Quantcast
Channel: EL PAJARO LIBRO página del escritor cubano Joel Franz Rosell
Viewing all 210 articles
Browse latest View live

CUBA. AUTORES ADULTOS Y LECTORES NIÑOS: HERMANOS DE INTERCAMBIO

$
0
0
La Habana. Editorial Gente Nueva, 2016
Premio Pinos Nuevos
ilustraciones: Ares

Desde mediados de los años 1990, los autores de literatura infantil que en Cuba suplen la falta de una verdadera actividad crítica (independiente de la creación, de las editoriales, de la promoción, etc), han defendido la tesis de que el realismo es la marca de la literatura (en realidad se refieren esencialmente a la narrativa) cubana posterior a la caída del Muro del Berlín y consecuente instauración del llamado Período Especial (época de crisis económica e ideológica con relentes numantinos). Yo lo que veo es que la literatura infantil cubana contemporánea está marcada por el mismo “Desencanto” que Leonardo Padura señala como marca de la narrativa para adultos de la misma época, y esto se manifiesta tanto en la literatura que podemos llamar en rigor realista; porque presenta personajes compatibles con la realidad, situados en un marco (geográfico, histórico, socio-económico, cultural) reconocible, los cuales afrontan problemas objetivos (o subjetivos con base objetiva, como pueden ser los problemas psicológicos, sociológicos y económicos que tanto interesan a los narradores actuales) y los resuelven sin el auxilio de recursos mágicos, parabólicos o simbólicos.

Esto último es lo que me lleva a dudar del supuesto determinante realista de la narrativa infantil cubana posterior a 1995 (digamos; no he podido hacer un estudio cronológico específico), puesto que la dificultad que tienen las autoridades cubanas a aceptar una representación crítica de la realidad (ha habido avances notables en este campo sobre todo en los últimos 10 años) en particular en el libro para niños y adolescentes, ha obligado a los autores a recurrir a distopías, parábolas, escenarios ilocalizados o personajes fantásticos a fin de satisfacer su necesidad de cuestionar la realidad cubana actual.

Un pesimismo cierto suele dominar las páginas para chicos y adolescentes que se vienen publicando en Cuba en las dos últimas décadas (publicadas en libro independiente o en las abundantísimas antologías), pero ese “desencanto” no viene aparejado con el necesario conocimiento y recreación de la realidad, necesidades y posibilidades de comprensión del destinatario supuesto. En otras palabras: muchos autores parecen desconocer e incluso desinteresarse por completo de los niños y adolescentes para quienes supuestamente escriben.

Hay mucho texto ombliguista, centrado en aliviar a los propios autores de sus decepciones, frustraciones, cóleras y dudas, sin tener para nada en cuenta la necesidad de sus compatriotas más jóvenes de igualmente aliviar decepciones, frustraciones, cóleras y dudas.

Este artículo es un work in progress. Quiero decir que voy a ir introduciendo en él consideraciones sobre algunos de los muchos libros que he ido adquiriendo en Cuba en mis últimos cinco o seis viajes. Novelas, cuentos, selecciones de textos narrativos diversos… que han sido publicados después de 2005, e incluso después de 2010, en su mayoría.

Del desafío de que supone la literatura infantil moderna: un escritor adulto que se dirige a un público infantil, y que está al servicio de éste último sin por ello renunciar a la expresión auténtica de su espíritu, ambición e ilusiones de escritor adulto,  no siempre los autores cubanos recientes salen airosos.

Voy a comenzar por uno de los más recientes, de uno de los más jóvenes autores que empiezan a hacerse lugar en el panorama de la isla: Hermanas de intercambio, de Eudris Planche Savón. Premio Pinos Nuevos 2015, ha sido publicado a fines de 2016 por la editorial Gente Nueva, con ilustraciones del siempre excelente Ares.

Se trata de una noveleta breve (92 páginas en formato 16x10cm) dividida, de manera no muy evidente, en varias series de capítulos cortos que pueden ser de dos tipos: la narración “directa” que hace Camila, una niña de 10 años observadora e inteligente que no por eso se puede mostrar muy ingenua (fuente de sonrisas para el lector más maduro) y los apuntes de la  “libreta-diario” de la propia Camila. Lo que hace compleja la lectura es la alternancia –de hogares y de protagonista de las anécdotas- que practican Camila y su hermana Yunieska. Se trata de una familia recompuesta: de dos niñas que van y vienen de casa de la mamá a la casa del papá, alternándose. La madre de Camila parece “lijera de cascos” (no voy a utilizar la palabra “jinetera” que no asoma en la noveleta, pese a que su lenguaje no es siempre políticamente correcto). Pero la más mala de la historia parece ser la amargada abuela Hortensia, y no mejor paradas salen Kassandra, la condiscípula de Camila que pertenece a una familia “maceta” y la maestra, demasiado sensible a los regalos de la susodicha.


El centro de la historia son los conflictos familiares e interpersonales, en un enfoque nada idealizante de la familia, de los adultos y de los propios niños. Los recursos narrativos pueden ser innovadores, puestos en función de una representación que, si bien comienza a ser casi un estilema de la narrativa cubana para chicos, no es menos infrecuente en el concepto tradicional de relaciones entre los cubanos adultos y niños (conscientemente nos censuramos, pero no lo suficiente para evitar que los chicos estén bien al tanto del conflictivo mundo de los adultos). Un ejemplo es esta discusión entre los padres de Camila y Yunieska, en plena crisis de divorcio, donde la división de los bienes incluye a las dos niñas, así objetalizadas:

Papá1: Es muy fácil llevarse todo lo nuevo. Hasta cuando voy a perder, la yunieska es nueva y me la quedo yo, al igual que la batidora: la compré por mi mamá, no por ti. Si quieres llévate este mueble y la camila, que están de uso.
Mamá: ¡Nada de eso! Si tú eres inteligente, yo lo soy también. Mejor, para que terminemos con esto de una vez, lleguemos a un acuerdo. Pero primero te digo que el dinero que está en el banco es mitad tuyo y mitad mío, ¿o aceptas o no hay trato?
Papá1: Okey, aunque es fácil para ti decir “mitad y mitad2, ya que el dinero no salió de tu bolsillo. ¿Cuál es la propuesta de la que hablas? ¿Cómo hacemos con la yunieska, la batidora, y la camila?

                                                     p.31 (nótese algunos errores de puntuación que ponen
                                                                         en evidencia la falta de un verdadero trabajo de edición)



  
No solo en Cuba hay cierta tendencia a centrarse en los temas y a descuidar el análisis de los aspectos formales de los libros para niños. Si “Hermanas de intercambio”, que tiene un tema (la crítica social, esencialmente familiar, pero también escolar y otras) al de otros muchos libros infantiles publicados últimamente en Cuba, no me parece que rompa el pacto con el destinatario infantil, es porque el tratamiento formal, la perspectiva y el basamento de las anécdotas es el mundo que viven los niños y la perspectiva que de éste tiene la niña narradora. Los ojos que miran y la voz que narra han sido hábilmente construidos por Eudris Planche de manera que sean –parezcan- los de una niña. Hay en su caso un evidente compromiso con la infancia.

No es el caso, como veremos más adelante, de otras noveletas o cuadernos de cuentos y viñetas publicados, y también a veces premiados, en años recientes en Cuba.


(CONTINUARÁ)

Recibo premio de novela juvenil en España

$
0
0

 Mi novela "La Isla de las Alucinaciones" recibió el premio de novela juvenil Avelino Hernández que patrocina el ayuntamiento de Soria. Proclamado en enero pasado, el galardón me fue formalmente entregado durante mi primera estancia en la ciudad de los poetas Bécquer, Machado y Gerardo Diego.


Palabras  de aceptación del V Premio Avelino Hernández de novela juvenil


Comenzaré con una cita obligada: “Seré breve…”






El 27 de octubre de 1492, cuando Cristóbal Colón desembarcó en Cuba ni remotamente se le ocurriría pensar que más de cinco siglos después un descendiente de los indios desnudos que amablemente le recibían ganaría un premio en Soria… tierra grata a la reina Isabel que tanto lo ayudara en su viaje de revelación (evitemos el polémico término de “descubrimiento”) de un “Nuevo Mundo” al  mundo viejo.

Por supuesto, no escribí “La Isla de las Alucinaciones” con una pluma de guacamayo como las que ornaban las cabezas  de mis remotos antepasados. Cuando presenté por primera vez una novela a premio  -hace 40 años- esos vistosos papagayos ya estaban más extinguidos que aquellos aborígenes de los que desciendo por línea paterna.


En 1977 yo no escribía siquiera con la estilográfica china que me habían regalado por mis quince años, pues perdía tinta; pero chinos hay muchos en mi novela premiada con el Avelino Hernández. También hay una pandilla de chicos como en aquella novela mía de hace cuatro décadas, que se titulaba “Aventura en el campamento vacacional” y compartía con “La Isla de las Alucinaciones” el escenario costero, el misterio y la cercanía siempre problemática entre Cuba y Estados Unidos.  

manuscrito presentado al premio UNEAC en 1977
... y la novela, de aquel derivada, que publicó Alfaguara en 2009
Aquel premio de la Unión de Escritores de Cuba al que me presenté en 1977 fue declarado desierto.  Pero Dora Alonso, escritora que presidía el jurado con su enorme prestigio, me dijo: “tu libro fue lo mejor que se presentó y tú sin dudas tienes madera de escritor; por eso puedo decirte francamente qué falla en tu libro”. 

Sus observaciones y consejos me fueron muy útiles y si no salvaron de momento aquella primer manuscrito, sí  contribuyeron la publicación de mi primer libro, El secreto del colmillo colgante, seis años después. No obstante, cuando salí de Cuba en 1989 seguía sin haber ganado un premio de la importancia del Avelino Hernández… y ya no podría ganarlo allí porque ningún emigrado cubano “es profeta en su tierra”.

las dos versiones del que fuera mi primer libro:
El secreto del colmillo colgante. La Habana. Gente Nueva, 1983
y la versión "definitiva"
El secreto del colmillo dorado. Hillmann. Bogotá, 2013
He publicado más de treinta libros en doce países y diez lenguas, e incluso algunos de mis libros han sido galardonados tras su publicación (en Francia, Alemania, Cuba y Venezuela). Pero ha debido ser en esta antigua ciudad de la Madre Patria que un jurado confíe totalmente en una de mis novelas inéditas. “La Isla de las Alucinaciones” cuenta el desentrañamiento del enigma cubano por una chica española, con formas más frecuentes en la narrativa hispana que en mi isla nativa: combinando aventura, historia y actualidad.

Ya he sido bastante breve y quiero agradecer al Ayuntamiento de Soria la excelente idea de crear un premio de novela juvenil que, al ser independiente de los planes y estrategias editoriales, se arriesga con un tema que “no se lleva”… aunque estoy seguro de que muchos jóvenes, y uno que otro adulto, se llevará en el corazón mi libro cuando lo publique (y será pronto) la editorial Premium… de aquella Andalucía que tanto sembró en los primeros tiempos de la Cuba española.

No puedo dejar de pensar en este momento en los autores que NO ganaron el Avelino Hernández en su quinta edición… y en los muchos escritores que pasan años mandando a premios que ganan otros. Entre los decepcionados (que son una abrumadora mayoría, pues solo puede ganar uno cada vez) siempre hay quien dice que los premios son una lotería. Es injusto porque, salvo condenables excepciones, los jurados trabajan con tanta seriedad como los autores que merecen –ganen o no– el galardón. Lo único de azar en un evento de este tipo es la coincidencia entre un jurado sensible a ciertos temas, formas o contexto y la obra que los posee, destacándola entre los demás manuscritos de calidad.

tapa y portadilla de la primera
novelita que terminé apenas cumplir
13 años
Y ahora sí voy a acabar de ser breve de una maldita vez:


Yo empecé a escribir en 1492… perdón, en 1967, siendo todavía un niño, cuando me faltaron las ediciones españolas que tanto me gustaba leer. Eran libros de autores peninsulares como Carmen Kurtz o Montserrat del Amo; pero sobre todo de autores ingleses, escandinavos o alemanes editados por Juventud, Molino, Noguer… que Cuba dejó de importar por razones ideológicas.

El caso es que demoré medio siglo en ganar este premio. Pero en el camino -que no ha sido largo y tortuoso, sino ancho y venturoso- he dejado una decenas de libros y muchas satisfacciones (también  una que otra frustración, ¿por qué ocultarlas puesto que ponen sal y pimienta a toda carrera literaria?). Ha sido un camino de crecimiento y de encuentros que me trae hoy, feliz, a Soria: tierra de poetas.

Perdonen que haya sido tan breve… ¡MUCHAS GRACIAS A TODOS!

Joel Franz Rosell

En Soria, el 13 de junio de 2017


La Isla de las Alucinaciones
desde este verano en toda España
Editorial Premium
http://www.autorespremiados.com/

presentación oficial en la Feria del Libro de Soria
4 al 11 de agosto



FRAGMENTO

... todas las ventanas de la casa, excepto la de la cocina, estaban cerradas. Para abrir la puerta, la nieta más joven de Mamá Chong usó la llave; cosa sorprendente pues los chongolinos solo echaban el cerrojo cuando salían del caserío.
Adentro estaba oscuro, casi frío y olía fuerte. Cuando su vista se ajustó a la poca luz, los chicos descubrieron mazos de hierba, hojas y flores secas en los rincones o colgando del techo. Eran las plantas medicinales con las que Mamá Chong trataba los problemas de salud que los chongolinos preferían no someter a la “médica de la familia”, y que también servían, como decía la centenaria, “para purificar los años que viven escondidos en mi vieja casa”.
Otra de las nietas de Mamá Chong acompañó a los visitantes a una habitación donde había muebles cuyas formas y colores se borraban en la penumbra. Paloma tuvo la impresión de volver a la tienda de antigüedades que tanto gustaba a su tío Homero. Había unas estatuillas y un jarrón que brillaban poco a pesar de estar junto a una lámpara de aceite. A la mente de los chicos vinieron palabras exóticas como “jade”, “laca” y “marfil”.
–¿No les han enseñado a saludar? –preguntó una voz.
Los cinco se volvieron sobresaltados hacia lo que habían creído un armario y que en realidad era una especie de sillón. Allí se hallaba Mamá Chong. Era pequeña y delgada como una muñeca, y su piel estaba tan arrugada y oscurecida que parecía madera. Sin embargo, sus ojos brillaban. Y eso que la lámpara de aceite no la alcanzaba con su luz ambarina.
Comenzó por preguntarle a cada uno cómo se llamaba, cuáles eran los nombres y la profesión de sus padres, qué edad tenía y en qué curso estaba. Pero no parecían interesarle las respuestas y sus ojos vagaban por los rostros de los otros chicos. A continuación repetía las mismas preguntas al chico de al lado, sin mirarlo mientras le contestaba. A Maruchi, en lugar de interrogarla, le espetó:
–¡Tú, igual que siempre!
Todos se preguntaron, inquietos, si el asunto del repelente y la rivalidad con Paloma habían llegado a sus oídos. Pero la centenaria ya decía, como para sí misma:
–La Chongolina tiene un problema con los alacranes. Un problema antiguo…
Creyeron que Mamá Chong iba a hablar de lo ocurrido esa mañana. Pero tras un silencio, tan largo que pensaron que la centenaria se había dormido, su voz resurgió con una entonación completamente distinta, suave y al mismo tiempo cavernosa, como si brotase de un enorme jarrón de porcelana:
–Los primeros chinos que llegaron a esta comarca fueron víctimas de un filibustero; gallego por parte de padre, filipino por parte de madre y malvado por todas partes. ¡Pobres chinitos! Caer en manos de Jefe Escorpión fue lo peor que pudo ocurrirles. El maldito se enteró de que los ingleses se proponían abastecer con chinos el mercado de trabajadores del Caribe, y les ofreció su conocimiento del litoral cubano y del Mar de China Meridional, su habilidad para el comercio ilegal y su goleta Ocamba, enteramente tripulada por bribones.
Mamá Chong hizo una pausa. Su mirada se detuvo tanto tiempo en Paloma y Maruchi que todos tuvieron la impresión de que buscaba en ellas la inspiración para proseguir.
–Largo y penoso era el viaje. Había que atravesar el Océano Índico, contornear África y cruzar el Atlántico hasta los puertos de La Habana o Matanzas. Algunos morían, y los demás llegaban flacos y débiles. Para que soportaran aquellos meses de angustia, Jefe Escorpión ordenó distribuir opio entre los desgraciados chinos. Luego tuvo la idea de dejarles descansar en una isla desierta antes de llevarlos al mercado de braceros. Los chinitos podían bañarse en el mar, tomar sol, recuperarse del mareo y la mala comida de a bordo, y fumar más opio...
–No era tan malo el Escorpión ése –comentó Kilito.
–¡Era el peor de todos! –graznó Mamá Chong–. La salud de los chinitos no le importaba nada. Solo pretendía que lucieran bien para cobrar más dinero por ellos. Sus “buenos tratos” y el opio reducían la desconfianza de sus víctimas, que creían haber pasado lo peor y acababan firmando contratos de trabajo que los convertían prácticamente en esclavos. Gracias a sus trucos, Jefe Escorpión comenzó a obtener mayores ganancias que los demás traficantes. 
La nieta mayor de Mamá Chong entró con una bandeja y varias tazas humeantes. 
–Es la hora de su té, Mamá –dijo en voz baja.
Las tazas eran antiguas, de porcelana, todas diferentes. Alguna estaba un poco rota, pero resultaban un lujo comparadas con los jarritos de lata que usaban los chongolinos. Por el olor, los chicos comprendieron que su infusión no era la misma que llenaba la taza de la centenaria. Una taza grande y dorada, decorada con un dragón... ¿O era un escorpión?
Mamá Chong cerró los ojos y aspiró el vapor que salía de su taza. De los chicos, el único que apreciaba el té era Carbó. Jorge y Kilito intercambiaron una mueca y dejaron las tazas en el suelo. Pero la anciana, siempre con los ojos cerrados, ordenó:
–¡Beban!... Dejar enfriar el té es ingrato, tonto y hasta dañino.
Los cinco sintieron como la infusión corría por sus gargantas, sus estómagos… hasta llevar su calor a las plantas de sus pies y a la raíz de sus cabellos. Tuvieron la impresión de que la habitación se llenaba lentamente de una luz dorada y vaporosa que nada tenía que ver con la lámpara de aceite.
–Jefe Escorpión se convirtió en un hombre rico, poderoso, y compró la isla donde enmascaraba los sufrimientos de los chinitos. Allí, como en los tres barcos que llegó a poseer, sus menores deseos eran órdenes para los marineros, y leyes inviolables para la mercancía humana que le reportaba un cofre de oro por  viaje. Sin embargo, Jefe Escorpión no vivía mejor que cuando era un miserable filibustero. Él no se cubría de oro y terciopelo, como sus lugartenientes, y no comía faisán ni bebía coñac francés como ellos. A él lo que le gustaba era el poder, ejercer su autoridad sobre todos y sobre todo: fueran quienes fueran, fuese lo que fuese. Por eso, aunque ya había cumplido ochenta años, seguía capitaneando su goleta Ocamba, y mandando como un rey en su isla de opio y mentiras…

–La Isla de las Alucinaciones –musitó Carbó
                                                                                         (...)


EN LA PRENSA








Unprimera aventura  de los protagonistas de "La Isla de las Alucinaciones" se cuenta en Mi tesoro te espera en Cuba, publicada en España por Edelvives (2008) y estrenada en su versión francesa Cuba destination trésor (Hachette. París, 2000)

tres versiones de Mi tesoro te espera en Cuba: Hachette, 2000; Sudamericana, 2002 y Edelvives, 2008 



Madrid: Feria del Libro y otros placeres

$
0
0

Estuve en España del 10 al 15 de junio con motivo de recibir, en la castellanísima ciudad de Soria, el Premio Avelino Hernández de Novela Juvenil… que me fuera anunciado, como auténtico regalo de Reyes, el 7 de enero pasado. La premiación estaba prevista a mediados de febrero, pero yo me encontraba en Cuba, participando en la Feria Internacional del Libro de La Habana y en las de Cienfuegos y Santa Clara, mi estancia se prolongó hasta mediados de abril. Finalmente acordamos aprovechar mi paso por la Feria del Libro de Madrid, ya en junio, y una vez comenzado el proceso de edición del libro premiado (por Premium Editorial, que lo imprime en julio) para realizar la entrega oficial.
40ºC al sol
(bueno, a la sombra solo 38'


Llegué a Madrid el sábado a mediodía y me fui directamente a la Feria del Libro. La gerente de la editorial Kalandraka, mi excelente amiga Belén Sáez, me indicó cómo llegar al hotel, estratégicamente situado a mitad de camino entre el Parque del Retiro (sede histórica de la septuagenaria feria) y el espacio Kalandraka (calle Santa María nº16, en pleno Barrio de las Letras) que invito a todos los amantes de los libros bellos e inteligentes a visitar.  Quienes han viajado a España saben que allá se almuerza tarde (ellos llaman a eso la “comida”, y a la de la noche –quizás porque también es tarde- cena). Con los calores que estaban haciendo (38ºC a la sombra) el cierre entre 3 y 5 de la tarde era más que oportuno y por eso, después de dejar mis cosas en el hotel y de una microsiesta de 30 minutos, para recuperarme de mi levantada a las cinco de la mañana, me fui a almorzar sin salir del barrio.

el famoso Barrio de las Letras
¿qué otra ciudad en el mundo tiene uno llamado así?

Volví a la feria pasadas las 6, cuando el solazo comenzaba a dar una tregua y el público era más numeroso (probablemente el más numeroso de toda la feria, pues era su penúltimo día).
Mal conseguí acercarme a los mostradores de las casetas donde, más que comprar, me interesaba observar la oferta de literatura infantil, a fin de orientarme un poco sobre los rumbos de la edición actual. No fue posible esto último, no tanto porque había demasiada gente (en algunas casetas, en definitiva, no), sino porque en realidad una feria popular como la de Madrid no te permite informarte sobre la identidad de una editorial o sobre la actualidad de su catálogo, como si ocurriría en una feria de negocios como Liber (que nunca he visitado), Frankfurt (que tampoco) o Bolonia (estuve en 2005 y me fue muy útil) o París (que he visitado muy frecuentmente) y Montreuil (la especializada en literatura infantil y juvenil de Francia). Lo que mostraban las casetas de las editoriales era sobre todo libros de fácil venta: mucho colorín, mucha serie, algún título clásico, y sobre todo sus best-sellers.
O sea, lo que menos me interesaba. Porque si bien es cierto que yo quería averiguar qué buscan hoy los editores peninsulares (Portugal, que también queda en la Ibérica, era el invitado de la feria; pero no conseguí ver muestra ordenada de su producción), no me interesa demasiado ver qué buscan en materia de libros facilongos, porque esos yo no sé escribirlos. Me interesaban, por ejemplo, los premios SM, Edelvives, Edebé y Anaya, y solo encontré un par de ellos (me fue mejor en una librería de Soria), y de los varios títulos que traía anotados (recomendaciones de revistas que no creo fueran muy viejas, no hallé ninguno (al día siguiente me dirían en la reputada  Casa del Libro, en la Gran Vía) que esos cuatro títulos están simplemente descatalogados (demasiado buenos, aparentemente, para seguir a la venta).

El domingo estuve firmando en la caseta de Kalandraka, de 11 a 3 de la tarde (hora en que ayudé a cerrar y nos fuimos a almorzar a la Cruz Blanca (un excelente restaurante sobre una de las calles que rodean el Parque Retiro por el norte). Firmé una veintena de ejemplares de “Gatito y las vacaciones” y “Gatito y la nieve” (el primer libro de la serie está actualmente agotado), lo que está muy bien teniendo en cuenta que no se trata de libros nuevos. Visité al editor de mi novela recién premiada, que prepara la publicación de "La Isla de las Alucinaciones" para presentarla en agosto en la Feria del Libro de Soria.

Premium Editorial solo lleva cinco años en el mercado y se ha venido especializando en narrativa de terror, ciencia-ficción y en premios sobre todo de Andalucía. Pero tienen ambiciosos programas en materia de literatura juvenil. A veces más vale ser cabeza de ratón que cola de león, y ellos consideran un honor tener en su catálogo autor con mi trayectoria de más de 30 libros editados en 12 países y en hasta 10 lenguas (cosa que no parece impresionar a nadie en Cuba… por aquello de que “nadie es profeta en su…”) y con 40 años de vida literaria pública.

En compañía de Jesús Moracho
editor de "La Isla de las Alucinaciones"
en la caseta de la editorial Premium

La feria me impresionó menos que en otras ocasiones. Aunque había muchos expositores y muchos libros, no logré ver editoriales que me interesaban (las que no pueden o no consideran útil pagarse una caseta aparte, se asocian a otra editorial o depositan libros en una de las numerosas librerías presentes en la feria (con la ventaja para el público de presentar un fondo más variado). Noté, como ya dije, un predominio de libros muy comerciales que volvían invisibles los de mejor calidad, premios incluidos. Los primeros estaban horizontales, en el mostrador y los otros, si acaso, de canto en los estantes del fondo, fuera del alcance de los visitantes.

Quiero creer que es por eso que -fuera de los que firmé en la caseta de Kalandraka- en la feria no vi más que uno de los seis o siete que me quedan en el mercado español. Resultó ser “Los cuentos del mago y el mago del cuento”, que data de 1995 y es el más antiguo de mis libros europeos. Es que Ediciones de la Torre no vende mucho, pero es muy fiel a su catálogo. No obstante, hace un par de años solo firmé un par de ejemplares en las dos horas que estuve con ellos, así que este año ni evocamos la posibilidad de sentarme a afrontar el público… que pasa.

curiosamente, fue mi primer libro español, Los cuentos del mago y el mago del cuento (Ediciones de la Torre, 1995)
fue el único de los míos que vi en la Feria, aparte de mis últimos títulos, editados por Kalandraka


La verdad es que organicé mal mi viaje. Solo caminando por la feria me dije que podía haber gestionado entrevistas con algunos de mis editores, aunque probablemente la fecha no era la más fácil para obtenerlas, y tampoco esperaba mucho de esos eventuales contactos pues no tengo nada que ofrecerles que ya no les haya enviado por correo electrónico. Para conseguir más publicaciones en España, parece que la única solución es aceptar las reglas de juego: ponerme a escribir con los temas y formas (ligeras) que se estilan, y resignarme a la idea de que cada libro solo vivirá unos pocos años. Es extraño porque los catálogos no renuncian a grandes valores del siglo pasado (me refiero al xx, claro) que no serían referencia de haber aparecido en las condiciones que el mercado editorial impone actualmente.

La Feria del libro de Madrid ha cumplido 76 años y se desarrolla en una de las más anchas alamedas del inmenso y bello Parque de Retiro, situado en el centro de Madrid, cerca de sitios os como la calle de Alcalá, la fuente de Cibeles, el Museo del Prado y la Estación de trenes de Atocha. Las editoriales, librerías y otras instituciones que exponen y venden, están instaladas en casetas alineadas a ambos lados de una ancha alameda sombreada por inmensos plátanos. Incluso cuando hay mucho público, algunos paseantes habituales pasan en patines, haciendo jogging o con un cochecito o un perro. Si no, los no lectores circulan por los amplios senderos que acompañan la alameda tras la hilera de casetas y de copudos árboles. La sombra que arrojan esos árboles es bienvenida cuando hace tanto calor como este año. Hubo momentos en la tarde en que la temperatura andaba cerca de los 40ºC. Mi hotel estaba a unos 15 minutos a pie. Eso no impidió que caminara mucho durante mis cuatro días madrileños. Como a veces no tuve tiempo, o ganas de comer, y debo haber sudado bastante, al regresar a París había perdido más de un kilogramo. 

en prixmarck, nuevo templo del consumo en la Gran Vía
El lunes aproveché para hacer algunas compras pues España es mucho más barata que Francia. También eran cosas que me hacían falta, como un pantalón para acompañar la chaqueta color antracita que me puse para recibir el premio, un par de zapatillas adecuadas al terrible calor que me estaba reventando los pies) y una camisa más fresca que las que había traído. Y por supuesto, algunos libros. Me sobró tiempo para visitar el Real Jardín Botánico, que está en un anexo del Parque del Retiro, allí donde se mudó de su emplazamiento original a orillas del Manzanares, por orden de Carlos III, en 1781. Tantas veces que he estado en Madrid y nunca había visitado este hermoso lugar y fascinante institución botánica. Aunque no me alcanzaron las dos horas para verlo todo y he de regresar, pude apreciar no pocas curiosidades, sobre todo en el invernadero rico en cactus, palmeras, helechos, orquídeas y otras plantas tropicales o exóticas. En realidad lo que me trajo fue una exposición de fotos de Cuba (1964 y 2015) del fotógrafo norteamericano Elliott Erwitt que un cartel anunciante puso a mi vista desde la primera vez que salí del Parque Retiro hacia mi hotel.

Soria







El martes, a las 8 de la mañana debía coger el autocar para Soria. Me levanté a las seis y a las 7:15 ya estaba en camino. Pero mi memoria me jugó una mala pasada y me bajé en la Plaza Colón, donde hace 15 años estaba la terminal de autobuses y no en su sitio actual. De los cuatro preguntados, dos eran extranjeros y los otros no tenían ni idea de dónde estaba la actual estación; hasta que yo mismo mencioné de Avenida de América y un amable señor me recomendó el ómnibus 27 (el mismo que yo había abandonado erróneamente unos minutos antes). El chófer prometió avisarme dónde bajar, pero si no estoy atento… Todavía tuve que coger allí el metro; era solo una estación, pero eso suponía un buen kilómetro y ya estaba atrasado. Mirando todo el tiempo la hora, en que los minutos corrían más rápido que yo por los interminables pasillos y escaleras que caracterizan el metro de Madrid, llegué a la estación de autobuses casi a la hora de partida del mío. Y no me iban a dejar subir sin el billete… que vendían en una taquilla con lenta cola. Compré el boleto en una máquina, pero igual cuando llegué al andén ya habían pasado sus buenos 10 minutos. Perdí dos horas y media sentado en el feo sótano de la estación. Al llamar a Soria me dijeron que no era grave. La prensa, por lo menos, no faltó a la cita y apenas entrar al ayuntamiento una docena reporteros comenzó a ametrallarme con sus flashes. Al entrar en la sala de actos encendieron cámaras y grabadoras y me hicieron las previsibles preguntas sobre el premio, mi obra, mi presencia en Soria… y sobre la situación en Cuba.

palacio de los Condes de Gómara, fabuloso edificio renacentista
quizás el más bello de Soria

Soria es una ciudad pequeña, de solo 35 mil habitantes.  La zona estaba poblada antes de la ocupación romana y desempeñó un rol importante en la conquista y unificación de España. Se encuentra a solo cinco kilómetros de Numancia, famosa ciudad celtíbera que se inmoló con tal de no caer en manos del invasor… por lo que inspiró a Fidel Castro en los días funestos en que lanzó el Período Especial, tras quedarse sin “campo socialista”. Se conservan solo unas piedras de la antiquísma aldea arévaca;  pero Soria es rica en iglesias, partes de edificios y fragmentos de murallas medievales, y posee un abundante y bello patrimonio de los siglos XVII-XVIII. Recorrí buena parte de la ciudad y algunos de sus monumentos. Fue en una librería situada en la plaza San Blas y El Rosel (Sic.) que completé la bibliografía que traje de esta primera estancia española desde 2015.  Hay allí huellas diversas de Antonio Machado y Gerardo Diego, que allí fueron profesores. Gustavo Adolfo Bécquer y Machado vivieron aventuras sentimentales que nutrieron varias de sus respectivas obras  y, en el último dejó incluso en un hermoso cementerio el cuerpo de su primera esposa. 

Antonio Machado está muy presente en Soria

El premio

De mi conversación con los miembros del jurado que pude conocer, saqué en claro que mi novela fue leída atentamente y que les causó excelente impresión, tanto por su trama y personajes como por su prosa que no tiene esos alardes poéticos o coloquiales que tanto gustan a mis compatriotas, pero sí fue definida como muy precisa y cuidada. No oculté a la prensa ni a los jurados que ese libro ya llevaba sus añitos esperando una oportunidad. Con toda sinceridad puedo afirmar que quienes se equivocaron fueron los que antes no premiaron y/o decidieron publicar “La Isla de las Alucinaciones”.



El premio Avelino Hernández de Novela Juvenil se convocó en 2016 por quinta vez, habiéndolo ganado en sus cuatro ediciones anteriores los escritores españoles Rafael Alcalde con “Cuatro en París” (2013), Juana Cortes con “Sonrisas” (2011), Kiko Reinoso con “Los buscadores de lluvia” (2009) y César Ibáñez con “La cueva de los 10 acertijos” (2008). Solo dos de los autores me resultaban conocido, pero todavía no he podido leer ninguno de los libros premiados pues la editorial Everest que tradicionalmente publicó los premios Ayelino Hernández desapareció a fines de 2015 (pese a sus 40 años de andadura y un excelente catálogo resultó una víctima más de la crisis económica y editorial española desatada en 2008 por la crisis financiera de las surprimes). En todo caso soy uno de los raros escritores latinoamericanos no residentes en España que ha recibido allí recientemente un premio de este rango… aunque curiosamente la que me precedió cuenta las aventuras de unos chicos españoles en París, la ciudad donde vivo.


En su nota de prensa, la entidad convocante precisa:

proyecto de tapa
la novela será presentada en agosto
en la feria del libro de Soria
El jurado, presidido por el escritor y ganador de la primera edición del certamen César Ibáñez París, e integrado por el también escritor Andrés Martín, el crítico literario y librero César Millán, la profesora y autora Susana Gómez Redondo, la periodista Sonia Almoguera y el concejal de Cultura en el Consistorio, Jesús Bárez, ha elegido la obra por su brillante apuesta por la aventura y la cotidianeidad en una historia que tiende puentes entre España y Cuba con constantes guiños a las variedades idiomáticas de ambos países. También destacó el jurado el amplio abanico de edades que abarca la novela. 

“La Isla de las Alucinaciones” narra la historia de una adolescente española y sus cinco amigos cubanos, que se ven envueltos en una aventuras en torno a una misteriosa isla, históricamente ligada al tráfico de braceros chinos con los que se intentó sustituir la mano de obra esclava en la segunda mitad del siglo xix. La trama, situada en la época actual, aborda la cuestión del tráfico de drogas entre el norte y el sur de América, y la corrupción de policías y militares.





De regreso a Madrid, me encontré con mi colega y amiga Paloma Sánchez Ibarzábal, con quien descubrí el Espacio Kalandraka, mangífico centro de exposición, venta y promoción del trabajo de esa editorial, quizás la más distinguida de cuantas en España se especializan en álbumes y libros ilustrados. 


con Belén Sáez en el Espacio Kalandraka

Con mi amiga y colega
Paloma Sánchez Ibarzábal en el Espacio Kalandraka



Al día siguiente, antes de correr al aeropuerto, pasé por Bodegas Rosell, un restaurante de tienda de bebidas y licores que mi herman Eunice me recomendó (no había abierto todavía, así que queda para el próximo viaje comer allí… y ver si realmente tienen algún vino que lleve mi apellido) 






... y seguí rumbo al Museo del Prado que, al organizar Madrid la Fiesta Mundial del Orgullo Gay este año, había compuesto un itinerario especial dentro su colección permanente titulada “La mirada del otro: Escenarios para la diferencia” con cuadros y esculturas que reflejaban la cuestión de la homosexualidad masculina o femenina o informaban sobre los problemas que sus protagonistas o creadores tuvieron en vida por sus inclinaciones sexuales. Fue el caso del emperador Adriano y su amante Antínoo, de los pintores Alejandro Da Vinci, Rafael, Cornelis van Haarlem, Caravaggio, Botticelli, Rubens, Rosa Bonheur y otros. Aproveché para ver de nuevo (colecciones de la importancia del Prado o el Louvre nunca se agotan) varios Goya, el Greco, Velázquez… y Fortuny (pintor  que tanto gustara a Martí) y otros de los muchos artistas plásticos anteriores al siglo XX que atesora el Prado.



Mi regreso a París fue otro stress. Las compañías de aviación discount (bajo precio permite  disimular el exacto sentido de barato) te mandan mucha información para que gastes más en detalles superfluos como reservación de asiento, facturación de equipaje adicional, checking anticipado, reserva de hotel y auto…  pero no se ocupan de darte información indispensable como la terminal del inmenso aeropuerto de Madrid de donde sale tu avión. Tuve además la mala idea de regresar al aeropuerto en un tren de cercanías (merece divulgación lo confuso de sus trayectos) y después de trabajosamente identificar mi terminal de salida tuve que circular por lo menos 15 minutos en el ómnibus interno que va de la terminal 4 a la 2 (ambas enormes), pero no en orden. Cuando llegué a mi puerta de embarque me dijeron que el avión estaba lleno y que mi maleta de mano tendría que ir en la panza del avión, como la otra que había despachado antes. Lo mismo me lo habían hecho en mi viaje a Cuba y en el viaje desde París: parece ser una nueva costumbre de las compañías de aviación, discount o no: calculan mal la capacidad para absorber equipaje en cabina (el otro te lo hacen pagar aparte, las discount) y luego te salen con que no hay lugar. Sí había lugar, así que hice bien en no dejar a la entrada del avión, para que la mandaran a la panza del aparato, mi maleta pequeña.



Al llegar a París tuve la impresión de haber pasado mucho más tiempo qu

e seis días incompletos en España. No solo por lo variado y agitado de mi viaje sino porque me esperaban tenía montones que cosas… todas urgentes, como de costumbre.

Joel Franz Rosell
París, 7/7/17



"La leyenda de Taita Osongo" vuelve a Francia vestida de lujo

$
0
0
La leyenda de Taita Osongo, quizás mi mejor novela,
acaba de salir en su séptima versión (la segunda francesa)
 por la editorial Orphie



Impresa en excelente papel y en formato álbum (30 x 22 cm) este libro viste de lujo mis ilustraciones, algunas de las cuales ya habían aparecido en la versión cubana de 2009, pero que incluye varias nuevas. A esas y a la tapa las quise inspiradas por la pintura cubana que más me gusta: el famosísimo cuadro de Wifredo Lam "La Jungla" (MOMA, Nueva York).




La leyenda de Taita Osongo no se basa en leyenda o tradición oral alguna. Es una historia mitificada del mestizaje cubano y también un poco la historia de mi familia. Una historia de traficantes de esclavos y de gente que lucha por su libertad, contra el racismo, por el amor.


La primera versión (Ibis Rouge, Matoury, 2004) estaba agotada desde hace unos tres años y por eso me alegra tanto verla de nuevo en esa lengua en que se estrenó. Los lectores hispanos pueden leerla desde 2006, cuando la publicó el Fondo de Cultura Económica (seguida por dos ediciones para escuelas argentinas y dos ediciones cubanas, en 2009 y 2014). También fue publicada en portugués, en 2007, por Ediçoes SM do Brasil.

En 2009 el Banco del Libro de Venezuela incluyó La leyenda de Taita Osongo en su selección de las mejores novelas juveniles latinoamericanas. En 2016 la segunda edición cubana recibió el Premio La Rosa Blanca con que la Unión de Escritores de Cuba distingue los mejores libros infanto-juveniles de autor cubano. Pero lo cierto es que este libro "nació premiado" pues la versión original recibió en 1983 el premio Heredia de la Unión de Escritores en Santiago de Cuba. Sin embargo, no consideré el libro maduro hasta... ¡dieciocho años después!



