí la única batalla que tenía por delante: la prueba de nivel.


De esto han pasado muchísimos años y ya le he perdonado. Hace algún tiempo le doy vueltas a un libro con algunas aventuras de Súper Pecho. Cada vez que visito una escuela y los chicos me preguntan sobre mis inicios literarios debo hablar de Super Pecho y dibujarlo. 
presento Super Pecho a los niños del colegio de Chatillon sur Loire


Super Pecho dibujado por Louise (Chatillon-sur-Loire)


No hay ocasión en que no me pidan que continúe las aventuras de mi primer héroe... y al fin me he decidido. La primera historia me gusta; habla del descubrimiento por Pedro Chupe de su otra identidad. En realidad, el primer enemigo de Súper Pecho es... él mismo, ya que en la vida real es un niño tan blando, cobarde y poco inteligente que hasta sus mejores amigos lo apodan "Chupete". Pero deberá crecer ante el desafío de un terrible y poderoso enemigo... que se oculta bajo la falsa identidad de un triste y aburrido profesor de matemáticas.


En realidad, debo agradecerle a Súper Pecho haber repetido el 6° grado, porque me tocó hacerlo en la escuela anexa al Conservatorio Musical, donde no aprendí a tocar ningún instrumento, pero sí se me facilitó el descubrimiento de la Biblioteca Provincial (en un edificio cercano) y su maravillosa provisión de libros de aventuras (de Tintín, de Kásperle, de los Mumín, de Oscar y Kina), detectives (los inventados por Enid Blyton, Malcolm Saville, Montserrat del Amo y Ake Holmberg) , viajes, leyendas y otras maravillas… que alimentaron mi próxima pasión creadora: la literatura.

Solo dos años después terminé mi primera novela… 
                                                                                                 ...pero ésta es ya otra historia.


Bocetos de personajes y situaciones para el futuro Súper Pecho: 
 






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