Más, mucha más información en


Algunas de las ilustraciones interiores que aquí muestro las hice para la actual edición francesa,
otras ya aparecieron en la edición cubana de 2009 y solo les hice algunos retoques






un texto huracanado

$
0
0




... Apenas unas horas después de las primeras órdenes del nuevo capitán, estalló un terrible huracán... Y semanas después, como si se hubiera erigido en verdadero amo del barco, seguía allí.
Con sus vientos afilados como puñales, el huracán redujo las velas a jirones, y enseguida, girando como invisibles sacacorchos, los mismos vientos arrancaron de cuajo los tres mástiles. El casco indefenso, se vio lanzado entonces entre olas inmensas como precipicios.
Pero eso fue la primera semana. Cuando ya se creían náufragos, los del barco negrero despertaron sobre un mar tan quieto que parecía de acero. La luz que los deslumbraba no veía del sol sino de la lívida cúpula de relámpagos que había sustituido al cielo.
Los vientos enloquecidos no tardaron en volver, pero como no había ni velas ni mástiles que llevarse, la emprendieron entonces con los hombres.
Los cuatro primeros fueron arrojados a las olas, pero  después de tragar litros de agua y sufrir mordidas de cangrejos, se encontraron nuevamente a bordo. Otros tres marinos fueron arrastrados entonces por los aires. Estaban a punto de morir de hambre y tenían el cuerpo arañado por los aletazos de pájaros invisibles, se vieron de retorno, escupidos por el cielo caprichoso.
La barquilla del vigía andaba dando tumbos por la cala y las pútridas aguas de la sentina barrían a menudo la cubierta. Del grumete al capitán nadie estaba en su puesto, y ni uno solo de los maltrechos marineros podía asegurar si lo que palpitaba en su interior eran las tripas, el alma, o una gaviota que se hubiera tragado en la confusión de la tormenta.

*** 

Severo Blanco lograba mostrarse menos asustado que los otros, pero era el único que sabía que aquel huracán estaba marcado en la carta náutica del viejo capitán y que no era un hijo legítimo de la naturaleza.
Encerrado en su camarote, Severo comenzó por arrodillarse ante la cruz. Pero todavía no había logrado recordar como empezaba el Padrenuestro cuando saltó uno de los clavos de bronce y el crucifijo comenzó a oscilar con una energía jocosa que el balanceo del barco no podía en ningún caso explicar.
El contramaestre-capitán se tendió boca abajo y convocó al Diablo, ofreciéndole su alma a cambio de la vida. Pero el huracán se llevaba sus gritos y blasfemias, y entonces corrió a la cubierta para pedir piedad al mar que roía golosamente el timón, al viento que arañaba sin compasión la cubierta y a la lluvia que los fusilaba con unas gotas ácidas que abrían úlceras en la piel y corroían los cordajes.
Pero hacía mucho tiempo de eso: un mes… o un siglo… Y Severo Blanco dejó de pedir, de ofrecer, de esperar.
Poco a poco había comenzado a arrepentirse de su decisión de ir a robar la riqueza de Cosongo, y acabó por sentir como un remordimiento por la angustia de los miles de esclavos que los barcos en que él navegara habían llevado a sufrir en las plantaciones de América.
En ese momento, por encima del rugido implacable del huracán, escuchó una voz que gritaba, burlona: ¡Nada podrá detenerte, ni siquiera tu propia desgracia...!
Trastabillando, Severo Blanco salió a la cubierta, y en medio de la aterradora oscuridad le vio la cara al huracán: una cara pavorosamente parecida a la suya.
Entonces, por primera vez en su vida, tuvo miedo de sí mismo...




   Tomado de La leyenda de Taita Osongo. Fondo de Cultura              Económica. México, 2006

http://elpajarolibro.blogspot.fr/p/la-leyenda-de-taita-osongo.html



   Ediciones cubanas: Capiro (Santa Clara, 2009), Ediciones Matanzas (Matanzas, 2015)


Ediciones francesas: Ibis Rouge (Matoury, 2004), Orphie (Saint-Denis, 2017)


     

También publicado en Brasil (Ediçoes SM do Brasil, 2007) y Argentina (FCE, 2015)

Mis libros cubanos: ocho que son siete.. o nueve

$
0
0

Tito y su misteriosa abuela es mi octavo libro cubano... séptimo si no disocio las dos ediciones de La leyenda de Taita Osongo, estrenado por Ediciones Capiro (Santa Clara, 2010) y reeditado por Ediciones Matanzas (2014-2015) que  tienen el mismo texto, pero se diferencian por el hecho de que la primera cuenta con mis propias ilustraciones, primeras que hice en blanco y negro y únicas que he publicado en Cuba.
Tito y su misteriosa abuela es también mi libro número 30, si no cuento las versiones que han mejorado y en algunos casos ampliado libros como Los cuentos del mago y el mago del cuento,  La lechuza me contó, La canción del castillo de arena o El secreto del colmillo dorado ni, por supuesto, las traducciones a una, dos, tres o hasta nueve lenguas de varios de mis títulos.

tapa y contratapa de la venidera edición Gente Nueva. la Habana, 2015
Tito y su misteriosa abuela fue presentado durante la Feria Internacional del Libro de La Habana, en febrero 2016 y en la Feria Provincial del Libro en Santa Clara, un mes despuçes. Pertenece a la prestigiosa colección Veintinuno (como el siglo) con la que la editorial Gente Nueva se ha propuesto actualizar en obras de autores contemporáneos, cubanos y extranjeros, a los más jóvenes lectores de la Isla. 

tuve el honor de presentar mi libro bajo la efigie de Dora Alonso, la gran dama de la literatura infantil cubana, quien fuera amiga y consejera en los inicios de mi carrera profesional

Mi ilustrador, Valerio, interviene en la presentación durante la Feria Internacional del Libro

La colección Veintiuno se imprime en papel gaceta, lo que asegura mayor tiraje y mejor difusión al precio de ilustraciones menos  abundantes y sin color. Pero en mi caso he podido contar con el talento de Valerio (Yunier Serrano) quien ha sabido sacar el máximo partido del dibujo en plumilla para reflejar la poesía, el humor y la magia que caracterizan la historia. 
dos ilustraciones de Valerio para "Tito y su misteriosa abuela"



En realidad, el libro no contiene una, sino dos historias:  dos noveletas independientes unidas por un héroe común y un estilo bastante próximo.                                                              La primera de las noveletas es mi best-seller español (16 ediciones y 96 000 ejemplares) Vuela, Ertico, vuela, rebautizada "Tito, aprende a volar" y la segunda, "Tito y el amigo misterioso", en que reaparecen Tito y su abuela, principales protagonistas de la noveleta que escribí en 1996 y estrené un año después.                                                       "Tito y el amigo misterioso" es una de mis obras más recientes y cuenta con una temática más seria, puesto que reflexiona sobre la muerte de un ser querido, sobre el recuerdo y los fantasmas que tejemos en torno a un secreto de familia. Todo pasado por esa distancia estética que es la mayor marca de mi estilo: la fantasía comprometida con la realidad.                                                                                 Si la primera historia tiene sobre todo que ver con la vida de Tito en la escuela, esta es más "familiar" y, de hecho, se basa en un secreto de mi propia familia, un misterio que rodeó toda mi infancia y sobre la que nunca pude obtener una verdad definitiva.


La televisión cubana me entrevistó cuando fui invitado a inaugurar las actividades
de la Feria del Libro de Santa Clara en el Hospital Pediátrico Provincial

La aparición de Tito y su misteriosa abuela es muy importante para mí por varias razones: en primer lugar porque hacía 32 años que no publicaba en una editorial nacional, con buena difusión en todo el territorio cubano; en segundo lugar porque es mi primer  "estreno mundial" en Cuba desde que en 1987 publiqué mi segundo libro:De los primeros lejanos tiempos la lechuza me contó (Editorial Oriente, Santiago de Cuba) que en 2004 conocería su versión definitiva La lechuza me contó en la Editorial Progreso, de México. Mis últimos cinco libros cubanos habían aparecido en editoriales "territoriales" de Santa Clara, Matanzas y Pinar del Río, mientras que éste -y es la tercera cosa que lo hace singular- es que aparece en la editorial Gente Nueva, la misma en la que debuté en 1983 con mi novela detectivesca juvenil El secreto del colmillo colgante.

en la librería Delfin Sen Cedre de Santa Clara

durante la presentación del libro en el espacio Tesoro de Papel, entre la Casa de la Cultura y el Parque Vidal de Santa Clara, el 28 de marzo 2016
MIS OTROS LIBROS CUBANOS:

Editorial Gente Nueva. La Habana, 1993
Nueva versión (El secreto del colmillo dorado)
Hilmann/ Libros & Libros. Bogotá, 2013
Editorial Oriente. Santiago de Cuba, 1987
Nueva versión (La lechuza me contó). Editorial Progreso. México, 2004
Traducido al vasco/euskera, con ilustraciones del autor. Bilbao, 2006
Ediciones Capiro. Santa Clara, 1996
Incluido en la selección The White Ravens
de la Biblioteca Internacional de la Juventud (Munich)
que reúne los mejores libros infantiles publicados en el mundo
Edición española (El Arca. Barcelona, 1996) y argentina (Alfaguara, 2004)
traducido al francés en 1998

Ediciones Capiro, 1999 (80 000 ejemplares)
Extracto de la novela La tremenda bruja de La Habana Vieja
(Edebé. Barcelona, 2001) que fuera traducida al francés en el mismo año
Ediciones Capiro. Santa Clara, 2010/ Ediciones Matanzas, 2014
Inaugurado en la traducción francesa de Ibis Rouge (Cayena, 2004)
y también publicado en México (Fondo de Cultura Económica, 2006),
Brasil (2007) y Argentina (2012)
Seleccionado por el Banco del Libro (Venezuela) como uno
de los mejores libros juveniles de América Latina en 2009

Editorial Cauce. Pinar del Río, 2014
Estrenado por Fondo de Cultura Económica
México, 2013

el artista pone su vida en su obra: un libro para pequeñitos

$
0
0

María es pintora
3 ABEJAS S.A.
ISBN 9786078306282
Libro-álbum


"María es pintora" es mi libro número 29 (si no cuento libros con versiones diferentes -corregidos siempre y a veces aumentados- como "Los cuentos del mago y el mago del cuento", "La lechuza me contó", "La canción del castillo de arena" o "El secreto del colmillo dorado"). 

Es por otra parte mi cuarto libro mexicano y el primero en 3 Abejas (http://editorial3abejas.com/), una joven y dinámica editorial  que apuesta al libro ilustrado de calidad. 

Se trata de una historia muy sencilla, de apenas 300 palabras, que podría resumirse en el principio de que toda obra se alimenta de la vida de su creador. Escribí esta historia en 2005 poco tiempo después de haber salido del hospital y de la única enfermedad grave que he padecido y, curiosamente, la escribí en francés; pero hasta ahora ningún editor de mi patria adoptiva y país de  residencia ha respondido favorablemente.

A lo mejor ahora, con las preciosas ilustraciones de David Nieto, consigo al fin esa publicación en su lengua original.

La editora concibió una forma particularmente apropiada de enriquecer la propuesta del texto, al incluir reproducciones de cuadros de Van Gogh y Miró tanto en las ilustraciones propiamente dichas (como cuadros que pinta la protagonista, como en dobles páginas que reproducen parte de un cuadro famoso. Manera ingeniosa de participar en la educación estética de los jovencísimos lectores de este bello álbum.






Igualmente, la introducción de elementos troquelados (figuras geométricas) en las páginas de cartón, introducen una "lectura sensorial" táctil, lo que es importante en la construcción de una experiencia afectiva ente los pequeños y los libros.





Fotos de la presentación el 13 de noviembre 2015 (desgraciadamente en mi ausencia) en la Feria Intrernacional del Libro Infantil y Juvenil de México.


El ilustrador David Nieto y la editora Marisela Aguilar en la presentación

David Nieto dedica un ejemplar

mi ilustrador presenta el libro a un público nutrido por los pequeñitos a quienes se destina la obra




Identidad en La leyenda de Taita Osongo

$
0
0

Tapa de la segunda edición de
Fondo de Cultura Económica (México)
que la estrenara en castellano en 2006
Más de una vez he afirmado que La leyenda de Taita Osongo es una novela sobre la esclavitud. 

En realidad es una novela sobre la identidad. 

Para empezar, sobre la identidad cubana, que es una identidad mestiza forjada en el crisol sangriento del sistema esclavista. Para seguir, sobre la identidad de mi familia puesto que la historia de amor entre Alma y Leonel evoca -con todas las libertades indispensables a la ficción- la difícil relación entre mis abuelos paternos (mi abuelo blanco no asumió públicamente su relación con mi abuela, mestiza de africano y aborigen, ni dio su apellido a los dos hijos sados de aquella unión).


Y también es una novela sobre mi propia identidad, que se me reveló en la escritura y reescritura, a lo largo de 18 años (en Cuba, Brasil, Dinamarca, Francia y Argentina) que separaron el manuscrito original y su primera edición en libro.

La leyenda de Taita Osongo es también una afirmación de mi identidad literaria. 

Si se me reveló recientemente; al inspirarme en Wifredo Lam para realizar las ilustraciones de la nueva edición francesa (La légende de Taita Osongo. Editions Orphie. Saint-Denis de La Réunión, 2017), ya en la primera versión de la novela recurrí a las dos fuentes –europea y criolla- de mi formación literaria. 

De dos cuentos de Caballito blanco (1974), el clásico infantil de Onelio Jorge Cardoso, tomé los personajes de la serpenta y el murciélago...






... Mientras que del cuento popular ruso “El rey de los mares y Elena la Sabia” (Alionushka. Progreso. Moscú, 1980) la estructura del capítulo XVIII (que es el penúltimo de la novela, pero uno de los primeros que escribí).


 ilustraciones del cuento "El rey de los mares y Elena la Sabia”
en la versión que leí a principios de los años 1980


En aquella primera versión, que recibió en 1984 el premio Heredia en Santiago de Cuba con el título de “El amo y el mago o La leyenda del algarrobo y la orquídea”, el protagonista no se llamaba Taita Osongo. Fue en Nicolás Guillén que encontré no solo su nombre, sino el del país imaginario de África en el cual mi personaje es rey y brujo: Sóngoro Cosongo. A finales de los años 90, cuando yo procuraba dar mayor espesor al personaje y trascendencia al mensaje global de la novela, me di cuenta de que yo no habido partido de una recreación de las auténticas culturas afrocubanas (que verdaderamente descubrí viviendo en Santiago de Cuba entre 1981 y 1984, precisamente), sino desde una postura ideológico-estética que me pareció similar a la de Guillén cuando inventó sus “poemas-son”. Tomar la sonora expresión imaginada por el gran poeta mulato cubano para nombrar a mi héroe y su país, me permitió introducirme en la tradición de  Motivos de son (1930) y Sóngoro Cosongo y otros poemas (1931)… que, dicho sea de paso, tuvo más impacto que continuidad en la literatura cubana.  

Una tercera influencia literaria “a posteriori” es la de Lino Novás Calvo con su biografía novelada Pedro Blanco el negrero.  Tras leer mi recién premiado manuscrito, mi colega Excilia Saldaña me dijo, con su habitual superioridad, que la huella de Pedro Blanco era demasiado evidente. Solo que en 1984 ese gran escritor cubano –partido al exilio- había sido desaparecido del panorama literario y editorial de la Isla, y creo que ni el título de su esencial libro me era conocido. No vine a leerlo hasta el año pasado, en la muy defectuosa edición de Letras Cubanas (La Habana, 1997) que hallé en una polvorienta librería habanera. 

Que mi antagonista se llamara Severo Blanco no fue más que una manera de caracterizar al personaje desde su nombre (recurso que ya había utilizado en mi primer libro, publicado en 1983), pero lo cierto es que, mientras leía Pedro Blanco no dejaba de decirme, asombrado, que Novás Calvo escribió, con gran anticipación y genio inalcanzable, la biografía real de mi personaje. 




Editorial Capiro. Santa Clara (Cuba) 2010
Termino con las ilustraciones de la nueva edición francesa. Algunas las había creado para la primera edición cubana (Editorial Capiro. Santa Clara, 2010), pero la mayoría son de finales de 2016 y busqué deliberadamente la influencia de Wifredo Lam. 









Este pintor afrocubano, nacido el mismo año, en la misma ciudad y en el mismo ambiente étnico-social que mi abuela paterna, me ofrecía más que esos detalles biográficos: una referencia gráfica cuya dimensión no necesito exaltar y que me hacían sentir a mis personajes más auténticos. La tapa es un claro homenaje a “La Jungla”, obra maestra de Lam y sin dudas uno de los mayores logros de la plástica cubana de todos los tiempos. 

una de las ilustraciones estrenadas por la versión
Orphie, 2017
             
                      tapas de la segunda versión francesa: Editions Orphie. Saint-Denis, 2017

Wifredo Lam. "La Jungla" (1943). Museo de Arte Moderno, Nueva York 

Ocho respuestas a mis lectores bolivianos

$
0
0


Recientemente, un grupo de chicos bolivianos leyeron mi cuento "¡Socorro, se hunde la casa!" en la Biblioteca Thuruchapitas de Cochabamba, Bolivia, que dirige la escritora Gaby Vallejo Canedo. Los chicos me comentaron lo mucho que les había gustado el cuento y me formularon unas preguntas que a continuación respondo.


¿Cómo se inspiró para crearlo?

Ese cuento lo escribí cuando vivía en Copenhague, la capital de Dinamarca. La idea me surgió al leer un libro del ilustrador danés Ib Spang Olsen, que me gusta mucho, basado en una ronda tradicional sobre “el niño de la Luna”. El protagonista de este libro se cae de la Luna y en el libro lo vemos pasar por una nube, la copa de un alto árbol, la chimenea de una casa, los dos pisos de la casa, la tienda que está en los bajos, el canal delante del cual está la casa… hasta llegar al fondo donde encuentra un espejo que le llevará de regalo a la Luna. Esto me dio la idea de hacer cuento también vertical, pero donde quien se cae es la casa y no una de las personas que en ella vive.
La imaginación de los escritores tiene muchos caminos y por cada uno de ellos andan ideas diferentes, que no se conocen, y que un día se encuentran y se unen para formar una historia… y fue por uno de esos caminos que venía andando la idea de contar las reacciones diferentes de personas diferentes frente a un mismo hecho.





¿Era usted el escritor que vivía en el desván?

El edificio donde yo vivía en Copenhague era un edificio de cinco pisos y un desván, situado en la esquina y con el número 17; todo como en mi cuento. Casi todas las viejas casas de Dinamarca son de ladrillos, pero los de mi edificio no se veían, pues los muros estaban cubiertos de argamasa y pintura gris; la que sí dejaba ver sus bonitos ladrillos rojos era la casa de enfrente, la que yo veía todos los días por mis ventanas. Pero me tomé una “licencia poética”, que es el permiso que tenemos los escritores de apartarnos un poquito de la realidad, para que esta se vea mejor. 
En el  desván de la casa situada en Odensegade #17 vivíamos mi esposa de la época y yo. De modo que sí, yo soy ese escritor de mi cuento.

                                

Por cierto, Odensegade significa “calle de Odense”, y Odense es la ciudad natal de Hans Christian Andersen, el llamado “príncipe de los cuentos”, de quien ciertamente ustedes conocen “La Sirenita”, “La Reina de las Nieves”, “El soldadito de plomo” y otros muy famosos cuentos. Yo admiro mucho a Andersen y quería escribir un cuento danés para rendirle homenaje. Ese cuento es “¡Socorro, se hunde la casa!” que tiene algo de la manera de escribir de Andersen.


Me llamó la atención que la gente no se percate y se interese en el desastre del hundimiento de la casa. ¿Por qué?

A los escritores a veces nos preguntan cosas que no tienen nada que ver con nuestras obras. Como trabajamos con los pensamientos y las palabras, nuestros lectores y los periodistas creen a veces que somos sabios, y por eso nos piden nuestra opinión sobre asuntos de política, economía, etc. Yo no me creo sabio y digo en mi cuento que los escritores solo sabemos escribir, y a veces preferimos escribir a hacer otras cosas, incluso urgentes e importantes. Pero en fin de cuentas, lo que hace el escritor de mi cuento es menos egoísta y tonto que lo que hacen el “ciudadano medio”, el político, el abogado o la señorona.
Un escritor que solo se interese en la literatura (en su técnica, en su estilo, en otros escritores…) sería un mal escritor por bien que redacte. Un escritor escribe sobre la vida, sobre el mundo (el real y el imaginario… que es una forma soñada de la realidad). Por eso los distintos personajes de mi cuento solo miran el hundimiento de la casa desde sus muy personales intereses o desde su oficio, sin ver más allá: el peligro que significa para sus vidas y para los demás, el hundimiento de su casa.


Es algo que sucede hoy en el mundo: hay políticos, hombres y mujeres de negocios, gente rica y poderosa que no ve más allá de sus narices, que no piensan nada más que en sí mismos, y que no ven que el mundo se está hundiendo bajo sus pies… a veces en gran parte por el peso de su propio egoísmo. Y resulta que personas que no poseen gran cosa –como el pobre escritor de mi cuento- son las que se percatan del mal y tratan de resolverlo… aunque sea lanzando un grito de alerta, que es lo que mejor saben hacer.

¿Cuántos viajes hizo en su vida?

Yo he viajado mucho; tanto que he perdido la cuenta. He viajado en avión, en barco, en tren, en bus, en coche de caballos, en bicicleta y andando. eE Viajé por toda Cuba, y luego empecé a viajar al extranjero: Ecuador, Italia, Suecia, Noruega, España, Suiza, la Guayana Francesa, Chile, Alemania, Austria, Grecia, Panamá, Colombia y Puerto Rico están entre los países que he visitado. Pero también, desde que dejé Cuba en 1989, he vivido algunos años en países como Brasil, Dinamarca, Argentina y Francia.


ante el volcán El Teide
en Nueva York
Skikampen, Noruega

En Tierra del Fuego


Vivir en un país es la mejor manera de viajar, porque uno conoce más personas y porque las ve a ellas y se ve a sí mismo en momentos distintos, y así comprende mejor. Fue en Dinamarca que yo descubrí la cuatro estaciones, por ejemplo. Hasta entonces, en Cuba y en Brasil, yo solo conocía una especie de eterno verano con algunas temporadas de mal tiempo; pero entre septiembre de 1991 y agosto de 1992 vi por primera vez eso que solo conocía en libros, películas o fotos: los árboles que se vuelven amarillos y luego marrones, que pierden todas sus hojas, la niebla, la nieve y el frío, y un día, la reaparición de la vida: una flor hoy, otra mañana, y luego la explosión de colores de la primavera y de verdes en verano. En Europa he visto antiguos castillos y lujosos palacios, en Nueva York los famosos rascacielos, en América del Sur montañas que tocan el cielo. El mundo es muy interesante.

¿Cuál fue el viaje que más le gustó?

Cada uno de mis viajes me ha aportado experiencias diferentes y no puedo decir cuál viaje me gustó más. En las Islas Canarias dormí por única vez en el cráter de un volcán (apagado, por supuesto) y caminé por un bosque formado únicamente por laureles y donde llueve casi siempre; en Austria visité la Cámara del Tesoro Imperial donde vi cosas que uno solo lee en los libros como “brocados de oro y plata”, un purísimo zafiro, un ópalo del tamaño de un huevo de ganso y una esmeralda –la mayor que existe, con sus 2680 kilates, del tamaño de un puño, y en su Museo de Ciencias Naturales vi por única vez al más misterioso de los animales cubanos; un fósil viviente llamado almiquí (había varios ejemplares, todos disecados, por supuesto); en Noruega esquié (a 17 grados bajo cero) por primera y última vez, y en una mina de Pinar del Río, en el oeste de Cuba, bajé a más de 1000 metros de profundidad. Hay lugares muy especiales y que uno olvida difícilmente, como Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, y otros más modestos, pero no menos inolvidables, como una escuelita en plena selva amazónica, en Guayana, donde me encontré con niños de todos los colores, que habían leído mis libros.

En Maripasoula, Guayana Francesa

¿Cuántos libros escribió?

mi primera novela, iniciada con 12 años, en un cuaderno escolar

He escrito muchos más libros que los que he publicado. Es lógico, puesto que comencé a escribir a los 11 años y que al cumplir 20 ya tenía 54 novelas completamente impublicables. Fue por entonces, más o menos, que comencé a escribir en serio y, tres años después, me presenté por primera vez a un premio literario importante… que no gané, pero que me puso en el camino de mi primer libro publicado (en 1983). Desde entonces he publicado más de 30; algunos de esos libros son muy cortos, otros bastante largos; muchos en los que solo hice el texto y otros para los que también realicé los dibujos; dos de ellos que no existen en castellano. Algunos son cómicos, otros más serios; muchos son fantásticos y otros realistas; algunos para pequeñitos, otros para chicos mayores y hasta uno para adultos. Mis libros han sido publicados en 12 países y en hasta 10 lenguas; los más en España, Francia, Cuba, Argentina y México. Ninguno en Bolivia, lamentablemente… pero no es demasiado grave porque muchos de mis libros están en editoriales que venden en otros países que aquel donde tienen su principal oficina. Seguramente en vuestra biblioteca hay alguno de mis libros.

mis libros


¿Cómo fue el tiempo que vivió sin libertad de expresión en Cuba?

Eso de la libertad de expresión es bastante complicado. Incluso en los tiempos es que los dirigentes cubanos se pusieron más mandones, nunca me dijo nadie: “sobre eso no puedes escribir”; pero sabían muy bien cómo decirte: “ah, eso sí que está muy bien, sigue por ahí”, que era una manera de recortarte las alas. Y uno mismo se prohibía las cuestiones conflictivas. Sin embargo, de todo se puede extraer un aprendizaje, algo positivo. Yo pienso que la autocensura me enseñó a escribir para alguien que está lejos o que tiene muy buena vista y sabe leer entre líneas. Por eso mis libros se publican y se leen en otras lenguas y países; porque incluso quien no comparte mis preocupaciones y problemas, puede entender, entretenerse y sentirse involucrado en los problemas de mis personajes. Mis únicas dos novelas que hablan de los problemas de la Cuba actual han sido premiadas en Francia (2001) y España (2017), por personas que nunca habían estado en Cuba y que, sin embargo, comprendieron muy bien lo que yo decía. Para mí eso es la literatura: un secreto que se puede compartir con miles de personas sin gritar, sin subirse a una tribuna, y sin que esas personas hayan vivido lo mismo que tú. Universalidad, le llaman a eso los críticos literarios.

Cuba, destination trésor. Paris. Hachette, 2000
Prix de la Ville de Cherbourg, 2001
&
La Isla de las Alucinaciones. Premium. Sevilla, 2017
Premio Avelino Hernández, 2016

P.S.


Al “glotón boliviano” que me preguntó “qué clase de gastronomía tienen en Francia y cuál es su comida favorita” puedo decirle que es un tema como para escribir libros (y en Francia se publican muchísimos libros sobre el tema). El general De Gaulle, que fue un gran político francés entre 1940 y 1969, comentó una vez –en broma, pero en serio- “¿Cómo se puede gobernar un país que tiene más de 300 tipos de queso”. Esa es una de las claves de la gastronomía francesa: sus quesos, tan variados que puede ser duros como una piedra o casi líquidos, apestosos o sin olor; salados o dulces, blanquísimos o amarronados; picantes o sosos… pero siempre deliciosos. También son famosos los embutidos franceses (pero a mi salazones y chacinas no me gustan) y sus platos cocidos mucho tiempo, a fuego lento, casi siempre con crema de leche. Los franceses hablan mucho de comida. Yo diría que las palabras forman parte de la receta. Por eso su gastronomía es inimitable.


* "¡Socorro, se hunde la casa!" es uno de los once textos que integran Los cuentos del mago y el mago del cuento(Ediciones de la Torre. Madrid, 1995) y uno de mis cuentos preferidos... al punto de escogerlo para la plaquette que hice imprimir en Argentina, en 2004 para utilizarlo como "tarjeta de presentación" y modo de llegar a mis amigos en aquellos países donde mis libros circulan menos. Siempre he acariciado la posibilidad de ver ses cuento "socialmente comprometido" en forma de álbum independiente. Pero como la mayoría de las editoriales ven el álbum como algo reservado a niños pequeños, sigo esperando la oportunidad.


EMIGRACIÓN Y EXILIO EN LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

$
0
0
EL LARGO CAMINO DEL EMIGRANTE EN LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL [1].


Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar...

José Martí: La edad de oro
 

La frase en exergo la conocemos todos los cubanos, pues desde pequeños practicamos un culto casi religioso de la vida y obra de José Martí (1853-1895), el más grande de nuestros escritores, el más profundo de nuestros pensadores y, probablemente, el más alerta de nuestros exiliados.
Ciertamente autobiográficas, esas primeras palabras del artículo “Tres héroes” abren La Edad de Oro, la revista que el cubano universal redactó para los niños de América en el verano de 1889. Reeditada en volumen único desde comienzos del siglo XX, la compilación de artículos, cuentos y poemas se convirtió en el gran clásico de la literatura infantil iberoamericana y pudo ser entonces conocida por los cubanos, puesto que Martí era el enemigo número uno del poder colonial instalado en la isla hasta 1898 y su obra era bloqueada por la censura; se dirigiese a adultos o a niños. Hoy, en todo caso, La Edad de Oro es la Biblia laica de la niñez de la Isla y el único libro que todo cubano ha leído por lo menos una vez.
En realidad, la emigración es un tema menor dentro de La edad de oro, pero resulta indisociable de sus circunstancias de creación. De sus escasos 42 años, José Martí no llegó a vivir la mitad en la isla por cuya independencia dio la vida. Exiliado político a los 18 años, Martí también fue un exiliado ético, puesto que fue por decir y escribir lo que los tiranos no querían escuchar que debió abandonar sucesivamente Guatemala y Venezuela. Con apenas cuatro años, ya Pepito emigraba junto a sus padres, que intentaron mejorar de situación regresando brevemente a España.
El caso es que Martí siempre cambió de suelo en busca de más libertad, y con la libertad ganó cultura y humanismo; cosas que hicieron más ricas, durables y universales sus páginas.


ilustración de Francisco Meléndez
Viajes de Gulliver
Los dos exilios

La palabra ‘exilio’ tiene dos acepciones en nuestra lengua: la que suele asociarse al verbo activo exilar es sinónimo de destierro; de la expulsión de la patria que se sufre por motivos ideológicos. La otra acepción, que se vincula con el verbo reflexivo exilarse es muy cercana a emigrar y puede resultar de la decisión voluntaria ‑aunque no siempre tomada con placer y en completa libertad- del individuo que busca bajo otros cielos mejores condiciones de vida; sean estas económicas, políticas, religiosas, profesionales...
Permítanme anclar mis aproximaciones de diletante en la solidez del Dictionnaire des littératures Larrouse, que recuerda:

Pesan sobre la literatura contemporánea los grandes exilios de James Joyce, Ezra Pound, T.S. Eliot, Saint-John Perse o Hery James, a los cuales se añaden los destierros políticos: Soltsenitsin, Milan Kundera y otros disidentes o escritores africanos, asiáticos, latinoamericanos... en ruptura con la obediencia política. Exilios bien diferentes del cosmopolitismo dichoso y el juego transcultural ligados desde la antigüedad a eso que aparecerá durante la Edad Media y luego en el siglo XVIII como una internacional de las letras y las ideas. Exilios que nacen de la afirmación de la vocación literaria contra toda limitación del derecho a la expresión. Exilios que fundan la legitimidad de la palabra personal, haciéndola con ello apta a la totalización de la realidad. Al lado de esos exilios imperiosos, hay exilios menores, nacidos de traumatismos de la historia y a través de los cuales la literatura deviene auténtica “transferencia nocturna” según la expresión del exiliado armenio Armen Lubin: una simple entrada de hombres en el desierto, donde las palabras parecen preceder a las cosas y duplicar la prueba del desarraigo. A menos que el exilio no sea sino  la única manera de ser contemporáneo con el siglo XX como lo demostrarían Gertrude Stein, Beckett y los heraldos del absurdo: Adamov, Ionesco o Grombowicz, cuyos exilios, accidentales, se inscriben sin embargo en la lógica misma de su obra, consagrada a tomar nota de un mundo fragmentado donde se desvanece toda historia posible. Otros exilios hay aún, como el de Du Bellay en Roma, las embajadas del mexicano Octavio Paz, del chileno Pablo Neruda o del cubano Alejo Carpentier... para no remontarnos a exilios ejemplares como los de Ovidio, persuadido de que solo su libro podría retornar a Roma, o el de Victor Hugo, que prefirió, a la amnistía de un poder que juzgaba ilegítimo, retirarse a la orgullosa soledad de un abrupto islote extranjero frente a las costas de su Francia. 
El exilio se distingue de la simple emigración o de la mera “estrategia del exilio” practicada por los escritores norteamericanos de la llamada “generación perdida”. En ese no-espacio que es la expatriación, quien ignora ‑como Gombrowicz o Stein‑ la lengua del país donde vive, o por el contrario la conoce perfectamente, hace de su creación un acto estrictamente autónomo, capaz de reencontrar, a causa del desplazamiento geográfico precisamente, la plenitud de su lengua materna o, por el contrario, de fundar un singular plurilingüismo (como hicieron Joyce o Pound) que viene a constituir una verdadera espacialización del texto (Dictionnaire, 1985:  544-545)
  
No hay en esta extensa cita la menor alusión a la literatura infantil o a un autor que haya consagrado su talento a la infancia. Sin embargo, el exilio y la emigración son experiencias padecidas por los escritores ‑cronistas de la vasta aventura de la Humanidad- junto a millones de seres humanos entre los cuales, por supuesto, también ha habido niños y adolescentes.

Al principio fue el exilio
  

El primer cuento infantil que registra la historia de la literatura occidental tiene al exilio como uno de sus resortes argumentales principales: en 1694 el académico francés Charles Perrault publica “Piel de asno”, cuento en verso que habla de una muchacha que, ante los proyectos incestuosos de su padre, huye a un país vecino, disimulando su identidad y renunciando a su condición principesca, en busca de una vida mejor y conforme a sus principios. ¿Podemos pedir mejor síntesis del exilio?
Apenas cinco años después se publica Las aventuras de Telémaco, voluminosa novela didáctica que relata la búsqueda de Ulises por su hijo. El viaje de Telémaco es voluntario, pero motivado por el destierro del rey de Ítaca; a quien los dioses del Olimpo castigaron a errar durante 10 años por el Mediterráneo. El atípico educador, prelado y escritor francés Fenelón no deseaba la publicación de la obra, pues anticipaba las consecuencias de su crítica al régimen de Luis XIV. Confinado en  su obispado de Cambrai, el suyo fue un exilio por exclusión.
En 1719 el inglés Daniel Defoe publica Robinson Crusoe, cuyo náufrago de protagonista es un desterrado (por la mala suerte o por “voluntad divina”, si nos atenemos a los valores religiosos que promueve la obra). ¿Y qué decir de  Viajes de Gulliver, que siete años después publica el también británico Johnattan Swift. El héroe y narrador emprende sus aventuras de manera voluntaria; pero las intrigas políticas de Liliput lo fuerzan a escapar al minúsculo reino rival de Blefuscu. Su segundo naufragio lo deja en Brobdingnag, donde se ve juguete en manos de los gigantes, y ya en su cuarta aventura, en el país de los Houyhnhnms, es su condición de ente civilizado lo que el héroe se cuestiona. Defoe no pudo ser más clarividente, pues ¿qué emigrante no problematiza, en algún momento, su propio modelo cultural?
 
 A pesar del conocimiento superficial que del contexto de sus tramas tienen muchos escritores de aventuras, el drama del exilio alienta en héroes inolvidables como Sandokán, protagonista del ciclo Los piratas de la Malasia, iniciado en 1896 por Emilio Salgari, o en Edmundo Dantés, el atormentado héroe dumasiano de El Conde de Montecristo (1844). Al capitán Nemo, que protagoniza 20 000 leguas de viaje submarino (1870) y La isla misteriosa (1874) Julio Verne lo presenta nada menos que como un “exiliado de la Civilización”.



Del exilio simbólico a la realidad de la emigración

La literatura infantil abunda también en representaciones simbólicas, metafóricas o fantasiosas de la expatriación. En los cuentos de Hans Christian Andersen, quien se pasó la vida buscando en otros suelos el reconocimiento que le regateaba su natal Dinamarca, encontramos desde una sirena que renuncia a la voz y a la cola para radicarse entre los hombres y un Kai que pierde su humanidad en el reino de las nieves, hasta un cisne extraviado entre patos, y un ruiseñor del bosque forzado a cantar en jaula de oro y porcelana.
La temática del huérfano expulsado de su medio por razones económicas y familiares fue abordada a lo largo del siglo XIX con matices sentimentales que van desde Oliver Twist (1838) de Charles Dickens hasta el, por momentos efectista, Pequeño Lord Fauntleroy (1885) de  Frances Hogson Burnett. Entre ambas novelas se sitúa Heidi (1880) cuya autora, la suiza Johanna Spyri, insinúa sus intenciones en el subtítulo: “años de peregrinación y aprendizaje”. Se trata de una versión almibarada de la emigración del campo (las montañas suizas) a la ciudad (Frankfurt), pero que feminiza y “ecologiza” la cuestión.

Selma Lagerlöff en El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia (1907) no se lleva a su majadero protagonista fuera del país, sino que lo hace viajar por él transformado en enano de 20 centímetros. Mientras los lectores conocen detalladamente a Suecia, Nils –exilado del género humano– aprende a conocerse a sí mismo y a respetar a los demás.
Jim Botón y Lucas el maquinista (1961), de Michael Ende, tiene por héroes a dos emigrantes: un ferroviario sin trabajo y un niño negro que lo único que sabe de su pasado es que fue robado a sus padres. Después de salvar a la hija de un emperador, se les ofrece un futuro promisorio, pero:

... aunque al rey se le hubiera pasado el malhumor, no podían volver porque volverían a presentarse los mismos problemas que cuando decidieron abandonar el país. Lummerland entretanto no había crecido. ¿Tendrían que dejar quizás a la vieja y gorda Emma en China y volver los dos solos a la isla? (…) Pero quizás al Emperador le agradaría que se quedara y tendiera una línea de ferrocarril que cruzara todo China. Sin embargo, era bastante triste porque a pesar de todo China era un país extranjero; pero no tenían otro recurso y en un sitio u otro tenían que quedarse a vivir si no querían andar siempre rodando por el mundo. (Ende, 1962: 232-233)

El exilio también se combina con ecología en novelas de Jack London como La llamada de la selva (1907) o en La isla de los delfines azules (1960), de Scott O’Dell, que evoca incluso la la desaparición de pueblos aborígenes. Si en El libro de la selva (1894), Rudyard Kipling contaba la vida de un niño que crece entre fieras, ignorante de su naturaleza humana, numerosos son los libros para pequeños donde, por el contrario, hay animales que vienen a vivir entre humanos, logrando diversos niveles de aceptación (y autoaceptación): Ángel el equilibrista (1970) de Quentin Blake, Un invierno en la vida de Gran Oso (1984) de Jean-Claude Brisville y Danièle Bour o La rana y el extraño  (1993) de Max Velthuijs.  Pero detengámonos en Historia de Babar, el elefantito (1931), de Jean de Brunhoff. Este álbum ha sido frecuentemente acusado de colonialista porque son los conocimientos y hábitos (occidentales) adquiridos en la ciudad, lo que capacita al trajeado paquidermo para ser rey una vez de regreso a su natal estepa (africana).  Como de Brunhoff creó su historia en los últimos años de esplendor sin complejos del Colonialismo, no podemos adjudicarle las interpretaciones de un lector actual: Siendo el asesino de mamá elefanta un “antipático cazador” (occidental), Babar sería refugiado ecológico o  víctima de guerra, a menos que se trate de una amable caricatura de las élites africanas que se forman en Occidente y luego rigen sus pueblos con un despotismo entreguista que garantiza los intereses de las antiguas metrópolis... tanto como sus prebendas de clase parásita; en una alianza contra res pública que genera la  miseria, la corrupción  y las injusticias causantes de tanta desesperada migración.

Emigraciones fundadoras y fundamentales

La conquista y colonización de América, África y Asia tiene una amplia bibliografía que refleja, al menos de soslayo, la experiencia migratoria. En una literatura que apuntaba a la aventura o a la glorificación  de la colonización,  la cuestión de los movimientos migratorios es presentada de manera superficial, estereotipada o abiertamente calumniosa para con los pueblos sometidos durante la conquista de aquellas tierras “vírgenes”. La más amplia bibliografía es, sin dudas, la de la colonización de América del Norte, en la que destaca el ciclo a que pertenece El último mohicano (1826) de James Fenimore Cooper. A este autor estadounidense su época le reprochó que presentara más grandeza moral en sus  “pieles rojas” que en los personajes “cara pálida” como él mismo. En las antípodas de la calidad literaria y humana encontramos al alemán Karl May (1842-1912), quien alcanzó enorme popularidad con una vasta producción narrativa, repleta de racismo y violencia, sobre el “Lejano Oeste” y el Medio Oriente. 
Muy interesantes son varias novelas que recrean la época de la Guerra de Secesión y la abolición de la esclavitud en Estados Unidos: La cabaña del tío Tom (1852), de Harriett Beecher Stowe, y Las aventuras de Huckleberry Finn (1883), de Mark Twain, hablan de esclavos negros que emprenden peligrosos viajes en busca de la libertad. El tráfico de esclavos africanos hacia las plantaciones americanas es el peor caso de deportación masiva de la Historia; sin embargo ha sido relativamente poco abordado en libros para chicos, y menos aún con la calidad que consigue Paula Fox en La danza de los esclavos (1973). 
La etapa de migraciones que más ha explorado la literatura juvenil contemporánea es la de la Segunda Guerra Mundial. El Diario de Ana Frank sirvió en 1947 de dramática obertura al llamado “realismo crítico infanto-juvenil” que encontró en la destrucción, el racismo y el éxodo de los años 1939-1945 su primera gran temática. Cuando Hitler robó el conejo rosa (1971), de Judith Kerr y Muletas (1987), de Peter Härtling son algunas piezas maestras en una abundante bibliografía que abarca, desde sus respectivas perspectivas, numerosos países de Europa, Estados Unidos, Israel, Australia Japón...







Migraciones en tiempos de globalización

Las migraciones contemporáneas han ingresado en la literatura infantil contemporánea a través de la obra de autores que hicieron el viaje o rememoran el de sus padres, pero también a través de obras de autores que se inclinan sobre ese fenómeno tan actual. Lo que he leído de esta última tendencia -sobre todo en la edición española- me deja más que escéptico: las buenas intenciones se mezclan y la finalidad didáctica (la famosa literatura “de valores”), dando por resultado obras carentes de vida, plagadas de estereotipos que no por ser positivos, son menos superficiales y facilistas.
Más interesante, legítima y aportadora es la producción de autores oriundos de Africa subsahariana, del Magreb, del Medio y el Lejano Oriente que en Francia (país donde vivo y leo) tiene un importante desarrollo. 
Mención especial merece la novela gráfica Emigrantes, de Shaun Tan ya que evoca todas las grandes migraciones del siglo XX y sus diversos motivos: guerra, opresión, miseria... La ausencia de palabras y el concepto plástico –realista y onírico a la vez– dan a esta obra universalidad y trascendencia ejemplares.



  
Migraciones y literatura infantil en América Latina

Cuando valoramos el inmenso patrimonio migratorio que está en las bases de la identidad mestiza de América Latina, hemos de concluir que no hay una presencia proporcional en nuestra literatura infanto-juvenil y que ni siquiera tenemos una producción comparable a la novelística española sobre la conquista y la colonización, entre las que sobresale la trilogía iniciada con El oro de los sueños[2] por José María Merino. La citada carencia solemos compensarla con fragmentos o versiones de los clásicos (para adultos): desde los documentos legados por Colón o el padre Las Casas, pasando por Alonso de Ercilla o el Inca Garcilaso hasta llegar a escritores del XIX o principios del XX. A todo este patrimonio relativamente común, cada país añade algún libro para adultos (en fragmentos o adaptación) tomado de su panteón literario. Pero, insisto, es mucho más lo que recrea nuestras identidades primeras que el aluvión europeo y africano, y el consecuente proceso de mestizaje.
La excepción puede ser Argentina, donde autores contemporáneos como Perla Suez (Dimitri en la tormenta) María Teresa Andruetto (Stefano) o Sandra Comino (Así en la tierra como en el cielo) han explotado sus propias raíces familiares, respectivamente judía e italiana. Dos interesantes variantes, temáticas y formales las aportan Patricia Suárez  y Marcelo Eckhardt . La primera presenta a los niños Namús, un cuento repleto de humor absurdo y  fantasía en torno a una familia de mosquitos que se cansa de vivir en la humedad y se mudan a Bagdad (se instalan tras la oreja de un elefante). Pero al cabo de un tiempo la nostalgia -elemento inevitable incluso en la emigración más exitosa- les hace emprender el regreso (en el plumón de una cigüeña). Por su parte, El desertor de Eckhardt es un joven de ascendencia precolombina que escapa de la guerra de las Malvinas en compañía de un británico de origen nepalés que se siente igualmente ajeno al conflicto postcolonial de 1982. Se trata de una novela juvenil, breve y tortuosamente punk.

Los exilios provocados por las dictaduras de los años 1970 son, quizá, los más representados en la literatura infanto-juvenil latinoamericana. La pérdida de identidad en los niños, particularmente dolorosa para padres politizados, es presentada en De exilio, maremotos y lechuzas, de la uruguaya Carolina Trujillo Piriz. Mientras, el chileno Víctor Carvajal analiza en Como un salto de campana los desencuentros identitarios de su protagonista, quien es visto como extranjero tanto por sus compañeros de colegio en Alemania (a donde emigró su familia) como en su Chile de origen. Por su parte, la brasileña Ana María Machado relaciona audazmente en Ojos, penas y plumas (1981) el exilio, el divorcio paterno y la doble familia en se que ve inmerso el protagonista. Desde su doble filiación individual, el chico emprende un onírico viaje de descubrimiento de la tiple identidad cultural (aborigen, europea y africana) inherente a la América Latina.


Crónica de un exilio anunciado
Parca en torno al aporte cultural del emigrante español, la literatura infantil cubana se ha ocupado de la fuente africana en textos donde predomina la intención educativa o las versiones de relatos tradicionales (patakíes de raíz yoruba). Distinto es el caso de Ponolani (1966), donde la escritora “blanca” Dora Alonso reúne los cuentos que una nodriza negra le contó siendo niña, con anécdotas de la vida de Ponolani, la madre esclava de dicha nodriza. Esta misma autora ha recreado en varios de sus libros el folclor hispano-cubano, pero sin aludir explícitamente a la emigración que lo trajo a su Isla. Algo similar ocurre en libros como Akeké y la jutía (1978)lograda compilación de cuentos populares afrocubanos de Miguel Barnet o en Kele kele, donde la escritora mulata Excilia Saldaña recrea con su conocido talento lírico un puñado de patakíes. Son libros que exploran un acerbo que no existiría sin la introducción en Cuba de centenares de miles de esclavos africanos, pero que no evocan el hecho histórico.
Los cubanos emigraron en cantidad relativamente importante durante los últimos años del siglo XIX, entre las dos guerras de independencia, pero esta temática no ha sido abordada, que yo sepa, por nuestra literatura infanto-juvenil, y lo mismo ocurre con las olas migratorias de españoles que nos llegaron durante el siglo XX.
Sin embargo, es tras la llegada de Fidel Castro al poder, en 1959, que se produce el mayor flujo migratorio de cubanos: un flujo que ha sacado del país, en medio siglo, más del 10% de su población. Tampoco este asunto ha sido suficientemente abordado en los libros publicados en Cuba, y húbose de esperar para ello a fines de los años 90.
René Valdés Torres, presenta en Bajo el aire y el sol de Buenavista  a un niño que llega –nunca se dice que del extranjero– a conocer una parte de su familia en un lugar muy idealizado, sobre todo en términos de naturaleza. Enrique Pérez Díaz se compromete más en varias historias muy parecidas, de niños soñadores y solitarios que sufren por la ausencia de un afecto filial masculino (padre o tío): en Inventarse un amigo escribe: “Hay que tener valor para huir de aquí en una cabina de camión por esos mares enfurecidos y llenos de tiburones...”. En El niño que conversaba con la mar el discurso es más ambiguo, pero mayor el signo liberador que corresponde al mar, esa frontera líquida. Las cartas de Alain cuenta la preocupación del protagonista ante la ausencia de noticias de su mejor amigo, que se embarcara con sus padres en una temeraria emigración ilegal. Negado a compartir la convicción general de que han sido víctimas de un naufragio, el protagonista-narrador imagina las cartas que Alain podría enviarle desde Estados Unidos. Tampoco esta novela patentiza al personaje emigrante; pero al sugerir su fin trágico es más dramática que las dos anteriores. 
Una línea completamente diferente es la escogida por Ariel Ribeaux Diago en  El oro de la edad. Es la historia de una cubana que viene de vacaciones de Italia, donde vive con un hombre a quien únicamente la une el deseo de vivir confortablemente. Masicas es una patética aculturada, una mujer que no sólo detesta a su marido sino también a su país de origen y a su hija cubana. Su catadura moral se revela crudamente en sus acciones, sus parlamentos y en la áspera relación que tiene con su hija, quien co-protagoniza la historia junto a una niña negra, humilde, que se encuentra de vacaciones en una casa alquilada por el sindicato en el mismo balneario donde se haya el lujoso hotel de Masicas y su hija. Esta novela descuella en la narrativa cubana reciente no solo por abordar la crisis moral de la Cuba posterior a la caída del Muro de Berlín, sino por la calidad con que dibuja a sus personajes y por su atrevida intertextualidad con el gran clásico de la literatura cubana La edad de oro, de cuyos personajes, situaciones y lengua hace un exitoso pastiche.

En la producción de emigrados cubanos que escriben para chicos, la figura más importante es Hilda Perera. Esta veterana escritora (su Cuentos de Apolo, publicado en 1948, es uno de los antecedentes de la moderna literatura infantil cubana) ha prestado gran atención al tema de la emigración: Mai es la historia de una pequeña vietnamita que emigra a Estados Unidos tras la caída del régimen pro-norteamericano de Vietnam del Sur, y Kike presenta el difícil recorrido de uno de los niños cubanos enviados a Estados Unidos sin sus padres, cuando éstos creyeron la patraña de que el gobierno de Fidel Castro iba a suprimir la Patria Potestad. Su mejor libro, por sus valores literarios y por la profundidad de sus temas, es La jaula del unicornio, novela coral sobre tres emigradas: una escritora cubano-americana ya cincuentona –en quien podemos reconocer a la propia Perera–, su empleada doméstica centroamericana –que reside ilegalmente en Estados Unidos– y la pequeña hija de ésta, que tras reunirse con su madre vive la siempre compleja experiencia de la adquisición de una nueva identidad híbrida.

Confieso que he emigrado

Mi personal contribución al tema del exilio se concentra en tres libros muy distintos: Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes (fantástico) Mi tesoro te espera en Cuba (realista) y La leyenda de taita Osongo (histórico-mágico).

De alguna manera, siempre fui un emigrante. Contaba 4 años cuando nos mudamos a la capital provincial. Desde entonces y hasta mi ingreso en la Universidad, nunca completé tres años en un mismo colegio y viví en varias ciudades. No llegué a tener verdaderos amigos de escuela, pero este desgarramiento continuo me entrenó para el viaje sin fin que emprendí en 1989, cuando, después de vivir en Santiago de Cuba, me instalé en La Habana y un amigo vaticinó: “Tú hasta París no paras”. En efecto, cinco años después, me fui.

En Cuba irse (en forma reflexiva y sin complemento circunstancial de lugar) equivale a emigrar. Y esto –aún cuando no haya cambios en tu pensamiento o acción política– es un acto disidente que no se perdona.

Suele decirse que los viajes forman el carácter. A mí me forjaron la escritura. En 1986, los 21 días que pasé en Ecuador bastaron para hacerme comprender que lo escrito está muerto si no contiene sangre del autor. Los cuentos que comencé a hacer tras aquella primera salida aparecerían primero en traducción brasileña, y solo cuatro años después en castellano. Sin abordar la experiencia migratoria, ese libro refleja una reapropiación de la lengua que atribuyo a la confrontación con otros idiomas y culturas.
Sin embargo, ni siquiera en Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes doy testimonio consciente de mi experiencia y reflexiones en torno a la migración. Es, sin embargo, la historia de una pareja que debe abandonar su pequeño país en busca de espacio para vivir plenamente. Entonces vivía yo en Dinamarca y creí estar hablando del pequeño reino escandinavo, si bien fue a la vuelta de mi primer regreso a Cuba que escribí lo esencial de ese libro. Cuba había cambiado mucho en aquellos cuatro años de ausencia; pero también había cambiado yo, y ya no había allí lugar para mí. Sólo diez años después, tras la observación de un lector argentino de 10 años,  me di cuenta de lo que significaba realmente el último capítulo de mi novela, cuando Rosa y Juan Perico, tras recorrer diversos países (imaginarios) a bordo de su cometa gigante, intentan un regreso al terruño. A donde llegan es a “otra oportunidad” histórica de su natal Pais-Reino-Pueblo en que no falta espacio para que sus dobles: Roso y Juana Perica tengan una casita donde vivir. Sin embargo, estos Alter Ego de mis protagonistas no titubean en partir en viaje de bodas a bordo de la cometa. El libro tiene final abierto y, sinceramente, no sé aún si los recién casados vuelven, si Rosa y Juan Perico se contentan con su país cambiado o si intentan encontrar el original. 
No en todo lo que he escrito desde que me hice “ciudadano del mundo” están presentes Cuba y mi consciencia de emigrante. Pero durante 10 años de esa trashumancia estuve re escribiendo la otra obra en que abordo directamente el tema de la emigración. Mi tesoro te espera en Cuba es mi única novela verdaderamente realista y habla de la Cuba reciente en términos muy conscientes. La protagonista es una chica española que busca en la Isla el rastro dejado por su tío bisabuelo, un emigrante que allí hizo fortuna hasta que la Revolución lo obligó a irse, perdiendo no solo sus riquezas, sino la felicidad. La niña descubre, con sus ojos de extranjera la belleza y las frustraciones de la Cuba actual, y hace amistad con un grupo de chicos cubanos, pese a los prejuicios ideológicos que los separan .
Lejos de ser un ajuste de cuentas, esta novela comenzó por ser el regreso a Cuba que entonces me negaban y terminó en intento de explicar la contradictoria y compleja realidad cubana a unos lectores (niños franceses, argentinos, españoles...) que solo disponían de informaciones parciales y superficiales (diabolizantes o, por el contrario, edulcoradas). Pienso que esta novela se salvó de  toda tentación panfletaria porque me mantuve en los límites de un género en que me inicié, la novela de aventuras, y porque la dirijo a mi público de siempre: los chicos.

Estuve dándoles vueltas a La leyenda de taita Osongo durante 18 años. Fue la novela de mi descubrimiento de la verdadera significación del carácter mestizo de mi país, durante mi residencia de tres años en Santiago de Cuba. Ví la cultura negra y me dí cuenta de que mi familia era en gran parte negra, y compartía el destino de aquellos descendientes de desterrados. Esta novela combina la realidad histórica de la trata negrera, de la esclavitud y del racismo con una historia de amor imposible, de alguna manera inspirada en la historia de mi abuela paterna. Tampoco fui consciente de ello. Pero lo que justifica la referencia a este libro en una reflexión sobre la emigración y el exilio es que el protagonista, Taita Osongo, sufre dos exilios: primero le secuestran de su país africano (que llamé Sóngoro Cosongo en homenaje a Nicolás Guillén) y luego le expulsan de la plantación donde, pese a haber vivido siempre encadenado, compartía el destino de sus compatriotas y de su descendencia. Solo regresa de este segundo exilio, con la salud y sus poderes mágicos restaurados en contacto con el monte cubano, para castigar al negrero y hacendado Severo Blanco. Al final de la novela, Taita Osongo se transforma en una nube de humo que se dispersa en el bosque que le ha acogido. Supongo que es un símbolo de la cultura del emigrante, que incluso muchos años después y muy lejos, fecunda con sus valores raigales la tierra que le acoge. A eso llaman mestizaje, fruto de toda emigración.

Coda
Dicen que un escritor escribe siempre el mismo libro. Yo opino que escribimos los mismos libros, pues varios y a veces muy diferentes son los asuntos, estilemas, personajes o escenarios que obsesionan a cada autor. En todo caso, no lo he dicho todo sobre una cuestión que me parte el corazón; la prueba es que la abordo no solo en relatos sino en reflexiones como ésta. La sangre que por la herida brota, fecunda ya nuevas páginas.

ilustración de Francisco Meléndez
Viajes de Gulliver
Bibliografía

ANDERSEN, Hans Christian (1992), Oeuvres. París. Gallimard.
ALONSO, Dora (1978), Ponolani. La Habana. Gente Nueva.
ANDRUETTO, María Teresa (1998),  Stefano. Buenos Aires. Sudamericana.
BARNET, Miguel: Akeké y la jutía. La Habana. Gente Nueva, 1989.
BEECHER STOWE, Harriet (1998), La cabaña del Tío Tom. Madrid. Cátedra.
BRUNHOFF DE, Jean (1990), Historia de Babar el elefantito. Madrid. Alfaguara.
CARVAJAL, Víctor (1992), Como un salto de campana. Santiago de Chile. Alfaguara.
COMINO, Sandra: Así en la tierra como en el cielo. Bogotá. Norma, 1998.
COOPER, John Fenimore (1986), El último mohicano. Madrid. SM.
DEFOE, Daniel (1993), Robison Crusoe. Madrid. Anaya.
DUMAS, Alejandro (1990), El conde de Montecristo. Madrid. Anaya.
ECKHARDT, Marcelo (1992), El desertor. Buenos Aires. Ediciones Quipú.
ENDE, Michael (1962), Jim Botón y Lucas el maquinista. Madrid. Noguer.
FENELÓN (1828), Les aventures de Télémaque. Paris. Froment et Lequien Libraires.
FOX, Paula (1996), La danza de los esclavos. Barcelona. Noguer.
FRANK, Anna (2001): Diario de Ana Frank. Buenos Aires. Plaza y Janés.
HÄRTLING, Peter (1992), Muletas. Madrid. Alfaguara.
HOGSON BURNETT, Frances (1984), El pequeño Lord Fauntleroy. Madrid. Altea.
KERR, Judith (1987), Cuando Hitler robó el conejo rosa. Madrid. Alfaguara.
KIPLING, Rudyard (1992), El libro de la selva. Madrid. Anaya
MACHADO, Ana Maria (2006), Ojos, penas y plumas. Bogotá. Norma (Premio Casa de las Américas, 1981).
MARTI, José (1979), La edad de oro. La Habana. Centros de Estudios Martianos y Editorial Letras Cubanas.
O’DELL, Scott (1976), La isla de los delfines azules. Madrid. Noguer.
PERERA, Hilda (1984), Kike. Madrid. Ediciones SM.
_____________ (1990), La jaula del unicornio. Barcelona. Noguer.
PÉREZ DÍAZ, Enrique (2001), Las cartas de Alain. Madrid. Anaya.
___________________Inventarse un amigo. Barcelona. La Galera, 1997.
___________________: El niño que conversaba con la mar. Barcelona. Edebé, 1999.
PERRAULT, Charles (1986), Contes. París. Hatier. Ilustraciones de Kelek.
RIBEAUX DIAGO, Ariel (1998), El oro de la edad. La Habana. Ediciones Unión.
ROSELL, Joel Franz (1996), Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes. Barcelona. El Arca y (2004), Buenos Aires. Alfaguara.
_________________ (2002), Mi tesoro te espera en Cuba. Buenos Aires. Sudamericana y (2008), Madrid. Edelvives.
_________________ (2006), La leyenda de taita Osongo. México. Fondo de Cultura Económica.
SALDAÑA, Excilia (1987), Kele kele. La Habana. Editorial Letras Cubanas.
SALGARI, Emilio (2005), Los piratas de la Malasia. Barcelona. Grijalbo.
SPYRI, Johanna (1984), Heidi. Madrid. Anaya.
SUAREZ, Patricia (1997), Namús. Buenos Aires. Libros del Quirquincho.
SUEZ, Perla (1995), Dimitri en la tormenta. Buenos Aires. Sudamericana.
SWIFT, Johnattan (1998), Viajes de Gulliver. Madrid. SM. Ilustraciones de Francisco Meléndez.
TAN, Shaun. (2007), Emigrantes. Jerez de la Frontera. Bárbara Fiore.
TWAIN, Mark: Las aventuras de Huckleberry Finn. La Habana. Gente Nueva, 1975.
VALDÉS TORRES, René: Bajo el aire y el sol de Buenavista. Pinar del Río. Ediciones Hermanos Saíz, 1998.
VERNE, Julio (1999), 20 000 leguas de viaje submarino. León. Everest.
____________ (1978), La isla misteriosa. Madrid. Aguilar.
VARIOS: Dictionnaire historique, thématique et technique des littératures (littératures française et étrangères anciennes et modernesObra colectiva (más de 200 autores) bajo la dirección de Jacques Demougin. París. Larrouse, 1985. 2 Tomos. 




[1]Comunicación presentada bajo el título de « La princesa y el asno. Notas sobre la emigración y el exilio en la Literatura infantil » en el 32º Congreso de la IBBY (Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil). Santiago de Compostela, septiembre de 2010.
[2]En adelante, solo indicaré la fecha de publicación cuando haya mucha diferencia entre la primera edición y la mencionada en la bibliografía.

un libro francés y otro español, ambos premiados, para terminar el año

$
0
0

En el Salón del libro y la prensa para niños y jóvenes de Saint-Saint-Denis (Montreuil, afueras de París)
con mis dos libros más recientes

Radio Francia Internacional aprovechó el Salon del libro infantil y juvenil de Montreuil para entrevistarme a propósito de mis dos libros más recientes: la nueva versión fracnesa de "La leyenda de Taita Osongo" (Editions Orphie; publicada en castellano por Fondo de Cultura Económica) y "La Isla de las Alucinaciones" (editorial Premium). 

http://es.rfi.fr/cultura/20171130-joel-franz-rosell-literatura-afrocubana-para-jovenes

En el stand de los editores del Océano Indico en el Salon del libro de Montreuil
durante una firma de ejemplares de La légende de Taita Osongo
 La leyenda de Taita Osongo fue estrenada en la versión francesa de Ibis Rouge (Matoury, Guayana Francesa, en 2004. Tras desaparecer el sello juvenil de dicha editorial, mi novela afrocubana ha vuelvo a las librerías en la versión de Orphie, con mis nuevas ilustraciones.

La légende de Taïta Osongo
Editions Orphie, 2017
Saint-Denis de la Réunion
En castellano, La leyenda de Taita Osongo apareció en 2006, en edición de Fondo de Cultura Económica con ilustraciones de Ajubel, que prepara una tercera edición para toda Hispanoamérica. Tras una traducción al portugués (Ediçoes SM do Brasil. Sao Paulo, 2007) y una primera edición cubana (Capiro, 2010) se realizó una edición de 16 900 ejemplares para las escuelas públicas de Argentina y una segunda edición cubana (Matanzas, 2015) que recibió el premio La Rosa Blanca que la Unión de Escritores de Cuba reserva a los mejores libros infanto-juveniles del año.

La leyenda de Taita Osongo es una novela juvenil de ambiente y temática afrocubana, en torno al tráfico de esclavos africanos en el siglo XIX. El racismo y la injusticia que enfrentan el amor y la magia son ingredientes determinantes de la trama. El manuscrito original de esta novela corta recibió el Premio Heredia de la Unión de Escritores de Cuba en 1983.

http://elpajarolibro.blogspot.fr/p/la-leyenda-de-taita-osongo.html
Segunda edición en castellano de La leyenda de Taita Osongo
Fondo de Cultura Económica, México
La Isla de las Alucinaciones recibió este año el Premio Avelino Hernández de Novela Juvenil (Soria, España), siendo a continuación publicada por la editorial Premium (Sevilla). Es una novela de aventura conmporánea que refleja realidades de la vida actual en Cuba, así como problemáticas históricas en torno al tráfico de braceros chinos en el siglo XIX y al tráfico internacional de drogas.

La Isla de las Alucinaciones
Editorial Premium. Sevilla, 2017
Premio Avelino Hernández de Novela Juvenil


 http://elpajarolibro.blogspot.fr/p/la-isla.html

durante la presentación de La Isla de las Alucinaciones
en la Feria del libro de Soria
agosto 2017

La Isla de las Alucinaciones retoma los personajes y estilo de Mi tesoro te espera en Cuba, novela de aventuras estrenada en francés en el año 2000 ("Cuba destination trésor". Hachette. París) y en castellano en 2002 por Sudamericana. Buenos Aires, y desde 2008 en catálogo de Edelvives Madrid. 

http://elpajarolibro.blogspot.fr/p/mi-tesoro-te-espera-en-cuba-de-joel.html










Mi novela china

$
0
0
La contribución de la emigración china no es la más conocida de entre las diversas fuentes de la cultura cubana. Todo el mundo conoce o adivina la importancia de aportes europeos (de España en primer lugar) y africanos, y el substrato aborigen que  quedó pese a la rápida extinción de los pobladores arawacos de la Cuba precolombina. 

Poco se tiene en cuenta, sin embargo, el impacto de las migraciones chinas. 

Ocurrió una ola principal a mediados del siglo XIX (según el historiador Julio Le Riverend, entre los años 1847 y 1874 llegaron a Cuba alrededor de 150 000 chinos, casi todos hombres, contratados por ocho años como peones agrícolas) y otra menor en las décadas finales del mismo siglo. La agitación política en la China de los años 1920 generó una emigración que tenía por destino ideal los Estados Unidos; pero que a menudo terminó en Cuba... a las puertas del American dream.

La Isla de las Alucinaciones es una novela juvenil que tiene por centro las aventuras de una niña española y sus amigos cubanos en torno a un pueblito imaginario, poblado esencialmente por descendientes de chinos, y en una isla, igualmente imaginaria, vinculada al tráfico de mano de obra china (los llamados coolíes) en el siglo XIX. Uno de los personajes principales del libro, la niña de fuerte carácter Maruchi Pérez Chong, es descendiente de chinos y sus vivencias junto con la española Paloma y los otros cuatro cubanos de la pandilla revive y actualiza el pasado chino-cubano.  

http://elpajarolibro.blogspot.fr/p/la-isla.html


"La Isla de las Alucinaciones"
Editorial Premium. Sevilla, 2017
Premio Avelino Hernández de Novela Juvenil

Los protagonistas de La Isla de las Alucinaciones aparecen por primera vez en mi novela Mi tesoro te espera en Cuba, estrenada en francés en el año 2000 bajo el título Cuba, destination trésor y que tiene dos ediciones en castellano: la de Sudamericana (Buenos Aires, 2002) y la de Edelvives (Zaragoza, 2008) actualmente en el comercio.

En esa primera novela "la china" Maruchi ya se destaca por su carácter indomable, pero del pueblo donde vive su numerosa parentela de origen asiático no se habla todavía en detalle.


ilustración de Boiry para ambas ediciones de Cuba, destinationt trésor



Fragmentos 


Del capítulo 2
"Viaje al oriente"


–¿La Chongolina se llama así porque la habitan los Chong? –le preguntó Paloma.
–Es lo que nos gusta creer. Pero ¿quién quita que sea al revés? Nuestros antepasados eran pobres y analfabetos; campesinos del sur de China que fueron traídos a Cuba a mediados del siglo xix con promesas de una vida mejor. Pero los encerraron en grandes plantaciones, donde los trataban casi igual que a los esclavos africanos con los que debieron compartir penas y no solo trabajo. Al llegar les españolizaban el nombre y muchos hasta perdieron el apellido.
–Por suerte para una que yo conozco –se rio Kilito–. Maruchi Pérez suena mejor que Maruchi Chong, Maru Chichón.
–Espera a que te ponga la mano encima –le prometió la niña–. Vas a ver quién es el de los chichones.
Carbó abandonó el libro que estaba leyendo y relanzó la conversación.
–En la segunda mitad del siglo xix, Cuba era la colonia más importante que le quedaba a España. Las plantaciones de caña de azúcar exigían mucha mano de obra, pero los ingleses habían obtenido la prohibición del tráfico de esclavos a partir de 1821. Los africanos siguieron llegando, pero de contrabando. Era arriesgado, costoso…
–Y eso no les gustó a los tacaños españoles –intercaló Maruchi.
–Ni al gobierno español, que mandaba en Cuba, ni a los dueños de plantaciones y centrales azucareros; fueran cubanos, españoles o de otros países –precisó Carbó–. Lo cierto es que la mayoría de los que se oponían al tráfico de esclavos, y a la esclavitud misma, lo hacían por interés y no por sus buenos sentimientos. Los ingleses fabricaban maquinarias, telas y otras cosas, así que preferían que la industria azucarera funcionara con sus máquinas y que en lugar de esclavos hubiese obreros. Los obreros tendrían un salario que gastar en otros productos ingleses: ropa, cacharros, herramientas…
Todos los viajeros escuchaban en silencio, impresionados por aquel niño que hablaba como un manual de historia. Pero Maruchi volvió a lo suyo:
–Es lo que yo decía: los ingleses eran gente avanzada y los españoles, brutos y abusadores.
–Esclavitud seguía habiendo en Estados Unidos y en Brasil, que eran países independientes y nunca tuvieron nada que ver con España –aclaró Carbó–. La trata de esclavos la practicaron todos: portugueses, franceses, holandeses, brasileños, norteamericanos… Y españoles y gente nacida en Cuba también, por supuesto. En cuanto al tráfico de peones asiáticos, lo organizaron los propios ingleses con ayuda de comerciantes y funcionarios chinos a quienes no les importó la suerte que iban a correr sus compatriotas. 


Del capítulo 3
"Bienvenidos al fin del mundo"


El taxi colectivo se puso en marcha con una salva de explosiones y humo negro. Crujía como un velero antiguo y con cada irregularidad del terreno hacía saltar a sus ocupantes.  Sin embargo, encaró valientemente las alturas que separaban a Puerto Madre de la zona de farallones y caletas donde se escondía La Chongolina.
–En este paraje despoblado y remoto mis antepasados esperaban escapar de la explotación –explicó Antonio Chong–. La servidumbre de los chinos se suprimió en 1883, tres años antes de la liberación de los últimos esclavos de origen africano. La mayoría de los chinos se fueron a las ciudades, pero mis antepasados prefirieron quedarse entre ellos. Así nació La Chongolina.
–Mi tío es quien mejor conoce la historia de nuestra familia –afirmó Maruchi con orgullo.
–Soy el que más ha leído y el único que ha buscado en archivos y bibliotecas –aclaró el pescador–. Pero nadie cuenta cosas tan interesantes como Mamá Chong. Ella nació en Cantón y es la única de todos nosotros que todavía habla chino.
–Sí –ironizó Maruchi–. Cuando habla.
–Mamá Chong tiene casi cien años y no siempre está para charlas. Pero cuando se presenta la ocasión, vale la pena soportar sus manías.

Fragmento del capítulo 4 "Más preguntas que respuestas"


Paloma se bebía sus palabras con más placer que el café con leche (y eso que estaba muy bueno, aunque demasiado dulce). La abuela de Maruchi, por su parte, estaba encantada con su interés. No venían muchos forasteros a La Chongolina, y extranjera, Paloma era la primera.
–Hoy en día hay mucho respeto por la identidad, las raíces y todo eso. Pero en aquellos tiempos la expresión “diversidad cultural” no significaba nada. Los chupatintas que debían inscribir a los emigrantes hallaban muy difíciles los nombres chinos. Se los cambiaban por algo que les sonara parecido ¡o por lo primero que les viniera a la cabeza! Fue así que acabamos llamándonos Arocha, como yo, o Rodríguez, García y González como cualquier hijo de español.
La abuela se sirvió café y se sentó junto a Paloma.
–Obviamente, también perdimos nuestra cultura. Mi hijo Antonio dice que en La Habana están tratando de revivir el barrio chino que se formó alrededor de la calle Zanja. Pero ya no quedan chinos de verdad. Cuando yo era niña conocí gente que hablaba menos castellano que mandarín o cantonés. Sin embargo, ahora, en cien kilómetros a la redonda, la única que habla chino es Mamá Chong. Ella ha vivido cosas extraordinarias y sabe mucho. Un día de estos te invitará a visitarla…
–¿A mí? –se asombró Paloma–. ¿Acaso sabe que estoy aquí?
La abuela de Maruchi soltó una risa pícara.
–Mamá Chong apenas sale de su casa y habla poco, pero oye mucho. Dicen que sus oídos son tan finos que puede captar cuanta conversación se produce en La Chongolina… y que tiene poderes. ¡Poderes sobrenaturales!
Paloma puso tal cara de estupefacción que la mujer le dio una  palmadita en el brazo, como para devolverla a la realidad.
–No tienes por qué creerme –aclaró–. Somos gente sencilla, aislada del mundo y de sus cosas modernas. Puede ser que le demos demasiado uso a la imaginación… Pero de que Mamá Chong es una persona absolutamente fuera de lo común, no tengas la menor duda.

Del capítulo 8"Misteriosa Mamá Chong"


Todos se preguntaron, inquietos, si el asunto del repelente y la rivalidad con Paloma habían llegado a sus oídos. Pero la centenaria ya decía, como para sí misma:
–La Chongolina tiene un problema con los alacranes. Un problema antiguo…
Creyeron que Mamá Chong iba a hablar de lo ocurrido esa mañana. Pero tras un silencio, tan largo que pensaron que la centenaria se había dormido, su voz resurgió con una entonación completamente distinta, suave y al mismo tiempo cavernosa, como si brotase de un enorme jarrón de porcelana:
–Los primeros chinos que llegaron a esta comarca fueron víctimas de un filibustero; gallego por parte de padre, filipino por parte de madre y malvado por todas partes. ¡Pobres chinitos! Caer en manos de Jefe Escorpión fue lo peor que pudo ocurrirles. El maldito se enteró de que los ingleses se proponían abastecer con chinos el mercado de trabajadores del Caribe, y les ofreció su conocimiento del litoral cubano y del Mar de China Meridional, su habilidad para el comercio ilegal y su goleta Ocamba, enteramente tripulada por bribones.
Mamá Chong hizo una pausa. Su mirada se detuvo tanto tiempo en Paloma y Maruchi que todos tuvieron la impresión de que buscaba en ellas la inspiración para proseguir.
–Largo y penoso era el viaje. Había que atravesar el Océano Índico, contornear África y cruzar el Atlántico hasta los puertos de La Habana o Matanzas. Algunos morían, y los demás llegaban flacos y débiles. Para que soportaran aquellos meses de angustia, Jefe Escorpión ordenó distribuir opio entre los desgraciados chinos. Luego tuvo la idea de dejarles descansar en una isla desierta antes de llevarlos al mercado de braceros. Los chinitos podían bañarse en el mar, tomar sol, recuperarse del mareo y la mala comida de a bordo, y fumar más opio...
–No era tan malo el Escorpión ése –comentó Kilito.
–¡Era el peor de todos! –graznó Mamá Chong–. La salud de los chinitos no le importaba nada. Solo pretendía que lucieran bien para cobrar más dinero por ellos. Sus “buenos tratos” y el opio reducían la desconfianza de sus víctimas, que creían haber pasado lo peor y acababan firmando contratos de trabajo que los convertían prácticamente en esclavos. Gracias a sus trucos, Jefe Escorpión comenzó a obtener mayores ganancias que los demás traficantes. 
La nieta mayor de Mamá Chong entró con una bandeja y varias tazas humeantes. 
–Es la hora de su té, Mamá –dijo en voz baja.
Las tazas eran antiguas, de porcelana, todas diferentes. Alguna estaba un poco rota, pero resultaban un lujo comparadas con los jarritos de lata que usaban los chongolinos. Por el olor, los chicos comprendieron que su infusión no era la misma que llenaba la taza de la centenaria. Una taza grande y dorada, decorada con un dragón... ¿O era un escorpión?
Mamá Chong cerró los ojos y aspiró el vapor que salía de su taza. De los chicos, el único que apreciaba el té era Carbó. Jorge y Kilito intercambiaron una mueca y dejaron las tazas en el suelo. Pero la anciana, siempre con los ojos cerrados, ordenó:
–¡Beban!... Dejar enfriar el té es ingrato, tonto y hasta dañino.
Los cinco sintieron como la infusión corría por sus gargantas, sus estómagos… hasta llevar su calor a las plantas de sus pies y a la raíz de sus cabellos. Tuvieron la impresión de que la habitación se llenaba lentamente de una luz dorada y vaporosa que nada tenía que ver con la lámpara de aceite.
–Jefe Escorpión se convirtió en un hombre rico, poderoso, y compró la isla donde enmascaraba los sufrimientos de los chinitos. Allí, como en los tres barcos que llegó a poseer, sus menores deseos eran órdenes para los marineros, y leyes inviolables para la mercancía humana que le reportaba un cofre de oro por  viaje. Sin embargo, Jefe Escorpión no vivía mejor que cuando era un miserable filibustero. Él no se cubría de oro y terciopelo, como sus lugartenientes, y no comía faisán ni bebía coñac francés como ellos. A él lo que le gustaba era el poder, ejercer su autoridad sobre todos y sobre todo: fueran quienes fueran, fuese lo que fuese. Por eso, aunque ya había cumplido ochenta años, seguía capitaneando su goleta Ocamba, y mandando como un rey en su isla de opio y mentiras…
–La Isla de las Alucinaciones –musitó Carbó.
Mamá Chong lo miró como a alguien que te cuenta el final de la película justo cuando entras al cine.
–Nadie sabe cómo murió Jefe Escorpión –dijo con cierta brusquedad–. Eso ocurrió mucho antes de que me trajeran a Cuba, siendo una niña. Cuando los mayores hablaban del asunto nunca se ponían de acuerdo: unos pretendían que un rayo bajó de un cielo perfectamente despejado para incendiar la goleta, o que ésta se estrelló contra unos arrecifes surgidos de repente en un mar apacible. Otros hablaban de un motín de la tripulación, porque Jefe Escorpión también maltrataba a la marinería, o de una rebelión de chinitos, al fin hartos de mentiras y privaciones.
Mamá Chong cerró la boca, cerró los ojos y hasta pareció desaparecer dentro de aquel sillón suyo, tan parecido a un armario. Los chicos tuvieron la impresión de estar solos en la habitación, que de nuevo se había vuelto oscura y ya no olía a té, sino a las flores secas que colgaban del techo.
Pero de repente la anciana estaba ahí, con los ojos bien abiertos y hablando con su voz susurrante como la seda cruda.
–La súbita desaparición de Jefe Escorpión y sus hombres solo aumentó los sufrimientos de la última partida de chinitos. Se encontraron solos en la isla, sin alimentos y sin embarcación en la cual tratar de alcanzar la tierra firme. Muy pocos sabían nadar y ninguno conocía las traicioneras aguas, infestadas de tiburones. Los que intentaron la travesía, a nado o en una improvisada balsa, no llegaron a ninguna parte. La mitad de los chinitos era moribunda o cadáver, cuando apareció uno de los clientes de Jefe Escorpión, extrañado de no recibir el cargamento prometido. Arramblaron con los que todavía eran capaces de trabajar, y a los demás los abandonaron a su fatal destino.
Mamá Chong hizo otra pausa larga. A veces daba la impresión de que le faltaba el aire o le fallaba la memoria. Sin embargo, cuando hablaba de nuevo su voz era tranquila y segura; como si leyera un libro invisible, suspendido a la altura de sus ojos.
–La Isla de las Alucinaciones tendría que estar sembrada de esqueletos. Pero como es una tramposa, nunca se ha encontrado un hueso humano en su suelo. Y tampoco se ha descubierto el menor rastro de naufragio o de los cofres de oro que Jefe Escorpión debió dejar enterrados.
Esta vez Mamá Chong estuvo callada más tiempo. Los chicos se miraron, preguntando sin palabras si la extraña visita había llegado a su fin. Como una señal, escucharon abrirse la puerta de la casa. La luz del mediodía se filtró hasta el sillón, tan parecido a un armario, desde donde la anciana les había estado hablando.
Pero allí no había nadie. Solo un chal de seda gris, como un jirón de niebla, cubría el asiento.
–Vuelvan a visitarme un día de éstos…
La  voz de Mamá Chong les llegó desde el otro extremo de la habitación. Allí estaba más oscuro que en el sillón-armario, pero tuvieron la impresión de hallarse ante otra persona: más alta, más corpulenta y mucho menos vieja.
–… estoy segura de que tendrán preguntas que hacerme.
–¡Precisamente! –dijo Jorge precipitadamente–. Todo el mundo asegura que la Isla de las Alucinaciones está maldita y que no debemos visitarla.
Mamá Chong se dio vuelta y, sin contestar, se perdió en las sombras del pasillo. Pero cuando los cinco chicos estaban por abandonar la casa, escucharon su voz, lejana, pero nítida:
–La Isla de las Alucinaciones y la Chongolina están separadas por un acantilado mudo y un mar engañoso. Pero lo que separa, une… Mi padre y sus hermanos fueron prisioneros de esa isla. Sin embargo, cuando ganaron la libertad escogieron rehacer sus vidas aquí; tan cerca, pero tan lejos… Si van, tengan mucho cuidado. Sobre todo ustedes dos, Maruchi y Paloma.
las dos ediciones francesas de Mi tesoro te espera en Cuba
(en francés: Cuba, destination trésor
publicadas por Hachette. París, en 2000 y 2003

http://auteurjeunessedecuba.blogspot.com/p/cuba-destination-tresor.htmlhttp://elpajarolibro.blogspot.fr/p/mi-tesoro-te-espera-en-cuba-de-joel.html



Mi tesoro te espera Cuba recibió en 2001 el Premio de la Ville de Cherbourg , concedido por niños de 29 de las 30 escuelas de Cherbourg y Octeville (Normandía). En ese mismo año, mi novela fue cuarta finalista del Prix des jeunes lecteurs que conceden comités de lectura integrados por chicos de toda Francia.


Ilustración de tapa de la primera edición en castellano de "Mi tesoro te espera en Cuba"
Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 2002

Evidentemente, el ilustrador argentino de esta versión se basó en viajas publicciones chinas
para concebir la imagen de Maruchi Pérez Chong. 


La edición actual de "Mi tesoro te espera en Cuba"
Edelvives. Zaragoza, 2008
con una triste foto por tapa y sin ilustraciones


幻觉

Chinos y cubanos en la Feria Internacional del libro de La Habana 2018

$
0
0



FERIA DEL LIBRO DE LA HABANA 2018: EL UNICO CUBANO CON TRES LIBROS EN CHINO

UN CUENTO CHINO

Grande fue mi sorpresa al descubrir en la XXVI Feria Internacional del Libro de La Habana la versión china de mis libros  “Gatito y el balón”, “Gatito y las vacaciones” y “Gatito y la nieve”. Esta serie de cortas historias para prescolares con ilustraciones de la alemanaConstanze v. Kitzing fue estrenada por la editorial española Kalandraka entre 2012 y 2015. Inicialmente publicada en las lenguas oficiales de la península ibérica, ha sido también traducida al inglés, el francés, el portugués, el italiano y el coreano.



Mis tres libritos no se hallaban a la venta sino expuestos en la vitrina “Traducción mutua entre ChinayCuba”, a la entrada del vasto espacio ocupado por el país invitado de la vigesimosexta edición de la FILH. Hasta donde pude comprobar, fui el único cubano con libros infantiles en la muestra, el único con tres libros y el único vivo, entre figuras emblemáticas como José Martí, Ernesto Guevara, Fidel Castro y el clásico decimonónico “Cecilia Valdés”.





Yo sabía que el primer libro de la serie había sido publicado en China, pero ni siquiera había visto una imagen de tapa, y mucho menos sabía que la segunda y tercera aventuras de Gatito ya estaban en la lengua de Confucio. Al orgullo de descubrirlos como únicos representantes de toda la literatura infantil y juvenil cubana en la edición china, se mezcló la frustración de no poder cogerlos en mis manos y hojearlos por primera vez, pues la vitrina estaba herméticamente cerrada.

Todos los libros del espacio consagrado a la República Popular China que estaban en mandarín poseían una tarjeta con datos en castellano. Pero algunas de esas tarjetas no facilitaban más que título y editorial, y en ese caso se hallaban los míos. Por eso, solo alguien que hubiera visto las tapas (prácticamente iguales en todas las lenguas) que he colgado en la web y ofrecido a alguna biblioteca cubana  hubiera podido reconocer los libros e identificar a su autor. En un primer momento me sorprendió que ninguno de los escritores, editores, promotores y otros profesionales que visitaron el stand de China, sintiera curiosidad por saber quién era el autor (de tres títulos, nada menos) que se osaba poner junto a Martí, Villaverde, Fidel o el Che. Hubiera bastado con preguntaro a los estudiantes de chino que atendían el stand.

Si en el espacio consagrado a China había centenares de títulos (pocos en castellano, algunos en bilingüe inglés-mandarín), las tres vitrinas de “Traducción mutua entre China y Cuba” contenían demasiados pocos títulos para no que no llamaran la atención los únicos inconfundiblemente consagrados a la infancia, tan distintos de las tapas más bien severas de la predominante literatura política o informativa.

Solo descubrí mis libros unas horas antes de que la vitrina fuera desmantelada y los ejemplos de “traducción mutua” fuesen empaquetados (para ser enviados a la embajada china, al Instituto Confucio y a la Biblioteca Nacional, me dijeron). Me hubiese encantado hablar con mi editor, de estar presente, y presentarle –a él o a otro de sus colegas-mi novela La Isla de las Alucinaciones (Premio Avelino Hernández de Novela Juvenil 2016 en España). Esa obra, publicada en agosto pasado por la editorial Premium (Sevilla) concede un importante lugar a la emigración china en la Cuba de los siglos XIX y XX.

(mi cuarto libro en chino)

Probablemente nunca sabré si tuve cerca al editor de tres de mis cuatro libros chinos (el otro es El paraguas amarillo, también estrenado por Kalandraka en 2012), pues me dijeron que a los dos días de inaugurada la feria, casi toda la importante delegación asiática había abandonado Cuba. Y eso que la FILH había sido adelantada para no coincidir con las celebraciones del Año Nuevo Lunar.   

En resumen, que nadie me avisó: ni la editorial china a través de mi editor español (que al cederle los derechos le comunicó, visiblemente, mi nacionalidad), ni la cámara cubana del libro (que probablemente recibió una lista de los autores cubanos traídos por la delegación asiática) ni alguno de los muchos periodistas o funcionarios cubanos que debieron interesarse en el asunto.

En todo caso: que me quiten lo bailao… al son de la corneta china.

UNA MERIENDA DE LOCOS BASTANTE CUERDA

Mesa de autores de ciencia-ficción, fantasy y terror. Al micrófono la subdirectora editorial GretelAvila.

El Encuentro teórico “Una merienda de locos. Niños autores y libros” que organiza la editorial Gente Nueva para presentar y debatir la actualidad del libro para niños y adolescentes, reflejó en esta décimo segunda edición los aires de cambio que mueven a su actual directiva, al tiempo que cerró las celebraciones por el cincuentenario de una editorial que no es solo la más antigua del país, sino la única especializada en libros para niños y jóvenes con categoría nacional.

Durante las dos jornadas en el ya habitual escenario de la Sociedad José Martí, se abordaron temas relacionados con el mercado del libro, el diseño e ilustración, las fronteras de la LIJ y las literaturas fantástica, de ciencia-ficción y de terror. También fue la ocasión idónea para la entrega de los premios La Edad de Oro (concurso de manuscritos más importante del país, que abarca todos los géneros en grupos que se alternan año sí, año no) en novela (EldysBaratute), álbum ilustrado (Alberto Peraza y Yan Carlos Perugorría) y poesía (José Raúl Fraguela),siendo presentados libros de la edición precedente porYoss (José Miguel Sánchez) en ciencia-ficción y Valerio (Yunier Serrano) en libro para prescolares. Igualmente se entregaron los premios La Rosa Blanca que concede la sección de literatura infantil de la Unión de Escritores a los mejores libros publicados en el año (la presidenta de la sección deploró la imposibilidad de incluir las categorías de diseño, al no estar integrada esta profesión a la UNEAC).

Fraguela, Peraza y Perugorría con sus diplomas de La Edad de Oro

Durante mi intervención en la mesa sobre el mercado del libro y la relación autor-editor/autor-lector contrapuse mi experiencia con editores de diversos países a la expuesta un momento antes por Yoss (en el sentido de una fuerte intervención del editor occidental en los libros que se le proponen). Por otra parte, insistí enlas reservas que tengo respecto a la “anualidad” del libro cubano. Cada año el grueso de los títulos cubanosse publicado en diciembre-enero, con vistas a la cadena de eventos literarios que se extienden de la Feria Internacional del Libro de La Habana, a principios de febrero, a la feria del libro de Santiago de Cuba, en mayo. La presión es muy fuerte sobre el personal editorial, sobre la industria poligráfica y sobre la promoción, generando cuellos de botella y stress en la poligrafía y la distribución. Por hábito, por necesidad o por costumbre, los libros son tratados como frutos anuales que doce meses después han desaparecido totalmente del mercado, o no gozan de atención alguna. El resultado es un excesode títulos de tiradas cortas que raramente cubren los gastos,que reportan insuficientes ingresos y satisfacciones espirituales a sus autores.

En Cuba raramente se reedita un título, sea cual sea su comportamiento comercial, y no se pagan derechos de autor porcentualessino cantidades fijas, a modo de anticipo y en sumas que nada tienen que ver con la realidad de costos y beneficios. Los escritores que pretenden vivir de su obra se ven obligados a incrementar el ritmo de escritura (con la consecuente pérdida de rigor estilístico, variedad temática y solidez argumental), mientras que editores, ilustradores y diseñadores trabajan a una velocidad que perjudica la calidad editorial; por su parte, los lectores “sueltan el bofe” tratando de conseguir un ejemplar de tiradas que no alcanzan, y los críticos y periodistas tienen que dejar pasar en silencio una gran parte de dicha producción precipitada y efímera. Por si no fuera poco, el Estado se ve obligado a subvencionar libros que, si se imprimieran en suficiente cantidad y con mayor respeto de la demanda, tendrían mayores posibilidades de ser rentables.El otro problema es que el grueso del papel que se consume en Cuba es importado, pagándolo en divisas, mientras que los libros se venden fundamentalmente en moneda nacional –no convertible– y muy por debajo del precio de costo. El nudo gordiano se cierra en torno al hecho de que la mayoría de los libros cubanos no tiene calidad para ser exportado y que la producción nacional, dominada por un exceso de publicaciones de carácter político-ideológico, no se completa con títulos importados, cuyos precios –de todos modos– muy pocos cubanos podrían abonar.

En compañía de Yanira Morejón, editora de segunda versión cubana de La leyenda de Taita Osongo quien lamentó que no se nos hubiera entregado, ni a la editorial Matanzas ni a mí constancia alguna del premio La Rosa Blanca otorgado en 2016 a dicha novela.

Sin miedo a herir susceptibilidades, repetí lo que ya he escrito en algún sitio: demasiados autores de talento se ven coartados a proponerobras sin las necesarias inspiración y originalidad, por no haberles consagrado el tiempo necesario a su maduración; algo que se podría evitar pagando mejor libros que, con mayores tirada y tiempo de explotaciónalcanzarían mayor número de lectores, y dispondrían de mejor crítica y promoción. También los editores, ilustradores, diseñadores e impresores disfrutarían de mejores condiciones para realizar su trabajo. Mejoradaptadas a la demanda y a las necesidades de la población, nuestras literatura y edición mejorarían su salud, y la cadena completa del libro resultaría más económicamente viable y eficaz. El Estadoeconomizaría logística y hasta salarios al tiempo que todos, desde los autores e ilustradores hasta el último almacenista o librero, ganarían más por una cantidad de trabajo igual.

El sistema mismo de las ferias del libro debería pasar a una frecuencia bienal, realizándose en el año sin feria un programa de festivales literarios menos costoso y no menos productivo en el plano cultural.

El carismático escritor EldysBaratute hace reír a sus compañeros de mesa, mientras la chistera del sombrero loco de Alicia en el País de las Maravillas justifica el sobrenombre de “Merienda de locos” recibido por el Encuentro desde sus orígenes.


DE VUELTA A LA FERIA


En 2018la Feria Internacional del Libro de La Habana propuesto a los lectores un número de títulos inferior al del año pasado. No que los planes fueran menos ambiciosos, sino que las diversas dificultades económicas resultantesdel endurecimiento del embargo por el gobierno de Donald Trump y el huracán Irma, así como las exigencias en papel de la campaña electoral en curso, han impedido el cumplimiento de los planes.

Entre las víctimas de los atrasos editoriales se encuentra mi único libro cubano del año: Aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho (Editorial Capiro, Santa Clara). Su lanzamiento nacional estaba anunciado el jueves 8 de febrero en la sala Tesoro de Papel del recinto ferial de La Cabaña. Acudí a la cita para no hacer mentira El Cañonazo (órgano oficial de la FILH… queno debe su nombre a lahistoria militar del monumento que acoge la feria, sino al tradicional cañonazo que desde sus baluartes anuncia a la capital que son exactamente las nueve de la noche). Me vi forzado a cometer, como en2015, cuando tampoco llegó a tiempo mi noveletaConcierto nº7 para violín y brujas, una “presentación surrealista”; es decir, el lanzamiento de un libro que aún no existe, que nadie puede ver ni tocar y que solo podrá ser leído… cuando dios quiera (y el dios del libro cubano es griego: no tiene calendario).
Los adolescentes asistentes a los talleres del espacio Tesoro de Papel y algunos de sus coordinadores adultos escucharon con ejemplar cortesía cuanto quise contarles de mi colección de cuentos policíacos protagonizados por dos jovencitos de la Cuba actual cuyas aventuras se inspiran en algunas de las más famosas creadas por sir Arthur Conan Doyle para Sherlock Holmes y el doctor Watson. Además de adaptados a las posibilidades e intereses de chicos de doce años, mis cuatro historias tienen un reconocible escenario villaclareño (raramente representado en libros juveniles). Quise creer que alcanzaría a presentar mi …Sheila Jólmez… en alguna de las ferias que tendrán lugar hasta el 20 de abril, cuando cojo el avión de regreso a París; pero es muy probable que ni siquiera alcance a tener unprimer ejemplar en mano, pues la feria de Santa Clara, donde radica su editor, ha sido desplazada a la última semana de abril... aparentemente con la esperanza de conseguir el papel y la capacidad poligráfica necesarias.

tapa que no llevará mi libro. Por un error de edición, el diseñador utilizó la segunda de mis propuestas y no la definitiva y mejor (las desgracias nunca vienen solas)

 





tapa que finalmente ha previsto la editorial Capiro




El 8 de febrero, una hora después de presentar mi libro fantasma en La Cabaña, llegué a la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, a varios kilómetros de distancia, para presentar la novela El paraíso de Jesús Arcángel(Ediciones Unión) de mi amigo (y esta vez no colega, pues se trata de una de sus novela para adultos), Luis Cabrera Delgado. Casualmente, esta obra también tiene a Santa Clara por escenario; pero las calles, barrios y edificios han recibido, como los personajes, nombres bíblicos; lo que consolida la intención desmitificadora de esta singular novela picaresca de Cabrera Delgado.

Al carecer de tiempo para terminar de recorrer la feria el jueves, volví al día siguiente a atravesar el túnel bajo la bahía de La Habana. Compré algunas ediciones cubanas que no había visto en mis dos visitas anteriores; entre ellas cuatro títulos de la cuidada colección de cuentos para dibujar “Espejo”, de Ediciones de la Luz (Holguín), y un excelente diccionario de cubanismos, así como un puñado de libros extranjeros, nuevos o de segunda mano, que se venden en C.U.C. (el mal llamado “peso convertible”) y que destiné a mi hermana y sobrinos; voraces lectores a quienes no satisface la poco lúdica oferta editorial cubana.

Solo cuando estaba por terminar mi visitaentré al fin al amplio espacio consagrado a la República Popular China, país invitado de honor de la XXVI Feria Internacional del Libro de La Habana. Según la prensa, se exponían allí un millar de libros chinos; en su mayoría impresos en la indescifrable caligrafía delCeleste Imperio. Pese a la imposibilidad de leerlos, los examiné parsimoniosamente, tratando de comprender por las ilustraciones, el formato y los escasos datos en castellano, algo de las tendencias de la edición china actual; sobre todo de lo que se destina a niños y adolescentes.


Ya me referí antes a la agradable sorpresa que me esperaba a la entrada del stand: tres de mis cuatro libros chinos estaban expuestos junto a un par de clásicos cubanos y textos de figuras políticas, y a material diverso de las ediciones chinas en castellano.

No había tantísimos visitantes en los puntos de exposición y venta dedicados a la República PopularChina. Ignoro qué acogida habrán tenido los títulos de ese país editados enCuba, pero es de suponer que, dado lo poco que conocemos de dicha literatura y, es mi impresión, laineficiente promoción, el exótico invitado de lavigésimo sexta FILH no será de los que mayor huella dejeen el lector cubano.Me parece que la India, invitado oficial en 2015, logró un mejor impacto… aunque nunca comparable con invitados de nuestra lengua y área geográfica y culturalcomoMéxico, Ecuador o Venezuela.

Como aún ignoraba que no quedaba editor chino alguno en La Cabaña, volví una vez más el sábado, penúltimo día de la feria. El contenido de la vitrina “Mutua traducción entre China y Cuba” había desaparecido y no pude consolidar mis impresiones de la víspera, así que tras intercambiar impresiones con los chinos (escasos)y cubanos que se ocupaban del stand, me fui con mi música a otra parte.

Como suele ocurrir los fines de semana, había muchísima gente y era suicida adentrarse en los angostos pasillos y celdas de piedra donde se acumula la oferta de libritos infantiles de texto indigente y colores chillones, diccionarios baratos, falsos best-sellers, libros de autoayuda o manualidades que arrebatan 3, 5 y más dólares a una horda de no-lectores (tan fieles a esa subliteratura como a la oferta recreativa y gastronómica que invade los accesos a la fortaleza).No soy el único que no comprende que la Cámara del Libro, el Instituto Cubano del Libro y otras entidades organizadoras de la FILH acepten pasivamente la captación (monetaria y cultural) de los cubanos con menos solidez intelectual por estos nuevos colonizadores, que cambian espejitos y trapitos de colores por las pepitas del C.U.C. (peso convertible). Sin dudas, la cifra de visitantes de la feria bajaría considerablemente sin el llamado de sirena de esos libros sin ambición; pero aumentarían las posibilidades de que esos no-lectores se encontraran con las gemas que, pese a todo, la edición cubana ofrece o puede ofrecer. Lo prueba el abundante público que acude al Pabellón Cuba, principal subsede de la feria habanera, y el que acude a las 16 ferias provinciales del libro, donde no hay pacotilla impresa.

Los accesos de La Cabaña colapsan ante el asedio de miles de personas… que no siempre compran libros

En mis cuatro visitas a la FILH pude comprobar que las salas de presentaciones y debates solían estar medio vacías, y no fueron excepción los dos únicos eventos externos en los que participé: el lanzamiento de un libro para adultos de mi colega, amigo y paisano Luis Cabrera Delgado en la sede de la Unión de Escritores y Artistas, en el Vedado, y el XII Encuentro de Literatura Infantil y Juvenil “Una merienda de locos”, que organiza la cincuentenaria editorial Gente Nueva (única nacional especializada en libros para chicos) en la Sociedad Cultural José Martí, también en el Vedado.

En el Encuentro de LIJ había un aceptable número de personas al menos en parte de la jornada. Pero cada año somos más o menos los mismos: en su mayoría autores, ilustradores, profesionales de la edición y algunos promotores. Es una pena que los criterios que allí se intercambian sobre distintos aspectos de la creación y recepción del libro para niños y adolescentes no sean aprovechados por una mayor cantidad de esos maestros, bibliotecarios -públicos y escolares- y otros profesionales de la infancia y el libro que tanto necesitan mejorar su formación e información. En un país donde es tan fácil sacar a un trabajador de su área de trabajo, resulta inexplicable el despilfarro de talentos en beneficio de pocos.

Las presentaciones de libros de las “ediciones territoriales” suelen estar entre las más concurridas de la FILH. Es lógico puesto que desde la provincia en cuestión –en la foto, Cienfuegos- viene un ómnibus lleno de escritores, profesionales del libro… y algún amigo o pariente que aprovecha la ocasión para visitar la feria.

Pero estaba hablando de mi última visita a La Cabaña. Al salir del pabellón chino me dirigí a la sala de encuentros profesionales donde estaba anunciada una mesa sobre el diseño del libro con la participación de José Alberto Menéndez Sigarroa, Premio Nacional de Diseño, el director del Plan de Lectura, Enrique Pérez Díaz, y el director de Ediciones Matanzas Alfredo Zaldívar. Este último declinó la invitación por no considerarse idóneo para abordar el tema, y Enrique me invitó a sumarme a la mesa, afirmando –con extrema generosidad- que mis experiencias como ilustrador y con editores de varios países, me permitirían decir cosas de interés sobre el asunto. Lo cierto es que ya unos días antes en la “Merienda de locos” yo había compartido con mis colegas algunos conceptos y experiencias adquiridos en Francia, Argentina y España, y al repetirlas, ahora con más claridad, aporté la conceptualización que había faltado en las intervenciones de mis dos colegas de mesa, que más habían abundado en lo anecdótico y en el pasado del diseño (indiscutiblemente mejor) del libro en la Cuba revolucionaria. 

El público terminó siendo más numeroso de lo previsto, y vi varios jóvenes –probablemente estudiantes de diseño– tomar nota. Tras algunas preguntas de la asistencia, en particular sobre los aspectos teóricos o sobre el panorama internacional, un periodista del Noticiero Cultural de televisión entrevistó a Enrique Pérez Díaz y al Premio Nacional de Diseño. Como suele suceder con todos los cubanos residentes en el exterior, quedé excluido del medio de comunicación masiva de comunicación de nuestro país (una amiga me comentaría, más tarde, haber escuchado una frase –dudoso resumen de mi intervención– en Radio Reloj.

La Habana, marzo de 2018

Carta a Andersen

$
0
0

EL DIA INTERNACIONAL DEL LIBRO INFANTIL se celebra cada año en Cuba con la lectura, por uno de los escritores del país, de una "Carta a Andersen".
Este año fui seleccionado para presidir una actividad que, por iniciativa de la Sección de Literatura Infantil de la Unión de Escritores y Artisas de Cuba, reúne a escritores, editores, promotores del libro infantil... y, por supuesto, niños.

 He aquí el texto de mi mensaje:


                                                                                                               La Habana, 2 de abril de 2018


Querido Hans Christian,

¿Recuerdas nuestro encuentro en el jardín de la catedral Sankt. Knud hace… hace… ¿cuánto tiempo ya…? Veintiséis años... ¡Cómo pasa el tiempo!

Aquella noche solo estaba yo… o eso creí… en el jardín detrás de la catedral, cuando sonaron las campanas, indicando que eran las nueve de la noche de mi primera jornada en Odense, tu ciudad natal… ¡y ocurrió el milagro!

Hacía ya seis meses del día en que llegué a Copenhague y, antes de preguntar dónde se comía y se dormía, pregunté dónde estaba la tumba de Andersen. En mis primeros días en la ciudad a la que marchaste apenas adolescente en busca de la gloria, visité tu hermosa estatua junto al ayuntamiento, tu tumba en el cementerio de Assistens, tu última residencia en el pintoresco barrio portuario de Nyhavn, el Teatro Real donde quisiste ser bailarín, actor y cantante, y donde al fin conseguiste estrenar alguna de tus obras teatrales, antes de que fuera en los cuentos (para adultos primero y para niños después) los que te consagraran entre tus compatriotas y ante la Humanidad. Y, por supuesto, el Parque Tivolí, que tanto te gustaba y que te inspiró “El ruiseñor”, cuento que nuestro Martí escogiera para su revista La Edad de Oro.
Pero quizás la cosa más extraordinaria que me ocurrió al inicio de los tres años que pasaría en Dinamarca fue que el apartamento donde viví allí estaba en Odensegade, la calle que lleva el nombre de tu natal Odense y que está situada en el barrio de Osterbro, muy cerca de  la estatua de tu más famoso personaje, la Sirenita.

En realidad, lo nuestro venía de mucho antes, puesto que entre los primeros cuentos que leí en mi vida estaban los tuyos, primero en las versiones que hizo Herminio Almendros en su popular libro “Había una vez”, y luego en las mimadas traducciones de nuestro gran poeta Eliseo Diego. Todavía niño leí tu biografía “El cuento de mi vida”… Pero no fue hasta que llegué a Dinamarca que te conocí realmente. No solo compré y leí la cuidada edición francesa de tus Obras Completas, con todos tus cuentos y algunas de tus novelas y relatos, sino varias biografías y algún estudio. 

Fue entonces, en la Copenhague de tus delirios, sufrimientos, denuedos y, al fin, triunfos, que comprendí realmente tu obra… y lo que me unía a ti: esa manera entonces novedosísima de expresar toda tu alma, con sus luces y sombras, en un “simple” cuento para niños. Fue allí en mi buhardilla de Odensegade, tras leer o releer, en magníficas traducciones al español, el francés o el inglés ¡y hasta en danés!, tus mejores cuentos… que escribí mis primeros libros verdaderamente  personales: “Los cuentos del mago y el mago del cuento” y “Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan de los Palotes”…  en un estilo próximo al tuyo y que he llamado “fantasía comprometida con la realidad”.

Cuando la Sección de Literatura Infantil de la UNEAC me invitó a leer ante tu estatua habanera un mensaje por el Día Internacional del Libro Infantil, que se celebra cada 2 de abril, fecha de tu natalicio en 1805, acudió a mi mente y a mi corazón, pese al radiante sol y agobiante calor cubanos, el  recuerdo de aquella fresca noche de Odense, cuando las campanadas de Sankt Knud hicieron vibrar tu estatua, revelándome tu presencia –no en cuerpo, pero sí en alma, tu alma ardiente de danés universal. 

Aquel día –hace exacta e te 26 años- yo había había seguido tus huellas por tu casa natal, hoy maravilloso museo,  la casita minúscula y tierna donde pasaste tu humilde e inspiradora infancia y el “Paseo de los Filósofos”, en las bucólicas orillas del río. Ya de noche y a punto de dejar la ciudad, me detuve a la sombra inmensa de la catedral gótica, dispuesto a sostener una conversación mental con tu estatua… ¡Y ocurrió el milagro!

El silencio de la noche fue roto por las campanadas y tras un imperceptible temblor en el reverdecido bronce de tu efigie… ¡escuché tu voz! Tu hermosa voz: profunda, suave, seductora, tal como la describieran aquellos que tuvieron el privilegio de escucharte en lecturas públicas, conversaciones en burgueses salones y aristocráticas cortes, o cuando –en la intimidad de unos niños de tu afecto- contabas tus maravillosas historias.

Y tu voz me incitó a continuar arando la blanca tierra de los libros, avanzando por la senda que rociaste con lágrimas y estrellas, a fin de ofrecer a los más necesitados –los niños- un mundo mejor: un mundo de palabras y sueños, hecho para lavar a la realidad de sus cicatrices y donde siempre pueda germinar el amor.

Un cálido abrazo, 

                              tJoel Franz Rosell





Aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho

$
0
0
Aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho
es mi más reciente libro, publicado en Cuba por Ediciones Capiro con copywrite 2018, pero que ha sido impreso en abril 2017.

Aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho
Ediciones Capiro (colección Taita)
Santa Clara, abril de 2018
Ilustraciones del autor

Como ocurre en la casi totalidad de las historias (cuentos y novelas) de su modelo Sherlock Holmes, las aventuras de Sheila Jólmez son narradas por su amigo el docto Juancho (inspirado evidentemente en el doctor Watson). Si el doctor Watson no parece sufrir de cuestionamientos literarios, el docto Juancho parece tomar más en serio su vocación literaria, y su admirada Sheila manifestarle puntos de vista exigentes en la misma materia. Por ello, la cuestión del estilo es evocada en la breve introducción:

El modesto volumen que el lector tiene en sus manos contiene los cuatro primeros casos de Sheila Jólmez… Aunque no se debe excluir la posibilidad de que mi singular amiga, quien une a sus extraordinarias dotes de observación y deducción una ejemplar modestia y una cierta predilección por el secreto, haya protagonizado antes hazañas que me son desconocidas.
Sheila es, hasta el momento, la detective más joven del mundo, pero no por ello es la menos brillante y experimentada. He tenido el honor de vivir junto a ella aventuras tan apasionantes como las aquí relatadas… sin ir más lejos

Mis lectores santaclareños reconocerán fácilmente algunos lugares, nombres y sucesos de su ciudad, mientras que otros les parecerán extranjeros o enteramente salidos de mi imaginación. Esto se debe a que la divulgación de algunos detalles de los casos brillantemente resueltos por Sheila Jólmez es de momento imposible sin poner en peligro la reputación o la seguridad de ciertas personas. De ahí que me haya tomado lo que en literatura se conoce como “licencia poética” y que nada tiene que ver con la poesía sino con la libertad que posee todo escritor, incluso simple aficionado como yo, de borrar las huellas de su “crimen” de papel y tinta...
(fragmento escogido por la editorial como nota de contratapa)

En realidad no me parece enteramente satisfactoria la elección de ese fragmento, puesto que en él, el tono es un poco más lento que en los cuentos propiamente dichos, caracterizados por una acción más pura. Este es el "verdadero" comienzo de la trama:

 una niña fuera de lo común

Era la tercera vez en diez días que yo terminaba la jornada en la enfermería del colegio. A medida que se acercaba la hora de la salida, comenzaba a sentir mareos, sudores fríos y deseos de vomitar o de correr hacia el inodoro más cercano.
–¿De nuevo tú? –exclamó la enfermera al verme llegar, sostenido por dos compañeros de aula cuyos nombres todavía no había tenido tiempo de aprenderme–. Esta vez voy a tener que llamar a tus padres.
–Por favor, señorita –supliqué mientras me desplomaba en la cama–. No moleste a mi mamá. Ya se me pasa…
–Se te pasa, se te pasa… ¡hasta la próxima vez! –rezongó la enfermera–. Lo tuyo debe ser un virus y tus padres tienen que llevarte al médico.
–Es que mi madre está muy ocupada. ¿Para qué darle más motivos de inquietud?
–Bueno, tómate esto y cuando te sientas mejor, seguimos discutiendo.
La enfermera me dio un vaso en el cual se disolvía un medicamento efervescente y, tras ayudarme a tenderme, se volvió hacia la otra persona que se hallaba en la enfermería.
Era una niña tan delgada que parecía más alta de lo que ya era. Su nariz, fina y levemente encorvada, hacía más visibles unos ojos grises y penetrantes a los que, incluso sin darse ínfulas de escritor, cualquiera atribuiría una “mirada de águila”.
–Y tú, dame acá ese dedo para desinfectarlo –le espetó la enfermera–. No comprendo qué te ocurre últimamente, Sheila. Siempre te creí una de las alumnas más inteligentes y mañosas del colegio; pero hoy te has cortado y ayer te caíste de un muro... al que no sé por qué diablos tuviste que trepar. Sin mencionar que la semana pasada te quemaste con ácido en el laboratorio de química… donde tampoco tenías por qué estar, puesto que no comenzarás esa materia hasta el año que viene. Y antes, ¿qué fue lo que hiciste…? ¡Ah, sí! Golpeaste con un palo, con un tubo de goma y con una cuerda a varios de tus compañeros… ¡O sea que eres un peligro público, además de un peligro para ti misma!
La enfermera no había alzado los ojos del dedo que estaba desinfectando y no advirtió que la niña sonreía: ¡como si en vez de fechorías le estuviera recordando honrosas hazañas! Por mi parte yo no veía qué podía en todo aquello ponerla de buen humor.
–Ya está. Quédate tranquila un rato, con el dedo en alto, para que la sangre no haga presión sobre la herida –suspiró la enfermera. Y volviéndose hacia mí, exigió con un tono que no admitía réplica–. Dame el número de tu mamá.
Saqué mi agenda de bolsillo y se la entregué, abierta por la primera página.
–Aquí tiene, señorita.
La enfermera hizo una mueca y gruñó:
–Llámame “enfermera” o “doña Nursy” como todo el mundo.
La sonrisa maliciosa volvió al rostro de Sheila y otra vez me quedé sin comprender por qué.
–Voy a llamar –dijo la enfermera. Pero antes de salir se volvió hacia su otra paciente–.Y tú no te muevas de esa silla. No te pongas a curiosear ni toques nada, ¿entendido?
No debía estar a tres metros de la puerta, cuando ya Sheila había abierto un cajón y se ponía a examinar los instrumentos médicos. Lo que más le interesó fueron unas curiosas tijeras que al mismo tiempo eran pinzas.
–¡Ten cuidado con eso! –susurré.
–No pasa nada –replicó Sheila con un tono que no tenía nada de tranquilizante–. No soy ni torpe ni violenta. Simplemente hago experimentos. Suelo probar conmigo misma, pero de vez en cuando necesito colaboración ajena para poder observar fría y objetivamente los resultados. Un detective tiene que saber mucho sobre contusiones, heridas, cicatrices…
–¿Detective? –repetí sin poder aguantar la risa–. Yo diría que tienes doce años.
–Doce años y cinco meses –precisó Sheila–. La vida es muy corta: si aspiras a ser bueno en algo, empieza ya.
Estuve a punto de preguntarle: “¿Quieres ser detective cuando seas mayor?”, pero me contuve a tiempo. No solo estaba claro a qué aspiraba, sino que se consideraba suficientemente mayor.
–Y aprende de una vez que no se habla de edad a las damas. ¿Cómo se te ocurre decirle “señorita” a una cincuentona? Todo el mundo sabe que a doña Nursy no se le puede recordar que nunca se ha casado ni tiene pareja. Y no te justifiques diciendo que eres nuevo en el colegio. Tú vienes del norte de la provincia y no de otro planeta.
–¿Cómo sabes…? –comencé estupefacto, pero me interrumpió con un encogimiento de hombros y un movimiento de cabeza perfectamente sincronizados.
–Que eres nuevo se nota en tu manera de mirarlo todo y en cómo tratas a la gente…
–Sí, pero ¿cómo sabes que vengo de Motembo?
–Ah, claro, Motembo… –comentó Sheila lentamente, como tomando nota–. El lugar exacto no lo había determinado, pero sí que era un pueblo chiquito donde la tierra es roja…
–¿Y cómo diablos sabes que la tierra de mi pueblo es roja? –la interrumpí cada vez más asombrado.
–Por mucho que hayas lavado tus zapatillas, en los surcos de las suelas han quedado restos de esa arcilla roja que en nuestra provincia solo abunda por el noroeste. Por supuesto, alguien que hubiera estado unos días en esa región también tendría restos de tierra roja en las suelas; pero tus cordones, que fueron blancos, han cogido un tinte rosado que indica que has pisado tierra colorada durante mucho más tiempo. Si observas las zapatillas de nuestros compañeros de colegio, verás que sus cordones se han vuelto grisáceos, como ocurre con todo calzado de ciudad.
 –¿Y por qué no podría yo venir de Matanzas donde, como tú misma has dicho, la tierra es igual de colorada que en Motembo?
–Porque estás acostado frente a un banderín de Los Cocodrilos y no te has dado por enterado.
–No me gusta la pelota –argumenté.
–Eso no cambia nada –replicó Sheila inmediatamente–. Cuando uno acaba de irse de un lugar, todo cuanto se lo recuerda le llama la atención. Te hubieras preguntado “¿qué hace aquí un banderín del equipo de mi provincia?”, pero si viste el banderín, no lo miraste.
A quien yo no podía dejar de mirar era a aquella niña extraordinaria. No sé si empezaba a contagiarme su manía de analizarlo todo, pero me dije que mirar fijamente a una persona no basta para entender lo que tiene en la cabeza. Por algo el Principito advirtió que “lo esencial es invisible a los ojos”.
–Todo es cuestión de observación y deducción –aseguró Sheila–. Pero también hay que entrenarse. Si yo no hubiera estudiado los suelos del centro de Cuba, no podría distinguir la tierra roja de Manacas de la tierra colorada del norte de Villa Clara.
–Yo prefiero la astronomía –dije para que no creyera que soy de esos que no se interesan en nada.
–No me extraña –respondió con un tonito superior–. A primera vista se ve que tienes la cabeza en las nubes. La astronomía no tiene ninguna utilidad práctica. No ayuda a comprender lo que sucede alrededor de una.
Para no reconocer que algo de razón tenía, intenté cambiar de tema.
–¿Qué más has adivinado de mí, a ver?
–Yo no adivino nada –aclaró secamente–. Yo observo y deduzco.
–De acuerdo –concedí–. ¿Qué es lo que la observación te ha permitido deducir sobre mí?
Pero en ese momento reapareció la enfermera.
–Tu madre pasará a recogerte dentro de quince minutos –me dijo. Y a Sheila–. ¿Serías tan amable de acompañar a Juancho mientras tanto?
–¡Cómo no, doña Nursy!
Pensé que aquella interrupción haría olvidar a Sheila mi pregunta. Pero ese día aprendí que ningún suceso ordinario la apartaba de lo que realmente le interesa. Ya estábamos sentados junto al portón del colegio, esperando a mamá, cuando sin el menor preámbulo, soltó:
–Tu madre y tú han venido a Santa Clara contra su voluntad y tienen problemas en el lugar donde se alojan; la casa de un pariente cercano, sin dudas. No sé qué ha sido de tu padre, pero está claro que él no puede ayudar.
Esta vez quedé tan sorprendido que estuve a punto de caerme del banco.
–¡Elemental, mi querido Juancho!– dijo Sheila, sosteniéndome por un brazo–. Las dos veces que la enfermera dijo que debía hablar con tus padres, tú solo mencionaste a tu mamá. Y cuando te preguntó su teléfono, no te lo sabías de memoria. O sea, que el número lo conoces desde hace poco. No debe ser el de casa, sino el de su centro de trabajo. Y como empezó a trabajar ahí recientemente, no creo que haya tenido problemas tan graves como para contártelos. Una madre no le haría eso a un hijo que, como tú, se esfuerza en evitarle preocupaciones... Aunque no pareces ser de mucha ayuda.
Sheila es así: muy inteligente y observadora, pero muy poco delicada. Te suelta lo que piensa sin tomar en consideración que pueda ser una verdad dolorosa.
–Por lo que ha dicho la enfermera, tu malestar aparece siempre a la hora de regresar a casa, así que… ¡está clarísimo! El problema de ustedes está en el sitio donde se alojan.
Después de aquello, no me costó mucho contarle en detalle la situación que tan admirablemente había adivini… (perdón) deducido. 

una de mis ilustraciones para el primer cuento "Estudio Escarlata"


Tres de los cuatro cuentos que componen el libro están inspirados en sendas aventuras de Sherlock Holmes y el doctor Watson pertenecientes al "canon"; es decir escritas por Arthur Conan Doyle: "Un estudio en escarlata", "El caso de los seis Napoleones" y "El problema del Reino de Bohemia".
Todos los he recreado libremente, adecuándolos a las posibilidades intelectuales y vitales de dos niños de 12 años, al paisaje de Santa Clara, y a aspectos diversos de la Cuba actual.
En el fragmento anterior, el buen conocedor del mundo holmesiano habrá notado que manejo con bastante libertad, pero con disciplina muchos datos del "canon". Por ejemplo: Sheila y Juancho se encuentran en circunstancias parecidas a las de Sherlock y Watson (quien por cierto se llamaba John, es decir Juan) y la primera de sus aventuras es también la primera de mi libro...
El cuarto cuento, "Caso Polo Norte" paradójicamente el primero que escribí ( hace más de 10 años; cuando aún no tenía planificado hacer un todo un libro con estos personajes) es totalmente imaginado por mí. Es el más sencillo y más corto; pero tal vez por eso mismo, está más centrado en los protagonistas.
 
el Teatro La Caridad es escenario de uno de los episodios del cuento "Los seis coroneles"
y lo representé en la ilustración de tapa

El coronel independentista Leoncio Vidal da nombre al parque central
de Santa Clara. Es el lugar más importante de la ciudad y un busto situado frante al antiguo gobierno municipal
(hoy emisora de radio) le rinde homenaje.  El cuento "El caso de los seis coroneles" narra una aventura en torno a seis bustos
de yeso del patriota que resultan enigmáticas víctimas de un misterioso vándalo.

Prevista para la Feria Internacional del Libro de La Habana, en febrero, la publicación fue retardada por diversos problemas (de imprenta, de papel, etc) hasta solo 15 días antes de la Feria del libro en Santa Clara... en la que tampoco pude presentar mi libro, puesto que la inaguración de este último evento fue prorrogado al 25-29 de abril, cuando ya yo estoy en París. No obstante, llegué a presentar el libro en dos programas radiales de la provincia e incluso dejé un mensaje grabado para el público que asistirá al lanzamiento oficial, que dejé encargado al editor, librero, amigo y escritor (también policial) Lorenzo Lunar.

I
Invitado por la crítico literaria y cronista cultural Carmen Sotolongo,
presenté "Aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho"
en el programa Hablemos, de la emisora provincial CMHW

Christine Nöstlinger, Konrad y otros más

$
0
0
CHRISTINE NÖSTLINGER
(Viena, Austria: 13 de octubre de 1936 - 28 de junio de 2018) fue una de las más importantes autoras de la literatura infantil moderna. Ampliamente reconocida con, entre otros, el Premio Astrid Lindgren en 2003 y el Premio Andersen en 1984.


De su obra lo que más me gusta no son las series de Mini o Franz, sino libros como Konrad o el niño que salió de una lata de conservas, mi primer contacto con su obra gracias a la edición cubana de 1987, o Filo entra en acción, que considero una de las mejores novelas detectivescas juveniles gracias a su habilidad para incorporar lo social (en este blog se puede leer una versión de mi estudio sobre la Novela detectivesca juvenil, publicado varias veces, en diversas versiones, países y medios). http://elpajarolibro.blogspot.com/2017/01/la-novela-detectivesca-juvenile-siempre.html

En la misma vertiente detectivesca-social se encuentra Olfato de detective que comencé a leer en los días de la muerte de mi admirada Nöstlinger. Lo curioso es que descubrí ese libro en una mesa de saldos de Alfaguara en la Feria Internacional del Libro de La Habana en 2016 y solo traje de La Habana en abril de este año.


Tuve el honor de conocer personalmente a Christine Nöstlinger en 2002, durante el Congreso de la IBBY en Basilea, Suiza. Entonces me confesó que había perdido el gusto por la literatura, impactada en su enorme sensibilidad social por el avance de las ideas conservadoras en el mundo, y en particular en su país Austria... actualmente gobernado por la Extrema Derecha contra la que lucharan su familia y ella misma.


Konrad
Gente Nueva. La Habana, 1987
En septiembre de 1988 publiqué en la revista cultural cubana El Caimán Barbudo la nota que aquí reproduzco y que todavía considero uno de mis mejores trabajos críticos:


Joel Franz Rosell
El Caimán Barbudo. La Habana. Septiembre de 1988









mi primer libro japonés... inédito en castellano

$
0
0
mi primer libro japonés
es la traducción de mi primer libro escrito directamente en francés
y todavía inédito en castellano


Primera versión en libro de "Petit chat noir a peur du soir"
Bayard. París, 2010
"El gatito negro que le tenía miedo a la noche" es un cuento para primeros lectores, inédito en castellano, en torno a un gatito que teme perderse en la oscuridad por ser totalmente negro. En su primera excursión nocturna no solo vence su miedo, sino que descubre capacidades nuevas... y ayuda a un conejito completamente perdido en esa oscuridad que a él ya nunca lo asustará. 

la contratapa deja claro que se trata de una traducción del francés

La primera versión fue la de la revista Tralalire
publicada por Bayard en mayo de 2008

La primera traducción fue al inglés, en la revista Story Box (Gran Bretaña, 2009)


celebré la llegada de mi primer libro japonés en un restaurante de comida tradicional japonesa



     Todo comenzó con este dibujo que me envió un amiguito francés de 7 años, al regreso de la visita que él y su familia nos hicieron en Dinamarca (en 1991 ó 1992). En agradecimiento escribí para él y sus hermanos un cuento que narraba la historia del gatito del dibujo. Unos 15 años más tarde revisé el texto (el primero que escribí en francés) y lo presenté a la editorial Bayard, que lo prefirió a todos los otros cuentos que les había propuesto.


Dibujo de Mathieu Simplet, entonces con 7 años



Gracias a su excelente acogida, "Petit chat noir a peur du soir"
fue incluido en el segundo cofrecillo-regalo de la popular colección
Les belles histoires des tout-petits, de Bayard






LIBROS, LECTURA Y ESCRITURA EN EL ESPEJO

$
0
0


LA SERPIENTE QUE SE MUERDE LA COLA

LIBROS, LECTORES Y ESCRITORES EN LOS LIBROS PARA NIÑOS

















Inicialmente publicado en A través del espejo. Cuadernos de ALIJA, II época, número 1, 2004, esta es la versión del artículo publicada en agosto de 2008 en http://artedfactus.wordpress.com/



La lectura: esa felicidad tan accesible
Jorge Luis Borges

Yo me veo jugando contigo. Y para hacerte aprender con gozo, ya te hago bonetillo de maestro, y te monto espejuelos en tu risueña nariz, y te siento en la altísima silla, para que te acostumbres a ser en todo alto. ¡Ea, a escribir! Pero si alguna vez has de mover la pluma en defensa de alguna injusticia, o en servicio de tu ambición, o de algún malvado-  séquese ahora mismo tu manecita blanca y quédese tu pluma sobre el papel convertida en piedra, y vuele de tus labios, como una mariposa avergonzada la palabra de vida.

José Martí, en carta a su hijo


Leer es andar, escribir es ascende[1]

Loslibros nos cambian la vida. A los buenos lectores, por lo menos, y a los escritores, por supuesto, ya que los libros son una parte esencial de sus vidas. Todo libro es una aventura porque todo libro es la aventura de leer. Para los niños, la lectura empieza siendo un reto vital e intelectual: descubrir y conquistar cada letra, cada palabra; apoderarse del sentido de la frase, dominar esas criaturas levantiscas que son las metáforas, aprehender los mundos creados a puro verso y prosa.
Los libros nos franquean mundos ignotos, inalcanzables e incluso imposibles. El gran novelista cubano José Lezama Lima, que adquirió una impresionante cultura universal sin casi salir de La Habana, dio una excelente definición de lo que es un lector al declararse “viajero inmóvil”. Otro titán de la lectura (pese a su ceguera), el argentino universal Jorge Luis Borges, dijo que los libros nos permiten recordar cosas que no hemos vivido.
En su esencial libro Las palabras, el escritor y filósofo francés Jean–Paul Sartre cuenta su descubrimiento de los libros: 

Empecé mi vida como sin duda la acabaré: en medio de los libros. En el despacho de mi abuelo había libros por todas partes (…) Yo los tocaba a escondidas para honrar mis manos con su polvo, pero no sabía qué hacer con ellos y asistía cada día a unas ceremonias cuyo sentido se me escapaba (…) Aún no sabía leer, pero ya era lo bastante snob como para exigir mis libros. Mi abuelo fue a ver al pícaro de su editor e hizo que diesen Los Cuentos, del poeta Maurice Bouchor, relatos sacados del folklore y transcritos para el gusto de los niños por un hombre que, según decía, había guardado los ojos de niño. Yo quise empezar enseguida las ceremonias de aprobación. Cogí los dos pequeños volúmenes, los olí, los palpé, los abrí descuidadamente por “la página correcta” haciendo que crujiesen. Era en vano: no tenía el sentimiento de poseerlos. Sin lograr mayor éxito, intenté tratarlos como muñecas, los mecí, los besé, les pegué. A punto de echarme a llorar, acabé poniéndoselos en las rodillas a mi madre. Ella levantó la vista de su labor “¿Qué quieres que te lea, queridito? ¿Las Hadas?” Yo pregunté incrédulo: “¿Están ahí dentro las hadas?” Esta historia me resultaba familiar; mi madre me la contaba muchas veces, cuando me arreglaba, interrumpiéndose para friccionarme con agua de Colonia, para recoger, debajo de la bañera, el jabón que se le había escapado de las manos, y yo escuchaba distraídamente el relato tan conocido (…) me hizo sentar frente a ella en mi sillita; se inclinó, bajó los párpados, se durmió. De esa cara de estatua salió una voz de yeso. Yo perdí la cabeza: ¿Quién contaba, qué y a quién? Mi madre se había ido: ni una sonrisa, ni un suspiro de connivencia, yo estaba exiliado. Y además no reconocía su lenguaje. ¿De dónde sacaba esa seguridad? Al cabo de un instante había entendido: el que hablaba era el libro.
Las palabras, pp. 28-31

Un testimonio y una convicción no menos vigorosos sostienen La emoción más antigua, de Graciela Cabal. En esa obra ensayística, que podemos situar entre los textos más elocuentes que sobre el tema se hayan publicado en nuestra lengua, la popular autora argentina hace uso de su estilo ingenioso y brillante para levantar un monumento de palabras a los libros, la lectura y los lectores: 

… Hablo de los lectores adictos, de los que leen lápiz en mano, como le gusta a Steiner, dialogando con el autor; de los que jamás salen sin un libro en la mano, por cualquier cosa; de los que compran libros que, intuyen, nunca van a llegar a leer; de los que están deseando volver a casa para arrebujarse dentro del libro que están leyendo; de los que repasan la historia de su propia vida a través de las marcas que fueron dejando en sus libros; de los que acarician los libros y los olfatean y duermen con ellos debajo de la almohada; de los que abren un libro al azar para encontrar la respuesta a alguna pregunta, el consuelo a algún dolor; de los que retrasan la lectura de las últimas páginas para alargar el placer; de los que cuando terminan un bello libro se preguntan: “¿Y ahora, qué va a ser de mi?”.
(…) leer alarga la vida. Y eso no sólo referido a la posibilidad de vivir vidas ajenas, de agregar un cuarto a la casa de la vida, como decía Bioy Casares, de hacer cosas que jamás haríamos en la existencia común y corriente –subir a las estrellas, bajar al fondo del mar, desenterrar tesoros en islas desiertas–, no. Hablo de vivir más tiempo, literalmente hablando.
 La emoción más antigua, pp. 9-10


Alicia en el País de las Maravillases probablemente el más famoso de los libros infantiles; uno de los pocos que los adultos muy ufanos de su edad y su cultura se permiten citar sin enrojecer y sin temor a un eventual ridículo. Lewis Carroll no desarrolla explícitamente el tema de los libros, la lectura o la lectura literaria en esa novela, pero ¿acaso no es una demoledora crítica de los libros que se daba por entonces a los niños, esta primera frase?:


Alicia comenzaba a cansarse de estar sentada en la pradera junto a su hermana, sin tener nada que hacer. De vez en cuando echaba una ojeada al libro que leía su hermana, pero no tenía ilustraciones ni diálogo… “¿y de qué sirve un libro –se preguntaba 

Alicia– que no tiene ni dibujos ni conversación?” 
Alicia en el País de las Maravillas, capítulo I


Inmediatamente, la curiosa chiquilla (no olvidemos que en inglés, País de las Maravillas se dice Wonderland, y que el verbo wonder, también significa preguntarse) parte en la trepidante aventura que, de manera implícita responde a la pregunta de la protagonista. Al final se nos dice que no hemos leído sino un sueño de Alicia, pero, aparte de que ningún buen lector le cree esa mentira al narrador, ¿acaso soñar no es también leer (lo que se tiene en el subconsciente) y en algunos casos escribir (lo que la imaginación produce)? Tampoco olvidemos el poema que lleva el libro como pórtico y que nos presenta la escena en la que el propio Carroll, paseando en bote con las hermanas Liddel, inventa para ellas –y muy especialmente para la Alicia real, que era la más pequeña de las tres– un cuento que se transformaría en el más fascinante de los libros.



Del poder de los cuentos… 

Hans Christian Andersen es uno de los autores que más frecuentemente utilizó sus experiencias y concepciones estéticas como materia para sus cuentos, relatos, historietas y otras prosas (donde los límites entre literatura para chicos y para adultos se confunden tanto como los de ensayo y ficción). Entre otros textos pueden mencionarse “Pluma y tintero”, donde los instrumentos del título se disputan la autoría de cuanto escribe su propietario. Los pretenciosos objetos no se percatan de su estupidez ni siquiera cuando el escritor los utiliza para redactar un cuento en el que el arco y el violín de un músico se disputan de manera semejante la gloria del artista que, concluye el romántico e idealista Andersen, no corresponde sino a “Nuestro señor”,  el “maestro eterno”.

En “El libro de imágenes de Padrino”, Andersen no hace una nueva parábola con sus concepciones estéticas sino que narra el recuerdo de una de las tantas ocasiones en que divirtió a sus amigos, niños o adultos, con su talento de narrador oral e artista manual:

Padrino sabía contar historias, tan numerosas como largas. Sabía recortar imágenes y, cuando se aproximaba la Navidad, sacaba un cuaderno de páginas intactas sobre las cuales pegaba las imágenes que sacaba de libros y diarios. Si no tenía bastantes para lo que quería contar, las dibujaba él mismo (…)

“Hay que conservar muy bien este libro, dijeron Padre y Madre. Solo hay que sacarlo en las grandes ocasiones”.
Sin embargo, Padrino había escrito en la tapa:
No te preocupes, si este libro rompes.
Otros amiguitos han hecho cosas peores
Lo mejor era cuando Padrino en persona nos mostraba el libro, leyendo los versos y todo lo demás. Era entonces que lo escrito se convertía en una verdadera Historia…

Oeuvres, pp. 997-998

Si en el primer ejemplo, Andersen nos habla de los instrumentos y la inspiración del escritor, y en el segundo de “periféricos” como la narración oral o la ilustración artesanal, en El jardín del Edén, desata su imaginación a favor del libro y el conocimiento. Pero la más memorable de las situaciones concebida por Andersen para rendir culto a la literatura es la que culmina su cuento “La colina de los elfos”. Aquí relata que el Troll de Noruega ha viajado al reino de los elfos de Dinamarca para escoger una esposa digna de su alcurnia. La feliz elegida resulta ser la séptima de las princesas… ¿y cuál es la gracia suprema con que conquistó al poderoso personaje? Su calidad como contadora de cuentos.

Es la sonriente vuelta de tuerca del escritor danés al antiquísimo relato inaugural de Las mil y una noches, donde los cuentos que Scherezada narra al rey Schariar le salvan la vida a ella y a otras muchas potenciales esposas–por–una–noche del misógino soberano que, por su parte, aprende en los cuentos de la habilidosa muchacha a amar.

… al poder de los libros

Los autores del siglo XIX y principios del XX no se preocuparon por integrar a la trama la pasión de sus personajes por los libros, pero sí supieron sugerir que éstos son la puerta de acceso a los más apasionantes acontecimientos. El volumen en cuestión puede o no tener importancia, puesto que suele servir únicamente para ocultar un manuscrito -no necesariamente literario- que es el verdadero detonador de la acción, creando un clima de misterio, de prohibición, de peligro y desafío. En Viaje al centro de la Tierra, Julio Verne utiliza un libro real para esconder en su interior un manuscrito tan ficticio como su autor, el alquimista Arne Saknussem, y como los protagonistas de la excursión a las entrañas del planeta.  

ilustración tomada de
Jules Verne. Un humain planetaire
de Jean-Paul Dekiss
Textuel. París, 2005

–Veamos –decía, haciéndose a sí mismo preguntas y respuestas–. ¿Es lo suficientemente bello? Sí, ¡es admirable! ¡Y qué encuadernación! ¿Se abre fácilmente? Sí, ya que queda abierto por cualquier página. Pero ¿se cierra bien? Sí, ya que la cubierta y las hojas forman un todo bien unido sin separarse ni entreabrirse en ningún lugar. ¡Y este lomo que no tiene ni una sola grieta después de setecientos años de existencia! ¡Ah, he aquí una encuadernación de la que se hubieran sentido orgullosos Bozerian, Closs o Purgold!
Mientras hablaba así, mi tío abría y cerraba continuamente el viejo libro. No podía yo por menos de interrogarle sobre su contenido, aunque éste no me interesase en absoluto.
–¿Y cuál  es el título de ese maravilloso volumen? –le pregunté con una diligencia demasiado entusiasta para no ser fingida.
–¡Esta obra –respondió mi tío animándose– es el Heimskringla de Snorri Sturlusson, el famoso autor islanés del siglo XII! ¡Es la crónica de los príncipes noruegos que reinaron en Islandia!

Viaje al centro de la Tierra, capítulo II, pp. 14-15 

Fiel a sus objetivos didácticos, Verne no pierde la ocasión de enseñarnos a reconocer lo que hace la calidad de un libro antiguo y nos asesta los nombres de algunas celebridades de la bibliofilia, pero también –hábil novelista– nos anticipa el carácter fabuloso de su relato al escoger como “cofre del tesoro” una de las obras fundamentales de la mitología nórdica. Simultáneamente, se orienta al lector hacia el contexto geográfico y científico que domina la obra: Islandia; el territorio más volcánico y, por entonces, más misterioso del planeta.

Casi veinte años más tarde, el escritor británico Robert Louis Stevenson imagina una situación parecida para dar comienzo a la más prestigiosa novela de aventuras que se haya escrito. En La isla del tesoro el volumen encontrado no es real y ni siquiera es propiamente un libro, sino el cuaderno en que lleva sus cuentas un capitán pirata. Pero también aquí hay manuscrito encerrado: el mapa –¡nada menos!– que conducirá a Jim Hawkins y sus compañeros a completar el hallazgo que todo niño soñó alguna vez.

Si bien no se hace mención alguna a los libros, en Peter Pan y Wendy, de James Matthew Barrie, el deseo de oír cuentos y la necesidad de conocer el final de una de esas historias es lo que lleva a Peter Pan a entrar en el cuarto de los niños de la familia Darling, con lo que se inicia una de las más inolvidables historias que se haya escrito:

ilustración de Mabel Lucie Attwell
…Wendy, por cierto, quedó un poco descorazonada al decirle él que se había asomado a la ventana del cuarto de los niños, no para verla, sino para oír contar cuentos.
–Yo no sé ningún cuento –confesó–. Ninguno de los niños perdidos sabe cuentos.
–Pero eso es espantoso –dijo Wendy.
–¿Sabes –preguntó Peter Pan– por qué las golondrinas edifican sus nidos en los aleros de las casas? Es para escuchar los cuentos. ¡Oh, Wendy, qué lindo cuento oí contar una noche a vuestra madre!
–¿De qué trataba?
–De un príncipe que no podía encontrar a la dama del zapatito de cristal.
–Ese cuento –dijo Wendy con emoción– era el de la Cenicienta. Y has de saber que el príncipe la encontró y se casaron y vivieron ya siempre felices.
Peter se alegró tanto de saber aquello que, levantándose del suelo, donde estaban sentados, se acercó apresuradamente a la ventana.
–¿Adónde vas? –le preguntó la niña
–A contárselo a los chicos.
–No te vayas, Peter –rogó ella–. ¡Si supieras cuántos lindos cuentos sé yo!
Éstas fueron exactamente sus palabras, de modo que es innegable que de ella partió la tentación.
Peter Pan volvió atrás y en sus ojos brilló una mirada de codicia que debía haber alarmado a la niña.
(…) Peter Pan tiró de ella hacia la ventana.
–¡Suéltame!
–Wendy, ven conmigo para contarnos a mí y a los niños perdidos esos lindos cuentos que sabes…

Peter Pan y Wendy, capítulo III, p. 42

Creo que nadie ha llegado tan lejos como Barrie, haciendo del deseo de contar o de escuchar un cuento (nótese la palabra “tentación”, de innegables connotaciones sexuales) la causa del abandono del hogar y el comienzo de una fantástica aventura. En Harún y el Mar de las Historias Salman Rushdie invierte la situación, puesto que a donde viajamos con el héroe de la novela es al mágico país de donde han dejado de venir los cuentos al mundo real:

Harún solía comparar a su padre con un malabarista, porque en realidad sus cuentos estaban hechos de retazos de historias diferentes que él manejaba a su antojo y mantenía en constante movimiento, como el que juega con muchas pelotas a la vez, sin equivocarse nunca.
¿De dónde venían todos aquellos cuentos? Parecía que Rasid no tenía más que abrir sus labios reidores, gruesos y rojos, para que por ellos saliera un nuevo relato en el que no faltaban sus dosis de brujería y de amor, princesas, tíos malvados, tías gruesas, gangsters bigotudos con pantalones a cuadros amarillos, paisajes fantásticos, cobardes, héroes, peleas, y media docena de pegadizas tonadillas. “Todas las cosas tienen que salir de algún sitio –cavilaba Harún– (…) Vamos, dime ya, ¿de dónde las sacas? –insistía, y Rasid movía las cejas con aire de misterio y agitaba los dedos con ademán de bruja.
–Del gran Mar de las Historias –contestaba–. Yo bebo las cálidas Aguas de las Historias y me siento lleno de inspiración…

Harún y el Mar de las Historias; pp. 8-10




Tanto Rushdie como Michael Ende en La historia interminable creen en el poder vivificante y aún rehabilitador de la literatura. Sus héroes no se escapan del mundo real –por frustrante que éste sea y por bella que sea la historia– sólo por placer; ellos parten porque sin su intervención los seres que aman (podría decir “la humanidad”, pero no quiero ser más solemne que mis autores) perderían la panacea de la palabra hechizada. Los protagonistas de los dos libros, Harún y Bastián, deberán pasar por encima de sí mismos y de numerosas dificultades para convertirse en héroes de sus respectivas historias. Es una manera indirecta que tienen los escritores de decirnos que la lectura no es necesariamente algo fácil y sencillo, pero que siempre vale la pena.


Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente por qué. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen a sí mismos por no saber resistir los placeres de la mesa… o de la botella (…) Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen: hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay.

La pasión de Bastián Baltazar Bux eran los libros.
Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado…
Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito…
Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido…
Quien no conozca todo esto por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.

La historia interminable; pp. 12-13

Bastián roba el libro. Su culpa es inútil puesto que en realidad el librero contaba con que él se apropiara del libro. Como en otras novelas donde los libros dan acceso a un mundo fabuloso, aquí también El Libro está predestinado a un lector concreto. 

Sin embargo, como para evitar la instrumentalización de la idea, algunos autores no temen mostrarnos que la atracción por un libro puede ser poco generosa e incluso ilegítima.

Artemis Fowl el inteligente y nada escrupuloso protagonista de la novela homónima, del irlandés Eoin Colfer, se vale de miserables trampas y mentiras –y de la tecnología informática más moderna– para apoderarse del libro de los elfos. Su objetivo no es acceder a una lectura estimulante y ni siquiera penetrar en su mágico mundo movido por sana curiosidad; su objetivo es apoderarse del oro de las Criaturas. Y para ello necesita su Libro  



Mayordomo asió el minúsculo tomo con gesto reverencial. El guardaespaldas activó una cámara digital compacta y empezó a fotografiar cada una de las delgadísimas páginas del Libro. El proceso tardó varios minutos. Cuando hubo terminado, la totalidad del volumen quedó almacenada en el chip de la cámara. Artemis prefería no correr riesgos con la información. Se sabía que los equipos de seguridad de los aeropuertos habían borrado más de un disco con información vital, de modo que dio instrucciones a su ayudante para que transfiriese el archivo a su teléfono móvil y desde allí lo enviase por correo electrónico a la mansión Fowl de Dublín. Antes de que acabasen los treinta minutos, el archivo que contenía hasta el último símbolo del Libro Mágico aguardaba sano y salvo en el servidor de Fowl.



Artemis Fowl, p. 24


En la saga Harry Potter, los libros, la lectura y la escritura literaria no tienen un lugar sobresaliente. No obstante, Joanne K. Rowling se ha propuesto burlarse en cada uno de sus libros de diversos aspectos de nuestra la realidad, caricaturizándolos a través de sus similares correspondientes al mundo de los magos. Así, en Harry Potter y la cámara secreta, hay algunas ironías respecto al mundo de los best sellers y sus mediáticos autores, en este caso el nuevo profesor de Defensa contra las fuerzas del mal, cuya popularidad entre el lectorado femenino se debe más a su apostura que a sus conocimientos. No por sutil es menos comprensible la referencia a los editores escolares que procuran ganarse a los docentes no mediante la calidad de sus textos, sino a partir de toda clase de trucos publicitarios y regalos.


Contrariamente a lo que podría esperarse, los libros mágicos suelen aparecer en los libros que vengo evocando como volúmenes bastante normales. Aunque suelen servir de vía de acceso al mundo mágico, por lo general su único rasgo maravilloso es que oponen alguna barrera a sus lectores (generalmente ligada a la visibilidad o legibilidad del texto). Los imaginados por Joanne Rowling solo tienen como particularidad la movibilidad de sus fotos de contratapa, pero esto ocurre a todas las imágenes en el mundo de los magos. Un aporte mucho más interesante por parte de la autora escocesa es la publicación de dos de los manuales supuestamente utilizados en el colegio Hoqwarts: Quidditch a través de los tiempos y Animales fantásticos & dónde encontrarlos), cuyos autores, editores y demás paratexto son completamente inventados y remiten al universo potteriano.





Libros cercanos

Pero los libros que “protagonizan” libros infantiles no solo permiten el acceso a mundos desconocidos, exóticos o mágicos, sino que tienen una función liberadora de una cotidianidad mediocre, empobrecida o esclavizadora. En Los bonsáis gigantes¸ de Lucía Baquedano, es gracias a los libros ocultados en tiempos remotos que los habitantes de una isla que pasa por única sobreviviente de la civilización humana pueden descubrir la verdad. A diferencia de los ejemplos anteriores, en esta novela es el manuscrito el que remite a los libros, y los libros son, ellos, el tesoro. En Lumamijú no hay libros, sino computadoras, y la primera vez que la protagonista los ve siente miedo:

Sin embargo, su apariencia no podía ser más inofensiva. Recuerdo que a su vista pensé que eran gruesos cuadernos, como los que teníamos para guardar en los archivos listas y datos de ordenador. Sin embargo, su contenido era a todas luces diferente. Me asombró abrir uno y leer:
Mujer, no eres solo obra de Dios. Los hombres te están creando eternamente en la hermosura de sus corazones y sus ansias han vestido de gala tu juventud…
No. Decididamente, aquellos no eran listados de ordenador, porque yo jamás había sentido, instalada ante la impresora, cuando iban apareciendo líneas en el papel, lo que sentía ahora, aquel remusguillo de inquietud en el corazón.
Cerré el libro. ¿Por qué me daba vergüenza que David me descubriera leyendo aquello?

Los bonsáis gigantes, p. 82

Como en toda novela de ciencia ficción, Los bonsáis gigantes arroja luz sobre el presente, una luz más clara gracias a la artificio de la distancia fantástica. Frases como la que sigue disimulan mal su carácter de mensaje destinados a los chicos que hoy prefieren las computadoras a los libros: “Acostumbrada a los medios audiovisuales, que apenas exigían esfuerzo, la lectura, aquel mundo nuevo, pedía mayor atención: costaba, pero resultaba fascinante.” (p. 86).

Que los libros cambian la vida de los personajes, es algo que demuestran, de manera patente y, si se quiere, dramática, las novelas de aventuras. Pero también el cambio puede ocurrir a personajes que viven un mundo tan banal como el de los lectores comunes.
 
El clásico de la literatura infantil La edad de oro, de José Martí, incluye “Nené traviesa”, uno de los raros textos narrativos del gran poeta y ensayista cubano, que presenta de manera sumamente elocuente y emotiva las relaciones entre un libro centenario, una niña de seis años y su padre; un bibliófilo y escritor, periodista o traductor tras el cual es fácil adivinar al propio Martí.

Esa noche que hablaron de las estrellas trajo el papá de Nené un libro muy grande: ¡oh, como pesaba el libro!: Nené lo quiso cargar, y se cayó con el libro encima: no se le veía más que la cabecita rubia de un lado, y los zapaticos negros de otro. Su papá vino corriendo y la sacó de debajo del libro, y se rió mucho de Nené, que no tenía seis años todavía y quería cargar un libro de cien años. ¡Cien años tenía el libro, y no le habían salido barbas!: Nené había visto un viejito de cien años, pero el viejito tenía una barba muy larga, que le daba por la cintura. Y lo que dice la muestra de escribir, que los libros buenos son como los viejos: “Un libro bueno es lo mismo que un amigo viejo”: eso dice la muestra de escribir. Nené se acostó muy callada pensando en el libro. ¿Qué libro era aquel que su papá no quiso que ella lo tocase? Cuando se despertó, en eso no más pensaba Nené. Ella quiere saber qué libro es aquel. Ella quiere saber como está hecho por dentro un libro de cien años que no tiene barbas.

La edad de oro, p. 47

La curiosidad –dicen casi todas las mitologías– perdió a la mujer. Nené abre el valioso libro  y cree descubrir lo prohibido (…“es un negro, un negro muy bonito, pero está sin vestir: ¡eso no está bien, sin vestir! ¡por eso no quería su papá que ella tocase el libro! No: esa hoja no se ve más, para que no se enoje su papá!”). Las ilustraciones son tan fascinantes que la niña olvida que no son la realidad y acaba rompiendo varias páginas del valioso ejemplar, un acto suficientemente grave como para quebrar el inmenso amor filial resaltado desde las primeras líneas del cuento:

Un siglo más tarde, la austríaca Christine Nöstlinger también apoya uno de los dos cuentos que integran Más historias de Franz en las relaciones entre los niños y los libros, pero lo hace desde una comicidad inteligente. Para Franz, igualmente de seis años, la lectura es un instrumento esencial para triunfar en la vida; por ejemplo, para deslumbrar a su amiguita Gabi:


–¡Lily! ¡Lily! –gritó Franz apenas entró en la casa–. ¡Tienes que ayudarme a leer rápido! ¡Ahora mismo!
–¡Tienes que enseñarme a leer! –le corrigió Lily.
–¡Sí, sí! –le contestó Franz con voz de pito–. ¡Hoy mismo tengo que aprender a leer!
–Aprender a leer quiere decir que yo te enseño y tú aprendes –continuó Lily.
–¡Quiero aprender ahora mismo! –exclamó Franz, y corrió a su cuarto.
Volvió con un montón de libros ilustrados, entró en la cocina y los puso en la mesa. ¡Tengo que saber leer antes del mediodía!

Más historias de Franz, p. 31



Lo que el pequeño pretende es saber decodificar los signos gráficos con que representamos las palabras, puesto que todo comienza cuando él y su amiga no pueden comprender un cartel en el parque. Es que cuando decimos “leer”, “aprender a leer” o “saber leer” podemos estar hablando de dos cosas bien diferentes: la capacidad elemental, pragmática e instrumental de descifrar los signos de la escritura (tarea básica escolar) y la aptitud para comprender lo descifrado ya no a nivel de fonemas, morfemas, lexemas o frases, sino a nivel de discursos complejos, tan complejos y connotativos como la literatura (tarea última de la escuela y de todos). Con extrema habilidad, Nöstlinger sugiere la íntima conexión entre los dos aspectos de la lectura, el “táctico” y el “estratégico”, que en realidad son inconcebibles por separado (a tal punto, que el primero se pierde si no se ejercita el segundo). En el cuento que comentamos, Franz comprende que es imposible aprender todas las letras en unas pocas horas y –como es un pícaro– se aprende de memoria tres de los álbumes que suelen leerle en casa para fingir leérselos a Gabi. A fin de que su amiga no descubra el embuste, Franz inventa desde entonces el sentido de cuanto texto su amiga le pone delante. Salta así de la condición de iletrado a la de escritor oral.

La capacidad imaginativa de los niños ha sido hábilmente explotada en libros ilustrados como Abuelito, cuéntame un cuento, de María Rojas, y Caperucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge), del escritor Luis María Pescetti y el ilustrador O’Kif, todos argentinos. En el primer caso, el niño le pide a su abuelo un cuento, pero basta una pregunta del viejo señor para que el propio nene construya una fabulosa historia. Entre tanto, enCaperucita roja…la imaginación de Jorge no se expresa con palabras, sino con imágenes que construyen un hilarante desfasaje con respecto a las que representan el antiquísimo texto narrado por el padre. Mientras al adulto corresponden modos de vida y formas gráficas (destáquese el color sepia) antiguos y europeos, en la cabeza de Jorge las mismas escenas aparecen con un grafismo actual y multicolor y reflejan modos de vida del lector, contemporáneo y argentino. La cultura de dibujos animados, superhéroes y hamburguesas tiñe todo el “relato mental” del pequeño Jorge, actualizando el venerable cuento y aportando una inteligente comicidad al álbum.

Grandes personajes, grandes lectores

Los autores que nos presentan personajes amantes de los libros, nos cuentan cuánto significa la lectura en la vida de éstos, pero también ofrecen al lector real una guía de lecturas. El británico Road Dahl va muy lejos cuando la heroína de su novela  Matilda lee, antes de  cumplir cinco años, novelas como Oliver Twist, de Dickens, Jane Eyre, de Charlotte Brontë, Orgullo y prejuicio, de Jane Austin, El viejo y el mar, de Hemingway y hasta El ruido y la furia, de Faulkner o Las viñas de la ira, de Steinbeck. Semejantes libros no tentarán ni siquiera a la mayoría de los lectores de Matilda, que doblan a su heroína en edad.  Evidentemente, lo que Dahl pretende, subversivo como siempre, es decir a los chicos que no hay lectura que les esté prohibida. El diálogo que citamos a continuación solo en apariencia tiene lugar entre dos personajes de la novela; en realidad es el genial escritor británico quien conversa directamente con sus lectores:

–El señor Hemingway dice algunas cosas que no comprendo– dijo Matilda–. Especialmente sobre hombres y mujeres. Pero, a pesar de eso, me ha encantado. La forma como cuenta las cosas hace que me sienta como si estuviera observando todo lo que pasa.
–Un buen escritor siempre te hace sentir de esa forma –dijo la señora Phelps–. Y no te preocupes de las cosas que no entiendas. Deja que te envuelvan las palabras, como la música.

Enseguida vemos a la niñita, que sus padres abandonan durante todo el día en casa, leyendo ávidamente:
A partir de entonces, Matilda sólo iba a la biblioteca una vez por semana, para sacar nuevos libros y devolver los anteriores. Su pequeño dormitorio lo convirtió en sala de lectura y allí se sentaba y leía la mayoría de las tardes, a menudo con un tazón de chocolate caliente al lado. No era lo bastante alta para llegar a los cacharros de la cocina, pero entraba una caja que había en una dependencia exterior de la casa y se subía en ella para llegar a donde deseaba (…) Los libros la transportaban a nuevos mundos y le mostraban personajes extraordinarios que vivían unas vidas excitantes. Navegó en tiempos pasados con Joseph Conrad. Fue a África con Ernest Hemingway y a la India con Rudyard Kipling. Viajó por todo el mundo, sin moverse de su pequeña habitación en un pueblecito inglés.

Matilda, p. 23

Creo que pocas veces se ha narrado de manera tan convincente el inmenso placer y el ancho mundo que pueden proporcionar los libros a un niño. Si los maestros, bibliotecarios y promotores de la lectura lograran trasmitir sólo la hermosura de esta escena, podríamos dispensarnos el costo y el esfuerzo de tanta campaña de lectura infructuosa. 

En dos de sus novelas, El sol de los venados y Óyeme con los ojos, Gloria Cecilia Díaz sitúa el contacto de sus protagonistas con los libros fuera de sus casas, en el seno de familias con mayor vinculación intelectual que la propia, y éste es un elemento que parece hacer más intensa y transformadora la experiencia. El protagonista de la última novela, Horacio, es sordo y queda deslumbrado al descubrir el poema de Federico García Lorca “El niño mudo” (trascrito íntegramente en la novela), donde se poetiza una discapacidad parecida a la suya.


La cuestión de la verosimilitud es algo que inquieta a muchos lectores de narraciones realistas; más aun si están escritas en primera persona y pueden establecerse, entre el narrador (personaje actuante o no) y el escritor rasgos de identidad. En algunos casos el narrador parece ser testigo de los hechos y si bien la cuestión de la verosimilitud puede seguir interpelando, la posible identidad entre autor y narrador puede quedar relegada. En El cuento de Navidad de Auggie Wren, el narrador parece ser el propio Paul Auster, en dificultades para escribir el cuento que finalmente consiguió escribir, puesto que sería el que tenemos en las manos. El supuestamente insignificante proveedor de tabaco del escritor lo salva de su corte de inspiración al contarle un hecho una curiosa anécdota de su vida: una historia de inesperada y casi mágica generosidad (esas son reglas del género) que finalmente el escritor podrá entregar al New York Times.


En la página final, Auster nos revela una de las reglas de oro que diferencian un cuento cualquiera de un buen cuento:

Me detuve por un momento y estudié a Auggie mientras una sonrisa maliciosa se extendía por su cara. No podría asegurarlo, pero en ese instante tenía una mirada tan misteriosa, tan llena de algún profundo regocijo, que de pronto se me ocurrió que había inventado todo. Estuve a punto de preguntarle si me había engañado, pero enseguida comprendí que nunca me lo diría. Yo le había creído y eso era lo único que importaba. Mientras haya una sola persona que se la crea, no hay historia que no sea cierta.

El cuento de Navidad de Auggie Wren, s/p

Los libros hay que escribirlos 

La escritura no aparece temprano en las tramas de los libros infantiles. Probablemente, fuera de diarios y cartas, y de algún escritor tan egocéntrico como Andersen, raras son las menciones a esta actividad antes de Mujercitas, de Louise May Alcott, donde encontramos a un personaje que siendo todavía menor de edad sueña con ser escritora. La escritura como actividad de un personaje infantil se ha hecho bastante frecuente en nuestra época, debido tanto a la búsqueda de nuevas formas expresivas y a la creciente exposición del autor infanto–juvenil en su obra como a la participación activa que se espera del lector (gracias a la teoría de la recepción, el concepto del lector activo, los talleres literarios infantiles, etcétera). La presencia de la escritura literaria en los libros para chicos podría dividirse en dos tendencias: personajes adultos que escriben y personajes infantiles que escriben o lo intentan.

La cubana Hilda Perera se abre las venas en su novela La jaula del unicornio, y las preocupaciones en torno a la creación literaria no son las menos frecuentes en el personaje narrador que le sirve de Alter Ego:




Ya he subido el puente levadizo, solté los perros imaginarios en prevención de que alguien venga a interrumpirme, hurgo dentro de mí a ver si algún recuerdo, alguna semilla quiere florecer en mi página en blanco, si me dejan el silencio intacto, si ninguna nimiedad me espanta las ideas que huyen como sábanas solas, ondulando. Escribir es eso: soledad, horario fijo, renuncia… sólo que nadie lo entiende. Sobre todo si eres mujer y hay madre enferma, cuentas por pagar, litigios, amigas tontas y miles de cumpleaños, Pascuas, comidas que te amarran como a un potro cerrero y te arrastran herida por la polvareda.

La jaula del Unicornio, p. 74






También la argentina Laura Devetach nos presenta a una escritora que se le parece en La plaza del piolín, y también a ella el libro en elaboración “se le resiste”. Su enfoque es mucho menos dramático que el de Perera y, como Paul Auster, nos libra algunos secretos de su “cocina literaria”; en este caso el que explica, precisamente, el libro que el lector tiene en sus manos:

Celina se rió y sacó el ovillo. Tenía diez mil nudos que unían los pedazos, de todos los colores y texturas (…) Lanas, piolas, hilos, cordoncitos, cintas finas, piolines de plástico y de papel pasaban y pasaban y se convertían en una pelota (…)
–Los cambio de lugar, los vuelvo a añadir. Así me acuerdo de cuando los encontré (…).
–¿Y no se te enreda? ¿No se pierde la punta de tanto envolver y desenvolver?
–No, mire –dijo–. La punta está en cualquier parte.
Cortó una lana color celeste tierra y empezó a ovillarla en un palito. Ahora había tres ovillos.
–Tenés razón –le dije pensando en mi libro–. Cualquier punta puede ser buena.


La plaza del piolín, p. 10


La complejidad del oficio de escritor ha sido ampliamente recreada por el escritor español Fernando Alonso en su novela El misterioso influjo de la barquillera.

A Sito le gustaba jugar al fútbol y al ajedrez, a las canicas y a las chapas; pero su afición preferida era leer libros.

Él no sabía explicar la magia misteriosa de los cuentos. No sabía cómo unas cuantas palabras eran capaces de crear tantas ilusiones, tantas fantasías y tantos sueños. No sabía dónde anidaban las raíces de aquel bienestar que sentía al leer un libro.
Sito comenzaba a saber una cosa:
–Lo que más me gustaría en este mundo es poder escribir cuentos

El misterioso influjo…, p. 12

Pero se le va la infancia en naderías y, ya adulto y con su nombre de Prudencio Pérez, se le escapa la mitad de la vida sin llegar a otra cosa que a contable y “Los ojos de la niña se perdieron hacia adentro, entre las oquedades de aquella palabra, que albergaban todas las sugerencias de las palabras nuevas. Luego, se abrieron en una gran sonrisa: –¿Contable…? Entonces, sabrás contar muchos cuentos…” (p. 26). No, Prudencio no sabe contar cuentos, pero es lo que se propone ese mismo día: abandona su empleo y decide hacerse escritor. Su primer intento es un sonado fracaso (le sale una especie de memorando) que sirve a Fernando Alonso para advertirnos que no basta con tener un tema y una trama para tener un cuento: hace falta tener la forma apropiada.

Desde ese episodio asistimos a la adquisición por el protagonista de todos los elementos (esenciales o fútiles, pero no prescindibles) que hacen un escritor: desde un fetiche (la misteriosa barquillera del título), un nombre (Huvez –que parece la abreviación de “Había una vez”– sustituye a Prudencio Pérez), una apariencia (“pantalón vaquero y camisetas con dibujos; camisas blancas, chaleco y pañuelos de colores anudados al cuello. Se había dejado crecer el pelo y las patillas…”), a un oficio (vendedor de barquillos) que le permita sobrevivir sin alejarse de su gran objetivo (al tiempo que vende barquillos, cuenta cuentos en una plaza). El proceso de formación de Húvez es lento y no exento de errores y frustraciones; con él aprendemos que un escritor debe conocer el mundo y las gentes, organizar su trabajo, aprender a jugar con las palabras, hacer las elecciones adecuadas –renunciando a todo facilismo y concentrándose en lo esencial–, explorar nuevas formas de escrituras y, para alcanzar la madurez, saber prescindir de los  mismos ritos y retóricas que en un principio lo arroparon.

El misterioso influjo de la barquillera es probablemente la biografía creativa de Fernando Alonso y, como para confirmarlo, encontramos en sus páginas algunos cuentos que este autor ya publicó en otros momentos de su fructífera carrera. Dichos cuentos solo en apariencia apartan al lector de la línea narrativa principal y le dan un mayor nivel de fabulación a una historia que, Alonso no lo ha olvidado, es para chicos. La frase final es casi la misma del principio y nos remite al viejo y siempre eficaz recurso del libro dentro del libro:
 (…) el señor Huvez se sentó a la máquina, puso un folio en blanco y comenzó a escribir:

EL MISTERIOSO INFLUJO DE LA BARQUILLERA
CAPÍTULO 1
Había una vez un niño que se llamaba Prudencio Pérez, pero todos le llamaban Sito…



 En las novelas de misterio y suspense la escritura puede, sin dejar de ser motor de la trama, resultar una actividad peligrosa. Pablo de Santis ha jugado más de una vez con esta ambigüedad: 

 “Aunque todavía es un autor ignorado, es uno de los más grandes artistas de nuestro tiempo. Nos referimos, por supuesto a Alcides Lancia. Como prueba de su imaginación están los ocho tomos de su obra única, El nictálope. Es una mezcla de cuentos con novelas, con cartas, con diarios íntimos, sueños, delirios… Y es una obra única en más de un sentido, porque Lancia no la escribió con tinta común… sino con su propia sangre. Pudo hacerlo gracias a un artefacto creado quién sabe por quién, y al que Lancia llama la pluma–vampiro.

Debido a la pérdida de sangre el escritor se fue debilitando a medida que escribía. Y hace dos años Lancia decidió donar la pluma a una misteriosa institución llamada el Museo del Universo. Al día siguiente desapareció y nunca más se volvió a saber de él”.

Lucas Lenz y el Museo del Universo, p. 36

Todos los aspectos de la escritura pueden ser integrados en un cuento para niños. El célebre escritor brasileño Jorge Amado acude a la metatextualidad al incluir en El gato Manchado y la golondrina Sinhá: una historia de amornada menos que una crítica literaria. La obra enjuiciada es un soneto que el gato Manchado ha dedicado a su imposible amor,  la golondrina.

“Paréntesis crítico”
ESCRITO, A PEDIDO DEL AUTOR,
POR EL SAPO CURURÚ,

Miembro del Instituto

(“La pieza poética en discusión, carece de ideas profundas y peca de innumerables defectos de forma. Su lenguaje no es correcto, la construcción gramatical no obedece a los cánones de los excelsos vates del pasado: la métrica, cuyo rigor se impone, está tratada a los saltos: la rima, que debe ser rica, es paupérrima las pocas veces que nos ofrece su aire de gracia.
Imperdonable, sobre todo, el hecho criminal que se evidencia en el primer cuarteto del aludido soneto de autoría del Gato Manchado, claro y evidente plagio de la inconveniente canción carnavalesca que dice:
La cucaharacha Yayá,
la cucaracha Yoyó,
la cucaracha abrió las alas
y voló.
“El plagiario, a quien acabo de tomar de las orejas para traerlo ante el tribunal de la opinión pública como el ladrón que es, y de los más reprochables por hurtar ideas, no satisfecho con plagiar, lo hace copiando versos de baja extracción, versos del populacho indigno. Si las fuerzas de su intelecto se revelan frágiles para concebir primorosa obra poética, debería, por lo menos, plagiar a los grandes maestros, como por ejemplo Homero, Dante, Virgilio, Milton o Basilio de Magalhães.
SAPO CURURÚ, doctor.”)

El gato Manchado y la golondrina Sinhá, p. 58



Amado se divierte y nos divierte con esta magistral muestra de ironía. En primer lugar, el sapo Cururú es un personaje del folclor brasileño y su aparición aquí, transformado en “miembro de la Academia y del Instituto, crítico universitario, profesor de Comunicación” tiene la intención apenas disimulada de ridiculizar a cierta crítica retrógrada y verborreica, que desconfía de la literatura moderna tanto como desprecia la cultura popularde la que, como sabemos, Jorge Amado fue un gran defensor.


Otro libro que presenta una turbadora reflexión acerca de las relaciones entre la escritura y la realidad es Diciembre, Súper Álbum, de la argentina Liliana Bodoc. Esta novela está integrada por dos historias interconectadas: la de un guionista y un ilustrador de historietas que trabajan en la que será la última obra del primero, y la de los personajes de la historieta. Al mismo tiempo que nos ofrece un relato sumamente perspicaz sobre la vida en los pequeños pueblos del árido noroeste y una vigorosa historia de amor, amistad y lucha por la vida, Bodoc nos da una lección de narrativa experimental. Uno de sus recursos más fructíferos consiste en alternar la perspectiva: unas veces son los personajes “reales” los que miran a los de la historieta…

En la última viñeta aparecía en plano medio la cara de Santiago, el hombre que regresaba.
–¿Usted está seguro de lo que hace? –preguntó el dibujante. (p. 10)

Otras veces son los personajes de la historieta los que reaccionan frente a lo que hacen sus creadores:

…A Santiago le pareció muy extraño que los respetables vecinos de San Jerónimo hubiesen girado un cartel de propiedad pública. Más probable era que el dibujante se hubiese equivocado. (p. 16)

Y en ocasiones, se mezclan por completo:

El desencuentro giró sobre ese asunto y otros parecidos hasta que el dibujante le preguntó al guionista de qué manera pensaba resolver la situación.
–Muy simplemente. La resuelve Viorica entrando en el momento preciso.
Antes de que el dibujante pudiera contestar, se oyó la voz de Viorica llamando a su nieta.
–Se acabó –dijo el guionista–. Esto sigue como debe seguir.
Pero había un grave problema: Santiago y Natalia ya no estaban allí.
–¿Dónde están?– el guionista se puso francamente nervioso.
–¡No me mire a mi! Yo los dejé dibujados acá.
–¿Qué hicieron estos mocosos?
El dibujante se rió bajito para que Viorica no lo oyera.

Diciembre, Súper Álbum, p. 77

Paulatinamente, el lector se percata de que la historieta cuenta momentos de la vida del guionista y no tarda en comprobar que los finales de los dos relatos confluyen. No es nada nuevo el hecho de que autor y personaje se confundan, pero en este caso uno y otro son completamente diferentes de la persona de la escritora. Liliana Bodoc ha construido un mundo de espejos que se miran (hay incluso un momento en que el protagonista de la historieta está leyendo la historieta que cuenta su vida) del cual ella estaría completamente ausente si no fuera porque las reflexiones sobre la creación estética que sustentan las discusiones entre el guionista y el dibujante proceden de su propia experiencia como escritora.

Los novedosos recursos metanarrativos o metaliterarios utilizados por Jorge Amado, Liliana Bodoc y demás autores son cada vez más frecuentes en la narrativa juvenil e incluso en la infantil. Como hemos visto, no son gratuitos, sino que permiten abordar temáticas que inquietan realmente a los jóvenes. El tratamiento imaginativo que les da Joles Senell en La guía fantástica, permite transformar cruciales problemáticas de la creación literaria en los atractivos relatos mágicos que componen el libro. La situación inicial: un volumen cuyas palabras resultan visibles solo para algunos ojos, y cuya historia es diferente para cada lector, no es particularmente novedosa, pero sí lo son muchas de las situaciones de la historia, como ésta que invierte enigmáticamente la relación entre el autor y su obra:




… Este hecho lo descubrió un piloto de avioneta un día que, para entretenerse, atravesaba nubarrones con su aparato. De pronto, entrando en una de aquellas nubes que son como castillos, encontró, en lugar de vapor de agua, selvas y mares y montañas y firmamentos y casas y gente (…) Hete aquí que, estando así, saltó de un árbol un muchacho esbelto, desnudo, con sólo un slip de piel de leopardo y una mona en el hombro (…)
–¿Quién eres? –le preguntó.
–¿Yo? –contestó el muchacho–. Yo me llamo Tarzán y la mona se llama Chita.
–¿Tarzán? ¿Chita? –repitió un poco incrédulo el aviador.
–Sí, sí, Tarzán. Y soy escritor. Todos los que vivimos aquí somos escritores. Yo, con la ayuda de Chita y los otros amigos, escribimos una obra que se llama Edgar Rice Borroughs (…) ¿Ves aquella que habla con un conejo? Pues se llama Alicia, y con la ayuda de mucha gente escribe una obra titulada Lewis Carroll…



La guía fantástica, pp. 58-60

Niños a la obra 

Hasta ahora estuvimos hablando de escritores adultos, pero también hay autores que escogen como protagonistas a niños que escriben. Estos niños pueden tener una necesidad tan perentoria y vital de crear por medio de la palabra escrita como la que experimentan los escritores adultos.

Raquel, la protagonista de La bolsa amarilla, de la premiadísima escritora brasileña Lygia Bojunga Nunes empieza escribiendo cartas a amigos imaginarios, luego escribe cuentos y finalmente decide escribir una novela. Lo extraordinario es que su fuerza creativa hace aparecer en la vida real a los personajes que inventa, lo cual le crea nuevos problemas con su retrógrada familia. Esos personajes tienen historias propias que Raquel no conoce, y esto responde no solamente a la lógica del realismo mágico que rige esta novela, sino que es una referencia a algo que, no por sabido, deja de sorprender a todo autor: la autonomía de sus personajes y tramas, capaces de elegir caminos completamente inesperados y sorprendentes. La bolsa amarilla es un poderoso canto a la libertad, a la igualdad y la democracia. La protagonista acaba por comprender que sus dos primeros deseos (ser un chico y ser mayor) eran errados, pues la realización individual y los derechos no pueden ser limitados ni por el sexo, ni por la edad; pero…

–¿Y tu deseo de escribir?
–Ah, ése no lo voy a soltar. ¿Pero sabes algo? Ya no pesa nada: ahora escribo todo lo que quiero, y él no tiene tiempo de engordarse.

La bolsa amarilla, p. 153

La protagonista de Maritrini quiere ser escritora,del cubano Luis Cabrera Delgado, también es una jovencita que escribe. Como Raquel, es una niña de clase baja que se rebela contra su familia, entre otras cosas, a través de la escritura. Lejos de todo mensaje “políticamente correcto”, Cabrera no teme revelar que Maritini no escribe solo por realizarse, sino por alcanzar la fama. La prosa de la jovencita tiene un tono de sarcasmo que el autor utiliza también para lanzar una que otra pulla contra el mundo de la literatura infantil:

Un día mi prima Elena –la única persona a quien le he dicho que soy, o seré, escritora– me dijo que escribiera un libro para niños. A mí me dio mucha pena defraudarla, pues ¿cuándo has oído hablar de un escritor de libros para niños que sea famoso? Bueno… los de antes, pero esos ya se murieron.

Maritrini quiere ser escritora, p. 12



 Bibliografía

ALCOTT, Louise May, Mujercitas, Buenos Aires, Acme, 2000.
ALONSO, Fernando, El misterioso influjo de la barquillera, Madrid, Anaya, 1999.
AMADO, Jorge, El Gato Manchado y la Golondrina Siñá, Buenos Aires, Losada, 1976.
ANDERSEN, Hans Christian, Oeuvres. París. Gallimard, 1992. Tomo I  (Obras Escogidas. Traducción, presentación y notas de Régis Boyer).
AUSTER, Paul,  El cuento de Navidad de Auggie Wren, Buenos Aires, Sudamericana, 2003, il.: Isol, trad.: Mariana Vera.
BAQUEDANO, Lucía, Los bonsáis gigantes, Madrid, SM, 1992.
BARRIE, James Matthew, Peter Pan y Wendy,Barcelona, Editorial Juventud, 1993.
BODOC, Liliana, Diciembre, Súper Álbum,Buenos Aires, Alfaguara, 2003.
BORDONS, Paloma, What a viaje. Madrid. Ediciones SM, 2006.
CABAL, Graciela Beatriz, La emoción más antigua, Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
CABRERA DELGADO, Luis, Maritrini quiere ser escritora. Santiago de Chile, Alfaguara, 2003.
CALLEJA, Seve, La isla de los esclavos felices. Madrid. Espasa Calpe, 1998.
CARROLL, Lewis, Alicia en el País de las Maravillas, Madrid, Jorge Mestas Ediciones Escolares, 1999.
COLFER, Eoin, Artemis Fowl,Barcelona, Montena, 2001.
DAHL, Road, Matilda, Madrid, Alfaguara, 1989.
DE SANTIS, Pablo, Lucas Lenz y el Museo del Universo, Buenos Aires, Alfaguara, 1992.
DEVETACH, Laura, La plaza del piolín,Buenos Aires, Alfaguara, 2001.
DÍAZ, Gloria Cecilia, El sol de los venados, Madrid, Ediciones SM, 1993.
____________________, El rey de corazones, Madrid, Anaya, 2007. Il. Rafael Vivas
ENDE, M., La historia interminable,Alfaguara, 1983.
FRABETTI, Carlo, Calvina, Madrid, Ediciones SM, 2007.
JONES, D.W., Los magos de Caprona, Madrid, Ediciones SM,
MARTI, José, La edad de oro, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial Letras Cubanas, 1989 (edición facsimilar).
MENÉNDEZ-PONTE, María, Si yo soy Zanahoria you are Nuts. Madrid. Ediciones SM, 2006.
NÖSTLINGER, Christine, Más historias de Franz, Norma, 1992.
NUNES, Lygia Bojunga, La bolsa amarilla, Norma, 1999.
PESCETTI, Luis María, Caperucita Roja (tal y como se lo contaron a Jorge), Alfaguara, 1996.
ROJAS, María, Abuelito, cuéntame un cuento. Madrid, Ediciones SM, 1999.
ROSELL, Joel Franz, El pájaro libro. Ediciones SM, Madrid, 2002, il.: Ajubel.
ROWLING, Joanne K., Harry Potter y la cámara secreta, Barcelona, Salamandra, 2002.
_____________________, Animales fantásticos & dónde encontrarlos, Barcelona, Salamandra, 2001.
_____________________, Quidditch a través de los tiempos, Barcelona, Salamandra, 2001.
RUSHDIE, Salman, Harún y el Mar de las Historias, Barcelona, Seix Barral, 1991. 
SÁNCHEZ, Paloma, Quién sabe liberar a un dragón. Madrid. Ediciones SM, 2007.
SARTRE, Jean–Paul, Las palabras,Buenos Aires, Losada, 2000.
SENELL, Joles, La guía fantástica, Barcelona, Juventud, 1977.
STEVENSON,Robert Louis, La isla del tesoro, Madrid, Anaya, 1981.
VERNE, Julio, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, Anaya, 1982.
  
[1] José Martí


LIBROS, LECTURA Y ESCRITURA EN EL ESPEJO

$
0
0


LA SERPIENTE QUE SE MUERDE LA COLA

LIBROS, LECTORES Y ESCRITORES EN LOS LIBROS PARA NIÑOS

















Inicialmente publicado en A través del espejo. Cuadernos de ALIJA, II época, número 1, 2004, esta es la versión del artículo publicada en agosto de 2008 en http://artedfactus.wordpress.com/



La lectura: esa felicidad tan accesible
Jorge Luis Borges

Yo me veo jugando contigo. Y para hacerte aprender con gozo, ya te hago bonetillo de maestro, y te monto espejuelos en tu risueña nariz, y te siento en la altísima silla, para que te acostumbres a ser en todo alto. ¡Ea, a escribir! Pero si alguna vez has de mover la pluma en defensa de alguna injusticia, o en servicio de tu ambición, o de algún malvado-  séquese ahora mismo tu manecita blanca y quédese tu pluma sobre el papel convertida en piedra, y vuele de tus labios, como una mariposa avergonzada la palabra de vida.

José Martí, en carta a su hijo


Leer es andar, escribir es ascende[1]

Loslibros nos cambian la vida. A los buenos lectores, por lo menos, y a los escritores, por supuesto, ya que los libros son una parte esencial de sus vidas. Todo libro es una aventura porque todo libro es la aventura de leer. Para los niños, la lectura empieza siendo un reto vital e intelectual: descubrir y conquistar cada letra, cada palabra; apoderarse del sentido de la frase, dominar esas criaturas levantiscas que son las metáforas, aprehender los mundos creados a puro verso y prosa.
Los libros nos franquean mundos ignotos, inalcanzables e incluso imposibles. El gran novelista cubano José Lezama Lima, que adquirió una impresionante cultura universal sin casi salir de La Habana, dio una excelente definición de lo que es un lector al declararse “viajero inmóvil”. Otro titán de la lectura (pese a su ceguera), el argentino universal Jorge Luis Borges, dijo que los libros nos permiten recordar cosas que no hemos vivido.
En su esencial libro Las palabras, el escritor y filósofo francés Jean–Paul Sartre cuenta su descubrimiento de los libros: 

Empecé mi vida como sin duda la acabaré: en medio de los libros. En el despacho de mi abuelo había libros por todas partes (…) Yo los tocaba a escondidas para honrar mis manos con su polvo, pero no sabía qué hacer con ellos y asistía cada día a unas ceremonias cuyo sentido se me escapaba (…) Aún no sabía leer, pero ya era lo bastante snob como para exigir mis libros. Mi abuelo fue a ver al pícaro de su editor e hizo que diesen Los Cuentos, del poeta Maurice Bouchor, relatos sacados del folklore y transcritos para el gusto de los niños por un hombre que, según decía, había guardado los ojos de niño. Yo quise empezar enseguida las ceremonias de aprobación. Cogí los dos pequeños volúmenes, los olí, los palpé, los abrí descuidadamente por “la página correcta” haciendo que crujiesen. Era en vano: no tenía el sentimiento de poseerlos. Sin lograr mayor éxito, intenté tratarlos como muñecas, los mecí, los besé, les pegué. A punto de echarme a llorar, acabé poniéndoselos en las rodillas a mi madre. Ella levantó la vista de su labor “¿Qué quieres que te lea, queridito? ¿Las Hadas?” Yo pregunté incrédulo: “¿Están ahí dentro las hadas?” Esta historia me resultaba familiar; mi madre me la contaba muchas veces, cuando me arreglaba, interrumpiéndose para friccionarme con agua de Colonia, para recoger, debajo de la bañera, el jabón que se le había escapado de las manos, y yo escuchaba distraídamente el relato tan conocido (…) me hizo sentar frente a ella en mi sillita; se inclinó, bajó los párpados, se durmió. De esa cara de estatua salió una voz de yeso. Yo perdí la cabeza: ¿Quién contaba, qué y a quién? Mi madre se había ido: ni una sonrisa, ni un suspiro de connivencia, yo estaba exiliado. Y además no reconocía su lenguaje. ¿De dónde sacaba esa seguridad? Al cabo de un instante había entendido: el que hablaba era el libro.
Las palabras, pp. 28-31

Un testimonio y una convicción no menos vigorosos sostienen La emoción más antigua, de Graciela Cabal. En esa obra ensayística, que podemos situar entre los textos más elocuentes que sobre el tema se hayan publicado en nuestra lengua, la popular autora argentina hace uso de su estilo ingenioso y brillante para levantar un monumento de palabras a los libros, la lectura y los lectores: 

… Hablo de los lectores adictos, de los que leen lápiz en mano, como le gusta a Steiner, dialogando con el autor; de los que jamás salen sin un libro en la mano, por cualquier cosa; de los que compran libros que, intuyen, nunca van a llegar a leer; de los que están deseando volver a casa para arrebujarse dentro del libro que están leyendo; de los que repasan la historia de su propia vida a través de las marcas que fueron dejando en sus libros; de los que acarician los libros y los olfatean y duermen con ellos debajo de la almohada; de los que abren un libro al azar para encontrar la respuesta a alguna pregunta, el consuelo a algún dolor; de los que retrasan la lectura de las últimas páginas para alargar el placer; de los que cuando terminan un bello libro se preguntan: “¿Y ahora, qué va a ser de mi?”.
(…) leer alarga la vida. Y eso no sólo referido a la posibilidad de vivir vidas ajenas, de agregar un cuarto a la casa de la vida, como decía Bioy Casares, de hacer cosas que jamás haríamos en la existencia común y corriente –subir a las estrellas, bajar al fondo del mar, desenterrar tesoros en islas desiertas–, no. Hablo de vivir más tiempo, literalmente hablando.
 La emoción más antigua, pp. 9-10


Alicia en el País de las Maravillases probablemente el más famoso de los libros infantiles; uno de los pocos que los adultos muy ufanos de su edad y su cultura se permiten citar sin enrojecer y sin temor a un eventual ridículo. Lewis Carroll no desarrolla explícitamente el tema de los libros, la lectura o la lectura literaria en esa novela, pero ¿acaso no es una demoledora crítica de los libros que se daba por entonces a los niños, esta primera frase?:


Alicia comenzaba a cansarse de estar sentada en la pradera junto a su hermana, sin tener nada que hacer. De vez en cuando echaba una ojeada al libro que leía su hermana, pero no tenía ilustraciones ni diálogo… “¿y de qué sirve un libro –se preguntaba 

Alicia– que no tiene ni dibujos ni conversación?” 
Alicia en el País de las Maravillas, capítulo I


Inmediatamente, la curiosa chiquilla (no olvidemos que en inglés, País de las Maravillas se dice Wonderland, y que el verbo wonder, también significa preguntarse) parte en la trepidante aventura que, de manera implícita responde a la pregunta de la protagonista. Al final se nos dice que no hemos leído sino un sueño de Alicia, pero, aparte de que ningún buen lector le cree esa mentira al narrador, ¿acaso soñar no es también leer (lo que se tiene en el subconsciente) y en algunos casos escribir (lo que la imaginación produce)? Tampoco olvidemos el poema que lleva el libro como pórtico y que nos presenta la escena en la que el propio Carroll, paseando en bote con las hermanas Liddel, inventa para ellas –y muy especialmente para la Alicia real, que era la más pequeña de las tres– un cuento que se transformaría en el más fascinante de los libros.



Del poder de los cuentos… 

Hans Christian Andersen es uno de los autores que más frecuentemente utilizó sus experiencias y concepciones estéticas como materia para sus cuentos, relatos, historietas y otras prosas (donde los límites entre literatura para chicos y para adultos se confunden tanto como los de ensayo y ficción). Entre otros textos pueden mencionarse “Pluma y tintero”, donde los instrumentos del título se disputan la autoría de cuanto escribe su propietario. Los pretenciosos objetos no se percatan de su estupidez ni siquiera cuando el escritor los utiliza para redactar un cuento en el que el arco y el violín de un músico se disputan de manera semejante la gloria del artista que, concluye el romántico e idealista Andersen, no corresponde sino a “Nuestro señor”,  el “maestro eterno”.

En “El libro de imágenes de Padrino”, Andersen no hace una nueva parábola con sus concepciones estéticas sino que narra el recuerdo de una de las tantas ocasiones en que divirtió a sus amigos, niños o adultos, con su talento de narrador oral e artista manual:

Padrino sabía contar historias, tan numerosas como largas. Sabía recortar imágenes y, cuando se aproximaba la Navidad, sacaba un cuaderno de páginas intactas sobre las cuales pegaba las imágenes que sacaba de libros y diarios. Si no tenía bastantes para lo que quería contar, las dibujaba él mismo (…)

“Hay que conservar muy bien este libro, dijeron Padre y Madre. Solo hay que sacarlo en las grandes ocasiones”.
Sin embargo, Padrino había escrito en la tapa:
No te preocupes, si este libro rompes.
Otros amiguitos han hecho cosas peores
Lo mejor era cuando Padrino en persona nos mostraba el libro, leyendo los versos y todo lo demás. Era entonces que lo escrito se convertía en una verdadera Historia…

Oeuvres, pp. 997-998

Si en el primer ejemplo, Andersen nos habla de los instrumentos y la inspiración del escritor, y en el segundo de “periféricos” como la narración oral o la ilustración artesanal, en El jardín del Edén, desata su imaginación a favor del libro y el conocimiento. Pero la más memorable de las situaciones concebida por Andersen para rendir culto a la literatura es la que culmina su cuento “La colina de los elfos”. Aquí relata que el Troll de Noruega ha viajado al reino de los elfos de Dinamarca para escoger una esposa digna de su alcurnia. La feliz elegida resulta ser la séptima de las princesas… ¿y cuál es la gracia suprema con que conquistó al poderoso personaje? Su calidad como contadora de cuentos.

Es la sonriente vuelta de tuerca del escritor danés al antiquísimo relato inaugural de Las mil y una noches, donde los cuentos que Scherezada narra al rey Schariar le salvan la vida a ella y a otras muchas potenciales esposas–por–una–noche del misógino soberano que, por su parte, aprende en los cuentos de la habilidosa muchacha a amar.

… al poder de los libros

Los autores del siglo XIX y principios del XX no se preocuparon por integrar a la trama la pasión de sus personajes por los libros, pero sí supieron sugerir que éstos son la puerta de acceso a los más apasionantes acontecimientos. El volumen en cuestión puede o no tener importancia, puesto que suele servir únicamente para ocultar un manuscrito -no necesariamente literario- que es el verdadero detonador de la acción, creando un clima de misterio, de prohibición, de peligro y desafío. En Viaje al centro de la Tierra, Julio Verne utiliza un libro real para esconder en su interior un manuscrito tan ficticio como su autor, el alquimista Arne Saknussem, y como los protagonistas de la excursión a las entrañas del planeta.  

ilustración tomada de
Jules Verne. Un humain planetaire
de Jean-Paul Dekiss
Textuel. París, 2005

–Veamos –decía, haciéndose a sí mismo preguntas y respuestas–. ¿Es lo suficientemente bello? Sí, ¡es admirable! ¡Y qué encuadernación! ¿Se abre fácilmente? Sí, ya que queda abierto por cualquier página. Pero ¿se cierra bien? Sí, ya que la cubierta y las hojas forman un todo bien unido sin separarse ni entreabrirse en ningún lugar. ¡Y este lomo que no tiene ni una sola grieta después de setecientos años de existencia! ¡Ah, he aquí una encuadernación de la que se hubieran sentido orgullosos Bozerian, Closs o Purgold!
Mientras hablaba así, mi tío abría y cerraba continuamente el viejo libro. No podía yo por menos de interrogarle sobre su contenido, aunque éste no me interesase en absoluto.
–¿Y cuál  es el título de ese maravilloso volumen? –le pregunté con una diligencia demasiado entusiasta para no ser fingida.
–¡Esta obra –respondió mi tío animándose– es el Heimskringla de Snorri Sturlusson, el famoso autor islanés del siglo XII! ¡Es la crónica de los príncipes noruegos que reinaron en Islandia!

Viaje al centro de la Tierra, capítulo II, pp. 14-15 

Fiel a sus objetivos didácticos, Verne no pierde la ocasión de enseñarnos a reconocer lo que hace la calidad de un libro antiguo y nos asesta los nombres de algunas celebridades de la bibliofilia, pero también –hábil novelista– nos anticipa el carácter fabuloso de su relato al escoger como “cofre del tesoro” una de las obras fundamentales de la mitología nórdica. Simultáneamente, se orienta al lector hacia el contexto geográfico y científico que domina la obra: Islandia; el territorio más volcánico y, por entonces, más misterioso del planeta.

Casi veinte años más tarde, el escritor británico Robert Louis Stevenson imagina una situación parecida para dar comienzo a la más prestigiosa novela de aventuras que se haya escrito. En La isla del tesoro el volumen encontrado no es real y ni siquiera es propiamente un libro, sino el cuaderno en que lleva sus cuentas un capitán pirata. Pero también aquí hay manuscrito encerrado: el mapa –¡nada menos!– que conducirá a Jim Hawkins y sus compañeros a completar el hallazgo que todo niño soñó alguna vez.

Si bien no se hace mención alguna a los libros, en Peter Pan y Wendy, de James Matthew Barrie, el deseo de oír cuentos y la necesidad de conocer el final de una de esas historias es lo que lleva a Peter Pan a entrar en el cuarto de los niños de la familia Darling, con lo que se inicia una de las más inolvidables historias que se haya escrito:

ilustración de Mabel Lucie Attwell
…Wendy, por cierto, quedó un poco descorazonada al decirle él que se había asomado a la ventana del cuarto de los niños, no para verla, sino para oír contar cuentos.
–Yo no sé ningún cuento –confesó–. Ninguno de los niños perdidos sabe cuentos.
–Pero eso es espantoso –dijo Wendy.
–¿Sabes –preguntó Peter Pan– por qué las golondrinas edifican sus nidos en los aleros de las casas? Es para escuchar los cuentos. ¡Oh, Wendy, qué lindo cuento oí contar una noche a vuestra madre!
–¿De qué trataba?
–De un príncipe que no podía encontrar a la dama del zapatito de cristal.
–Ese cuento –dijo Wendy con emoción– era el de la Cenicienta. Y has de saber que el príncipe la encontró y se casaron y vivieron ya siempre felices.
Peter se alegró tanto de saber aquello que, levantándose del suelo, donde estaban sentados, se acercó apresuradamente a la ventana.
–¿Adónde vas? –le preguntó la niña
–A contárselo a los chicos.
–No te vayas, Peter –rogó ella–. ¡Si supieras cuántos lindos cuentos sé yo!
Éstas fueron exactamente sus palabras, de modo que es innegable que de ella partió la tentación.
Peter Pan volvió atrás y en sus ojos brilló una mirada de codicia que debía haber alarmado a la niña.
(…) Peter Pan tiró de ella hacia la ventana.
–¡Suéltame!
–Wendy, ven conmigo para contarnos a mí y a los niños perdidos esos lindos cuentos que sabes…

Peter Pan y Wendy, capítulo III, p. 42

Creo que nadie ha llegado tan lejos como Barrie, haciendo del deseo de contar o de escuchar un cuento (nótese la palabra “tentación”, de innegables connotaciones sexuales) la causa del abandono del hogar y el comienzo de una fantástica aventura. En Harún y el Mar de las Historias Salman Rushdie invierte la situación, puesto que a donde viajamos con el héroe de la novela es al mágico país de donde han dejado de venir los cuentos al mundo real:

Harún solía comparar a su padre con un malabarista, porque en realidad sus cuentos estaban hechos de retazos de historias diferentes que él manejaba a su antojo y mantenía en constante movimiento, como el que juega con muchas pelotas a la vez, sin equivocarse nunca.
¿De dónde venían todos aquellos cuentos? Parecía que Rasid no tenía más que abrir sus labios reidores, gruesos y rojos, para que por ellos saliera un nuevo relato en el que no faltaban sus dosis de brujería y de amor, princesas, tíos malvados, tías gruesas, gangsters bigotudos con pantalones a cuadros amarillos, paisajes fantásticos, cobardes, héroes, peleas, y media docena de pegadizas tonadillas. “Todas las cosas tienen que salir de algún sitio –cavilaba Harún– (…) Vamos, dime ya, ¿de dónde las sacas? –insistía, y Rasid movía las cejas con aire de misterio y agitaba los dedos con ademán de bruja.
–Del gran Mar de las Historias –contestaba–. Yo bebo las cálidas Aguas de las Historias y me siento lleno de inspiración…

Harún y el Mar de las Historias; pp. 8-10




Tanto Rushdie como Michael Ende en La historia interminable creen en el poder vivificante y aún rehabilitador de la literatura. Sus héroes no se escapan del mundo real –por frustrante que éste sea y por bella que sea la historia– sólo por placer; ellos parten porque sin su intervención los seres que aman (podría decir “la humanidad”, pero no quiero ser más solemne que mis autores) perderían la panacea de la palabra hechizada. Los protagonistas de los dos libros, Harún y Bastián, deberán pasar por encima de sí mismos y de numerosas dificultades para convertirse en héroes de sus respectivas historias. Es una manera indirecta que tienen los escritores de decirnos que la lectura no es necesariamente algo fácil y sencillo, pero que siempre vale la pena.


Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente por qué. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen a sí mismos por no saber resistir los placeres de la mesa… o de la botella (…) Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen: hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay.

La pasión de Bastián Baltazar Bux eran los libros.
Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado…
Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito…
Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido…
Quien no conozca todo esto por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.

La historia interminable; pp. 12-13

Bastián roba el libro. Su culpa es inútil puesto que en realidad el librero contaba con que él se apropiara del libro. Como en otras novelas donde los libros dan acceso a un mundo fabuloso, aquí también El Libro está predestinado a un lector concreto. 

Sin embargo, como para evitar la instrumentalización de la idea, algunos autores no temen mostrarnos que la atracción por un libro puede ser poco generosa e incluso ilegítima.

Artemis Fowl el inteligente y nada escrupuloso protagonista de la novela homónima, del irlandés Eoin Colfer, se vale de miserables trampas y mentiras –y de la tecnología informática más moderna– para apoderarse del libro de los elfos. Su objetivo no es acceder a una lectura estimulante y ni siquiera penetrar en su mágico mundo movido por sana curiosidad; su objetivo es apoderarse del oro de las Criaturas. Y para ello necesita su Libro  



Mayordomo asió el minúsculo tomo con gesto reverencial. El guardaespaldas activó una cámara digital compacta y empezó a fotografiar cada una de las delgadísimas páginas del Libro. El proceso tardó varios minutos. Cuando hubo terminado, la totalidad del volumen quedó almacenada en el chip de la cámara. Artemis prefería no correr riesgos con la información. Se sabía que los equipos de seguridad de los aeropuertos habían borrado más de un disco con información vital, de modo que dio instrucciones a su ayudante para que transfiriese el archivo a su teléfono móvil y desde allí lo enviase por correo electrónico a la mansión Fowl de Dublín. Antes de que acabasen los treinta minutos, el archivo que contenía hasta el último símbolo del Libro Mágico aguardaba sano y salvo en el servidor de Fowl.



Artemis Fowl, p. 24


En la saga Harry Potter, los libros, la lectura y la escritura literaria no tienen un lugar sobresaliente. No obstante, Joanne K. Rowling se ha propuesto burlarse en cada uno de sus libros de diversos aspectos de nuestra la realidad, caricaturizándolos a través de sus similares correspondientes al mundo de los magos. Así, en Harry Potter y la cámara secreta, hay algunas ironías respecto al mundo de los best sellers y sus mediáticos autores, en este caso el nuevo profesor de Defensa contra las fuerzas del mal, cuya popularidad entre el lectorado femenino se debe más a su apostura que a sus conocimientos. No por sutil es menos comprensible la referencia a los editores escolares que procuran ganarse a los docentes no mediante la calidad de sus textos, sino a partir de toda clase de trucos publicitarios y regalos.


Contrariamente a lo que podría esperarse, los libros mágicos suelen aparecer en los libros que vengo evocando como volúmenes bastante normales. Aunque suelen servir de vía de acceso al mundo mágico, por lo general su único rasgo maravilloso es que oponen alguna barrera a sus lectores (generalmente ligada a la visibilidad o legibilidad del texto). Los imaginados por Joanne Rowling solo tienen como particularidad la movibilidad de sus fotos de contratapa, pero esto ocurre a todas las imágenes en el mundo de los magos. Un aporte mucho más interesante por parte de la autora escocesa es la publicación de dos de los manuales supuestamente utilizados en el colegio Hoqwarts: Quidditch a través de los tiempos y Animales fantásticos & dónde encontrarlos), cuyos autores, editores y demás paratexto son completamente inventados y remiten al universo potteriano.





Libros cercanos

Pero los libros que “protagonizan” libros infantiles no solo permiten el acceso a mundos desconocidos, exóticos o mágicos, sino que tienen una función liberadora de una cotidianidad mediocre, empobrecida o esclavizadora. En Los bonsáis gigantes¸ de Lucía Baquedano, es gracias a los libros ocultados en tiempos remotos que los habitantes de una isla que pasa por única sobreviviente de la civilización humana pueden descubrir la verdad. A diferencia de los ejemplos anteriores, en esta novela es el manuscrito el que remite a los libros, y los libros son, ellos, el tesoro. En Lumamijú no hay libros, sino computadoras, y la primera vez que la protagonista los ve siente miedo:

Sin embargo, su apariencia no podía ser más inofensiva. Recuerdo que a su vista pensé que eran gruesos cuadernos, como los que teníamos para guardar en los archivos listas y datos de ordenador. Sin embargo, su contenido era a todas luces diferente. Me asombró abrir uno y leer:
Mujer, no eres solo obra de Dios. Los hombres te están creando eternamente en la hermosura de sus corazones y sus ansias han vestido de gala tu juventud…
No. Decididamente, aquellos no eran listados de ordenador, porque yo jamás había sentido, instalada ante la impresora, cuando iban apareciendo líneas en el papel, lo que sentía ahora, aquel remusguillo de inquietud en el corazón.
Cerré el libro. ¿Por qué me daba vergüenza que David me descubriera leyendo aquello?

Los bonsáis gigantes, p. 82

Como en toda novela de ciencia ficción, Los bonsáis gigantes arroja luz sobre el presente, una luz más clara gracias a la artificio de la distancia fantástica. Frases como la que sigue disimulan mal su carácter de mensaje destinados a los chicos que hoy prefieren las computadoras a los libros: “Acostumbrada a los medios audiovisuales, que apenas exigían esfuerzo, la lectura, aquel mundo nuevo, pedía mayor atención: costaba, pero resultaba fascinante.” (p. 86).

Que los libros cambian la vida de los personajes, es algo que demuestran, de manera patente y, si se quiere, dramática, las novelas de aventuras. Pero también el cambio puede ocurrir a personajes que viven un mundo tan banal como el de los lectores comunes.
 
El clásico de la literatura infantil La edad de oro, de José Martí, incluye “Nené traviesa”, uno de los raros textos narrativos del gran poeta y ensayista cubano, que presenta de manera sumamente elocuente y emotiva las relaciones entre un libro centenario, una niña de seis años y su padre; un bibliófilo y escritor, periodista o traductor tras el cual es fácil adivinar al propio Martí.

Esa noche que hablaron de las estrellas trajo el papá de Nené un libro muy grande: ¡oh, como pesaba el libro!: Nené lo quiso cargar, y se cayó con el libro encima: no se le veía más que la cabecita rubia de un lado, y los zapaticos negros de otro. Su papá vino corriendo y la sacó de debajo del libro, y se rió mucho de Nené, que no tenía seis años todavía y quería cargar un libro de cien años. ¡Cien años tenía el libro, y no le habían salido barbas!: Nené había visto un viejito de cien años, pero el viejito tenía una barba muy larga, que le daba por la cintura. Y lo que dice la muestra de escribir, que los libros buenos son como los viejos: “Un libro bueno es lo mismo que un amigo viejo”: eso dice la muestra de escribir. Nené se acostó muy callada pensando en el libro. ¿Qué libro era aquel que su papá no quiso que ella lo tocase? Cuando se despertó, en eso no más pensaba Nené. Ella quiere saber qué libro es aquel. Ella quiere saber como está hecho por dentro un libro de cien años que no tiene barbas.

La edad de oro, p. 47

La curiosidad –dicen casi todas las mitologías– perdió a la mujer. Nené abre el valioso libro  y cree descubrir lo prohibido (…“es un negro, un negro muy bonito, pero está sin vestir: ¡eso no está bien, sin vestir! ¡por eso no quería su papá que ella tocase el libro! No: esa hoja no se ve más, para que no se enoje su papá!”). Las ilustraciones son tan fascinantes que la niña olvida que no son la realidad y acaba rompiendo varias páginas del valioso ejemplar, un acto suficientemente grave como para quebrar el inmenso amor filial resaltado desde las primeras líneas del cuento:

Un siglo más tarde, la austríaca Christine Nöstlinger también apoya uno de los dos cuentos que integran Más historias de Franz en las relaciones entre los niños y los libros, pero lo hace desde una comicidad inteligente. Para Franz, igualmente de seis años, la lectura es un instrumento esencial para triunfar en la vida; por ejemplo, para deslumbrar a su amiguita Gabi:


–¡Lily! ¡Lily! –gritó Franz apenas entró en la casa–. ¡Tienes que ayudarme a leer rápido! ¡Ahora mismo!
–¡Tienes que enseñarme a leer! –le corrigió Lily.
–¡Sí, sí! –le contestó Franz con voz de pito–. ¡Hoy mismo tengo que aprender a leer!
–Aprender a leer quiere decir que yo te enseño y tú aprendes –continuó Lily.
–¡Quiero aprender ahora mismo! –exclamó Franz, y corrió a su cuarto.
Volvió con un montón de libros ilustrados, entró en la cocina y los puso en la mesa. ¡Tengo que saber leer antes del mediodía!

Más historias de Franz, p. 31



Lo que el pequeño pretende es saber decodificar los signos gráficos con que representamos las palabras, puesto que todo comienza cuando él y su amiga no pueden comprender un cartel en el parque. Es que cuando decimos “leer”, “aprender a leer” o “saber leer” podemos estar hablando de dos cosas bien diferentes: la capacidad elemental, pragmática e instrumental de descifrar los signos de la escritura (tarea básica escolar) y la aptitud para comprender lo descifrado ya no a nivel de fonemas, morfemas, lexemas o frases, sino a nivel de discursos complejos, tan complejos y connotativos como la literatura (tarea última de la escuela y de todos). Con extrema habilidad, Nöstlinger sugiere la íntima conexión entre los dos aspectos de la lectura, el “táctico” y el “estratégico”, que en realidad son inconcebibles por separado (a tal punto, que el primero se pierde si no se ejercita el segundo). En el cuento que comentamos, Franz comprende que es imposible aprender todas las letras en unas pocas horas y –como es un pícaro– se aprende de memoria tres de los álbumes que suelen leerle en casa para fingir leérselos a Gabi. A fin de que su amiga no descubra el embuste, Franz inventa desde entonces el sentido de cuanto texto su amiga le pone delante. Salta así de la condición de iletrado a la de escritor oral.

La capacidad imaginativa de los niños ha sido hábilmente explotada en libros ilustrados como Abuelito, cuéntame un cuento, de María Rojas, y Caperucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge), del escritor Luis María Pescetti y el ilustrador O’Kif, todos argentinos. En el primer caso, el niño le pide a su abuelo un cuento, pero basta una pregunta del viejo señor para que el propio nene construya una fabulosa historia. Entre tanto, enCaperucita roja…la imaginación de Jorge no se expresa con palabras, sino con imágenes que construyen un hilarante desfasaje con respecto a las que representan el antiquísimo texto narrado por el padre. Mientras al adulto corresponden modos de vida y formas gráficas (destáquese el color sepia) antiguos y europeos, en la cabeza de Jorge las mismas escenas aparecen con un grafismo actual y multicolor y reflejan modos de vida del lector, contemporáneo y argentino. La cultura de dibujos animados, superhéroes y hamburguesas tiñe todo el “relato mental” del pequeño Jorge, actualizando el venerable cuento y aportando una inteligente comicidad al álbum.

Grandes personajes, grandes lectores

Los autores que nos presentan personajes amantes de los libros, nos cuentan cuánto significa la lectura en la vida de éstos, pero también ofrecen al lector real una guía de lecturas. El británico Road Dahl va muy lejos cuando la heroína de su novela  Matilda lee, antes de  cumplir cinco años, novelas como Oliver Twist, de Dickens, Jane Eyre, de Charlotte Brontë, Orgullo y prejuicio, de Jane Austin, El viejo y el mar, de Hemingway y hasta El ruido y la furia, de Faulkner o Las viñas de la ira, de Steinbeck. Semejantes libros no tentarán ni siquiera a la mayoría de los lectores de Matilda, que doblan a su heroína en edad.  Evidentemente, lo que Dahl pretende, subversivo como siempre, es decir a los chicos que no hay lectura que les esté prohibida. El diálogo que citamos a continuación solo en apariencia tiene lugar entre dos personajes de la novela; en realidad es el genial escritor británico quien conversa directamente con sus lectores:

–El señor Hemingway dice algunas cosas que no comprendo– dijo Matilda–. Especialmente sobre hombres y mujeres. Pero, a pesar de eso, me ha encantado. La forma como cuenta las cosas hace que me sienta como si estuviera observando todo lo que pasa.
–Un buen escritor siempre te hace sentir de esa forma –dijo la señora Phelps–. Y no te preocupes de las cosas que no entiendas. Deja que te envuelvan las palabras, como la música.

Enseguida vemos a la niñita, que sus padres abandonan durante todo el día en casa, leyendo ávidamente:
A partir de entonces, Matilda sólo iba a la biblioteca una vez por semana, para sacar nuevos libros y devolver los anteriores. Su pequeño dormitorio lo convirtió en sala de lectura y allí se sentaba y leía la mayoría de las tardes, a menudo con un tazón de chocolate caliente al lado. No era lo bastante alta para llegar a los cacharros de la cocina, pero entraba una caja que había en una dependencia exterior de la casa y se subía en ella para llegar a donde deseaba (…) Los libros la transportaban a nuevos mundos y le mostraban personajes extraordinarios que vivían unas vidas excitantes. Navegó en tiempos pasados con Joseph Conrad. Fue a África con Ernest Hemingway y a la India con Rudyard Kipling. Viajó por todo el mundo, sin moverse de su pequeña habitación en un pueblecito inglés.

Matilda, p. 23

Creo que pocas veces se ha narrado de manera tan convincente el inmenso placer y el ancho mundo que pueden proporcionar los libros a un niño. Si los maestros, bibliotecarios y promotores de la lectura lograran trasmitir sólo la hermosura de esta escena, podríamos dispensarnos el costo y el esfuerzo de tanta campaña de lectura infructuosa. 

En dos de sus novelas, El sol de los venados y Óyeme con los ojos, Gloria Cecilia Díaz sitúa el contacto de sus protagonistas con los libros fuera de sus casas, en el seno de familias con mayor vinculación intelectual que la propia, y éste es un elemento que parece hacer más intensa y transformadora la experiencia. El protagonista de la última novela, Horacio, es sordo y queda deslumbrado al descubrir el poema de Federico García Lorca “El niño mudo” (trascrito íntegramente en la novela), donde se poetiza una discapacidad parecida a la suya.


La cuestión de la verosimilitud es algo que inquieta a muchos lectores de narraciones realistas; más aun si están escritas en primera persona y pueden establecerse, entre el narrador (personaje actuante o no) y el escritor rasgos de identidad. En algunos casos el narrador parece ser testigo de los hechos y si bien la cuestión de la verosimilitud puede seguir interpelando, la posible identidad entre autor y narrador puede quedar relegada. En El cuento de Navidad de Auggie Wren, el narrador parece ser el propio Paul Auster, en dificultades para escribir el cuento que finalmente consiguió escribir, puesto que sería el que tenemos en las manos. El supuestamente insignificante proveedor de tabaco del escritor lo salva de su corte de inspiración al contarle un hecho una curiosa anécdota de su vida: una historia de inesperada y casi mágica generosidad (esas son reglas del género) que finalmente el escritor podrá entregar al New York Times.


En la página final, Auster nos revela una de las reglas de oro que diferencian un cuento cualquiera de un buen cuento:

Me detuve por un momento y estudié a Auggie mientras una sonrisa maliciosa se extendía por su cara. No podría asegurarlo, pero en ese instante tenía una mirada tan misteriosa, tan llena de algún profundo regocijo, que de pronto se me ocurrió que había inventado todo. Estuve a punto de preguntarle si me había engañado, pero enseguida comprendí que nunca me lo diría. Yo le había creído y eso era lo único que importaba. Mientras haya una sola persona que se la crea, no hay historia que no sea cierta.

El cuento de Navidad de Auggie Wren, s/p

Los libros hay que escribirlos 

La escritura no aparece temprano en las tramas de los libros infantiles. Probablemente, fuera de diarios y cartas, y de algún escritor tan egocéntrico como Andersen, raras son las menciones a esta actividad antes de Mujercitas, de Louise May Alcott, donde encontramos a un personaje que siendo todavía menor de edad sueña con ser escritora. La escritura como actividad de un personaje infantil se ha hecho bastante frecuente en nuestra época, debido tanto a la búsqueda de nuevas formas expresivas y a la creciente exposición del autor infanto–juvenil en su obra como a la participación activa que se espera del lector (gracias a la teoría de la recepción, el concepto del lector activo, los talleres literarios infantiles, etcétera). La presencia de la escritura literaria en los libros para chicos podría dividirse en dos tendencias: personajes adultos que escriben y personajes infantiles que escriben o lo intentan.

La cubana Hilda Perera se abre las venas en su novela La jaula del unicornio, y las preocupaciones en torno a la creación literaria no son las menos frecuentes en el personaje narrador que le sirve de Alter Ego:




Ya he subido el puente levadizo, solté los perros imaginarios en prevención de que alguien venga a interrumpirme, hurgo dentro de mí a ver si algún recuerdo, alguna semilla quiere florecer en mi página en blanco, si me dejan el silencio intacto, si ninguna nimiedad me espanta las ideas que huyen como sábanas solas, ondulando. Escribir es eso: soledad, horario fijo, renuncia… sólo que nadie lo entiende. Sobre todo si eres mujer y hay madre enferma, cuentas por pagar, litigios, amigas tontas y miles de cumpleaños, Pascuas, comidas que te amarran como a un potro cerrero y te arrastran herida por la polvareda.

La jaula del Unicornio, p. 74






También la argentina Laura Devetach nos presenta a una escritora que se le parece en La plaza del piolín, y también a ella el libro en elaboración “se le resiste”. Su enfoque es mucho menos dramático que el de Perera y, como Paul Auster, nos libra algunos secretos de su “cocina literaria”; en este caso el que explica, precisamente, el libro que el lector tiene en sus manos:

Celina se rió y sacó el ovillo. Tenía diez mil nudos que unían los pedazos, de todos los colores y texturas (…) Lanas, piolas, hilos, cordoncitos, cintas finas, piolines de plástico y de papel pasaban y pasaban y se convertían en una pelota (…)
–Los cambio de lugar, los vuelvo a añadir. Así me acuerdo de cuando los encontré (…).
–¿Y no se te enreda? ¿No se pierde la punta de tanto envolver y desenvolver?
–No, mire –dijo–. La punta está en cualquier parte.
Cortó una lana color celeste tierra y empezó a ovillarla en un palito. Ahora había tres ovillos.
–Tenés razón –le dije pensando en mi libro–. Cualquier punta puede ser buena.


La plaza del piolín, p. 10


La complejidad del oficio de escritor ha sido ampliamente recreada por el escritor español Fernando Alonso en su novela El misterioso influjo de la barquillera.

A Sito le gustaba jugar al fútbol y al ajedrez, a las canicas y a las chapas; pero su afición preferida era leer libros.

Él no sabía explicar la magia misteriosa de los cuentos. No sabía cómo unas cuantas palabras eran capaces de crear tantas ilusiones, tantas fantasías y tantos sueños. No sabía dónde anidaban las raíces de aquel bienestar que sentía al leer un libro.
Sito comenzaba a saber una cosa:
–Lo que más me gustaría en este mundo es poder escribir cuentos

El misterioso influjo…, p. 12

Pero se le va la infancia en naderías y, ya adulto y con su nombre de Prudencio Pérez, se le escapa la mitad de la vida sin llegar a otra cosa que a contable y “Los ojos de la niña se perdieron hacia adentro, entre las oquedades de aquella palabra, que albergaban todas las sugerencias de las palabras nuevas. Luego, se abrieron en una gran sonrisa: –¿Contable…? Entonces, sabrás contar muchos cuentos…” (p. 26). No, Prudencio no sabe contar cuentos, pero es lo que se propone ese mismo día: abandona su empleo y decide hacerse escritor. Su primer intento es un sonado fracaso (le sale una especie de memorando) que sirve a Fernando Alonso para advertirnos que no basta con tener un tema y una trama para tener un cuento: hace falta tener la forma apropiada.

Desde ese episodio asistimos a la adquisición por el protagonista de todos los elementos (esenciales o fútiles, pero no prescindibles) que hacen un escritor: desde un fetiche (la misteriosa barquillera del título), un nombre (Huvez –que parece la abreviación de “Había una vez”– sustituye a Prudencio Pérez), una apariencia (“pantalón vaquero y camisetas con dibujos; camisas blancas, chaleco y pañuelos de colores anudados al cuello. Se había dejado crecer el pelo y las patillas…”), a un oficio (vendedor de barquillos) que le permita sobrevivir sin alejarse de su gran objetivo (al tiempo que vende barquillos, cuenta cuentos en una plaza). El proceso de formación de Húvez es lento y no exento de errores y frustraciones; con él aprendemos que un escritor debe conocer el mundo y las gentes, organizar su trabajo, aprender a jugar con las palabras, hacer las elecciones adecuadas –renunciando a todo facilismo y concentrándose en lo esencial–, explorar nuevas formas de escrituras y, para alcanzar la madurez, saber prescindir de los  mismos ritos y retóricas que en un principio lo arroparon.

El misterioso influjo de la barquillera es probablemente la biografía creativa de Fernando Alonso y, como para confirmarlo, encontramos en sus páginas algunos cuentos que este autor ya publicó en otros momentos de su fructífera carrera. Dichos cuentos solo en apariencia apartan al lector de la línea narrativa principal y le dan un mayor nivel de fabulación a una historia que, Alonso no lo ha olvidado, es para chicos. La frase final es casi la misma del principio y nos remite al viejo y siempre eficaz recurso del libro dentro del libro:
 (…) el señor Huvez se sentó a la máquina, puso un folio en blanco y comenzó a escribir:

EL MISTERIOSO INFLUJO DE LA BARQUILLERA
CAPÍTULO 1
Había una vez un niño que se llamaba Prudencio Pérez, pero todos le llamaban Sito…



 En las novelas de misterio y suspense la escritura puede, sin dejar de ser motor de la trama, resultar una actividad peligrosa. Pablo de Santis ha jugado más de una vez con esta ambigüedad: 

 “Aunque todavía es un autor ignorado, es uno de los más grandes artistas de nuestro tiempo. Nos referimos, por supuesto a Alcides Lancia. Como prueba de su imaginación están los ocho tomos de su obra única, El nictálope. Es una mezcla de cuentos con novelas, con cartas, con diarios íntimos, sueños, delirios… Y es una obra única en más de un sentido, porque Lancia no la escribió con tinta común… sino con su propia sangre. Pudo hacerlo gracias a un artefacto creado quién sabe por quién, y al que Lancia llama la pluma–vampiro.

Debido a la pérdida de sangre el escritor se fue debilitando a medida que escribía. Y hace dos años Lancia decidió donar la pluma a una misteriosa institución llamada el Museo del Universo. Al día siguiente desapareció y nunca más se volvió a saber de él”.

Lucas Lenz y el Museo del Universo, p. 36

Todos los aspectos de la escritura pueden ser integrados en un cuento para niños. El célebre escritor brasileño Jorge Amado acude a la metatextualidad al incluir en El gato Manchado y la golondrina Sinhá: una historia de amornada menos que una crítica literaria. La obra enjuiciada es un soneto que el gato Manchado ha dedicado a su imposible amor,  la golondrina.

“Paréntesis crítico”
ESCRITO, A PEDIDO DEL AUTOR,
POR EL SAPO CURURÚ,

Miembro del Instituto

(“La pieza poética en discusión, carece de ideas profundas y peca de innumerables defectos de forma. Su lenguaje no es correcto, la construcción gramatical no obedece a los cánones de los excelsos vates del pasado: la métrica, cuyo rigor se impone, está tratada a los saltos: la rima, que debe ser rica, es paupérrima las pocas veces que nos ofrece su aire de gracia.
Imperdonable, sobre todo, el hecho criminal que se evidencia en el primer cuarteto del aludido soneto de autoría del Gato Manchado, claro y evidente plagio de la inconveniente canción carnavalesca que dice:
La cucaharacha Yayá,
la cucaracha Yoyó,
la cucaracha abrió las alas
y voló.
“El plagiario, a quien acabo de tomar de las orejas para traerlo ante el tribunal de la opinión pública como el ladrón que es, y de los más reprochables por hurtar ideas, no satisfecho con plagiar, lo hace copiando versos de baja extracción, versos del populacho indigno. Si las fuerzas de su intelecto se revelan frágiles para concebir primorosa obra poética, debería, por lo menos, plagiar a los grandes maestros, como por ejemplo Homero, Dante, Virgilio, Milton o Basilio de Magalhães.
SAPO CURURÚ, doctor.”)

El gato Manchado y la golondrina Sinhá, p. 58



Amado se divierte y nos divierte con esta magistral muestra de ironía. En primer lugar, el sapo Cururú es un personaje del folclor brasileño y su aparición aquí, transformado en “miembro de la Academia y del Instituto, crítico universitario, profesor de Comunicación” tiene la intención apenas disimulada de ridiculizar a cierta crítica retrógrada y verborreica, que desconfía de la literatura moderna tanto como desprecia la cultura popularde la que, como sabemos, Jorge Amado fue un gran defensor.


Otro libro que presenta una turbadora reflexión acerca de las relaciones entre la escritura y la realidad es Diciembre, Súper Álbum, de la argentina Liliana Bodoc. Esta novela está integrada por dos historias interconectadas: la de un guionista y un ilustrador de historietas que trabajan en la que será la última obra del primero, y la de los personajes de la historieta. Al mismo tiempo que nos ofrece un relato sumamente perspicaz sobre la vida en los pequeños pueblos del árido noroeste y una vigorosa historia de amor, amistad y lucha por la vida, Bodoc nos da una lección de narrativa experimental. Uno de sus recursos más fructíferos consiste en alternar la perspectiva: unas veces son los personajes “reales” los que miran a los de la historieta…

En la última viñeta aparecía en plano medio la cara de Santiago, el hombre que regresaba.
–¿Usted está seguro de lo que hace? –preguntó el dibujante. (p. 10)

Otras veces son los personajes de la historieta los que reaccionan frente a lo que hacen sus creadores:

…A Santiago le pareció muy extraño que los respetables vecinos de San Jerónimo hubiesen girado un cartel de propiedad pública. Más probable era que el dibujante se hubiese equivocado. (p. 16)

Y en ocasiones, se mezclan por completo:

El desencuentro giró sobre ese asunto y otros parecidos hasta que el dibujante le preguntó al guionista de qué manera pensaba resolver la situación.
–Muy simplemente. La resuelve Viorica entrando en el momento preciso.
Antes de que el dibujante pudiera contestar, se oyó la voz de Viorica llamando a su nieta.
–Se acabó –dijo el guionista–. Esto sigue como debe seguir.
Pero había un grave problema: Santiago y Natalia ya no estaban allí.
–¿Dónde están?– el guionista se puso francamente nervioso.
–¡No me mire a mi! Yo los dejé dibujados acá.
–¿Qué hicieron estos mocosos?
El dibujante se rió bajito para que Viorica no lo oyera.

Diciembre, Súper Álbum, p. 77

Paulatinamente, el lector se percata de que la historieta cuenta momentos de la vida del guionista y no tarda en comprobar que los finales de los dos relatos confluyen. No es nada nuevo el hecho de que autor y personaje se confundan, pero en este caso uno y otro son completamente diferentes de la persona de la escritora. Liliana Bodoc ha construido un mundo de espejos que se miran (hay incluso un momento en que el protagonista de la historieta está leyendo la historieta que cuenta su vida) del cual ella estaría completamente ausente si no fuera porque las reflexiones sobre la creación estética que sustentan las discusiones entre el guionista y el dibujante proceden de su propia experiencia como escritora.

Los novedosos recursos metanarrativos o metaliterarios utilizados por Jorge Amado, Liliana Bodoc y demás autores son cada vez más frecuentes en la narrativa juvenil e incluso en la infantil. Como hemos visto, no son gratuitos, sino que permiten abordar temáticas que inquietan realmente a los jóvenes. El tratamiento imaginativo que les da Joles Senell en La guía fantástica, permite transformar cruciales problemáticas de la creación literaria en los atractivos relatos mágicos que componen el libro. La situación inicial: un volumen cuyas palabras resultan visibles solo para algunos ojos, y cuya historia es diferente para cada lector, no es particularmente novedosa, pero sí lo son muchas de las situaciones de la historia, como ésta que invierte enigmáticamente la relación entre el autor y su obra:




… Este hecho lo descubrió un piloto de avioneta un día que, para entretenerse, atravesaba nubarrones con su aparato. De pronto, entrando en una de aquellas nubes que son como castillos, encontró, en lugar de vapor de agua, selvas y mares y montañas y firmamentos y casas y gente (…) Hete aquí que, estando así, saltó de un árbol un muchacho esbelto, desnudo, con sólo un slip de piel de leopardo y una mona en el hombro (…)
–¿Quién eres? –le preguntó.
–¿Yo? –contestó el muchacho–. Yo me llamo Tarzán y la mona se llama Chita.
–¿Tarzán? ¿Chita? –repitió un poco incrédulo el aviador.
–Sí, sí, Tarzán. Y soy escritor. Todos los que vivimos aquí somos escritores. Yo, con la ayuda de Chita y los otros amigos, escribimos una obra que se llama Edgar Rice Borroughs (…) ¿Ves aquella que habla con un conejo? Pues se llama Alicia, y con la ayuda de mucha gente escribe una obra titulada Lewis Carroll…



La guía fantástica, pp. 58-60

Niños a la obra 

Hasta ahora estuvimos hablando de escritores adultos, pero también hay autores que escogen como protagonistas a niños que escriben. Estos niños pueden tener una necesidad tan perentoria y vital de crear por medio de la palabra escrita como la que experimentan los escritores adultos.

Raquel, la protagonista de La bolsa amarilla, de la premiadísima escritora brasileña Lygia Bojunga Nunes empieza escribiendo cartas a amigos imaginarios, luego escribe cuentos y finalmente decide escribir una novela. Lo extraordinario es que su fuerza creativa hace aparecer en la vida real a los personajes que inventa, lo cual le crea nuevos problemas con su retrógrada familia. Esos personajes tienen historias propias que Raquel no conoce, y esto responde no solamente a la lógica del realismo mágico que rige esta novela, sino que es una referencia a algo que, no por sabido, deja de sorprender a todo autor: la autonomía de sus personajes y tramas, capaces de elegir caminos completamente inesperados y sorprendentes. La bolsa amarilla es un poderoso canto a la libertad, a la igualdad y la democracia. La protagonista acaba por comprender que sus dos primeros deseos (ser un chico y ser mayor) eran errados, pues la realización individual y los derechos no pueden ser limitados ni por el sexo, ni por la edad; pero…

–¿Y tu deseo de escribir?
–Ah, ése no lo voy a soltar. ¿Pero sabes algo? Ya no pesa nada: ahora escribo todo lo que quiero, y él no tiene tiempo de engordarse.

La bolsa amarilla, p. 153

La protagonista de Maritrini quiere ser escritora,del cubano Luis Cabrera Delgado, también es una jovencita que escribe. Como Raquel, es una niña de clase baja que se rebela contra su familia, entre otras cosas, a través de la escritura. Lejos de todo mensaje “políticamente correcto”, Cabrera no teme revelar que Maritini no escribe solo por realizarse, sino por alcanzar la fama. La prosa de la jovencita tiene un tono de sarcasmo que el autor utiliza también para lanzar una que otra pulla contra el mundo de la literatura infantil:

Un día mi prima Elena –la única persona a quien le he dicho que soy, o seré, escritora– me dijo que escribiera un libro para niños. A mí me dio mucha pena defraudarla, pues ¿cuándo has oído hablar de un escritor de libros para niños que sea famoso? Bueno… los de antes, pero esos ya se murieron.

Maritrini quiere ser escritora, p. 12



 Bibliografía

ALCOTT, Louise May, Mujercitas, Buenos Aires, Acme, 2000.
ALONSO, Fernando, El misterioso influjo de la barquillera, Madrid, Anaya, 1999.
AMADO, Jorge, El Gato Manchado y la Golondrina Siñá, Buenos Aires, Losada, 1976.
ANDERSEN, Hans Christian, Oeuvres. París. Gallimard, 1992. Tomo I  (Obras Escogidas. Traducción, presentación y notas de Régis Boyer).
AUSTER, Paul,  El cuento de Navidad de Auggie Wren, Buenos Aires, Sudamericana, 2003, il.: Isol, trad.: Mariana Vera.
BAQUEDANO, Lucía, Los bonsáis gigantes, Madrid, SM, 1992.
BARRIE, James Matthew, Peter Pan y Wendy,Barcelona, Editorial Juventud, 1993.
BODOC, Liliana, Diciembre, Súper Álbum,Buenos Aires, Alfaguara, 2003.
BORDONS, Paloma, What a viaje. Madrid. Ediciones SM, 2006.
CABAL, Graciela Beatriz, La emoción más antigua, Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
CABRERA DELGADO, Luis, Maritrini quiere ser escritora. Santiago de Chile, Alfaguara, 2003.
CALLEJA, Seve, La isla de los esclavos felices. Madrid. Espasa Calpe, 1998.
CARROLL, Lewis, Alicia en el País de las Maravillas, Madrid, Jorge Mestas Ediciones Escolares, 1999.
COLFER, Eoin, Artemis Fowl,Barcelona, Montena, 2001.
DAHL, Road, Matilda, Madrid, Alfaguara, 1989.
DE SANTIS, Pablo, Lucas Lenz y el Museo del Universo, Buenos Aires, Alfaguara, 1992.
DEVETACH, Laura, La plaza del piolín,Buenos Aires, Alfaguara, 2001.
DÍAZ, Gloria Cecilia, El sol de los venados, Madrid, Ediciones SM, 1993.
____________________, El rey de corazones, Madrid, Anaya, 2007. Il. Rafael Vivas
ENDE, M., La historia interminable,Alfaguara, 1983.
FRABETTI, Carlo, Calvina, Madrid, Ediciones SM, 2007.
JONES, D.W., Los magos de Caprona, Madrid, Ediciones SM,
MARTI, José, La edad de oro, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial Letras Cubanas, 1989 (edición facsimilar).
MENÉNDEZ-PONTE, María, Si yo soy Zanahoria you are Nuts. Madrid. Ediciones SM, 2006.
NÖSTLINGER, Christine, Más historias de Franz, Norma, 1992.
NUNES, Lygia Bojunga, La bolsa amarilla, Norma, 1999.
PESCETTI, Luis María, Caperucita Roja (tal y como se lo contaron a Jorge), Alfaguara, 1996.
ROJAS, María, Abuelito, cuéntame un cuento. Madrid, Ediciones SM, 1999.
ROSELL, Joel Franz, El pájaro libro. Ediciones SM, Madrid, 2002, il.: Ajubel.
ROWLING, Joanne K., Harry Potter y la cámara secreta, Barcelona, Salamandra, 2002.
_____________________, Animales fantásticos & dónde encontrarlos, Barcelona, Salamandra, 2001.
_____________________, Quidditch a través de los tiempos, Barcelona, Salamandra, 2001.
RUSHDIE, Salman, Harún y el Mar de las Historias, Barcelona, Seix Barral, 1991. 
SÁNCHEZ, Paloma, Quién sabe liberar a un dragón. Madrid. Ediciones SM, 2007.
SARTRE, Jean–Paul, Las palabras,Buenos Aires, Losada, 2000.
SENELL, Joles, La guía fantástica, Barcelona, Juventud, 1977.
STEVENSON,Robert Louis, La isla del tesoro, Madrid, Anaya, 1981.
VERNE, Julio, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, Anaya, 1982.
  
[1] José Martí


LIBROS, LECTURA Y ESCRITURA EN EL ESPEJO

$
0
0


LA SERPIENTE QUE SE MUERDE LA COLA

LIBROS, LECTORES Y ESCRITORES EN LOS LIBROS PARA NIÑOS

















Inicialmente publicado en A través del espejo. Cuadernos de ALIJA, II época, número 1, 2004, esta es la versión del artículo publicada en agosto de 2008 en http://artedfactus.wordpress.com/



La lectura: esa felicidad tan accesible
Jorge Luis Borges

Yo me veo jugando contigo. Y para hacerte aprender con gozo, ya te hago bonetillo de maestro, y te monto espejuelos en tu risueña nariz, y te siento en la altísima silla, para que te acostumbres a ser en todo alto. ¡Ea, a escribir! Pero si alguna vez has de mover la pluma en defensa de alguna injusticia, o en servicio de tu ambición, o de algún malvado-  séquese ahora mismo tu manecita blanca y quédese tu pluma sobre el papel convertida en piedra, y vuele de tus labios, como una mariposa avergonzada la palabra de vida.

José Martí, en carta a su hijo


Leer es andar, escribir es ascende[1]

Loslibros nos cambian la vida. A los buenos lectores, por lo menos, y a los escritores, por supuesto, ya que los libros son una parte esencial de sus vidas. Todo libro es una aventura porque todo libro es la aventura de leer. Para los niños, la lectura empieza siendo un reto vital e intelectual: descubrir y conquistar cada letra, cada palabra; apoderarse del sentido de la frase, dominar esas criaturas levantiscas que son las metáforas, aprehender los mundos creados a puro verso y prosa.
Los libros nos franquean mundos ignotos, inalcanzables e incluso imposibles. El gran novelista cubano José Lezama Lima, que adquirió una impresionante cultura universal sin casi salir de La Habana, dio una excelente definición de lo que es un lector al declararse “viajero inmóvil”. Otro titán de la lectura (pese a su ceguera), el argentino universal Jorge Luis Borges, dijo que los libros nos permiten recordar cosas que no hemos vivido.
En su esencial libro Las palabras, el escritor y filósofo francés Jean–Paul Sartre cuenta su descubrimiento de los libros: 

Empecé mi vida como sin duda la acabaré: en medio de los libros. En el despacho de mi abuelo había libros por todas partes (…) Yo los tocaba a escondidas para honrar mis manos con su polvo, pero no sabía qué hacer con ellos y asistía cada día a unas ceremonias cuyo sentido se me escapaba (…) Aún no sabía leer, pero ya era lo bastante snob como para exigir mis libros. Mi abuelo fue a ver al pícaro de su editor e hizo que diesen Los Cuentos, del poeta Maurice Bouchor, relatos sacados del folklore y transcritos para el gusto de los niños por un hombre que, según decía, había guardado los ojos de niño. Yo quise empezar enseguida las ceremonias de aprobación. Cogí los dos pequeños volúmenes, los olí, los palpé, los abrí descuidadamente por “la página correcta” haciendo que crujiesen. Era en vano: no tenía el sentimiento de poseerlos. Sin lograr mayor éxito, intenté tratarlos como muñecas, los mecí, los besé, les pegué. A punto de echarme a llorar, acabé poniéndoselos en las rodillas a mi madre. Ella levantó la vista de su labor “¿Qué quieres que te lea, queridito? ¿Las Hadas?” Yo pregunté incrédulo: “¿Están ahí dentro las hadas?” Esta historia me resultaba familiar; mi madre me la contaba muchas veces, cuando me arreglaba, interrumpiéndose para friccionarme con agua de Colonia, para recoger, debajo de la bañera, el jabón que se le había escapado de las manos, y yo escuchaba distraídamente el relato tan conocido (…) me hizo sentar frente a ella en mi sillita; se inclinó, bajó los párpados, se durmió. De esa cara de estatua salió una voz de yeso. Yo perdí la cabeza: ¿Quién contaba, qué y a quién? Mi madre se había ido: ni una sonrisa, ni un suspiro de connivencia, yo estaba exiliado. Y además no reconocía su lenguaje. ¿De dónde sacaba esa seguridad? Al cabo de un instante había entendido: el que hablaba era el libro.
Las palabras, pp. 28-31

Un testimonio y una convicción no menos vigorosos sostienen La emoción más antigua, de Graciela Cabal. En esa obra ensayística, que podemos situar entre los textos más elocuentes que sobre el tema se hayan publicado en nuestra lengua, la popular autora argentina hace uso de su estilo ingenioso y brillante para levantar un monumento de palabras a los libros, la lectura y los lectores: 

… Hablo de los lectores adictos, de los que leen lápiz en mano, como le gusta a Steiner, dialogando con el autor; de los que jamás salen sin un libro en la mano, por cualquier cosa; de los que compran libros que, intuyen, nunca van a llegar a leer; de los que están deseando volver a casa para arrebujarse dentro del libro que están leyendo; de los que repasan la historia de su propia vida a través de las marcas que fueron dejando en sus libros; de los que acarician los libros y los olfatean y duermen con ellos debajo de la almohada; de los que abren un libro al azar para encontrar la respuesta a alguna pregunta, el consuelo a algún dolor; de los que retrasan la lectura de las últimas páginas para alargar el placer; de los que cuando terminan un bello libro se preguntan: “¿Y ahora, qué va a ser de mi?”.
(…) leer alarga la vida. Y eso no sólo referido a la posibilidad de vivir vidas ajenas, de agregar un cuarto a la casa de la vida, como decía Bioy Casares, de hacer cosas que jamás haríamos en la existencia común y corriente –subir a las estrellas, bajar al fondo del mar, desenterrar tesoros en islas desiertas–, no. Hablo de vivir más tiempo, literalmente hablando.
 La emoción más antigua, pp. 9-10


Alicia en el País de las Maravillases probablemente el más famoso de los libros infantiles; uno de los pocos que los adultos muy ufanos de su edad y su cultura se permiten citar sin enrojecer y sin temor a un eventual ridículo. Lewis Carroll no desarrolla explícitamente el tema de los libros, la lectura o la lectura literaria en esa novela, pero ¿acaso no es una demoledora crítica de los libros que se daba por entonces a los niños, esta primera frase?:


Alicia comenzaba a cansarse de estar sentada en la pradera junto a su hermana, sin tener nada que hacer. De vez en cuando echaba una ojeada al libro que leía su hermana, pero no tenía ilustraciones ni diálogo… “¿y de qué sirve un libro –se preguntaba 

Alicia– que no tiene ni dibujos ni conversación?” 
Alicia en el País de las Maravillas, capítulo I


Inmediatamente, la curiosa chiquilla (no olvidemos que en inglés, País de las Maravillas se dice Wonderland, y que el verbo wonder, también significa preguntarse) parte en la trepidante aventura que, de manera implícita responde a la pregunta de la protagonista. Al final se nos dice que no hemos leído sino un sueño de Alicia, pero, aparte de que ningún buen lector le cree esa mentira al narrador, ¿acaso soñar no es también leer (lo que se tiene en el subconsciente) y en algunos casos escribir (lo que la imaginación produce)? Tampoco olvidemos el poema que lleva el libro como pórtico y que nos presenta la escena en la que el propio Carroll, paseando en bote con las hermanas Liddel, inventa para ellas –y muy especialmente para la Alicia real, que era la más pequeña de las tres– un cuento que se transformaría en el más fascinante de los libros.



Del poder de los cuentos… 

Hans Christian Andersen es uno de los autores que más frecuentemente utilizó sus experiencias y concepciones estéticas como materia para sus cuentos, relatos, historietas y otras prosas (donde los límites entre literatura para chicos y para adultos se confunden tanto como los de ensayo y ficción). Entre otros textos pueden mencionarse “Pluma y tintero”, donde los instrumentos del título se disputan la autoría de cuanto escribe su propietario. Los pretenciosos objetos no se percatan de su estupidez ni siquiera cuando el escritor los utiliza para redactar un cuento en el que el arco y el violín de un músico se disputan de manera semejante la gloria del artista que, concluye el romántico e idealista Andersen, no corresponde sino a “Nuestro señor”,  el “maestro eterno”.

En “El libro de imágenes de Padrino”, Andersen no hace una nueva parábola con sus concepciones estéticas sino que narra el recuerdo de una de las tantas ocasiones en que divirtió a sus amigos, niños o adultos, con su talento de narrador oral e artista manual:

Padrino sabía contar historias, tan numerosas como largas. Sabía recortar imágenes y, cuando se aproximaba la Navidad, sacaba un cuaderno de páginas intactas sobre las cuales pegaba las imágenes que sacaba de libros y diarios. Si no tenía bastantes para lo que quería contar, las dibujaba él mismo (…)

“Hay que conservar muy bien este libro, dijeron Padre y Madre. Solo hay que sacarlo en las grandes ocasiones”.
Sin embargo, Padrino había escrito en la tapa:
No te preocupes, si este libro rompes.
Otros amiguitos han hecho cosas peores
Lo mejor era cuando Padrino en persona nos mostraba el libro, leyendo los versos y todo lo demás. Era entonces que lo escrito se convertía en una verdadera Historia…

Oeuvres, pp. 997-998

Si en el primer ejemplo, Andersen nos habla de los instrumentos y la inspiración del escritor, y en el segundo de “periféricos” como la narración oral o la ilustración artesanal, en El jardín del Edén, desata su imaginación a favor del libro y el conocimiento. Pero la más memorable de las situaciones concebida por Andersen para rendir culto a la literatura es la que culmina su cuento “La colina de los elfos”. Aquí relata que el Troll de Noruega ha viajado al reino de los elfos de Dinamarca para escoger una esposa digna de su alcurnia. La feliz elegida resulta ser la séptima de las princesas… ¿y cuál es la gracia suprema con que conquistó al poderoso personaje? Su calidad como contadora de cuentos.

Es la sonriente vuelta de tuerca del escritor danés al antiquísimo relato inaugural de Las mil y una noches, donde los cuentos que Scherezada narra al rey Schariar le salvan la vida a ella y a otras muchas potenciales esposas–por–una–noche del misógino soberano que, por su parte, aprende en los cuentos de la habilidosa muchacha a amar.

… al poder de los libros

Los autores del siglo XIX y principios del XX no se preocuparon por integrar a la trama la pasión de sus personajes por los libros, pero sí supieron sugerir que éstos son la puerta de acceso a los más apasionantes acontecimientos. El volumen en cuestión puede o no tener importancia, puesto que suele servir únicamente para ocultar un manuscrito -no necesariamente literario- que es el verdadero detonador de la acción, creando un clima de misterio, de prohibición, de peligro y desafío. En Viaje al centro de la Tierra, Julio Verne utiliza un libro real para esconder en su interior un manuscrito tan ficticio como su autor, el alquimista Arne Saknussem, y como los protagonistas de la excursión a las entrañas del planeta.  

ilustración tomada de
Jules Verne. Un humain planetaire
de Jean-Paul Dekiss
Textuel. París, 2005

–Veamos –decía, haciéndose a sí mismo preguntas y respuestas–. ¿Es lo suficientemente bello? Sí, ¡es admirable! ¡Y qué encuadernación! ¿Se abre fácilmente? Sí, ya que queda abierto por cualquier página. Pero ¿se cierra bien? Sí, ya que la cubierta y las hojas forman un todo bien unido sin separarse ni entreabrirse en ningún lugar. ¡Y este lomo que no tiene ni una sola grieta después de setecientos años de existencia! ¡Ah, he aquí una encuadernación de la que se hubieran sentido orgullosos Bozerian, Closs o Purgold!
Mientras hablaba así, mi tío abría y cerraba continuamente el viejo libro. No podía yo por menos de interrogarle sobre su contenido, aunque éste no me interesase en absoluto.
–¿Y cuál  es el título de ese maravilloso volumen? –le pregunté con una diligencia demasiado entusiasta para no ser fingida.
–¡Esta obra –respondió mi tío animándose– es el Heimskringla de Snorri Sturlusson, el famoso autor islanés del siglo XII! ¡Es la crónica de los príncipes noruegos que reinaron en Islandia!

Viaje al centro de la Tierra, capítulo II, pp. 14-15 

Fiel a sus objetivos didácticos, Verne no pierde la ocasión de enseñarnos a reconocer lo que hace la calidad de un libro antiguo y nos asesta los nombres de algunas celebridades de la bibliofilia, pero también –hábil novelista– nos anticipa el carácter fabuloso de su relato al escoger como “cofre del tesoro” una de las obras fundamentales de la mitología nórdica. Simultáneamente, se orienta al lector hacia el contexto geográfico y científico que domina la obra: Islandia; el territorio más volcánico y, por entonces, más misterioso del planeta.

Casi veinte años más tarde, el escritor británico Robert Louis Stevenson imagina una situación parecida para dar comienzo a la más prestigiosa novela de aventuras que se haya escrito. En La isla del tesoro el volumen encontrado no es real y ni siquiera es propiamente un libro, sino el cuaderno en que lleva sus cuentas un capitán pirata. Pero también aquí hay manuscrito encerrado: el mapa –¡nada menos!– que conducirá a Jim Hawkins y sus compañeros a completar el hallazgo que todo niño soñó alguna vez.

Si bien no se hace mención alguna a los libros, en Peter Pan y Wendy, de James Matthew Barrie, el deseo de oír cuentos y la necesidad de conocer el final de una de esas historias es lo que lleva a Peter Pan a entrar en el cuarto de los niños de la familia Darling, con lo que se inicia una de las más inolvidables historias que se haya escrito:

ilustración de Mabel Lucie Attwell
…Wendy, por cierto, quedó un poco descorazonada al decirle él que se había asomado a la ventana del cuarto de los niños, no para verla, sino para oír contar cuentos.
–Yo no sé ningún cuento –confesó–. Ninguno de los niños perdidos sabe cuentos.
–Pero eso es espantoso –dijo Wendy.
–¿Sabes –preguntó Peter Pan– por qué las golondrinas edifican sus nidos en los aleros de las casas? Es para escuchar los cuentos. ¡Oh, Wendy, qué lindo cuento oí contar una noche a vuestra madre!
–¿De qué trataba?
–De un príncipe que no podía encontrar a la dama del zapatito de cristal.
–Ese cuento –dijo Wendy con emoción– era el de la Cenicienta. Y has de saber que el príncipe la encontró y se casaron y vivieron ya siempre felices.
Peter se alegró tanto de saber aquello que, levantándose del suelo, donde estaban sentados, se acercó apresuradamente a la ventana.
–¿Adónde vas? –le preguntó la niña
–A contárselo a los chicos.
–No te vayas, Peter –rogó ella–. ¡Si supieras cuántos lindos cuentos sé yo!
Éstas fueron exactamente sus palabras, de modo que es innegable que de ella partió la tentación.
Peter Pan volvió atrás y en sus ojos brilló una mirada de codicia que debía haber alarmado a la niña.
(…) Peter Pan tiró de ella hacia la ventana.
–¡Suéltame!
–Wendy, ven conmigo para contarnos a mí y a los niños perdidos esos lindos cuentos que sabes…

Peter Pan y Wendy, capítulo III, p. 42

Creo que nadie ha llegado tan lejos como Barrie, haciendo del deseo de contar o de escuchar un cuento (nótese la palabra “tentación”, de innegables connotaciones sexuales) la causa del abandono del hogar y el comienzo de una fantástica aventura. En Harún y el Mar de las Historias Salman Rushdie invierte la situación, puesto que a donde viajamos con el héroe de la novela es al mágico país de donde han dejado de venir los cuentos al mundo real:

Harún solía comparar a su padre con un malabarista, porque en realidad sus cuentos estaban hechos de retazos de historias diferentes que él manejaba a su antojo y mantenía en constante movimiento, como el que juega con muchas pelotas a la vez, sin equivocarse nunca.
¿De dónde venían todos aquellos cuentos? Parecía que Rasid no tenía más que abrir sus labios reidores, gruesos y rojos, para que por ellos saliera un nuevo relato en el que no faltaban sus dosis de brujería y de amor, princesas, tíos malvados, tías gruesas, gangsters bigotudos con pantalones a cuadros amarillos, paisajes fantásticos, cobardes, héroes, peleas, y media docena de pegadizas tonadillas. “Todas las cosas tienen que salir de algún sitio –cavilaba Harún– (…) Vamos, dime ya, ¿de dónde las sacas? –insistía, y Rasid movía las cejas con aire de misterio y agitaba los dedos con ademán de bruja.
–Del gran Mar de las Historias –contestaba–. Yo bebo las cálidas Aguas de las Historias y me siento lleno de inspiración…

Harún y el Mar de las Historias; pp. 8-10




Tanto Rushdie como Michael Ende en La historia interminable creen en el poder vivificante y aún rehabilitador de la literatura. Sus héroes no se escapan del mundo real –por frustrante que éste sea y por bella que sea la historia– sólo por placer; ellos parten porque sin su intervención los seres que aman (podría decir “la humanidad”, pero no quiero ser más solemne que mis autores) perderían la panacea de la palabra hechizada. Los protagonistas de los dos libros, Harún y Bastián, deberán pasar por encima de sí mismos y de numerosas dificultades para convertirse en héroes de sus respectivas historias. Es una manera indirecta que tienen los escritores de decirnos que la lectura no es necesariamente algo fácil y sencillo, pero que siempre vale la pena.


Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente por qué. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen a sí mismos por no saber resistir los placeres de la mesa… o de la botella (…) Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen: hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay.

La pasión de Bastián Baltazar Bux eran los libros.
Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado…
Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito…
Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido…
Quien no conozca todo esto por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.

La historia interminable; pp. 12-13

Bastián roba el libro. Su culpa es inútil puesto que en realidad el librero contaba con que él se apropiara del libro. Como en otras novelas donde los libros dan acceso a un mundo fabuloso, aquí también El Libro está predestinado a un lector concreto. 

Sin embargo, como para evitar la instrumentalización de la idea, algunos autores no temen mostrarnos que la atracción por un libro puede ser poco generosa e incluso ilegítima.

Artemis Fowl el inteligente y nada escrupuloso protagonista de la novela homónima, del irlandés Eoin Colfer, se vale de miserables trampas y mentiras –y de la tecnología informática más moderna– para apoderarse del libro de los elfos. Su objetivo no es acceder a una lectura estimulante y ni siquiera penetrar en su mágico mundo movido por sana curiosidad; su objetivo es apoderarse del oro de las Criaturas. Y para ello necesita su Libro  



Mayordomo asió el minúsculo tomo con gesto reverencial. El guardaespaldas activó una cámara digital compacta y empezó a fotografiar cada una de las delgadísimas páginas del Libro. El proceso tardó varios minutos. Cuando hubo terminado, la totalidad del volumen quedó almacenada en el chip de la cámara. Artemis prefería no correr riesgos con la información. Se sabía que los equipos de seguridad de los aeropuertos habían borrado más de un disco con información vital, de modo que dio instrucciones a su ayudante para que transfiriese el archivo a su teléfono móvil y desde allí lo enviase por correo electrónico a la mansión Fowl de Dublín. Antes de que acabasen los treinta minutos, el archivo que contenía hasta el último símbolo del Libro Mágico aguardaba sano y salvo en el servidor de Fowl.



Artemis Fowl, p. 24


En la saga Harry Potter, los libros, la lectura y la escritura literaria no tienen un lugar sobresaliente. No obstante, Joanne K. Rowling se ha propuesto burlarse en cada uno de sus libros de diversos aspectos de nuestra la realidad, caricaturizándolos a través de sus similares correspondientes al mundo de los magos. Así, en Harry Potter y la cámara secreta, hay algunas ironías respecto al mundo de los best sellers y sus mediáticos autores, en este caso el nuevo profesor de Defensa contra las fuerzas del mal, cuya popularidad entre el lectorado femenino se debe más a su apostura que a sus conocimientos. No por sutil es menos comprensible la referencia a los editores escolares que procuran ganarse a los docentes no mediante la calidad de sus textos, sino a partir de toda clase de trucos publicitarios y regalos.


Contrariamente a lo que podría esperarse, los libros mágicos suelen aparecer en los libros que vengo evocando como volúmenes bastante normales. Aunque suelen servir de vía de acceso al mundo mágico, por lo general su único rasgo maravilloso es que oponen alguna barrera a sus lectores (generalmente ligada a la visibilidad o legibilidad del texto). Los imaginados por Joanne Rowling solo tienen como particularidad la movibilidad de sus fotos de contratapa, pero esto ocurre a todas las imágenes en el mundo de los magos. Un aporte mucho más interesante por parte de la autora escocesa es la publicación de dos de los manuales supuestamente utilizados en el colegio Hoqwarts: Quidditch a través de los tiempos y Animales fantásticos & dónde encontrarlos), cuyos autores, editores y demás paratexto son completamente inventados y remiten al universo potteriano.





Libros cercanos

Pero los libros que “protagonizan” libros infantiles no solo permiten el acceso a mundos desconocidos, exóticos o mágicos, sino que tienen una función liberadora de una cotidianidad mediocre, empobrecida o esclavizadora. En Los bonsáis gigantes¸ de Lucía Baquedano, es gracias a los libros ocultados en tiempos remotos que los habitantes de una isla que pasa por única sobreviviente de la civilización humana pueden descubrir la verdad. A diferencia de los ejemplos anteriores, en esta novela es el manuscrito el que remite a los libros, y los libros son, ellos, el tesoro. En Lumamijú no hay libros, sino computadoras, y la primera vez que la protagonista los ve siente miedo:

Sin embargo, su apariencia no podía ser más inofensiva. Recuerdo que a su vista pensé que eran gruesos cuadernos, como los que teníamos para guardar en los archivos listas y datos de ordenador. Sin embargo, su contenido era a todas luces diferente. Me asombró abrir uno y leer:
Mujer, no eres solo obra de Dios. Los hombres te están creando eternamente en la hermosura de sus corazones y sus ansias han vestido de gala tu juventud…
No. Decididamente, aquellos no eran listados de ordenador, porque yo jamás había sentido, instalada ante la impresora, cuando iban apareciendo líneas en el papel, lo que sentía ahora, aquel remusguillo de inquietud en el corazón.
Cerré el libro. ¿Por qué me daba vergüenza que David me descubriera leyendo aquello?

Los bonsáis gigantes, p. 82

Como en toda novela de ciencia ficción, Los bonsáis gigantes arroja luz sobre el presente, una luz más clara gracias a la artificio de la distancia fantástica. Frases como la que sigue disimulan mal su carácter de mensaje destinados a los chicos que hoy prefieren las computadoras a los libros: “Acostumbrada a los medios audiovisuales, que apenas exigían esfuerzo, la lectura, aquel mundo nuevo, pedía mayor atención: costaba, pero resultaba fascinante.” (p. 86).

Que los libros cambian la vida de los personajes, es algo que demuestran, de manera patente y, si se quiere, dramática, las novelas de aventuras. Pero también el cambio puede ocurrir a personajes que viven un mundo tan banal como el de los lectores comunes.
 
El clásico de la literatura infantil La edad de oro, de José Martí, incluye “Nené traviesa”, uno de los raros textos narrativos del gran poeta y ensayista cubano, que presenta de manera sumamente elocuente y emotiva las relaciones entre un libro centenario, una niña de seis años y su padre; un bibliófilo y escritor, periodista o traductor tras el cual es fácil adivinar al propio Martí.

Esa noche que hablaron de las estrellas trajo el papá de Nené un libro muy grande: ¡oh, como pesaba el libro!: Nené lo quiso cargar, y se cayó con el libro encima: no se le veía más que la cabecita rubia de un lado, y los zapaticos negros de otro. Su papá vino corriendo y la sacó de debajo del libro, y se rió mucho de Nené, que no tenía seis años todavía y quería cargar un libro de cien años. ¡Cien años tenía el libro, y no le habían salido barbas!: Nené había visto un viejito de cien años, pero el viejito tenía una barba muy larga, que le daba por la cintura. Y lo que dice la muestra de escribir, que los libros buenos son como los viejos: “Un libro bueno es lo mismo que un amigo viejo”: eso dice la muestra de escribir. Nené se acostó muy callada pensando en el libro. ¿Qué libro era aquel que su papá no quiso que ella lo tocase? Cuando se despertó, en eso no más pensaba Nené. Ella quiere saber qué libro es aquel. Ella quiere saber como está hecho por dentro un libro de cien años que no tiene barbas.

La edad de oro, p. 47

La curiosidad –dicen casi todas las mitologías– perdió a la mujer. Nené abre el valioso libro  y cree descubrir lo prohibido (…“es un negro, un negro muy bonito, pero está sin vestir: ¡eso no está bien, sin vestir! ¡por eso no quería su papá que ella tocase el libro! No: esa hoja no se ve más, para que no se enoje su papá!”). Las ilustraciones son tan fascinantes que la niña olvida que no son la realidad y acaba rompiendo varias páginas del valioso ejemplar, un acto suficientemente grave como para quebrar el inmenso amor filial resaltado desde las primeras líneas del cuento:

Un siglo más tarde, la austríaca Christine Nöstlinger también apoya uno de los dos cuentos que integran Más historias de Franz en las relaciones entre los niños y los libros, pero lo hace desde una comicidad inteligente. Para Franz, igualmente de seis años, la lectura es un instrumento esencial para triunfar en la vida; por ejemplo, para deslumbrar a su amiguita Gabi:


–¡Lily! ¡Lily! –gritó Franz apenas entró en la casa–. ¡Tienes que ayudarme a leer rápido! ¡Ahora mismo!
–¡Tienes que enseñarme a leer! –le corrigió Lily.
–¡Sí, sí! –le contestó Franz con voz de pito–. ¡Hoy mismo tengo que aprender a leer!
–Aprender a leer quiere decir que yo te enseño y tú aprendes –continuó Lily.
–¡Quiero aprender ahora mismo! –exclamó Franz, y corrió a su cuarto.
Volvió con un montón de libros ilustrados, entró en la cocina y los puso en la mesa. ¡Tengo que saber leer antes del mediodía!

Más historias de Franz, p. 31



Lo que el pequeño pretende es saber decodificar los signos gráficos con que representamos las palabras, puesto que todo comienza cuando él y su amiga no pueden comprender un cartel en el parque. Es que cuando decimos “leer”, “aprender a leer” o “saber leer” podemos estar hablando de dos cosas bien diferentes: la capacidad elemental, pragmática e instrumental de descifrar los signos de la escritura (tarea básica escolar) y la aptitud para comprender lo descifrado ya no a nivel de fonemas, morfemas, lexemas o frases, sino a nivel de discursos complejos, tan complejos y connotativos como la literatura (tarea última de la escuela y de todos). Con extrema habilidad, Nöstlinger sugiere la íntima conexión entre los dos aspectos de la lectura, el “táctico” y el “estratégico”, que en realidad son inconcebibles por separado (a tal punto, que el primero se pierde si no se ejercita el segundo). En el cuento que comentamos, Franz comprende que es imposible aprender todas las letras en unas pocas horas y –como es un pícaro– se aprende de memoria tres de los álbumes que suelen leerle en casa para fingir leérselos a Gabi. A fin de que su amiga no descubra el embuste, Franz inventa desde entonces el sentido de cuanto texto su amiga le pone delante. Salta así de la condición de iletrado a la de escritor oral.

La capacidad imaginativa de los niños ha sido hábilmente explotada en libros ilustrados como Abuelito, cuéntame un cuento, de María Rojas, y Caperucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge), del escritor Luis María Pescetti y el ilustrador O’Kif, todos argentinos. En el primer caso, el niño le pide a su abuelo un cuento, pero basta una pregunta del viejo señor para que el propio nene construya una fabulosa historia. Entre tanto, enCaperucita roja…la imaginación de Jorge no se expresa con palabras, sino con imágenes que construyen un hilarante desfasaje con respecto a las que representan el antiquísimo texto narrado por el padre. Mientras al adulto corresponden modos de vida y formas gráficas (destáquese el color sepia) antiguos y europeos, en la cabeza de Jorge las mismas escenas aparecen con un grafismo actual y multicolor y reflejan modos de vida del lector, contemporáneo y argentino. La cultura de dibujos animados, superhéroes y hamburguesas tiñe todo el “relato mental” del pequeño Jorge, actualizando el venerable cuento y aportando una inteligente comicidad al álbum.

Grandes personajes, grandes lectores

Los autores que nos presentan personajes amantes de los libros, nos cuentan cuánto significa la lectura en la vida de éstos, pero también ofrecen al lector real una guía de lecturas. El británico Road Dahl va muy lejos cuando la heroína de su novela  Matilda lee, antes de  cumplir cinco años, novelas como Oliver Twist, de Dickens, Jane Eyre, de Charlotte Brontë, Orgullo y prejuicio, de Jane Austin, El viejo y el mar, de Hemingway y hasta El ruido y la furia, de Faulkner o Las viñas de la ira, de Steinbeck. Semejantes libros no tentarán ni siquiera a la mayoría de los lectores de Matilda, que doblan a su heroína en edad.  Evidentemente, lo que Dahl pretende, subversivo como siempre, es decir a los chicos que no hay lectura que les esté prohibida. El diálogo que citamos a continuación solo en apariencia tiene lugar entre dos personajes de la novela; en realidad es el genial escritor británico quien conversa directamente con sus lectores:

–El señor Hemingway dice algunas cosas que no comprendo– dijo Matilda–. Especialmente sobre hombres y mujeres. Pero, a pesar de eso, me ha encantado. La forma como cuenta las cosas hace que me sienta como si estuviera observando todo lo que pasa.
–Un buen escritor siempre te hace sentir de esa forma –dijo la señora Phelps–. Y no te preocupes de las cosas que no entiendas. Deja que te envuelvan las palabras, como la música.

Enseguida vemos a la niñita, que sus padres abandonan durante todo el día en casa, leyendo ávidamente:
A partir de entonces, Matilda sólo iba a la biblioteca una vez por semana, para sacar nuevos libros y devolver los anteriores. Su pequeño dormitorio lo convirtió en sala de lectura y allí se sentaba y leía la mayoría de las tardes, a menudo con un tazón de chocolate caliente al lado. No era lo bastante alta para llegar a los cacharros de la cocina, pero entraba una caja que había en una dependencia exterior de la casa y se subía en ella para llegar a donde deseaba (…) Los libros la transportaban a nuevos mundos y le mostraban personajes extraordinarios que vivían unas vidas excitantes. Navegó en tiempos pasados con Joseph Conrad. Fue a África con Ernest Hemingway y a la India con Rudyard Kipling. Viajó por todo el mundo, sin moverse de su pequeña habitación en un pueblecito inglés.

Matilda, p. 23

Creo que pocas veces se ha narrado de manera tan convincente el inmenso placer y el ancho mundo que pueden proporcionar los libros a un niño. Si los maestros, bibliotecarios y promotores de la lectura lograran trasmitir sólo la hermosura de esta escena, podríamos dispensarnos el costo y el esfuerzo de tanta campaña de lectura infructuosa. 

En dos de sus novelas, El sol de los venados y Óyeme con los ojos, Gloria Cecilia Díaz sitúa el contacto de sus protagonistas con los libros fuera de sus casas, en el seno de familias con mayor vinculación intelectual que la propia, y éste es un elemento que parece hacer más intensa y transformadora la experiencia. El protagonista de la última novela, Horacio, es sordo y queda deslumbrado al descubrir el poema de Federico García Lorca “El niño mudo” (trascrito íntegramente en la novela), donde se poetiza una discapacidad parecida a la suya.


La cuestión de la verosimilitud es algo que inquieta a muchos lectores de narraciones realistas; más aun si están escritas en primera persona y pueden establecerse, entre el narrador (personaje actuante o no) y el escritor rasgos de identidad. En algunos casos el narrador parece ser testigo de los hechos y si bien la cuestión de la verosimilitud puede seguir interpelando, la posible identidad entre autor y narrador puede quedar relegada. En El cuento de Navidad de Auggie Wren, el narrador parece ser el propio Paul Auster, en dificultades para escribir el cuento que finalmente consiguió escribir, puesto que sería el que tenemos en las manos. El supuestamente insignificante proveedor de tabaco del escritor lo salva de su corte de inspiración al contarle un hecho una curiosa anécdota de su vida: una historia de inesperada y casi mágica generosidad (esas son reglas del género) que finalmente el escritor podrá entregar al New York Times.


En la página final, Auster nos revela una de las reglas de oro que diferencian un cuento cualquiera de un buen cuento:

Me detuve por un momento y estudié a Auggie mientras una sonrisa maliciosa se extendía por su cara. No podría asegurarlo, pero en ese instante tenía una mirada tan misteriosa, tan llena de algún profundo regocijo, que de pronto se me ocurrió que había inventado todo. Estuve a punto de preguntarle si me había engañado, pero enseguida comprendí que nunca me lo diría. Yo le había creído y eso era lo único que importaba. Mientras haya una sola persona que se la crea, no hay historia que no sea cierta.

El cuento de Navidad de Auggie Wren, s/p

Los libros hay que escribirlos 

La escritura no aparece temprano en las tramas de los libros infantiles. Probablemente, fuera de diarios y cartas, y de algún escritor tan egocéntrico como Andersen, raras son las menciones a esta actividad antes de Mujercitas, de Louise May Alcott, donde encontramos a un personaje que siendo todavía menor de edad sueña con ser escritora. La escritura como actividad de un personaje infantil se ha hecho bastante frecuente en nuestra época, debido tanto a la búsqueda de nuevas formas expresivas y a la creciente exposición del autor infanto–juvenil en su obra como a la participación activa que se espera del lector (gracias a la teoría de la recepción, el concepto del lector activo, los talleres literarios infantiles, etcétera). La presencia de la escritura literaria en los libros para chicos podría dividirse en dos tendencias: personajes adultos que escriben y personajes infantiles que escriben o lo intentan.

La cubana Hilda Perera se abre las venas en su novela La jaula del unicornio, y las preocupaciones en torno a la creación literaria no son las menos frecuentes en el personaje narrador que le sirve de Alter Ego:




Ya he subido el puente levadizo, solté los perros imaginarios en prevención de que alguien venga a interrumpirme, hurgo dentro de mí a ver si algún recuerdo, alguna semilla quiere florecer en mi página en blanco, si me dejan el silencio intacto, si ninguna nimiedad me espanta las ideas que huyen como sábanas solas, ondulando. Escribir es eso: soledad, horario fijo, renuncia… sólo que nadie lo entiende. Sobre todo si eres mujer y hay madre enferma, cuentas por pagar, litigios, amigas tontas y miles de cumpleaños, Pascuas, comidas que te amarran como a un potro cerrero y te arrastran herida por la polvareda.

La jaula del Unicornio, p. 74






También la argentina Laura Devetach nos presenta a una escritora que se le parece en La plaza del piolín, y también a ella el libro en elaboración “se le resiste”. Su enfoque es mucho menos dramático que el de Perera y, como Paul Auster, nos libra algunos secretos de su “cocina literaria”; en este caso el que explica, precisamente, el libro que el lector tiene en sus manos:

Celina se rió y sacó el ovillo. Tenía diez mil nudos que unían los pedazos, de todos los colores y texturas (…) Lanas, piolas, hilos, cordoncitos, cintas finas, piolines de plástico y de papel pasaban y pasaban y se convertían en una pelota (…)
–Los cambio de lugar, los vuelvo a añadir. Así me acuerdo de cuando los encontré (…).
–¿Y no se te enreda? ¿No se pierde la punta de tanto envolver y desenvolver?
–No, mire –dijo–. La punta está en cualquier parte.
Cortó una lana color celeste tierra y empezó a ovillarla en un palito. Ahora había tres ovillos.
–Tenés razón –le dije pensando en mi libro–. Cualquier punta puede ser buena.


La plaza del piolín, p. 10


La complejidad del oficio de escritor ha sido ampliamente recreada por el escritor español Fernando Alonso en su novela El misterioso influjo de la barquillera.

A Sito le gustaba jugar al fútbol y al ajedrez, a las canicas y a las chapas; pero su afición preferida era leer libros.

Él no sabía explicar la magia misteriosa de los cuentos. No sabía cómo unas cuantas palabras eran capaces de crear tantas ilusiones, tantas fantasías y tantos sueños. No sabía dónde anidaban las raíces de aquel bienestar que sentía al leer un libro.
Sito comenzaba a saber una cosa:
–Lo que más me gustaría en este mundo es poder escribir cuentos

El misterioso influjo…, p. 12

Pero se le va la infancia en naderías y, ya adulto y con su nombre de Prudencio Pérez, se le escapa la mitad de la vida sin llegar a otra cosa que a contable y “Los ojos de la niña se perdieron hacia adentro, entre las oquedades de aquella palabra, que albergaban todas las sugerencias de las palabras nuevas. Luego, se abrieron en una gran sonrisa: –¿Contable…? Entonces, sabrás contar muchos cuentos…” (p. 26). No, Prudencio no sabe contar cuentos, pero es lo que se propone ese mismo día: abandona su empleo y decide hacerse escritor. Su primer intento es un sonado fracaso (le sale una especie de memorando) que sirve a Fernando Alonso para advertirnos que no basta con tener un tema y una trama para tener un cuento: hace falta tener la forma apropiada.

Desde ese episodio asistimos a la adquisición por el protagonista de todos los elementos (esenciales o fútiles, pero no prescindibles) que hacen un escritor: desde un fetiche (la misteriosa barquillera del título), un nombre (Huvez –que parece la abreviación de “Había una vez”– sustituye a Prudencio Pérez), una apariencia (“pantalón vaquero y camisetas con dibujos; camisas blancas, chaleco y pañuelos de colores anudados al cuello. Se había dejado crecer el pelo y las patillas…”), a un oficio (vendedor de barquillos) que le permita sobrevivir sin alejarse de su gran objetivo (al tiempo que vende barquillos, cuenta cuentos en una plaza). El proceso de formación de Húvez es lento y no exento de errores y frustraciones; con él aprendemos que un escritor debe conocer el mundo y las gentes, organizar su trabajo, aprender a jugar con las palabras, hacer las elecciones adecuadas –renunciando a todo facilismo y concentrándose en lo esencial–, explorar nuevas formas de escrituras y, para alcanzar la madurez, saber prescindir de los  mismos ritos y retóricas que en un principio lo arroparon.

El misterioso influjo de la barquillera es probablemente la biografía creativa de Fernando Alonso y, como para confirmarlo, encontramos en sus páginas algunos cuentos que este autor ya publicó en otros momentos de su fructífera carrera. Dichos cuentos solo en apariencia apartan al lector de la línea narrativa principal y le dan un mayor nivel de fabulación a una historia que, Alonso no lo ha olvidado, es para chicos. La frase final es casi la misma del principio y nos remite al viejo y siempre eficaz recurso del libro dentro del libro:
 (…) el señor Huvez se sentó a la máquina, puso un folio en blanco y comenzó a escribir:

EL MISTERIOSO INFLUJO DE LA BARQUILLERA
CAPÍTULO 1
Había una vez un niño que se llamaba Prudencio Pérez, pero todos le llamaban Sito…



 En las novelas de misterio y suspense la escritura puede, sin dejar de ser motor de la trama, resultar una actividad peligrosa. Pablo de Santis ha jugado más de una vez con esta ambigüedad: 

 “Aunque todavía es un autor ignorado, es uno de los más grandes artistas de nuestro tiempo. Nos referimos, por supuesto a Alcides Lancia. Como prueba de su imaginación están los ocho tomos de su obra única, El nictálope. Es una mezcla de cuentos con novelas, con cartas, con diarios íntimos, sueños, delirios… Y es una obra única en más de un sentido, porque Lancia no la escribió con tinta común… sino con su propia sangre. Pudo hacerlo gracias a un artefacto creado quién sabe por quién, y al que Lancia llama la pluma–vampiro.

Debido a la pérdida de sangre el escritor se fue debilitando a medida que escribía. Y hace dos años Lancia decidió donar la pluma a una misteriosa institución llamada el Museo del Universo. Al día siguiente desapareció y nunca más se volvió a saber de él”.

Lucas Lenz y el Museo del Universo, p. 36

Todos los aspectos de la escritura pueden ser integrados en un cuento para niños. El célebre escritor brasileño Jorge Amado acude a la metatextualidad al incluir en El gato Manchado y la golondrina Sinhá: una historia de amornada menos que una crítica literaria. La obra enjuiciada es un soneto que el gato Manchado ha dedicado a su imposible amor,  la golondrina.

“Paréntesis crítico”
ESCRITO, A PEDIDO DEL AUTOR,
POR EL SAPO CURURÚ,

Miembro del Instituto

(“La pieza poética en discusión, carece de ideas profundas y peca de innumerables defectos de forma. Su lenguaje no es correcto, la construcción gramatical no obedece a los cánones de los excelsos vates del pasado: la métrica, cuyo rigor se impone, está tratada a los saltos: la rima, que debe ser rica, es paupérrima las pocas veces que nos ofrece su aire de gracia.
Imperdonable, sobre todo, el hecho criminal que se evidencia en el primer cuarteto del aludido soneto de autoría del Gato Manchado, claro y evidente plagio de la inconveniente canción carnavalesca que dice:
La cucaharacha Yayá,
la cucaracha Yoyó,
la cucaracha abrió las alas
y voló.
“El plagiario, a quien acabo de tomar de las orejas para traerlo ante el tribunal de la opinión pública como el ladrón que es, y de los más reprochables por hurtar ideas, no satisfecho con plagiar, lo hace copiando versos de baja extracción, versos del populacho indigno. Si las fuerzas de su intelecto se revelan frágiles para concebir primorosa obra poética, debería, por lo menos, plagiar a los grandes maestros, como por ejemplo Homero, Dante, Virgilio, Milton o Basilio de Magalhães.
SAPO CURURÚ, doctor.”)

El gato Manchado y la golondrina Sinhá, p. 58



Amado se divierte y nos divierte con esta magistral muestra de ironía. En primer lugar, el sapo Cururú es un personaje del folclor brasileño y su aparición aquí, transformado en “miembro de la Academia y del Instituto, crítico universitario, profesor de Comunicación” tiene la intención apenas disimulada de ridiculizar a cierta crítica retrógrada y verborreica, que desconfía de la literatura moderna tanto como desprecia la cultura popularde la que, como sabemos, Jorge Amado fue un gran defensor.


Otro libro que presenta una turbadora reflexión acerca de las relaciones entre la escritura y la realidad es Diciembre, Súper Álbum, de la argentina Liliana Bodoc. Esta novela está integrada por dos historias interconectadas: la de un guionista y un ilustrador de historietas que trabajan en la que será la última obra del primero, y la de los personajes de la historieta. Al mismo tiempo que nos ofrece un relato sumamente perspicaz sobre la vida en los pequeños pueblos del árido noroeste y una vigorosa historia de amor, amistad y lucha por la vida, Bodoc nos da una lección de narrativa experimental. Uno de sus recursos más fructíferos consiste en alternar la perspectiva: unas veces son los personajes “reales” los que miran a los de la historieta…

En la última viñeta aparecía en plano medio la cara de Santiago, el hombre que regresaba.
–¿Usted está seguro de lo que hace? –preguntó el dibujante. (p. 10)

Otras veces son los personajes de la historieta los que reaccionan frente a lo que hacen sus creadores:

…A Santiago le pareció muy extraño que los respetables vecinos de San Jerónimo hubiesen girado un cartel de propiedad pública. Más probable era que el dibujante se hubiese equivocado. (p. 16)

Y en ocasiones, se mezclan por completo:

El desencuentro giró sobre ese asunto y otros parecidos hasta que el dibujante le preguntó al guionista de qué manera pensaba resolver la situación.
–Muy simplemente. La resuelve Viorica entrando en el momento preciso.
Antes de que el dibujante pudiera contestar, se oyó la voz de Viorica llamando a su nieta.
–Se acabó –dijo el guionista–. Esto sigue como debe seguir.
Pero había un grave problema: Santiago y Natalia ya no estaban allí.
–¿Dónde están?– el guionista se puso francamente nervioso.
–¡No me mire a mi! Yo los dejé dibujados acá.
–¿Qué hicieron estos mocosos?
El dibujante se rió bajito para que Viorica no lo oyera.

Diciembre, Súper Álbum, p. 77

Paulatinamente, el lector se percata de que la historieta cuenta momentos de la vida del guionista y no tarda en comprobar que los finales de los dos relatos confluyen. No es nada nuevo el hecho de que autor y personaje se confundan, pero en este caso uno y otro son completamente diferentes de la persona de la escritora. Liliana Bodoc ha construido un mundo de espejos que se miran (hay incluso un momento en que el protagonista de la historieta está leyendo la historieta que cuenta su vida) del cual ella estaría completamente ausente si no fuera porque las reflexiones sobre la creación estética que sustentan las discusiones entre el guionista y el dibujante proceden de su propia experiencia como escritora.

Los novedosos recursos metanarrativos o metaliterarios utilizados por Jorge Amado, Liliana Bodoc y demás autores son cada vez más frecuentes en la narrativa juvenil e incluso en la infantil. Como hemos visto, no son gratuitos, sino que permiten abordar temáticas que inquietan realmente a los jóvenes. El tratamiento imaginativo que les da Joles Senell en La guía fantástica, permite transformar cruciales problemáticas de la creación literaria en los atractivos relatos mágicos que componen el libro. La situación inicial: un volumen cuyas palabras resultan visibles solo para algunos ojos, y cuya historia es diferente para cada lector, no es particularmente novedosa, pero sí lo son muchas de las situaciones de la historia, como ésta que invierte enigmáticamente la relación entre el autor y su obra:




… Este hecho lo descubrió un piloto de avioneta un día que, para entretenerse, atravesaba nubarrones con su aparato. De pronto, entrando en una de aquellas nubes que son como castillos, encontró, en lugar de vapor de agua, selvas y mares y montañas y firmamentos y casas y gente (…) Hete aquí que, estando así, saltó de un árbol un muchacho esbelto, desnudo, con sólo un slip de piel de leopardo y una mona en el hombro (…)
–¿Quién eres? –le preguntó.
–¿Yo? –contestó el muchacho–. Yo me llamo Tarzán y la mona se llama Chita.
–¿Tarzán? ¿Chita? –repitió un poco incrédulo el aviador.
–Sí, sí, Tarzán. Y soy escritor. Todos los que vivimos aquí somos escritores. Yo, con la ayuda de Chita y los otros amigos, escribimos una obra que se llama Edgar Rice Borroughs (…) ¿Ves aquella que habla con un conejo? Pues se llama Alicia, y con la ayuda de mucha gente escribe una obra titulada Lewis Carroll…



La guía fantástica, pp. 58-60

Niños a la obra 

Hasta ahora estuvimos hablando de escritores adultos, pero también hay autores que escogen como protagonistas a niños que escriben. Estos niños pueden tener una necesidad tan perentoria y vital de crear por medio de la palabra escrita como la que experimentan los escritores adultos.

Raquel, la protagonista de La bolsa amarilla, de la premiadísima escritora brasileña Lygia Bojunga Nunes empieza escribiendo cartas a amigos imaginarios, luego escribe cuentos y finalmente decide escribir una novela. Lo extraordinario es que su fuerza creativa hace aparecer en la vida real a los personajes que inventa, lo cual le crea nuevos problemas con su retrógrada familia. Esos personajes tienen historias propias que Raquel no conoce, y esto responde no solamente a la lógica del realismo mágico que rige esta novela, sino que es una referencia a algo que, no por sabido, deja de sorprender a todo autor: la autonomía de sus personajes y tramas, capaces de elegir caminos completamente inesperados y sorprendentes. La bolsa amarilla es un poderoso canto a la libertad, a la igualdad y la democracia. La protagonista acaba por comprender que sus dos primeros deseos (ser un chico y ser mayor) eran errados, pues la realización individual y los derechos no pueden ser limitados ni por el sexo, ni por la edad; pero…

–¿Y tu deseo de escribir?
–Ah, ése no lo voy a soltar. ¿Pero sabes algo? Ya no pesa nada: ahora escribo todo lo que quiero, y él no tiene tiempo de engordarse.

La bolsa amarilla, p. 153

La protagonista de Maritrini quiere ser escritora,del cubano Luis Cabrera Delgado, también es una jovencita que escribe. Como Raquel, es una niña de clase baja que se rebela contra su familia, entre otras cosas, a través de la escritura. Lejos de todo mensaje “políticamente correcto”, Cabrera no teme revelar que Maritini no escribe solo por realizarse, sino por alcanzar la fama. La prosa de la jovencita tiene un tono de sarcasmo que el autor utiliza también para lanzar una que otra pulla contra el mundo de la literatura infantil:

Un día mi prima Elena –la única persona a quien le he dicho que soy, o seré, escritora– me dijo que escribiera un libro para niños. A mí me dio mucha pena defraudarla, pues ¿cuándo has oído hablar de un escritor de libros para niños que sea famoso? Bueno… los de antes, pero esos ya se murieron.

Maritrini quiere ser escritora, p. 12



 Bibliografía

ALCOTT, Louise May, Mujercitas, Buenos Aires, Acme, 2000.
ALONSO, Fernando, El misterioso influjo de la barquillera, Madrid, Anaya, 1999.
AMADO, Jorge, El Gato Manchado y la Golondrina Siñá, Buenos Aires, Losada, 1976.
ANDERSEN, Hans Christian, Oeuvres. París. Gallimard, 1992. Tomo I  (Obras Escogidas. Traducción, presentación y notas de Régis Boyer).
AUSTER, Paul,  El cuento de Navidad de Auggie Wren, Buenos Aires, Sudamericana, 2003, il.: Isol, trad.: Mariana Vera.
BAQUEDANO, Lucía, Los bonsáis gigantes, Madrid, SM, 1992.
BARRIE, James Matthew, Peter Pan y Wendy,Barcelona, Editorial Juventud, 1993.
BODOC, Liliana, Diciembre, Súper Álbum,Buenos Aires, Alfaguara, 2003.
BORDONS, Paloma, What a viaje. Madrid. Ediciones SM, 2006.
CABAL, Graciela Beatriz, La emoción más antigua, Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
CABRERA DELGADO, Luis, Maritrini quiere ser escritora. Santiago de Chile, Alfaguara, 2003.
CALLEJA, Seve, La isla de los esclavos felices. Madrid. Espasa Calpe, 1998.
CARROLL, Lewis, Alicia en el País de las Maravillas, Madrid, Jorge Mestas Ediciones Escolares, 1999.
COLFER, Eoin, Artemis Fowl,Barcelona, Montena, 2001.
DAHL, Road, Matilda, Madrid, Alfaguara, 1989.
DE SANTIS, Pablo, Lucas Lenz y el Museo del Universo, Buenos Aires, Alfaguara, 1992.
DEVETACH, Laura, La plaza del piolín,Buenos Aires, Alfaguara, 2001.
DÍAZ, Gloria Cecilia, El sol de los venados, Madrid, Ediciones SM, 1993.
____________________, El rey de corazones, Madrid, Anaya, 2007. Il. Rafael Vivas
ENDE, M., La historia interminable,Alfaguara, 1983.
FRABETTI, Carlo, Calvina, Madrid, Ediciones SM, 2007.
JONES, D.W., Los magos de Caprona, Madrid, Ediciones SM,
MARTI, José, La edad de oro, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial Letras Cubanas, 1989 (edición facsimilar).
MENÉNDEZ-PONTE, María, Si yo soy Zanahoria you are Nuts. Madrid. Ediciones SM, 2006.
NÖSTLINGER, Christine, Más historias de Franz, Norma, 1992.
NUNES, Lygia Bojunga, La bolsa amarilla, Norma, 1999.
PESCETTI, Luis María, Caperucita Roja (tal y como se lo contaron a Jorge), Alfaguara, 1996.
ROJAS, María, Abuelito, cuéntame un cuento. Madrid, Ediciones SM, 1999.
ROSELL, Joel Franz, El pájaro libro. Ediciones SM, Madrid, 2002, il.: Ajubel.
ROWLING, Joanne K., Harry Potter y la cámara secreta, Barcelona, Salamandra, 2002.
_____________________, Animales fantásticos & dónde encontrarlos, Barcelona, Salamandra, 2001.
_____________________, Quidditch a través de los tiempos, Barcelona, Salamandra, 2001.
RUSHDIE, Salman, Harún y el Mar de las Historias, Barcelona, Seix Barral, 1991. 
SÁNCHEZ, Paloma, Quién sabe liberar a un dragón. Madrid. Ediciones SM, 2007.
SARTRE, Jean–Paul, Las palabras,Buenos Aires, Losada, 2000.
SENELL, Joles, La guía fantástica, Barcelona, Juventud, 1977.
STEVENSON,Robert Louis, La isla del tesoro, Madrid, Anaya, 1981.
VERNE, Julio, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, Anaya, 1982.
  
[1] José Martí


Viewing all 210 articles
Browse latest View live